Lorenzo Rinaldi elige un restaurante italiano, un lugar de pastas exclusivo, con pocas mesas rodeadas de sillas antiguas de distintos estilos y tapizados, una bodega en el sótano que se puede ver a través de algunos huecos vidriados en el piso concebidos para que los clientes del restaurante vean los vinos sin moverse de sus mesas. Lo que tiene de bueno estar ya ahí, se dice Nurit, es que en unos minutos más van a comer y en una o dos horas ella estará libre de Lorenzo Rinaldi y de su conversación. El tiempo que sigue transcurre un poco mejor, ella saca algunos temas que le interesan más -cine, libros, sus hijos, el caso Chazarreta- para evitar que se instale la conversación monotemática de Rinaldi. Pero él parece no meterse de verdad en los temas que ella elige. Contesta con algún monosílabo, asiente, sonríe, pero no escucha, sólo espera que termine para poder volver a hablar de él y de su mundo. Entrada, plato principal, vino elegido por Rinaldi después de dar varias vueltas y querer demostrar que de eso sabe, postre, café. Listo. Se suben al auto. Pero Rinaldi no arranca. La mira. Se sonríe. Se mete en la boca una tableta de menta para mejorar el aliento. Le ofrece una a ella; no, gracias, dice Nurit y el hecho de que él esté preocupado por su aliento la pone alerta. ¿Supiste que me operé hace un mes atrás?, pregunta Rinaldi. No, no supe, ¿algo importante? No, nada grave, pero incómodo, la semana pasada me dieron el alta. Me alegro, dice ella. Próstata, dice él. Ah, es bastante común en hombres de tu edad, ¿no? Sí, eso me dijeron, pero no fue consuelo, dice él y se ríe. Luego Rinaldi se acomoda en el asiento de manera de poder mirarla mejor y deja en claro de forma evidente que no piensa poner el auto en marcha por el momento. Soy virgen otra vez, dice. ¿Qué?, le pregunta Nurit. Que todavía no estrené el aparataje después de la operación, aclara él. ¿Este hombre me está hablando de su pija?, se pregunta Nurit Iscar en silencio sin terminar de creerlo. Me dijeron que no voy a tener problemas, pero hasta que no pruebe no voy a estar tranquilo. Ah, mirá, dice Nurit. Él le sonríe, la mira directo a los ojos. Ella se teme lo que está por venir. La tableta para el aliento, se dice a sí misma. ¿Me querés ayudar, Betibú?, pregunta Rinaldi con cara de oveja recién nacida que perdió el rebaño. ¿Vos me estás hablando en serio?, le contesta ella con otra pregunta. Nosotros funcionábamos bien juntos, bueno, por lo menos yo tengo ese recuerdo, ¿o no? Sí, funcionábamos bien, dice Nurit, hasta que dejamos de funcionar. Dale, dice él, ¿querés estrenarme?, mirá el privilegio que te estoy dando. No, no, ¡un hijo de puta!, dirá Paula Sibona un par de horas más tarde cuando Nurit le cuente lo que dijo: “mirá el privilegio que te estoy dando”. ¿Y así, de una, sin ni siquiera hacerte el novio?, preguntará Carmen. Yo creo que tenés que estrenarla con Marisa, Lorenzo, le dice Nurit, ella te va a tener paciencia, te conoce de tantos años, andate a Bariloche, relajate en ese lugar soñado, y estrenala con ella. Rinaldi niega con la cabeza y luego dice: No me preguntes por qué, pero estoy seguro de que con Marisa no va a funcionar. Entonces probá con una prostituta, ellas sí que son especialistas en hacer resucitar pijas, dice Nurit sin ni siquiera pestañear al decir la palabra pija, mirándolo también ella directo a los ojos y sosteniéndole la mirada. No se reconoce hablándole a Rinaldi con tanto desparpajo, pero le gusta hacerlo. ¿Eso le dijiste?, preguntará Carmen en medio de risas. ¡Qué tipo hijo de remil putas!, volverá a decir Paula. No, una prostituta tampoco, dice Rinaldi y suspira antes de seguir: ¿Sabés que nunca me gustó tener sexo con prostitutas? Es una buena oportunidad para probar, contesta ella, ¿viste que cuando uno es joven a veces le gusta más lo salado y cuando es viejo lo dulce?, a lo mejor probás y te llevás una sorpresa. Y yo que tenía puestas todas mis esperanzas en que vos fueras mi Florence Nightingale, dice él, ¿de verdad no querés ser mi Florence Nightingale? Yo no te puedo creer, dirá Carmen espantada, no te puedo creer, decime que no, que no lo dijo. ¿Pero quién se cree que es ese pelotudo?, dirá Paula. No, no quiero ser tu Florence Nightingale, dice Nurit.
El recorrido hasta La Maravillosa se hizo, al menos para ella, interminable. Él la deja en la puerta de la casa que ella ocupa, pero esta vez no baja. Pensalo, le dice, yo martes y jueves te puedo hacer de novio. Martes y jueves, repite Nurit. Y acordate qué bien lo pasábamos juntos. Ella se lo queda mirando. Pensalo, vuelve a decir él, y Nurit le sonríe y se mete en la casa sin contestar.
