Jodi Picoult - Diecinueve minutos

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Peter Houghton es un estudiante de 17 años en Sterling, New Hampshire, que lleva tiempo sufriendo los abusos verbales y físicos de sus compañeros de clase. Su única amiga, Josie Cormier, ha sucumbido a la presión del grupo y ahora pertenece a la élite popular que habitualmente lo acosa. Un último incidente lleva a Peter al límite y lo empuja a cometer un acto de violencia que cambiará para siempre la vida de los habitantes de Sterling. Incluso aquellos que no se encontraban en la escuela aquella mañana vieron sus vidas supendidas, incluyendo a Alex Cormier.

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Josie sonrió.

– Prenda.

– Chúpate la planta del pie.

Ella se echó a reír.

– Si ni siquiera puedo sostenerme sobre la planta del pie-dijo, pero se agachó hacia delante y se quitó el mocasín, sacando la lengua-. ¿Verdad o prenda?

– Verdad.

– Ninguna prenda, ¿eh?-dijo Josie-. ¿Has estado enamorado alguna vez?

Peter miró a Josie, y se acordó de aquella vez en que ambos habían atado un papel con sus direcciones a un globo de helio, que habían soltado en el patio trasero de la casa de Josie, convencidos de que llegaría hasta Marte. En lugar de eso, habían recibido una carta de una viuda que vivía dos calles más arriba.

– Psé-dijo él-. Supongo que sí.

A ella se le abrieron los ojos.

– ¿De quién?

– Eso ya es otra pregunta. ¿Verdad o prenda?

– Verdad-dijo Josie.

– ¿Cuál ha sido la última mentira que has dicho?

A Josie se le borró la sonrisa de la cara.

– Cuando te he dicho que me resbalé en el hielo. Matt y yo nos peleamos, y él me pegó.

– ¿Que te pegó?

– Bueno, no es eso…Yo le dije algo que no debí decirle, y cuando él…bueno, el caso es que perdí el equilibrio y me torcí el tobillo.

– Josie…

Ella agachó la cabeza.

– No lo sabe nadie. No se lo cuentes a nadie, ¿de acuerdo?

– No.-Peter vaciló unos instantes-. ¿Y tú por qué no se lo has contado a nadie?

– Eso ya es otra pregunta-dijo Josie, remedándole.

– Pues te la hago ahora.

– Entonces elijo prenda.

Peter apretó los puños contra los costados.

– Dame un beso-dijo.

Ella se inclinó hacia él poco a poco, hasta que su cara estaba demasiado cerca como para verla. El pelo le caía sobre el hombro de Peter como una cortina, y tenía los ojos cerrados. Olía a otoño y a sidra, al sol que declina y a las primeras señales del frío que se acerca. Él sentía forcejear su corazón, atrapado en los confines de su propio cuerpo.

Los labios de Josie tocaron la comisuras de los suyos, casi en la mejilla más que en la boca.

– Me alegro de no haberme quedado aquí sola encerrada-dijo ella con timidez, y él saboreó aquellas palabras, dulces como su aliento mentolado.

Peter se miró la entrepierna, rogando para que Josie no se diera cuenta que se le había puesto dura como una piedra. Empezó a sonreír con tal intensidad que le dolían las mejillas. No era que no le gustaran las chicas, era que sólo había una que era la adecuada.

En ese momento, se oyó un golpe en la puerta metálica, por fuera.

– ¿Hay alguien ahí dentro?

– ¡Sí!-gritó Josie, intentando ponerse en pie con las muletas-. ¡Ayúdenos a salir!

Se oyó un fuerte golpe y una percusión, y luego el ruido de una palanca al intentar abrir brecha. La doble puerta se abrió por fin, y Josie se precipitó fuera del ascensor. Matt Royston la esperaba junto al conserje.

– Me preocupé al ver que no habías llegado a casa-dijo Matt, sosteniendo a Josie entre sus brazos.

«Pero le pegaste», pensó Peter, que recordó de inmediato que le había hecho una promesa a Josie. Oyó sorprendido los gritos de júbilo de ella al tomarla Matt en brazos, llevándola así para que no tuviera que utilizar las muletas.

Peter se llevó el iBook y el proyector en el carrito para volver a guardarlos en la sala de audiovisuales. Se había hecho tarde, y tenía que volver andando a casa, pero casi no le importaba. Decidió que lo primero que haría sería borrar el círculo alrededor de la foto de Josie en el anuario escolar; y suprimir sus características de la lista de los malos de su videojuego.

