– Selma, de verdad, ya sé que estás loca por mí, pero tienes que superarlo.
Ella se ajustó los lentes sobre la nariz.
– Tesoro, soy lo bastante inteligente como para no perder la cabeza por alguien que convertiría mi vida en un infierno. ¿Quieres tus resultados, sí o no?
Patrick la siguió hasta una mesa sobre la que había cuatro armas de fuego: dos pistolas y dos escopetas de cañones recortados. Cada una llevaba su etiqueta: arma A, arma B (las dos pistolas); arma C y arma D (las escopetas). Reconoció las pistolas, eran las que habían encontrado en el vestuario, una de ellas en manos de Peter Houghton y la otra a corta distancia de él, sobre el suelo de baldosas.
– Primero he buscado huellas ocultas-dijo Selma, mostrándole los resultados a Patrick-. El arma A tiene una huella que encaja con las de tu sospechoso. Las armas C y D estaban limpias. En el arma B he encontrado una huella parcial que no permite ninguna conclusión.
Selma señaló con la cabeza hacia el fondo del laboratorio, donde había unos enormes barriles de agua que eran utilizados para las pruebas balísticas. Patrick sabía que Selma debía de haber efectuado en ellos las pruebas pertinentes con cada una de las armas. Cuando se dispara una bala, ésta describe un movimiento giratorio al atravesar el interior del cañón, cuyas estrías dejan marcas características en el metal de la bala. Es así como se sabe con qué arma se ha disparado. A Patrick le serviría de gran ayuda para reconstruir los movimientos de Peter Houghton: en qué puntos se había detenido para disparar, cuál era el arma que había utilizado en cada caso.
– El arma A fue la que utilizó primordialmente. Las armas C y D estaban en la mochila que se encontró en la escena del crimen. Lo cual no deja de ser una buena noticia, porque seguramente habrían causado mucho más daño. Todas las balas recuperadas de los cuerpos de las víctimas se dispararon con el arma A, la primera pistola.
Patrick se preguntó de dónde habría sacado Peter Houghton todo aquel armamento. Pero al mismo tiempo reparó en que en Sterling no era difícil encontrar a alguien que fuera a cazar o a disparar al blanco en un viejo estanque en el bosque.
– Por los restos de pólvora, se puede asegurar que el arma B fue disparada. Sin embargo, de momento no hemos encontrado ninguna bala que lo corrobore.
– Aún se está trabajando…
– Déjame que acabe-dijo Selma-. Hay otra cosa interesante con respecto al arma B, y es que se encasquilló después del disparo. Al examinarla, encontramos dos balas cargadas.
Patrick se cruzó de brazos.
– ¿No hay ninguna huella en el arma?-insistió.
– Hay una huella en el gatillo, pero no es concluyente…Es posible que se borrara a medias al soltarla el sospechoso, pero no podría asegurarlo a ciencia cierta.
Patrick asintió y señaló hacia el arma A.
– Ésta es la que soltó cuando lo encontré en el vestuario. De modo que, presumiblemente, es la última que disparó.
Selma alzó una bala con unas pinzas.
– Es probable. Esta bala se extrajo del cerebro de Matthew Royston-dijo-. Y las marcas de las estrías concuerdan con las del arma A.
El chico del vestuario, el que habían encontrado con Josie Cormier.
La única víctima que había recibido dos disparos.
– ¿Y el balazo en el estómago?-preguntó Patrick.
Selma meneó la cabeza.
– Lo atravesó, con orificio de entrada y de salida. Hasta que no me traigas los restos de bala, no sabremos si fue disparada con el arma A o con la B.
Patrick se quedó mirando las armas.
– Había utilizado el arma A todo el tiempo que fue disparando por el instituto. No alcanzo a imaginar qué le hizo cambiar de pistola.
Selma lo miró. Él se fijó en los círculos oscuros bajo sus ojos, el precio de aquella noche sin dormir.
