Nicholas Pileggi - Casino - Amor y honor en Las Vegas

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Casino: Amor y honor en Las Vegas: краткое содержание, описание и аннотация

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Frank Rosenthal, El Zurdo, tuvo algo de simbólica: como la traca final de una era en la historia de la capital mundial del juego, Las Vegas.
Rosenthal, formado en la escuela de las apuestas deportivas ilegales llegó, como otros muchos, a Las Vegas con el propósito de hacer olvidar su pasado y seguir trabajando en lo que siempre había hecho: ser jugador. La pequeña ciudad de Nevada, sumidero de esperanzas bajo una capa febril y brillante, era una verdadera mina de oro, ideal para quienes patrocinaron la mudanza de Rosenthal, como también la de su viejo amigo Tony Spilotro, tan amante del dinero como de la violencia. Ambos fueron símbolos de una etapa frenética, trufada de violencia e ilegalidades, marcada por los intentos de la Mafia de establecer su hegemonía sobre los casinos. Una ciudad sin sitio para el amor, por lo que éste -como el que sentía Rosenthal hacia Geri, su esposa- estaba abocado al fracaso.
Casino, basada en hechos reales es, más allá de una novela de ritmo casi cinematográfico, un fascinante documento sobre el mundo del juego, sus leyes y sus corruptelas. Amor y adulterio, negocio y delito se entremezclan en una obra intensa y original, reveladora y absorbente.

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Fui a recoger a Tony al aeropuerto. La poli revolvió todo su equipaje. Tony quedó totalmente sorprendido, pero Nancy estaba que mordía. No creo que él supiera que venía señalado desde París. No creo que supiera que estaba quemado y que la cosa iba a más.

Cuando llegamos a casa, recuerdo que dieron de comer a Vincent, su hijo, y luego Tony sacó una toalla blanca y la extendió en la mesa de la cocina. Seguidamente Nancy inclinó la cabeza sobre la mesa y se fue sacando uno a uno los diamantes que llevaba en el pelo. Iban saltando uno tras otro. Él se los había hecho esconder allí. Los de aduanas les habían confiscado algunos diamantes, pero las piedras más valiosas pasaron ocultas en el moño de Nancy.

Dos meses después, la policía francesa descubrió que Spilotro y Cook habían asaltado un apartamento en el Hotel de Paris de Montecarlo la noche del 7 de agosto, del que habían sacado 525.220 dólares en joyas y 4.000 dólares en cheques de viaje. Había alquilado dicho apartamento una acaudalada americana casada que había permanecido allí con un joven y por tanto estaba poco dispuesta a prestarse a una investigación. Cuando decidió hacerlo, Spilotro y Cook ya habían vuelto a los Estados Unidos.

Spilotro y Cook fueron declarados culpables en ausencia por la Audiencia de Monaco y sentenciados a tres años de cárcel si decidían volver a dicho país.

Según Cullotta:

Llevaba cinco años en la banda de Tony y jamás había visto a Rosenthal El Zurdo. Yo trabajaba con sus desvalijadores y gorilas. El Zurdo actuaba en su rollo de apuestas. Sam El Loco se ocupaba del tinglado del prestamismo y romper la crisma al personal. A Tony le gustaba mantener cada cosa en su sitio.

Cuando quería que le llevaras a algún sitio, por ejemplo, nunca te decía a quién encontrarías allí ni nada de nada. Tenías que limitarte a hacerlo y luego, tal vez, te contaba el próximo paso. Además, al llegar al sitio, te dabas cuenta de que el que estaba allí no tenía la menor idea de que se iba a encontrar contigo.

Y así, aquella tarde recibo una llamada de Tony y me dice que pase por su piso. Yo sabía que me necesitaba para hacer algo; no dice el qué ni nada de nada. Tampoco espero que lo haga. Y me voy para allá.

Tony y Nancy tenían un bonito piso de dos habitaciones en la cuarta planta de un edificio de Elmwood Park. Llego allí y me encuentro jugando al gin rummy con un individuo alto, delgado, de tez blanca. Era El Zurdo.

Nancy iba de acá para allá preparando café o llamando por teléfono. Me quedé detrás de Tony mientras jugaba unas cuantas manos, pero no abrí la boca. En algún momento me dirigí en voz baja a Nancy, pero me daba cuenta de que Tony le estaba pegando una paliza al otro.

Hay que tener en cuenta que Tony jugaba al gin rummy muy, pero que muy bien. Podía jugar doscientos puntos sin perder. El tipo podía ser perfectamente un jugador profesional de gin rummy. Una noche estaba en el bar de Jerry, en la barra, jugando al gin rummy con Jerry. Al otro le iban interrumpiendo todo el rato los clientes, y por fin Tony me dijo que atendiera yo a la barra.

Hice lo que me decía y estuvieron jugando hasta que Tony le sacó al pobre hombre quince mil dólares. Jerry se cayó del taburete y empezó a llorar.

