Jeffrey Archer - Como los cuervos

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No le fue fácil a Charlie alcanzar el objetivo de amasar una fortuna; sin embargo algo había en él que le hacía un predestinado al triunfo y, como apreciará el lector, este algo tiene mucho que ver con su capacidad de trabajo, astucia, coraje, ganas de aprender y un maravilloso abuelo -el de más fino olfato para la venta- que le guió con su ejemplo en sus primeros tiempos.
Desde las primeras páginas la historia se convierte en una trepidante aventura sobre el mundo de los negocios, en una ascensión ilusionada desde la humilde situación de vendedor de verduras callejero hasta la realización de un gran proyecto empresarial: es la historia de un tendero que metido a negociante termina creando una importante red de establecimientos comerciales mientras van desfilando los grandes acontecimientos de este siglo.

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La señora Trentham, aferrándose al brazo del sofá para no perder el sentido por completo, contempló a su nieto. Habría jurado por un momento que le había visto anteriormente.

La primera reacción de la señora Trentham, después de serenarse, fue ordenar a Gibson que le echara, pero decidió esperar unos instantes, pues ardía en deseos de saber qué quería el joven. Mientras Daniel recitaba sus frases aprendidas, empezó a sospechar que el encuentro podía redundar en su favor.

El joven empezó diciendo que había estado en Australia aquel verano, y no en Estados Unidos, como ella había supuesto. A continuación, demostró que sabía muy bien cómo había adquirido ella los pisos e intentado paralizar el permiso para construir los grandes almacenes. También manifestó que conocía la inscripción que constaba en la tumba de Ashurst y detalles de sus encuentros en el hotel St. Agnes. Terminó afirmando que sus padres ignoraban que había ido a visitarla aquella tarde.

La señora Trentham concluyó que había averiguado la verdad sobre la muerte de su hijo en Melbourne. De lo contrario, ¿por qué habría recalcado que, si esa información caía en manos de la prensa, el resultado sería, por decirlo en términos suaves, muy embarazoso para todos los implicados?

La señora Trentham no hizo nada por impedir que Daniel siguiera hablando, y aguardó pacientemente a que terminara. Mientras desarrollaba sus pronósticos sobre el futuro de Chelsea Terrace, se preguntó cuánto sabía en realidad el joven erguido frente a ella. Decidió que sólo había una forma de averiguarlo, una forma que la obligaría a correr un gran riesgo.

– Con una condición -replicó la señora Trentham, cuando Daniel terminó su discurso con una exigencia específica.

– ¿Qué condición?

– Que renuncies a todos tus derechos sobre las propiedades de Hardcastle.

Daniel pareció vacilar por primera vez. No era lo que él esperaba. La señora Trentham se sintió segura en aquel momento de que ignoraba los detalles de la herencia. Al fin y al cabo, su padre había ordenado al señor Harrison que no informara al joven de su contenido hasta que cumpliera treinta años. El señor Harrison no era hombre que incumpliera su palabra.

– En primer lugar, no creo que tuvieras intención de legarme nada -respondió Daniel.

Ella no contestó. Esperó a que Daniel diera su consentimiento.

– Ha de ser por escrito -añadió la mujer.

– Y también mi parte del trato -exigió él con brusquedad. La señora Trentham se sintió segura de que ya no dependía de un guión preparado, sino que estaba reaccionando a tenor de los acontecimientos.

La mujer se levantó, caminó con parsimonia hacia su escritorio y abrió un cajón. Daniel se quedó en el centro de la sala, balanceándose sobre sus pies.

La señora Trentham localizó las dos hojas de papel, sacó el borrador preparado por el abogado del cajón inferior y procedió a escribir dos pactos idénticos, incluyendo la renuncia a construir los pisos y las objeciones al permiso de construir las Torres Trumper que había solicitado el padre de Daniel. También incluyó las frases exactas redactadas por el abogado, a fin de que Daniel renunciara a los derechos conferidos por el testamento de su abuelo.

Tendió el primer borrador a su nieto para que lo examinara. Temió que, en cualquier momento, descubriera lo que iba a sacrificar al firmar aquel documento.