– Yo más bien no alcanzo a imaginar qué le hizo utilizar ni la una ni la otra.
Meredith Vieira miraba con gravedad, sin apartar los ojos de la cámara. Había perfeccionado el gesto a adoptar con ocasión de una tragedia nacional.
– Siguen acumulándose detalles en el caso del asalto con disparos al Instituto Sterling-decía-. Para conocerlos, recuperamos la conexión con Ann Curry, en el estudio. ¿Ann?
La presentadora de noticias asintió con un gesto.
– Hoy, los investigadores han sabido que fueron cuatro las armas que entraron en el Instituto Sterling, aunque el autor de los disparos sólo utilizó dos de ellas. Asimismo, hay pruebas de que Peter Houghton, el sospechoso, es un fan de un grupo de punk extremo llamado Death Wish, y que solía enviar correos a las páginas de fans del grupo en Internet, y bajarse las letras de las canciones a su computadora personal. Unas letras que, después de lo sucedido, hacen que algunas personas se pregunten qué cosas deberían o no deberían escuchar los muchachos.
En la pantalla verde situada por detrás de sus hombros apareció el texto:
Cae la nieve negra
Camina el cadáver de piedra
Ríen esos bastardos
Los voy a matar a todos, el día de mi Juicio Final.
Los bastardos no ven
La sangrienta bestia que hay en mí
El segador cabalga libre
Los voy a matar a todos, el día de mi Juicio Final.
– La canción Juicio Final , de Death Wish, encierra un augurio sobrecogedor de un suceso que se convirtió en una amarga realidad en Sterling, New Hampshire, en la mañana de ayer-decía Curry-. Raven Napalm, solista de Death Wish, ofreció una conferencia de prensa la pasada noche.
En la pantalla apareció de pronto un joven con una cresta negra, sombra de ojos dorada y cinco piercings en forma de aro en el labio inferior, delante de un grupo de micrófonos.
– Vivimos en un país en el que los chicos americanos están muriendo porque los enviamos al otro lado del mar a matar a la gente por petróleo. Y, en cambio, cuando un pobre chaval alterado que es incapaz de apreciar la belleza de la vida va y actúa erróneamente, dejándose llevar por la rabia y disparando en un colegio, la gente se pone a señalar con el dedo a la música heavy-metal. El problema no está en la letra de las canciones, sino en el tejido social.
El rostro de Ann Curry volvió a ocupar por entero la pantalla.
– Iremos sabiendo más cosas de la tragedia de Sterling a medida que vayan produciéndose las noticias. Por lo que respecta a la información nacional, el pasado miércoles el Senado no aprobó el proyecto de ley sobre control de armas, aunque el senador Roman Nelson apunta a que no se trata del capítulo final en esta lucha. Hoy le tenemos con nosotros desde Dakota del Sur. ¿Senador?
A Peter le pareció que no había pegado ojo en toda la noche, pero en cualquier caso no oyó al funcionario de prisiones cuando se acercó hasta su celda, y se sobresaltó al oír el chirrido de la puerta de metal al abrirse.
– Eh-dijo el guardián, que le tiró algo a Peter-. Ponte esto.
Él sabía que aquel día iban a llevarlo al juzgado, así se lo había dicho Jordan McAfee. Pensó que le daban un traje, o algo así. ¿Acaso la gente no iba siempre vestida con traje cuando se presentaban ante el tribunal, aunque vinieran directamente de la cárcel? Se suponía que era para granjearse la simpatía pública. Así lo había visto él en la televisión.
Pero lo que le dieron no era ningún traje. Era un chaleco antibalas.
En la celda de espera, ubicada bajo los juzgados, Jordan encontró a su cliente tumbado de espaldas en el suelo, protegiéndose los ojos con el brazo. Peter llevaba puesto un chaleco antibalas, un mensaje mudo que decía que todos cuantos atestaban la sala aquella mañana tenían deseos de matarle.
– Buenos días-dijo Jordan, y Peter se incorporó.
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