Claudia Piñeiro - Betibú

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Cuando parece que la tranquilidad ha vuelto a reinar en el country La Maravillosa, Pedro Chazarreta aparece degollado, sentado en su sillón favorito, con una botella de whisky vacía a un costado y un cuchillo ensangrentado en la mano. Todo hace suponer que se trata de un suicidio. Pero pronto aparecen las dudas. ¿Acaso algún justiciero habrá querido vengar la muerte de la mujer del empresario, asesinada tres años antes en esa misma casa? ¿Será ésta la última muerte?
El Tribuno, uno de los diarios más importantes del país, deja de lado por unos días su enfrentamiento con el gobierno para cubrir a fondo la noticia. Al escenario del crimen, envía a Nurit Iscar, una escritora retirada, y a un periodista joven e inexperto. Y aunque el antiguo jefe de la sección Policiales, Jaime Brena, ha sido desplazado por sacar los pies del plato, decide involucrarse en el caso y ayudar a su reemplazante y a Nurit, a quien admira en secreto.

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Gloria Echagüe apareció muerta tres años atrás, con un tajo en el cuello, igual que ahora su marido. La encontró su prima, Carla Donatto, vecina también del country La Maravillosa, que había quedado en pasar por su casa a última hora a tomar un café. