– Sí-contestó. Cerró los ojos y una lágrima resbaló por su mejilla hundida-. Era la reina anual.-Se inclinó hacia adelante, meciéndose ligeramente mientras lloraba.
A Peter le dolía el pecho, como si le fuera a explotar. Pensó que quizá se moriría allí mismo y le ahorraría a todo el mundo tener que pasar por aquello. Tenía miedo de levantar la mirada, porque si lo hacía tendría que ver otra vez a Haley Weaver.
Una vez, cuando era pequeño, jugando con una pelota de fútbol en la habitación de sus padres, tiró una botella antigua de perfume que había pertenecido a su bisabuela. Era de cristal, y se rompió en pedazos. Su madre le dijo que sabía que había sido un accidente y la pegó para recomponerla. La mantuvo en su tocador, y cada vez que Peter pasaba por allí, veía los defectos del pegamento. Durante años, él pensó que eso era peor que si lo hubieran castigado.
– Tomémonos un breve receso-dijo el juez Wagner, y Peter dejó que su cabeza se hundiera en la mesa de la defensa; era un peso demasiado grande para soportarlo.
Los testigos estaban aislados según para quién declarasen; los de la fiscal en una sala y los del defensor en otra. Los policías también tenían su propia sala. Se suponía que los testigos de defensa y fiscalía no podían verse entre ellos, pero en realidad nadie se daba cuenta de si iban a la cafetería a tomar un café o una rosquilla, y Josie estaba allí hacía rato. Ahí fue donde se topó con Haley, que bebía jugo de naranja con una pajita. Brady estaba con ella, sosteniéndole la taza para que ella pudiera alcanzarla.
Se alegraron de ver a Josie, pero ella se alegró cuando se fueron. Dolía, físicamente, tener que sonreír a Haley y hacer como si no estuvieras mirando los huecos y cicatrices de su cara. Le contó a Josie que ya la habían operado tres veces; un cirujano plástico de Nueva York que había donado sus servicios.
Brady no le soltaba la mano; a veces le pasaba los dedos por el pelo. Eso hacía que Josie tuviera ganas de llorar, porque sabía que, cuando él la miraba, todavía podía verla de un modo en el que nadie más volvería a verla nunca.
Allí también había otros que Josie no había visto desde el tiroteo. Profesores, como la señora Ritolli y el entrenador Spears, que habían pasado a saludar. El DJ que llevaba la emisora de radio en la escuela, estudiantes, algunos con un acné tremendo. Todos iban pasando por la cafetería mientras ella estaba allí sentada tomándose una taza de café.
Levantó la mirada cuando Drew acercó una silla para sentarse frente a ella.
– ¿Cómo es que no estás en la sala con el resto de nosotros?
– Porque estoy en la lista de la defensa.-O, como estaba segura de que todos en la otra sala pensaban, en el lado del traidor.
– Ah-dijo Drew, como si entendiera, aunque Josie estaba segura de que no-, ¿estás lista para esto?
– No tengo que estar lista. En realidad, no van a llamarme.
– Entonces, ¿por qué estás aquí?
Antes de que ella pudiera responder, Drew saludó con la mano y entonces Josie vio que había llegado John Eberhard.
– Oye-dijo Drew, y John se dirigió hacia ellos. Caminaba cojeando, pero caminaba. Chocó los cinco con Drew y, cuando lo hizo, ella pudo ver en su cuero cabelludo el lugar por donde había entrado la bala.
– ¿Dónde has estado?-preguntó Drew, haciendo sitio para que John se sentara a su lado-. Pensé que te vería por aquí en verano.
Él asintió con la cabeza.
– Soy…John.
La sonrisa de Drew se borró como si hubiese sido pintada.
– Esto…es…-prosiguió John.
– Esta mierda es increíble-murmuró Drew.
– Él puede oírte-reaccionó Josie, y se inclinó hacia John-. Hola John. Yo soy Josie.
– Jooooz .
– Exacto. Josie.
– Soy…John-dijo él.
