– Trigonometría avanzada.
– ¿Y la segunda?-preguntó Diana.
– Inglés.
– ¿Adónde fuiste luego?
– Tenía gimnasia en la tercera hora, pero estaba muy mal del asma, así que tenía una nota del médico para librarme de la clase. Como había terminado pronto mi trabajo de inglés, le pregunté a la señora Eccles si podía ir a mi coche a buscar la nota.
Diana asintió.
– ¿Dónde estaba estacionado tu coche?
– En el estacionamiento de estudiantes, detrás de la escuela.
– ¿Puedes mostrarme en este diagrama qué puerta usaste para salir de la escuela al final de la segunda clase?
Derek se inclinó hacia el caballete y señaló una de las puertas traseras de la escuela.
– ¿Qué viste, al salir?-prosiguió Diana.
– Mmm, muchos coches.
– ¿Alguna persona?
– Sí-contestó Derek-, a Peter. Parecía como si estuviera sacando algo del asiento trasero de su coche.
– ¿Qué hiciste?
– Me acerqué a saludarle. Le pregunté por qué llegaba tarde a la escuela, y él se quedó de pie y me miró de una manera extraña.
– ¿Extraña? ¿Cómo quieres decir?
Derek sacudió la cabeza.
– No lo sé. Como si por un segundo no supiera quién era yo.
– ¿Te dijo algo?
– Dijo «Vete a casa. Está a punto de pasar algo».
– ¿Crees que eso era inusual?
– Bueno, era un poco como la «Dimensión desconocida»…
– ¿Alguna vez Peter te había dicho algo así antes?
– Sí-respondió Derek quedamente.
– ¿Cuándo?
Jordan protestó, como Diana esperaba que lo hiciera, y el juez Wagner denegó la protesta, como ella también esperaba.
– Unas semanas antes-dijo Derek-, la primera vez que estábamos jugando al «Escóndete y chilla».
– ¿Qué dijo?
Derek bajó la mirada y musitó una respuesta.
– Derek-dijo Diana acercándose-, tengo que pedirte que hables más alto.
– Dijo «Cuando esto ocurra realmente, será impresionante».
Un zumbido recorrió el público de la sala, como un enjambre de abejas.
– ¿Sabías lo que quería decir con eso?
– Pensé que…pensé que estaba bromeando-contestó Derek.
– El día del tiroteo, cuando encontraste a Peter en el estacionamiento, ¿te dijo qué era lo que estaba haciendo en el coche?
– No…-Derek hizo una pausa. A continuación carraspeó-. Yo me reí de lo que había dicho y le dije que tenía que volver a clase.
– ¿Qué pasó a continuación?
– Volví a entrar a la escuela por la misma puerta por la que había salido y fui a la oficina a que la señora Whyte, la secretaria, me firmara la nota. Ella estaba hablando con otra chica, que tenía que salir de la escuela porque tenía cita con el ortodoncista.
– ¿Y luego?-preguntó Diana.
– Una vez que ella se fue, la señora Whyte y yo oímos una explosión.
– ¿Sabías dónde había sido?
– No.
– ¿Qué pasó después de eso?
– Miré la pantalla de la computadora del escritorio de la señora Whyte-dijo Derek-. Salía una especie de mensaje.
– ¿Qué decía?
– «Preparados o no…ahí voy»-Derek tragó-. Luego oímos unas pequeñas explosiones, como tapones de botellas de champán, y la señora Whyte me agarró del brazo y me arrastró a la oficina del director.
– ¿Había una computadora en esa oficina?
– Sí.
– ¿Qué había en la pantalla?
– «Preparados o no…ahí voy».
– ¿Cuánto tiempo estuvieron en la oficina?
– No lo sé. Diez, veinte minutos. La señora Whyte intentó llamar a la policía, pero no pudo. Pasaba algo con el teléfono.
Diana miró de frente al estrado.
– Señoría, en este momento, la fiscalía quisiera que la Prueba del Estado Número Trescientos Tres sea mostrada al jurado.-Observó cómo el asistente instalaba un monitor de televisión conectado a una computadora, desde donde podría leerse el CD-ROM. ESCÓNDETE Y CHILLA, proclamaba la pantalla. ¡ESCOGE TU PRIMER ARMA!
