– ¿Cómo se las arreglaba Charlie entonces para solucionar el problema?
– Charlie solía bajar al departamento de tabaquería, coger una docena de cajas de la marca preferida del anciano, volver a su oficina, quitar las vitolas de cada puro reemplazándolas por una inofensiva etiqueta alemana, colocándolos luego en una caja Trumper's no identificable. También se aseguraba de tener siempre una provisión preparada para el señor Field en el caso de que se acabaran. Charlie consideraba que esto era lo mínimo que podía hacer para corresponder a la hospitalidad que nos han brindado los Field a lo largo de los años.
Cathy movió la cabeza en señal de asentimiento.
– Pero todavía necesito saber qué marca de cigarro cubano es no otra cosa que el «puñetero derecho» del señor Field.
– No tengo ni idea -confesó Becky-. Como dices, Charlie nunca permitió que otra persona se encargara del envío.
– Entonces alguien va a tener que pedirle a Charlie, o bien que venga a hacer el despacho él mismo, o que nos diga a qué marca es adicto el señor Field. De modo que ¿dónde puedo localizar al presidente vitalicio a las once y media de la mañana de un lunes?
– Yo apostaría que oculto en alguna sala de comité en la Cámara de los Lores.
– No, no está -dijo Cathy-, Ya he llamado a los Lores y me han asegurado que no lo han visto esta mañana, y más aún, que no esperan volver a verlo esta semana.
– Pero no es posible -dijo Becky-. Si prácticamente vive allí.
– Eso es lo que yo pensaba -dijo Cathy-. Y por eso llamé al número uno para pedirte ayuda.
– Esto lo resuelvo en un santiamén -aseguró Becky-. Si puede Jessica ponerme con la Cámara de los Lores, sé exactamente con qué persona hablar.
Jessica volvió a su oficina, buscó el número y tan pronto obtuvo comunicación pasó la llamada al escritorio de la presidenta, donde Becky cogió el receptor.
– ¿La Cámara de los Lores? -dijo Becky-. Sección de mensajes, por favor… ¿Se encuentra allí el señor Anson? No, bueno, de todas maneras quisiera dejar un mensaje urgente para lord Trumper… de Whitechapel… Sí, debe de estar en un subcomité de Agricultura esta mañana… ¿Está usted seguro?… No es posible… ¿Usted conoce a mi marido?… Bueno, eso es una tranquilidad… ¿Es que él…? Muy interesante… No, gracias… No, no dejaré ningún mensaje y por favor no moleste al señor Anson. Adiós.
Becky colgó el teléfono y levantó la vista, encontrándose con las miradas de Cathy y Jessica, con la expresión de dos niños a la hora de acostarse que desean escuchar el final de un cuento.
– Charlie no ha sido visto en los Lores esta mañana. No existe ningún subcomité de Agricultura. Ni siquiera está en un comité completo, y lo que es más, no lo han visto desde hace tres meses.
– Pero no comprendo -objetó Cathy-, ¿Cómo te has comunicado con él hasta ahora?
– Con un número especial que me dio Charlie que tengo junto al teléfono del vestíbulo en Eaton Square. Me comunica con un mensajero de los Lores llamado señor Anson, quien siempre parece saber exactamente dónde localizar a Charlie a cualquier hora del día y de la noche.
– ¿Y existe este señor Anson? -preguntó Cathy.
– Ah, sí -dijo Becky-, Pero parece que trabaja en otra planta de los Lores y en esta ocasión me pusieron con información general.
– Así pues, ¿qué sucede cuando hablas con el señor Anson?
– Generalmente Charlie me llama antes de la hora.
– De modo que no hay nada que te impida llamar al señor Anson ahora.
– Prefiero no hacerlo por el momento -dijo Becky-. Creo que preferiría descubrir qué ha estado tramando Charlie durante estos dos años. Porque una cosa es cierta, el señor Anson no me lo va a decir.
– Pero el señor Anson no puede ser la única persona que lo sabe -dijo Cathy-, Después de todo Charlie no vive en el vacío.
Las dos se volvieron a mirar a Jessica.
