Sin embargo, para gran sorpresa de Peter, resultó que su compañera de trabajo iba a ser Josie Cormier.
Entró en el establecimiento detrás del señor Cargrew.
– Ésta es Josie-dijo a modo de introducción-. ¿Se conocían ya?
– Más o menos-repuso Josie, mientras Peter contestaba:
– Psé.
– Peter te enseñará los secretos-dijo el señor Cargrew, y los dejó para irse a jugar al golf.
A veces, cuando Peter iba por un pasillo del instituto y veía a Josie con su nuevo grupo de amigos, no la reconocía. Vestía de forma diferente, con pantalones vaqueros que le dejaban al aire su liso vientre, y varias camisetas de diferentes colores superpuestas una sobre otra. Y se maquillaba de un modo que le hacía unos ojos enormes, cosa que le daba un aspecto un poco triste, pensaba él a veces, pero dudaba que ella lo supiera.
La última conversación de verdad que había mantenido con Josie había sido hacía cinco años, cuando ambos estaban en sexto curso. Él estaba convencido de que la Josie de verdad lograría salir de aquella nube de popularidad y comprender que el brillo de aquellas personas con las que iba era como el del oropel. Estaba seguro de que, tan pronto como empezaran a despellejar a otras personas, ella volvería con él. «Dios mío», diría ella, y ambos se reirían de su periplo por el Lado Oscuro. «Pero ¿en qué estaría pensando?».
Pero eso no sucedió, y luego Peter empezó a frecuentar a Derek, a partir de su coincidencia en el equipo de fútbol, y en séptimo le costaba ya creer que alguna vez él y Josie se hubiesen pasado semanas saludándose con un apretón de manos secreto que nadie habría sido jamás capaz de imitar.
– Bueno-había dicho Josie aquel primer día, como si no lo conociera de nada-, ¿qué es lo que tenemos que hacer?
Ahora ya llevaban trabajando juntos una semana. Bueno, quizá no tanto como juntos; más bien era como si ambos llevaran a cabo una danza interrumpida por los suspiros o los roncos gruñidos de las fotocopiadoras y por el timbre agudo del teléfono. Cuando hablaban, la mayor parte de las veces se trataba de un mero intercambio de información: «¿Queda tóner para la fotocopiadora en color? ¿Cuánto tengo que cobrar por la recepción de un fax?».
Aquella tarde, Peter estaba fotocopiando artículos para un curso de psicología de la facultad. De vez en cuando, mientras las hojas se depositaban en las bandejas separadoras, veía imágenes escaneadas de cerebros de esquizofrénicos, unos círculos de un rosa brillante en los lóbulos frontales que se reproducían en diversas tonalidades de gris.
– ¿Cómo se llama cuando dices el nombre de la marca de una cosa en lugar de lo que es en realidad?
Josie estaba grapando un trabajo. Se encogió de hombros.
– Como Xerox-insistió Peter-. O Kleenex.
– Jell-O-repuso Josie después de pensarlo.
– Google.
Josie levantó la vista de su trabajo.
– Band-Aid-dijo.
– Q-Tip.
Reflexionó unos segundos, mientras esbozaba una amplia sonrisa.
– Fed-Ex. Wiffle ball.
Peter sonrió a su vez.
– Rollerblade. Frisbee.
– Crock-Pot.
– Ésa no…
– Compruébalo si quieres-replicó Josie-. Jacuzzi. Post-it.
– Magic Marker.
– ¡Ping-Pong!
Los dos habían dejado de trabajar y estaban riéndose, cuando repiqueteó la campanilla situada sobre la puerta.
Matt Royston entró en el establecimiento. Llevaba una gorra de hockey del equipo de Sterling: aunque la temporada no comenzaría hasta al cabo de un mes, todo el mundo sabía que iba a ser seleccionado para el equipo titular, a pesar de ser alumno de primer año. Peter, que se había dejado embelesar por el espejismo de haber recuperado a la Josie de antes, vio cómo ella se volvía hacia Matt. A la chica se le sonrojaron las mejillas, y los ojos le resplandecían como una llama.
– ¿Qué haces tú aquí?
Matt se inclinó apoyando los brazos sobre el mostrador.
– ¿Así es como tratas a tus clientes?
