Luego, esa noche, mientras comía en su casa con él y sus hijos, se sintió rara, en falta, como si hubiera percibido que detrás de los torpes movimientos de aquella tarde se escondía dentro de ella algo que no era apropiado, dadas sus circunstancias. Las circunstancias no son un tanque blindado, le dijo un tiempo después Lorenzo Rinaldi antes de besarla. Y no lo fueron. Poco después de aquel beso Nurit Iscar le dijo a su marido que quería separarse. Llevó un tiempo, él no estaba preparado. Pero tampoco enamorado a esa altura del matrimonio. Y hoy, cree ella, le debe de estar agradecido. La irrupción de Rinaldi en la vida de Nurit no hizo más que dejar en evidencia que su matrimonio estaba acabado hacía más tiempo del que ella creía. Juan, su hijo mayor, ya vivía con un amigo desde que había empezado la facultad, y Rodrigo, el menor, que ese año empezaba el ciclo básico, aceleró su mudanza con ellos, algo que le permitió no tener que optar con cuál de sus padres vivir. Los dos hijos mantuvieron una buena relación con Nurit pero con una frecuencia de encuentros mucho menor que la que ella hubiera querido, alimentada sobre todo por los llamados de Nurit y por sus invitaciones a comer los fines de semana que, a causa de la vida cada vez más independiente de sus hijos, se fueron haciendo poco a poco menos regulares, con ausencias de último momento apoyadas en excusas de distinto tipo.
La relación con Lorenzo Rinaldi duró dos años. El primero se sostuvo con el deseo de Nurit -y la promesa de él- de que se separaría en cuanto pudiera de su mujer. El segundo año fue el tiempo que le llevó a ella dejarlo a pesar de haberse convencido de que él nunca se separaría. Y el final coincidió con la muerte de Gloria Echagüe. Y con la salida de Sólo si me amas. A partir de la muerte de Echagüe, Rinaldi le pidió que hiciera una serie de notas para el diario. ¿Pero qué clase de notas?, yo no soy periodista. Non fiction, le contestó él, como Truman Capote. Truman Capote entrevistó a los sentenciados por un asesinato, y acá no sólo no hay sentencia, sino que nada se sabe, está todo muy confuso, dijo Nurit. Por eso, Betibú, tiene que hacerlo un escritor, es lo que pasa siempre, en las primeras etapas de un caso policial no hay datos concretos o no trascienden y no queda otra que inventar, imaginar, ficcionalizar. Me parece poco serio, dijo ella. Poco serio sería que invente un periodista, y vos no lo sos. Pero de todos modos a mí me parece poco serio que salga en un diario algo inventado por mí sobre un caso real, la gente se puede confundir. La gente siempre se confunde. No me quiero sentir responsable de eso. Betibú, no defiendas la moral donde no la hay. No es moral, es ética. ¿No es lo mismo? No, yo soy agnóstica. No la compliques más, yo lo único que quiero es que te sientes en el clubhouse de La Maravillosa y escuches lo que dicen los vecinos, que compres en la proveeduría donde compran ellos, que trotes por las calles donde ellos trotan, que juegues al tenis. ¡Yo no juego al tenis! Tomá clases. Basta, Lorenzo, no, yo estoy con la salida de mi nueva novela, ese es mi proyecto hoy, me comprometí a ir a presentaciones, ferias, entrevistas, no tengo tiempo, pedíselo a algún escritor que le interese hacerlo, vas a encontrar. Pero yo quiero que lo haga “la dama negra de la literatura argentina”. No. Quiero que lo haga mi Betibú, dijo, se acercó y la besó. Y ella sintió que ése era el beso de Judas. Pocos días después, Nurit Iscar dejó a Lorenzo Rinaldi definitivamente. El mismo día que en El Tribuno aparecía un extenso informe de Jaime Brena sobre el crimen de Gloria Echagüe en La Maravillosa, acompañado por la opinión de un novelista joven que hablaba acerca de cuál podría haber sido la historia que se escondía detrás de esa muerte todavía no resuelta. Nunca resuelta.