De erotizar a una mujer cero, este tipo, le dice Paula Sibona mientras le alcanza un café a su amiga y sigue: ¿Cómo podés calentarte con alguien que te propone ser su Florence Nightingale? Si planta eso así, es porque está muy seguro de que hay minas que le harían de Florence Nightingale con ganas, dice Nurit. ¿Se dan cuenta, no?, pregunta Paula ¿De qué? De que hasta hace un tiempo los problemas de los hombres con los que salíamos eran distensión de ligamentos, meniscos, una apendicitis con toda la furia. La próstata es un viaje de ida, le dice Carmen.
Para cuando Nurit Iscar repasa con sus amigas los pormenores de la salida con Lorenzo Rinaldi, el pibe de Policiales recibe un mail que lo sorprende. Es de Gandolfini, pero no de Gonzalo sino de su padre, Roberto, el hermano del Gandolfini muerto. Hola, sé por mi hijo Gonzalo que usted conocía a mi hermano y a sus amigos. Me dijo también que le hizo una serie de preguntas que él no sabe responder, por eso me dio su mail para que yo le contestara. Pero es tanto lo que hay para hablar de aquella época que a lo mejor sería más conveniente que nos encontráramos a tomar una café. ¿Qué le parece? ¿Cómo viene el resto de este domingo para usted? ¿Vive en Buenos Aires como nosotros? Un abrazo, Roberto Gandolfini. El pibe de Policiales otra vez bulle. Lo llama a Jaime Brena antes de contestar el mail. Increíble, dice Brena. ¿Si me tiro el lance y le pido que lleve alguna foto de aquella época al encuentro?, tal vez damos con una copia de la perdida y tenemos así el grupo completo. Sí, me parece bien, pero lo que me preocupa es otra cosa, pibe, si no habías nacido cuando fue el caso de la doctora Giubileo, ¿cómo podés conocer vos a Chazarreta y su compañía de aquella época? Cuando ellos terminaron el colegio secundario, vos tampoco habías nacido, ¿o me equivoco? Tenés razón. El pibe de Policiales y Jaime Brena se quedan un instante en silencio, pensando, y luego el pibe dice: ¿Y si vos te hacés pasar por mí?, lección número uno de Jaime Brena: disfrazarse. ¿Cómo sería eso? El sobrino de Gandolfini sabe mi nombre, aparece en Facebook, y él se lo dijo a su padre al pasarle mis datos; cambiar eso ahora, desdecirse, los pondría alertas, desconfiarían. Pero de mí no tienen más dato que ése, el nombre; en mi foto de Facebook no está mi cara sino la camiseta de Estudiantes de La Plata. ¿Sos de La Plata, pibe? No, soy de Estudiantes, nada más, aclara y sigue: Vos, Brena, sí podés haber sido amigo de ellos. Dios me libre, pero sí, yo soy tan viejo como esos tipos. Hay un riesgo, advierte el pibe, que Gandolfini te reconozca; aunque sos un periodista de gráfica, apareciste varias veces en televisión y para colmo hablando de la muerte de la mujer de uno de los amigos de su hermano. Si el tipo te vio en alguno de esos informes y te conoce, ¿qué le decimos? Que me parezco a Jaime Brena, efectivamente, y que eso me ha traído grandes problemas a lo largo de la vida, pero que por suerte yo no soy él. El pibe se ríe. Lo que dijiste, mimetizarse, pibe, disfrazarse, esconderse, decir que uno es quien no es, lo que haga falta, eso es parte de la profesión. Los periodistas de Policiales somos detectives neuróticos obsesivos, y tercos, sabemos lo que es el fracaso pero remamos hasta el final. Y como dijo Walsh, si no hay justicia, por lo menos que haya verdad. Lo dijo Walsh, ¿no? El pibe no contesta, pero lo va a averiguar. En Internet. Citalo a Gandolfini en un bar para dentro de una hora o dos, decile que traiga fotos, sí, y reenviame todos los mails que hayas intercambiado con él o con su hijo así no meto la pata. Pasame a buscar, ¿podés?, vos me esperás en el auto mientras yo hablo con Gandolfini. Según lo que surja de esa charla, a lo mejor nos podemos ir a trabajar un rato a lo de Nurit Iscar, ¿qué te parece? Me parece bien, ¿le escribo a Nurit para decirle en qué andamos? Yo la llamo, dice Brena, pasame el número. Te lo pasé en un mail, dice el chico. No me vas a hacer prender la computadora para buscar un número de teléfono, ¿no, pibe? El pibe de Policiales le pasa el número. Y Jaime Brena llama. Increíble, dice Nurit Iscar usando la misma palabra que un rato antes usó él cuando lo llamó el pibe de Policiales para contarle. Estamos cerca, Brena. Estamos cerca, sí, le contesta él y luego pregunta: ¿Te parece que cuando terminemos la reunión con Gandolfini vayamos para tu casa?, creo que tendríamos que juntarnos a intercambiar ideas y empezar a aproximar conclusiones, aunque sean borradores. Sí, claro, los espero, dice ella, ¿a qué hora vendrían? Creo que de comprar una pizza para cenar no te vas a salvar, Betibú. Ella dice: Me han pasado cosas peores, Brena. Y sonríe, y él no ve su sonrisa pero la intuye.
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