– ¿Necesitas que te fotocopie algo?
La boca de Matt se torció formando una sonrisa.
– De eso nada. Soy puro original.-Lanzó una mirada alrededor de la tienda-. Así que aquí es donde trabajas.
– No, vengo porque dan caviar y champán gratis-bromeó Josie.
Peter asistía a la conversación desde detrás del mostrador. Esperaba que Josie le dijera a Matt que estaba ocupada, cosa que no tenía por qué ser necesariamente verdad, pero de hecho, cuando él entró, ellos también estaban teniendo una conversación. O algo así.
– ¿A qué hora acabas?-preguntó Matt.
– A las cinco.
– Hemos quedado algunos del grupo en casa de Drew, esta noche.
– ¿Eso es una invitación?-preguntó ella, y Peter se fijó en que, cuando sonreía, cuando sonreía mucho, se le formaba un hoyuelo que él no le conocía. O quizá fuera que con él nunca había sonreído así.
– ¿Tú quieres que lo sea?-preguntó Matt.
Peter se acercó al mostrador.
– Tenemos que seguir con el trabajo-espetó.
Los ojos de Matt se clavaron en los de Peter.
– ¿Quieres dejar de mirarme, marica?
Josie se interpuso entre ambos, de forma que Matt no pudiera ver a Peter.
– ¿A qué hora?
– A las siete.
– Allí nos vemos-dijo ella.
Matt dio un golpe con ambas manos sobre el mostrador.
– Genial-repuso, y salió de la tienda.
– Saran Wrap-dijo Peter-. Vaseline.
Josie se volvió hacia él, confusa.
– ¿Qué? Ah, sí.
Recogió los trabajos que había estado grapando y amontonó unas cuantas hojas más, unas sobre otras, alineando los bordes.
Peter cargó de papel la fotocopiadora con la que estaba trabajando.
– ¿Te gusta?-preguntó.
– ¿Matt? Supongo.
– ¿No lo sabes?-dijo Peter. Apretó el botón de copia y se quedó mirando cómo la máquina comenzaba a parir un centenar de bebés idénticos.
Al ver que Josie no contestaba, se colocó a su lado junto a la mesa de clasificación. Formó un juego de hojas y lo grapó, y acto seguido se lo pasó a ella.
– ¿Cómo se siente uno?-le preguntó.
– ¿Cómo se siente uno cuándo?
Peter se lo pensó unos segundos.
– Cuando está en la cresta de la ola.
Josie tomó otro juego de hojas y lo metió en la grapadora. Repitió la operación tres veces, y cuando Peter ya estaba seguro de que ella iba a ignorar su pregunta, Josie dijo:
– Que al primer paso en falso, te caes.
Al decir aquello, Peter apreció en su voz un tono que le recordó a una canción de cuna. Le asaltó el vívido recuerdo de un caluroso día de julio, sentado con Josie en el camino de entrada de casa de ésta, mientras intentaban hacer fuego con virutas de madera, sus anteojos y la acción de los rayos del sol. Y aún podía escuchar los gritos de Josie por encima del hombro al volverse hacia él desafiándolo a que la atrapara en el trayecto de vuelta a casa desde el colegio. Vio aparecer un ligero rubor en sus mejillas, y comprendió que la Josie que había sido su amiga seguía allí, atrapada bajo varias capas, como esas muñecas rusas que cada una encierra a otra más pequeña.
Si al menos pudiera lograr que ella compartiera con él aquellos recuerdos. A lo mejor el ser popular no era lo que había hecho que Josie empezara a salir con Matt y compañía. A lo mejor sólo era que se había olvidado de que le gustaba ir con Peter.
Miró a Josie con el rabillo del ojo. Ella se mordía el labio inferior, concentrada en colocar recta la grapa. A Peter le habría gustado saber cómo hacía Matt para estar tan suelto y natural, en cambio él toda la vida le había parecido que siempre se reía demasiado fuerte, o a destiempo; que se daba cuenta demasiado tarde de que era de él de quien se reían los demás. No sabía cómo se hacía para ser diferente a como siempre se había sido, así que respiró hondo y se dijo que, no hacía tanto tiempo, a Josie le había parecido bien siendo como era.
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