Pantalón negro y una blusa vaporosa, que no sea transparente pero sí sugestiva. Ésa fue la indicación de Paula Sibona con respecto al atuendo que debía ponerse Nurit Iscar para la reunión con Rinaldi al día siguiente. No importa que ya no exista nada entre ellos. No importa que Nurit haya tomado este compromiso sólo por cuestiones profesionales. Y de subsistencia. Y de reparación histórica. Nadie se enfrentaría a un antiguo amor, años después, en una edad tan ingrata para la mujer como los cincuenta y pico, sin producirse mínimamente, le dijo su amiga. Y Nurit Iscar sabe que su amiga tiene razón. Él, Lorenzo Rinaldi, estará como siempre, supone. Tiene la absurda sensación de que estos tres años pasaron sólo para ella. En la foto que acompaña los editoriales de Rinaldi se lo ve igual. Pero no sabe si creerle, los periodistas a partir de determinada edad no actualizan esas pequeñas fotografías que ilustran sus notas en los diarios. Los escritores tampoco las que aparecen en las solapas de sus libros. Cuando una de ellas sale bien, queda ésa eternamente. Sin embargo, a pesar de tener claro que las fotos engañan, Nurit no puede evitar esa absurda sensación: él debe estar igual. Lorenzo Rinaldi, sí. La debacle de los hombres no es a los cincuenta: o la vida ya los arruinó antes, o los arruina después. Ella, si no es la que era, tiene que disimularlo. O compensarlo. O buscar la ropa adecuada que realce lo que tiene que realzar y esconda lo que tiene que esconder. Por ejemplo, perdió su cintura. No tiene panza, y eso lo agradece, pero perdió su cintura. La cola se cayó, no demasiado, pero lo suficiente como para que un jean haga dos o tres pliegues debajo de las nalgas. Más se cayeron los muslos, se desparramaron hacia los costados y se arrugaron. La piel de las piernas se le empezó a poner transparente, y no transparente bebé sino transparente viejo. Además de una várice que odia y la acompaña desde hace mucho tiempo -se la quiso operar pero cuando le describieron que tenían que tirar de ella con algo parecido a una aguja de crochet porque es una vena que recorre toda la pierna y se inserta en el tronco a través de la vagina, casi se desmaya y descartó en el mismo momento cualquier cirugía-, en las pantorrillas le salieron más arañitas. Pero para compensar casi no le salen más pelos, lo que es una de las pocas ventajas del envejecimiento. Tiene ya algunas manchas en la cara que promete que algún día se va a hacer sacar con puntas de diamante o luz pulsada como hizo Viviana Mansini. Lo hará el año en que escriba varios libros como Desarma los nudos, que le dejen la cabeza destrozada pero un margen de ahorro. En cambio, en las manos no tiene manchas. Tampoco tiene demasiadas arrugas en la cara. Ni en el cuello que, aunque no echó todavía papada, perdió tonicidad. Nadie en su familia se arrugó mucho, ni su madre, ni su abuela, así que supone que ella continuará con la tradición familiar de mujeres tensas. Tensas en varios sentidos. Las tetas no se cayeron, se expandieron con equidistancia, hacia los costados, hacia arriba, hacia abajo. Siente que le salen desde más cerca de las clavículas y sabe, además, que se le marca el surco entre los dos pechos, algo que nunca antes había sucedido. Nurit se conforma diciendo que para sus cincuenta y cuatro años está demasiado bien. En ese sentido no se parece a Betty Boop, ella no es un cartoon, mientras el dibujo animado conserva intactos los rulos, la boca y las piernas, su cuerpo, el de Nurit Iscar, Betibú, va mutando año a año. ¿Cómo sería una Betty Boop de cincuenta y pico de años?, se pregunta. ¿La dibujarían preocupada -como ella lo está hoy, a minutos de ver al último hombre del que estuvo enamorada- por cómo luce su cuerpo? No se acuerda de haber pensado en sus manchas, ni en la cintura que perdió, ni en sus muslos en los últimos tiempos. En realidad, nunca se preocupó demasiado por estas cosas. Pero hoy, cuando la vea Lorenzo Rinaldi, quisiera estar -tiene que reconocerlo- por lo menos, digna. Un cuerpo digno. ¿Hasta cuándo una mujer sentirá que tiene la obligación de lucir “linda”? Cincuenta y cuatro años. Ella quisiera tener un poco menos. No pide veinte, ni treinta. Cuarenta y cuatro o cuarenta y cinco, apenas una década de diferencia. Tendría que haberse separado entonces, aunque sus hijos fueran un poco chicos, igual los hubiera criado bien, está segura. Ésa fue su mejor edad. Pero entonces no lo supo, y ahora ya no importa. No se puede volver a atrás. Sólo se puede realzar lo que se tiene que realzar y esconder lo que se tiene que esconder.