Un mes después salió en el suplemento cultural del diario El Tribuno la primera crítica de la novela de Iscar, Sólo si me amas. La primera crítica y la peor de todas, que abrió camino para las que le siguieron. A pesar de que ya no estaban juntos, Lorenzo Rinaldi la llamó para advertírselo: Parece que a quien hizo la reseña no le gustó tu novela, Betibú, pero si me meto va a ser peor. No te metas, le dijo ella y esperó que llegara el domingo siguiente, el día en que El Tribuno saca su suplemento cultural, con inquietud. La crítica se titulaba: “Sólo si me amas, la última y fallida novela de Nurit Iscar”. La firmaba Karina Vives, un nombre que ella nunca había oído mencionar. Un nombre que probablemente Nurit no olvide nunca más. La periodista que hoy tiene a cargo la sección Cultura de El Tribuno, la que se sienta a la izquierda de Jaime Brena. Esa que suele salir a la vereda a fumar con él.
Durante los dos años que duró la relación con Lorenzo Rinaldi, Nurit Iscar, Betibú, se lo pasó investigando, pensando y sacando conclusiones acerca de Betty Boop y lo que su imagen significa. Y aunque no compartió con sus amigas todas las dudas, algunos de sus encuentros terminaron en arduas discusiones acerca de ese personaje. Nurit quería decidir, más allá de que el apodo de su novio casado con otra -la palabra amante nunca le gustó- fuera cariñoso, si le gustaba o no a ella ser nombrada de esa manera. Por supuesto que Nurit conocía el dibujo, estático en la gráfica y animado en el cartoon, y podía reconocer que la imagen de esa mujer de cara redonda, rulos negros, y ojos grandes, en algo se le parecía. Pero además, le interesaba saber qué representaba o qué representó en las distintas épocas Betty Boop. Y si eso la representaba a ella, porque todo signo representa algo y esa representación no es ingenua. No seas tan complicada, le decía Rinaldi, te parecés al dibujo y punto. Pero Nurit Iscar era y es complicada, ella no tiene problema en reconocerlo. Si no fuera complicada no seguiría saliendo con vos, fue su contestación a Lorenzo Rinaldi. Complicada y ácida, dijo él. Eso también, confirmó ella. El apodo Betibú tenía, entre sus allegados, aliados y detractores. A sus hijos les gustaba, pero por supuesto no sabían de dónde había salido. Sus amigas votaban a favor o en contra de acuerdo no sólo con sus criterios sino con la simpatía o antipatía que les provocaba Lorenzo Rinaldi y su falta de definición acerca de su vida amorosa, que había puesto en situación de suspenso la vida, no sólo amorosa, de su amiga. Nurit no se podía comprometer con seguridad a nada por si a último momento Rinaldi se libraba de su mujer y podía hacer algún plan con ella: desde programar vacaciones o un viaje de fin de semana, hasta ir al cine. Carmen decía que el tipo era un crápula y que rebautizar a Nurit era la forma no sólo de marcar su ganado sino de no dejar rastros del verdadero nombre de su amante que pudieran ser descubiertos por su mujer. Mi mujer sos vos, respondía Rinaldi a las objeciones de Nurit, y a ella le gustaba creerle. Paula Sibona coincidía con Carmen aunque con vocabulario propio: un reverendo hijo de remil putas. A ella no le importaba el ganado ni los rastros, pero sí que su amiga lo pasara tan mal esperando que Rinaldi tomara decisiones que a esa altura ya era obvio que no iba a tomar. Sin embargo, estaba de acuerdo con llamarla Betibú, porque es cierto que te parecés, a mí su modelo de mujer sexy y mandada me gusta, y sin lugar a dudas es mejor llamarte Betibú que Daisy, Minnie, Barbie o La Chacha. Y porque si a un reverendo hijo de remil putas de vez en cuando se le cae una idea que vale la pena, por qué no usarla, concluyó la misma Paula. Viviana Mansini, en cambio, no opinaba sobre el uso del apodo sino que se limitaba a decir cada tanto: Pobre Nurit, y pobre la mujer de Rinaldi, también ¿no?, no nos olvidemos de ella. A lo que Carmen Terrada respondía: el que no se tendría que haber olvidado de ella es Rinaldi.
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