– ¿Y cuál puede ser mi interés en esa dama? -preguntó la señora Trentham, mirando hacia atrás y comprobando con irritación que había empezado a llover.
– Resulta que mantiene una interesante relación con sir Charles Trumper.
– ¿Relación? -El desconcierto de la señora Trentham aumentó.
– Sí. La señora Bennet es, ni más ni menos, la hermana de sir Charles.
– Si no recuerdo mal, Trumper sólo tiene tres hermanas. Sal, que vive en Toronto y está casada con un vendedor de seguros; Grace, que acaba de ser nombrada jefe de enfermeras en el hospital de San Guido, y Kitty, que abandonó Inglaterra hace un tiempo para ir a vivir con su hermana en Canadá.
– Y que ahora ha regresado.
– ¿Regresado?
– Sí, como la señora Kitty Bennet.
– No acabo de entenderle -dijo la señora Trentham, exasperada al ver que Harris disfrutaba jugando al gato y al ratón con ella.
– Mientras estaba en Canadá -continuó Harris, indiferente a la irritación de su cliente-, se casó con un tal Bennett, un estibador. Igual que su padre, por cierto. El matrimonio duró casi un año, hasta terminar en un turbulento divorcio, en el que salieron a relucir varios hombres. Volvió a Inglaterra hace escasas semanas, después de que su hermana Sal se negara a acogerla de nuevo.
– ¿Cómo ha conseguido esta información?
– Un amigo mío de la prisión de Wandsworth me guió en la dirección correcta. Cuando levó la hoja de cargos contra la señora
Bennett, nacida Trumper, decidió investigar un poco más. La clave fundamental fue el nombre «Kitty». Me personé de inmediato para asegurarme de que teníamos a la mujer que nos convenía -. Harris se interrumpió para beber su whisky.
– Siga -le urgió la señora Trentham.
– Cantó como un canario por cinco libras. Si pudiera ofrecerle cincuenta, tengo el presentimiento de que trinaría como un ruiseñor.
Cuando «Trumper's» anunció los detalles de su emisión de acciones en la prensa nacional, la señora Trentham se hallaba de vacaciones en la finca de Aberdeenshire propiedad de su esposo. Se dio cuenta al instante de que, a pesar de que ahora controlaba los ingresos combinados de ella y de su hermana, más la cantidad inesperada de veinte mil libras, aún necesitaba todo el capital producido por la venta de la propiedad de Yorkshire si quería adquirir una participación voluminosa de la nueva empresa. Aquella mañana hizo tres llamadas telefónicas.
A principios de año había dado instrucciones para que su cartera de acciones fuera transferida a Kitcat & Aiken, y tras varios meses de acosar a su marido le había convencido de que hiciera lo mismo. A pesar de esta maniobra, a Nigel aún no le habían ofrecido ser socio de la firma. La señora Trentham le habría aconsejado presentar la renuncia si hubiera confiado en que encontraría mejores ofertas en otro sitio.
Pese a este revés, continuó invitando a cenar por turnos a los socios de Kitcat. Gerald dejó bien claro a su mujer que no aprobaba esa táctica, convencido de que no ayudaban a la causa de su hijo. No obstante, sabía muy bien que sus opiniones no impresionaban a su esposa. En cualquier caso, había alcanzado una edad en la que se sentía demasiado agotado para oponer otra cosa que no fuera una resistencia simbólica.
La señora Trentham estudió los detalles fundamentales del proyecto de «Trumper's» en la edición del Times que había comprado su marido, y dio instrucciones a Nigel de que adquiriera el cinco por ciento de las acciones de la nueva empresa bajo varios nombres falsos. Él cumplió sus deseos al pie de la letra.
Sin embargo, uno de los párrafos finales de un artículo aparecido en el Daily Mail, firmado por Vincent Mulcross y titulado «Los triunfantes Trumper», le recordó que todavía se hallaba en posesión de un cuadro que necesitaba ser vendido por un precio adecuado.