– Me será imposible pagarlo -le dijo a Tony.

– Vale, me quedo con el bar -respondió el otro.

Jamás vi que Tony tuviera que pagar. Te obligaba a jugar hasta que le abandonaba la suerte. Normalmente, cuando ganaba a alguien, pongamos por caso quince mil dólares, me mandaba a acompañar al individuo al banco, yo tenía que esperarme allí mientras hacía efectivo un cheque y luego me entregaba el dinero para que yo se lo llevara a Tony.

De un montante de quince mil dólares, Tony reservaba tres mil para mí por el trabajo de asegurar que el otro no se escaqueara y por llevarle el dinero en efectivo. Tony era muy generoso. Cuando andaba por la ciudad, siempre pagaba todas las cuentas él. Le daba igual que fueran veinte o treinta personas, la cuenta siempre era para Tony. Y se cabreaba muchísimo con quien intentaba hacerse cargo de las propinas. Éstas también le tocaban a él. Jamás nadie pagó su comida.

Por fin, El Zurdo se levanta. Dice que ya le basta. «Se acabó», dice. Aquellos fulanos sabían latín. El Zurdo soltó tan sólo unos ocho mil y dijo que no llevaba más efectivo, que lo conseguiría y se lo pasaría más tarde a Tony.

Me di cuenta de que eran íntimos porque Tony no me dijo que fuera con El Zurdo a buscar el dinero. Me mandó tan sólo a acompañarlo a una parada de taxis situada entre las avenidas Grand y Harlem, en la frontera entre Elmwood Park y Chicago.

Aquélla era la única razón por la que Tony me mandó ir a su casa. No quería que El Zurdo llamara a un taxi desde allí. No le interesaba que se registrara ninguna recogida en taxi en su domicilio. Así, cuando dejé a El Zurdo en la parada nadie supo de donde venía. Y también por ello él no acudió a casa de Tony conduciendo su coche. No quería que nadie pudiera anotar su matrícula delante del domicilio de Tony. Por aquel entonces, Tony iba con mucho cuidado con este tipo de detalles. Era muy cauteloso.

Durante el trayecto, El Zurdo apenas abrió la boca. Permaneció allí sentado con aire abatido. Creo que no estaba acostumbrado a perder.

El Zurdo era misterioso. No podías leerle el pensamiento. A Tony le encantaba estar con él porque incluso entonces El Zurdo era uno de los mejores pronosticadores del país. Los viernes por la noche solíamos andar por ahí antes de apostar. Tony le preguntaba a veces a El Zurdo: «¿Qué me dices del Kansas?» y el otro se limitaba a responder: «No tengo formada ninguna opinión». Entonces Tony podía decirle: «¿Y el Rutgers-Holy Cross?» Y El Zurdo respondía: «Sin opinión».

Tony tiene la lista de los partidos universitarios impresa con las probabilidades; es larga como una nota de supermercado y va repasando partido por partido, mostrándoselo El Zurdo, y éste, allí de pie, apoyado contra la barra, tomando su agua Mountain Valley, mirando algún combate en diferido por la tele, va repitiendo su falta de opinión a Tony hasta asesinarlo.

Por fin, Tony explota. Mete la lista entre las manos de El Zurdo.

– Venga, escoge, escoge tú mismo.

Sin apenas apartar la vista del combate, El Zurdo coge la lista de Tony, señala rápidamente un par de puntos con un lápiz y se la devuelve a Tony.

Tony observa la lista, mientras El Zurdo sigue mirando la televisión.

– ¡Eh! -dice Tony-. ¿Qué es eso? Aquí tengo cien partidos. El próximo fin de semana juegan todos los equipos de baloncesto del país, ¿y tú me marcas dos?

En el bar todo el mundo permanece en silencio. Nadie quiere meterse con ellos dos. El Zurdo se vuelve hacia Tony como si éste fuera un crío y dice:

– Sólo hay dos buenas apuestas.

– Sí, sí -le responde Tony-. Eso ya lo sé pero ¿y el Oklahoma-Oklahoma State? ¿Y el Indiana-Washington State? Por Dios, fíjate en todos éstos.

– Mira, Tony, te he marcado las dos mejores apuestas de la lista. Olvida el resto.

Tony se exalta y empieza a refregar el papel por la cara de El Zurdo.

– ¿Dos apuestas entre cien? ¿Así es como juegas tú?

El Zurdo se lo mira como quien mira a una cucaracha.

– Creía que tenías la intención de ganar -dice.

– Pues claro que quiero ganar, pero también quiero divertirme. ¿Por qué no te relajas un poco? ¿Por el amor de Dios!

– ¿Cuánto piensas apostar? -pregunta El Zurdo.

– Un par de los grandes, lo que sea… ¿Tú cuánto apuestas?

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