Un dibujo en tres dimensiones de un chico con anteojos de montura de pasta y un polo de golf cruzaba la pantalla y miraba una colección de ballestas, Uzis, AK-47 y armas biológicas. Elegía una y luego, con la otra mano, la cargaba con municiones. Había un zoom de su rostro: pecas; ortodoncia; ardor en la mirada.
Luego la pantalla se ponía azul y comenzaba a pasar un texto.
«PREPARADOS O NO-se leía-, AHÍ VOY».
A Derek le gustaba el señor McAfee. Él no era gran cosa, pero su esposa era sexy. Además, era probablemente la única otra persona que, sin estar relacionado con Peter, sentía lástima por él.
– Derek-dijo el abogado-, Peter y tú han sido amigos desde sexto grado, ¿verdad?
– Sí.
– Y has pasado mucho tiempo con él en la escuela y fuera de ella.
– Sí.
– ¿Alguna vez viste que otros chicos se metieran con Peter?
– Sí. Todo el tiempo-contestó Derek-. Nos llamaban maricones y homosexuales. Nos daban empujones. Cuando caminábamos por los pasillos, nos ponían la zancadilla o nos encerraban en los casilleros. Cosas como ésas.
– ¿Alguna vez hablaste con algún maestro acerca de esto?
– Solía hacerlo, pero eso sólo empeoraba las cosas. Luego nos hacían puré por bocones.
– ¿Peter y tú hablaron alguna vez de esa situación?
Derek sacudió la cabeza.
– No. Pero estaba bien poder tener a alguien que lo entendía.
– ¿Con qué frecuencia se daban esos comportamientos de acoso? ¿Una vez por semana?
Él bufó.
– Más bien una vez al día.
– ¿Sólo con Peter y contigo?
– No, también con otros.
– ¿Quién era responsable de la mayor parte de las intimidaciones?
– Los atletas-contestó Derek-. Matt Royston, Drew Girard, John Eberhard…
– ¿Alguna chica participaba en las intimidaciones?
– Sí, las que nos miraban como si fuéramos insectos en su parabrisas-respondió Derek-. Courtey Ignatio, Emma Alexis, Josie Cormier, Maddie Shaw.
– Entonces, ¿qué haces cuando alguien te encierra en un casillero?-preguntó el señor McAfee.
– No puedes hacerles frente, porque no eres tan fuerte como ellos, y no puedes impedirlo…así que te limitas a esperar que pase.
– ¿Sería justo decir que este grupo que has nombrado, Matt, Drew, Courtney, Emma y el resto, iban tras una persona en especial?
– Sí-contestó Derek-, Peter.
Derek miró al abogado de Peter sentarse junto a éste, y a la fiscal levantarse y comenzar a preguntarle de nuevo.
– Derek, has dicho que también se metían contigo.
– Sí.
– Tú nunca ayudaste a Peter a poner juntos una bomba casera para hacer explotar el coche de alguien, ¿o sí?
– No.
– Nunca ayudaste a Peter a manipular las líneas telefónicas y las computadoras del Instituto Sterling para que, una vez que comenzara el tiroteo, nadie pudiera pedir ayuda, ¿o sí?
– No.
– Nunca has robado armas y las has ocultado en tu habitación, ¿o sí?
– No.
La fiscal se acercó un paso a él.
– Nunca has elaborado un plan, como Peter, para entrar en la escuela y matar sistemáticamente a las personas que más te han herido, ¿o sí, Derek?
Derek se volvió hacia Peter, para que pudiera verle los ojos cuando respondiera.
– No-dijo-. Pero a veces desearía haberlo hecho.
De vez en cuando, a lo largo de su carrera como partera, Lacy se había topado con antiguas pacientes en la tienda de comestibles, en el banco o en el sendero de bicicletas. Le habían presentado a sus bebés, que ya tenían tres, siete, quince años. «Mire qué gran trabajo hizo», decían, como si el hecho de traer el niño al mundo tuviera algo que ver con en quién se habían convertido.
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