Las flappers eran populares pero sucumbieron -como tantos- a una crisis económica: el Crack y la Gran Depresión de 1930. La década trajo un resurgimiento de las ideas conservadoras y de los mandatos religiosos, que veían con malos ojos la vida liberal, no sólo desde el punto de vista sexual, de estas mujeres. Incluso el dibujo Betty Boop suavizó algunos de sus rasgos durante esta época: a la pobre primero le alargaron la pollera, después le cerraron el escote, y por fin le sacaron la liga. Pero la verdadera Betty Boop sobrevivió a la censura y varios símbolos flappers quedaron como guiño de género para las generaciones futuras. Al menos para las generaciones futuras en el mundo occidental, que no es el mundo completo.
Betty Boop fue, es y será definitivamente una mujer sensual y sexual. Eso es lo que importa. Usa vestido corto y portaligas, muestra sus pechos con buenos escotes -pechos grandes pero no desaforados como los de Viviana Mansini a partir de la menopausia, aclaró Carmen-, los personajes con que comparte la serie intentan espiarla cuando se baña, le gusta bailar el hula hula bamboleando las caderas y repetir su frase Boop Boop a Doop mientras baila -frase que Helen Kane intentó impedir que se usara entablando un juicio contra la productora que finalmente perdió la actriz-. Betty Boop fue una de las primeras en hacer un cameo participando en Popeye el Marino. En los 60 le dieron color en la pantalla y en los 80 explotó el boom de su merchandising; hoy hay desde bombachas hasta tarjetas de crédito Visa del Bank of America con la imagen de Betty Boop. En 1988 hizo otro cameo en una película que terminó ganando un Oscar: ¿Quién engañó a Roger Rabbit? En 1994, una de sus películas de 1933, Snow White, fue seleccionada por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos para que forme parte de su videoteca y sea preservada en el Archivo Nacional de películas. ¿Eso es bueno?, preguntó Paula Sibona. A mí no sé si me gustaría que preservaran mi imagen en un archivo para la eternidad, eso de que me imagen sobreviva tanto tiempo a mi cuerpo en movimiento me da un poco de impresión. Pero el cuerpo de un dibujo animado no envejece como el nuestro, contestó Carmen. ¿Hacía falta que lo aclararas?, preguntó Paula.
¿Saben las chicas del secundario que la llevan estampada hoy en sus carpetas, cartucheras, mochilas o remeras qué representa Betty Boop? ¿Saben que tuvo que llamarse a la calma en los 30? ¿Por qué esa mujer cartoon reaparece con tanta fuerza en el siglo XXI? ¿Es Betty Boop sólo un producto más de marketing que consumimos sin pensar? Nurit Iscar no lo cree. Nurit Iscar, Betibú, se resiste a pensar que hoy Betty Boop está en todas partes sólo porque es negocio. Ella sigue creyendo en la fuerza que transmite el ícono, aunque sea al inconsciente de quienes la eligen ochenta años después.
A las seis y media Lorenzo Rinaldi vuelve a llamar a Nurit Iscar y ella, esta vez, luego de oír su voz, atiende. Está nerviosa pero preparada. Después de aquel primer llamado, a las cinco y pico de esa misma tarde, Nurit habló dos veces con Paula Sibona, una con Carmen Terrada y recibió varios mails de las dos. No me traten como si estuviera a punto de mandarme la cagada de mi vida, que no tenemos más veinte años, escribió con copia a las dos después del quinto mail de Carmen insistiendo sobre el peligro de relacionarse otra vez con Rinaldi. Por lo menos preguntale antes si se separó de la mujer, pasó tanto tiempo que a lo mejor está libre y no sabemos, sugirió Paula, siempre la más esperanzada de las tres. Es un llamado de trabajo, nada más, respondió ella y apagó la computadora para no leer ningún otro consejo, advertencia o reto de sus amigas hasta después del llamado de Lorenzo Rinaldi.