Por eso acepta lo del pantalón negro que le propuso su amiga, aunque si se vistiera pensando que de allí va directo a un country se pondría un jean. Country da para jean, short o bermuda y ella short o bermuda no usa desde hace tiempo por esa maldita várice. Pantalón negro no está mal. Pero la camisa vaporosa sugerida por Sibona la cambia por una remera blanca, de mangas tres cuartos y escote redondo y generoso que resalta sus pechos, la parte del cuerpo de Nurit Iscar que ella considera con mejores posibilidades, a pesar de su expansión.
Baja del taxi con la valija y va a la recepción del diario. Entabla una pequeña discusión con la recepcionista acerca de si puede o no entrar en la redacción con la valija que lleva, pero finalmente la viene a buscar la secretaria de Rinaldi y eso le allana el camino. ¿Qué tal, señora Iscar? Hace mucho que no la veía por acá, le dice la mujer mientras van hacia el ascensor y Nurit no logra definir si en el tono con el que pronuncia la frase “hace mucho que no la veía por acá” hay un dejo de ironía o no. Tal vez es sólo ella que se siente perseguida por el pasado. Sí, hace mucho que no vengo, le contesta. Esa secretaria que la acompaña es la misma que asistía a Rinaldi cuando ellos estaban juntos y más de una vez la llamó en nombre de su jefe para pasarle mensajes, la mayoría de esas veces humillantes para Nurit, por ejemplo: Dice el señor Rinaldi que no lo espere, que no va a poder ir. O le mandó cosas de parte de él: entradas para algún espectáculo al que iban a ir juntos y luego Rinaldi canceló a último momento, pasajes, flores, bombones. Nurit Iscar se da cuenta de que el hecho de que aquella relación haya sido clandestina para Lorenzo Rinaldi la hace sentir a ella, aún hoy, incómoda. Como si la mirada de esa mujer, de alguna manera, la juzgara. O como si ella volviera a juzgarse a través de los ojos de esa mujer. Aunque Nurit sí se separó, aunque ella no engañó a nadie ni necesitaba clandestinidad, igual se siente molesta. ¿O será que lo que de verdad la molesta, la inquieta, la humilla, es que esa mujer sabe que Rinaldi no la eligió a ella, que a diferencia de Nurit él prefirió seguir casado y prolongar la relación en forma clandestina hasta donde durara y nada más? La elegida. No es fácil aceptar que una no es la elegida, piensa, una siempre sueña con serlo. La secretaria la hace sentarse en la recepción anterior a la oficina de Rinaldi y le ofrece un café. No, gracias, dice Nurit. Si ya le dolía el estómago, un café recalentado de cafetera de oficina enchufada las 24 horas no le va a hacer nada bien. Unos minutos después irrumpe en el pasillo un hombre joven que dice: Me espera Rinaldi, y avanza hacia la puerta de su oficina sin esperar la autorización de la secretaria, sin ni siquiera suponer que necesita algún tipo de autorización. Pero la mujer lo para en seco: A la señora también la espera el señor Rinaldi; sentate, en seguida los hace pasar. ¿Juntos?, pregunta él sin entender. Nurit no pregunta. Juntos, repite la secretaria y se levanta a hacer unas fotocopias. El hombre gira hacia donde está sentada Nurit, la mira, le hace un movimiento con la cabeza que no llega a ser un saludo y dice: Tendremos que esperar, entonces. Ella sonríe y repite lo mismo: Tendremos que esperar. Pero el pibe de Policiales no se sienta junto a ella para compartir la espera sino que se instala frente a la ventana y mira hacia afuera sin mirar.
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