Daniel terminó de leer la primera copia del pacto y después comprobó que ambos borradores fueran idénticos hasta el menor detalle. Aunque no dijo nada, la señora Trentham siguió temiendo que averiguara el motivo de su petición. De hecho, si le hubiera pedido que vendiera a su padre el terreno de Chelsea Terrace a precio de coste, habría accedido de muy buen grado, con tal de que la firma de Daniel constara al pie del acuerdo escrito.

En cuanto Daniel hubo firmado ambos documentos, la señora Trentham tocó la campanilla y llamó a Gibson para que actuara como testigo.

– Acompaña a este caballero, Gibson -ordenó, en cuanto hubo terminado el procedimiento.

Después de que la figura uniformada abandonase la sala, se preguntó cuánto tiempo tardaría el muchacho en darse cuenta de que había hecho un mal negocio.

Al día siguiente, los abogados de la señora Trentham examinaron el acuerdo, y la simplicidad de la transacción les dejó estupefactos. Sin embargo, la mujer no entró en explicaciones. Un leve cabeceo del socio mayoritario dio a entender que el trato estaba cerrado.

Todo hombre tiene su precio, y cuando Martin Crowe advirtió que su fuente de ingresos se había reducido a cincuenta libras, se convenció de que debería renunciar a sus objeciones hacia las Torres Trumper.

A partir del día siguiente, la señora Trentham dedicó su atención a otro asunto: el problema de comprender documentos de oferta.

Verónica se quedó embarazada demasiado pronto, en opinión de la señora Trentham. Su nuera dio a luz un hijo, Giles Raymond, en mayo de 1948, sólo nueve meses y tres semanas después de contraer matrimonio con Nigel. El niño, al menos, no nació prematuramente. Ya había observado en más de una ocasión que los criados contaban los meses con los dedos.

La señora Trentham sostuvo su primera discusión con Verónica cuando ésta volvió del hospital.

Verónica y Nigel llevaron a Giles a Chester Square para que su orgullosa abuela lo admirara. Tras dirigir al niño una mirada superficial, Gibson sacó el cochecito de la sala y entró el carrito de té.

– Querréis, sin duda, que el niño sea inscrito en Asgarth y Harrow cuanto antes -dijo la señora Trentham, antes de darles tiempo a elegir un emparedado -. Al fin y al cabo, hay que asegurar la plaza.

– De hecho, Nigel y yo ya hemos decidido qué clase de educación recibirá nuestro hijo -contestó Verónica-, y no hemos tenido en consideración ninguno de esos colegios.

La señora Trentham dejó la taza sobe el platillo y miró a Verónica como si hubiera anunciado la muerte del rey.

– Lo siento, pero creo que no te he oído bien, Verónica.

– Vamos a enviar a Giles a una escuela primaria de Chelsea, y después a Bryanston.

– ¿Bryanston? ¿Puedo preguntar dónde está eso?

– En Dorset. Es la escuela donde se educó mi padre -añadió Verónica, cogiendo un emparedado de salmón.

Nigel miró con nerviosismo a su madre, acariciándose la corbata a rayas azules y plateadas.

– Es posible -contestó la señora Trentham-. Sin embargo, estoy segura de que necesitamos reflexionar un poco más sobre la forma de iniciar al joven Raymond en la vida.

– No, no será necesario -puntualizó Verónica-. Nigel y yo ya hemos pensado bastante en cómo ha de ser educado Raymond. De hecho, le inscribimos en Bryanston la semana pasada. Al fin y al cabo, hay que asegurarse de que tenga la plaza garantizada.

Se inclinó hacia delante y cogió otro emparedado de salmón.

El pequeño reloj que descansaba sobre la repisa de la chimenea, al otro lado de la habitación, dio tres campanadas.

Max Harris se levantó de la butaca que quedaba en un rincón del salón cuando vio entrar a la señora Trentham. Hizo una reverencia y esperó a que su cliente tomara asiento en la silla situada frente a él.

Pidió té para la mujer y otro whisky doble para él. La señora Trentham no ocultó su desaprobación y frunció el ceño cuando el camarero se marchó. Devolvió su atención a Max Harris en cuanto oyó los inevitables chasquidos.

– Imagino, señor Harris, que me ha hecho venir porque tiene algo importante que decirme.

– Creo que puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que soy portador de excelentes noticias. Una señora apellidada Bennet ha sido detenida recientemente por robar en una tienda. Una chaqueta de piel y un cinturón de cuero en Harvey Nicholls, para ser exacto.

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