Esta vez tenés que hacerlo, Betibú, hace mucho que nadie sabe nada de vos, que nadie te lee, ¿cuánto hace que no aparece un nuevo libro tuyo en las librerías? Más de tres años, el mismo tiempo que llevamos sin vernos, piensa ella pero no le contesta la pregunta. Una crónica de estas características en un diario como El Tribuno te va a devolver al ruedo. Es que no estoy segura de querer volver a ningún ruedo; pero si tuviera que elegir, a lo mejor preferiría torear que meterme otra vez en las fauces de la literatura y sus derivados en esta ciudad. Te va a devolver a tus lectores, ¿eso suena mejor? Nurit Iscar no contesta, por un instante se queda pensando en el sonido de su voz, de la voz de Lorenzo Rinaldi, y no en lo que dice. Esa voz es la misma, no cambió en estos tres años. La voz tarda más en envejecer, piensa. ¿Y sus manos? ¿Seguirá teniendo arriba de sus orejas esas canas que ella acariciaba o su pelo oscuro estará ahora más blanco? Intenta concentrarse otra vez en lo que esa voz le dice: ¿Cuánto querés?, ¿una columna?, ¿media página? Ella sigue sin responder. ¿Qué escritor que conozcas dispone hoy de media página en un diario que leen millones de argentinos? Ella suspira e intenta una pregunta directa: ¿Por qué querés que sea yo?, lo tenés a Jaime Brena en la redacción, quién mejor que él, que debe ser el periodista que más investigó y más sabe acerca del asesinato de la mujer de Chazarreta. Jaime Brena está afuera. ¿Qué quiere decir que está afuera? Cambió de sección dentro del diario. Ah, no sabía, dice ella, ¿por qué? Decisión editorial, agrega Rinaldi. Decisión editorial, linda frase para no decir nada; insisto: ¿por qué yo? Lo mismo, decisión editorial. No, a mí no me arreglás con una frase hecha. Cierto, casi me había olvidado de lo terca que sos. A ver, Betibú, tenés que ser vos porque en estos casos, sobre todo al principio, nadie sabe nada de nada por el secreto de sumario; en el punto en que está la cosa hoy, no se trata de investigar y repetir lo poco que dicen todos, hay que pensar, tener imaginación y, sobre todo, escribir bien. En el arranque se engancha al lector con la escritura y no con la información. Vos sos la dama negra de la literatura argentina, y la dama negra puede redactar lo que El Tribuno necesita en este momento; yo entiendo todo lo que hay que entender del mundo de la noticia y soy el editor de este diario, por eso sé que vos sos otra vez la mejor opción, como lo eras hace tres años, aunque no hayas aceptado aquel trabajo; eso quiere decir “decisión editorial”, ¿ahora te gusta más? Un poco más. ¿Aceptás entonces? Si aceptara, lo que yo podría hacer no sería periodismo. Ya lo sé, te quiero a vos porque sos novelista, los periodistas jóvenes cada vez vienen peor preparados, parece que escribieran con los pies, yo quiero alguien que escriba bien, algo tan sencillo como eso. Brena escribe bien, dice ella. Pero tiene otros problemas. Quién no. Mirá, Betibú, te conseguí un lugar en La Maravillosa, un director del diario compró hace un tiempo una casa con la idea de usarla los fines de semana pero no va nunca. Te instalás desde mañana allí con quien quieras, tratá de que no me ponga celoso, y escribís. Escuchás, mirás, pensás, inventás, y escribís. No me interesa que busques la verdad, me interesa que escribas algo que a la gente la atrape, que cuentes ese mundo, que describas a los personajes que vas a ver pasar, eso que vos sabés hacer tan bien. Pensalo, te llamo en dos horas para una respuesta por sí o por no. Ella se queda en silencio un instante y luego dice: Okey, llamame en dos horas.
¿“Tratá de que no me ponga celoso” te dijo el conchudo?, pregunta Paula Sibona sin terminar de creer lo que su amiga le acaba de contar. Sí, responde Nurit, que convocó a sus amigas a una reunión de emergencia en su casa. ¿Sabés qué?, se te nota que querés hacerlo y eso me preocupa, le dice Carmen Terrada. Pero juro que no es por Rinaldi. Sí, sí, claro, ironiza Paula. Es por mí, insiste Nurit, porque es trabajo, porque en dos semanas más termino de desarmar los nudos de la ex mujer de ese transportista y me quedo sin ingresos a la vista, porque sería la oportunidad de cambiar aquello que pasó hace tres años. ¿Rinaldi sigue casado?, pregunta Carmen. No sé, responde ella. Si sigue casado no vas a cambiar nada, sentencia Paula. No me refiero a cambiar mi relación con él, me refiero a cambiar una decisión de mi carrera que a lo mejor estuvo equivocada; creo que si hubiera aceptado hacer ese trabajo quizás hoy seguiría escribiendo novelas propias. Mirado desde ese punto de vista me gusta más, dice Carmen. Pero sólo desde ese punto de vista. ¿Alguna de las dos sería capaz de venir a regar mis plantas? Cagamos, lo vas a hacer, concluye Paula. No sé, siento que esto me acercaría a un trabajo mucho más gratificante que escribirle libros a otros. En eso tenés razón, dice Paula. Pero cuidate de Rinaldi, pide Carmen. Me voy a cuidar. No sólo por vos, también por nosotras, ¿con qué grúa te levantamos si caes otra vez en las redes de ese tipo?
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