Estaba repasando mentalmente los retoques que debería hacer en el programa, cuando llegó por fin a casa. Peter tardó unos segundos en darse cuenta de que algo pasaba…Las luces estaban apagadas, aunque los coches estaban allí.

– ¿Hola?-dijo en voz alta, mientras iba de la sala del estar al comedor y luego a la cocina-. ¿Hay alguien?

Encontró a sus padres sentados a la mesa de la cocina, a oscuras. Su madre se levantó, aturdida. Era evidente que había estado llorando.

Peter sintió una calidez liberándose en el interior de su pecho. Le había dicho a Josie que sus padres ni siquiera se enterarían de su ausencia, pero estaba claro que eso no era verdad: sus padres estaban angustiados.

– Estoy bien-les dijo Peter-. De verdad.

Su padre se puso en pie, parpadeando con los ojos humedecidos, y tiró de Peter hacia sus brazos. Peter no podía recordar cuándo había sido la última vez que le habían abrazado así. A pesar de que él quería ser un tipo duro, y de que ya tenía quince años y medio, se fundió en el cuerpo de su padre y apretó con fuerza. Primero Josie, ¿y ahora aquello? Aquél acabaría resultando el mejor día en la vida de Peter.

– Es Joey-dijo su padre entre sollozos-. Ha muerto.

Pregúntenle a cualquier chica de hoy al azar si quiere ser popular y les dirá que no. Pero la verdad es que, si estuviera en medio del desierto muriéndose de sed y tuviera que elegir entre un vaso de agua y la popularidad instantánea, probablemente escogería lo segundo. Lo que pasa es que no puedes reconocer que lo deseas, porque eso te hace parecer menos interesante. Para ser popular de verdad, ha de parecer que eres así, cuando en realidad es algo por lo que te esfuerzas.

No sé si hay nadie que ponga tanto esfuerzo en conseguir algo como los jóvenes en ser populares. Quiero decir que hasta los controladores aéreos y el presidente de los Estados Unidos de América se toman vacaciones, pero si echan una ojeada al alumno medio de instituto, verán a alguien que se dedica a buscar la popularidad en cuerpo y alma, las veinticuatro horas del día, durante todo lo que dura el año escolar.

Entonces, ¿cómo entrar a formar parte de ese sanctasanctórum? Bueno, ésa es la cuestión: no depende de ti. Lo que cuenta es lo que los demás piensan de tu forma de vestir, de lo que comes para almorzar, de los programas de la tele que grabas, de la música que llevas en el iPod.

Pero yo siempre me pregunto cosas como: si lo que cuenta es la opinión de los demás, entonces, ¿tú tienes una opinión que sea tuya de verdad?

UN MES DESPUÉS

A pesar de que el informe de la investigación de Patrick Ducharme había estado en la mesa del despacho de Diana desde diez días después del tiroteo, la fiscal no lo había mirado. Primero había tenido que coordinar la audiencia de una probable causa, y después había estado frente a un gran jurado, intentando que condenaran a un acusado. Así que acababa de empezar a mirar los análisis de las huellas dactilares, de balística y de manchas de sangre, y todos los informes policiales originales.

Pasó toda la mañana repasando el tiroteo y organizando mentalmente su discurso de forma paralela al camino destructivo que había recorrido Peter Houghton, siguiendo los movimientos de una víctima a otra. La primera a quien disparó fue Zoe Patterson, en la escalera de la escuela. Alyssa Carr, Angela Phlug, Maddie Shaw. Courtney Ignatio. Haley Weaver y Brady Price. Lucia Ritolli, Grace Murtaugh.

Drew Girard.

Matt Royston.

Más.

Diana se quitó los anteojos y se frotó los ojos. Un libro de muertos, un mapa de heridos. Y éstos sólo aquellos cuyas heridas habían sido lo suficientemente graves como para dejarlos ingresados en el hospital. Había docenas de alumnos a los que se había curado y mandado a casa. Cientos cuyas cicatrices estaban enterradas demasiado profundamente como para que se vieran.

Diana no tenía hijos; en su posición, los hombres que conocía, o bien eran criminales, lo cual era repugnante, o abogados defensores, aún peores. Sin embargo, tenía un sobrino de tres años a quien habían llamado la atención en la guardería por apuntar con el dedo a un compañero y decirle «¡Pum! Estás muerto». Cuando su hermana la llamó indignada, contándoselo, ¿pensó Diana que su sobrino se convertiría de mayor en un psicópata? Ni por un momento. Era sólo un niño que tenía ganas de jugar.

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