– No me miréis a mí -dijo Jessica-. El no ha tenido contacto con esta oficina desde que le prohibisteis venir a Chelsea Terrace. Si Stan no viniera de vez en cuando a la cantina para almorzar, ni siquiera sabría si Charlie estaba vivo.
– ¡Claro! -dijo Becky haciendo chasquear los dedos-, Stan es la única persona que tiene que saber lo que pasa. Continúa recogiendo a Charlie a primera hora de la mañana y lo trae de vuelta a casa a última hora de la noche. No podría hacer nada sin que su chófer estuviera enterado del secreto.
– Exacto. Jessica -dijo Cathy dando un vistazo a su agenda -. Comienza por cancelar mi almuerzo con el director gerente de Moss Bross, luego dile a mi secretaria que no aceptaré llamadas ni interrupciones hasta que descubramos en qué anda exactamente nuestro presidente vitalicio. Cuando hayas hecho esto, baja a la cantina a ver si está allí Stan, y si está, telefonéame inmediatamente.
Jessica salió casi corriendo de la habitación y Cathy volvió su atención a Becky.
– ¿Crees que podría tener una amante? -dijo Becky en voz baja.
– ¿Noche y día durante casi dos años a los setenta? Si la tiene, deberíamos presentarlo como el Semental del Año en la Exposición Royal Agricultural.
– Entonces, ¿en qué puede andar metido?
– Yo diría que debe estar sacando su doctorado en la Universidad de Londres -dijo Becky-. A Charlie siempre le revienta cuando tú le haces bromas por no haber completado adecuadamente sus estudios.
– Pero me habría encontrado los libros y apuntes por toda la casa.
– Los has encontrado, pero sólo los libros y apuntes que él quiere que veas. No olvidemos lo astuto que fue cuando sacó su licenciatura en Filosofía y Letras.
– A lo mejor se ha puesto a trabajar con la competencia.
– No es su estilo -dijo Cathy-, Es demasiado leal para eso. En todo caso, a los pocos días lo sabríamos, los directivos y el personal estarían encantados de refregárnoslo. No, tiene que ser algo más sencillo.
Sonó el teléfono en el escritorio de Cathy. Lo cogió y escuchó atentamente.
– Gracias, Jessica. Nos ponemos en camino. Vamos -dijo colgando el receptor y saltando de detrás de su escritorio-. Stan está terminando de almorzar.
Se dirigió a la puerta y Becky la siguió. Sin añadir otra palabra tomaron el ascensor a la planta baja, donde Joe, el portero más antiguo, se quedó con la boca abierta al ver a la presidenta y a lady Trumper llamando un taxi cuando las dos tenían a sus respectivos chóferes esperándolas en sus coches.
A los pocos minutos apareció Stan por la misma puerta y se puso al volante del Rolls de Charlie; lo condujo a velocidad moderada hacia Hyde Park Córner, sin advertir en absoluto al taxi que lo seguía. El Rolls continuó por Picadilly, tomó una calle a la izquierda para pasar por Trafalgar Square en dirección al Strand.
– Va hacia el King's College -dijo Cathy-. Sabía que estaba en lo cierto, tiene que ser su doctorado.
– Pero Stan no se detiene -dijo Becky, y en realidad el Rolls pasó de largo la entrada del colegio y continuó su camino por Fleet Street.
– No puedo creer que haya comprado un periódico -dijo Cathy.
– O aceptado un trabajo en la City -añadió Becky a la vez que el Rolls pasaba cerca de Mansión House.
– Ya lo tengo -exclamó Becky triunfalmente cuando el Rolls dejaba atrás la City para entrar al East End-. Ha estado trabajando en algún proyecto en su club de niños en Whitechapel.
Stan continuó hacia el este hasta que finalmente se detuvo delante del «Dan Salmon Centre».
– Pero esto no tiene ningún sentido -dijo Cathy-. Si eso era todo lo que deseaba hacer con su tiempo libre, ¿por qué no te dijo la verdad desde el principio? ¿Para qué recurrir a una farsa tan rebuscada?
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