Siempre que el señor Harrison solicitaba una entrevista a la señora Trentham, ésta consideraba que se trataba más de una requisitoria que de una invitación. Tal vez se debiera al hecho de que había trabajado para su padre durante más de veinte años.
Sabía muy bien que, como albacea testamentario de su padre, el señor Harrison aún ejercía una influencia considerable, a pesar de que le había cortado las alas hacía poco con la venta de la propiedad.
El señor Harrison la invitó a sentarse frente a su escritorio, volvió a su silla, acomodó las gafas en el extremo de su nariz y abrió una de sus inevitables carpetas grises.
Daba la impresión de que se ocupaba de toda su correspondencia, por no mencionar sus entrevistas, de una forma que sólo podía ser descrita como distante. La señora Trentham se preguntaba a menudo si trataba a su padre de la misma manera.
– Señora Trentham -empezó, posando las palmas de las manos frente a él y repasando las notas que había escrito la noche anterior-, debo agradecerle en primer lugar que se haya tomado la molestia de acudir a mi despacho, y manifestarle mi tristeza por el hecho de que su hermana haya declinado mi invitación. Sin embargo, en una breve carta que recibí la semana pasada, expresaba con toda claridad su satisfacción porque usted la representara en ésta y en cualquier otra futura ocasión.
– La querida Amy. Esa pobre criatura acusó mucho la muerte de mi padre, aunque he hecho todo lo posible por suavizar el golpe.
Los ojos del anciano abogado retornaron al expediente, que contenía una nota del señor Althwaite, de Bird Collingwood & Althwaite, de Harrogate, ordenándoles que, en el futuro, enviaran el cheque mensual de la señorita Amy a Coutts & Cía, del Strand, a un número de cuenta que sólo difería un dígito de aquella a la que el señor Harrison enviaba la otra mitad de los ingresos mensuales.
– Si bien su padre legó a usted y a su hermana las ganancias derivadas de su monopolio -continuó el abogado-, el grueso de su capital será entregado a su debido tiempo, como usted ya sabe, al doctor Daniel Trumper.
La señora Trentham asintió con la cabeza.
– Como también sabe, el monopolio se compone de valores, acciones y bonos del estado que nos administra la banca mercantil Hambros & Cía. Siempre que consideren prudente realizar una inversión considerable a favor del monopolio, nosotros consideramos igualmente importante mantenerla informada de sus intenciones, a pesar de que sir Raymond nos concedió plena libertad de maniobra en estos temas.
– Es usted muy considerado, señor Harrison.
El abogado consultó otra nota. Procedía en esta ocasión de un agente de bienes raíces de Bradford. La propiedad, la casa y contenido del difunto sir Raymond Hardcastle habían sido vendidos en fecha reciente por la cantidad de cuarenta y una mil libras. Tras deducir comisiones y honorarios, el agente había enviado la suma restante a la misma cuenta de Coutts que recibía la paga mensual de la señorita Amy.
– Teniendo esto presente -continuó el abogado de la familia-, considero mi deber informarla de que nuestros consejeros nos han recomendado una inversión considerable en una empresa que no tardará en salir al mercado.
– ¿Y qué empresa es ésa? -inquirió la señora Trentham.
– «Trumper's» -dijo Harrison, atento a la reacción de su cliente.
– ¿Y por qué «Trumper's» en concreto? -preguntó la mujer, sin alterar la expresión de su rostro.
– Principalmente, porque Hambros considera inteligente y prudente la inversión, pero, y tal vez es lo más importante, el grueso del capital perteneciente a la empresa, cuando llegue el momento, pasará a manos de Daniel Tumper, cuyo padre, como sin duda usted sabrá, es el presidente de la junta directiva.
– Lo sabía -dijo la señora Trentham sin hacer más comentarios. Se dio cuenta de que su serenidad preocupaba al señor Harrison.
Читать дальше