John Eberhard había jugado de portero en el primer equipo de hockey del Estado desde que estaba en primer año. Cada vez que el equipo ganaba, el entrenador siempre elogiaba los reflejos de John.
– Shoooo-dijo él, y arrastró un pie.
Josie miró hacia abajo y vio la correa de velcro de su zapatilla suelta.
– Aquí vamos-dijo ella, abrochándosela.
De repente, no soportó más estar allí, viendo aquello.
– Tengo que volver-dijo Josie, levantándose. Mientras se alejaba, al doblar la esquina a ciegas, chocó contra alguien.
– Perdón-murmuró, y entonces oyó la voz de Patrick.
– ¿Josie? ¿Estás bien?
Ella se encogió de hombros y luego sacudió la cabeza.
– Ya somos dos.-Patrick sostenía una taza de café y una rosquilla-. Lo sé-prosiguió-: soy un cliché andante. ¿Lo quieres?-Le dio la rosquilla y ella la aceptó aunque no tenía hambre-: ¿Vienes o vas?
– Voy a la cafetería-mintió, antes incluso de darse cuenta de que lo hacía.
– Entonces hazme compañía durante un par de minutos.-La llevó a una mesa en el otro extremo de donde se encontraban Drew y John; podía notar cómo la miraban, seguramente preguntándose por qué se sentaba allí con un policía-: Odio la parte en la que hay que esperar-dijo Patrick.
– Por lo menos tú no estás nervioso por tener que testificar.
– Claro que lo estoy.
– Pero ¿no lo haces todo el tiempo?
Patrick asintió con la cabeza.
– Pero eso no hace más fácil ponerse de pie frente a una sala llena de gente. No sé cómo lo hace tu madre.
– Entonces, ¿qué haces para superar el miedo escénico? ¿Te imaginas al juez en ropa interior?
– Bueno, no a este juez-contestó Patrick y luego, al darse cuenta de lo que había implícito en lo que había dicho, se sonrojó por completo.
– Eso probablemente sirva-comentó Josie.
Patrick tomó un pedazo de la rosquilla.
– Intento decirme a mí mismo que, si digo la verdad, no puedo meterme en problemas. Después dejo que Diana haga todo el trabajo.-Tomó un trago de su café-. ¿Necesitas algo? ¿Una bebida? ¿Más comida?
– Estoy bien.
– Entonces te acompaño de regreso. Vamos.
La sala de los testigos de la defensa era minúscula, porque éstos no eran muchos. Un hombre asiático al que Josie nunca había visto antes estaba sentado de espaldas a ella, escribiendo en su computadora portátil. Había una mujer dentro que tampoco estaba cuando Josie salió, pero no podía verle la cara.
Patrick se detuvo frente a la puerta.
– ¿Cómo crees que van las cosas en el tribunal?-le preguntó ella.
Él dudó.
– Van.
Josie pasó junto al alguacil que les estaba haciendo de niñera, y se dirigió hacia el asiento que había al lado de la ventana, donde antes se había acurrucado para leer. Pero en el último minuto decidió sentarse a la mesa que había en medio de la sala. La mujer ya sentada allí tenía las manos cruzadas frente a ella y la mirada fija en la nada.
– Señora Houghton-murmuró Josie.
La madre de Peter se volvió.
– ¿Josie?-la miró con los ojos entreabiertos, como si así pudiera enfocar mejor.
– Lo siento mucho-susurró Josie.
La señora Houghton asintió con la cabeza.
– Bueno-empezó, e inmediatamente se detuvo, como si la frase no fuera más que un acantilado desde el que saltar.
– ¿Cómo va todo?-Josie deseó inmediatamente poder retirar la pregunta. ¿Cómo pensaba que le podía ir a la madre de Peter, por el amor de Dios? Probablemente, en esos momentos estuviera ejer-ciendo todo su autocontrol para no disolverse como la espuma e irse volando por la atmósfera. Lo cual, Josie se dio cuenta, significaba que tenían algo en común.
– No esperaba verte aquí-dijo la señora Houghton suavemente.
Por aquí no quería decir el tribunal, sino aquella sala. Con los escasos testigos que habían sido citados para defender a Peter.
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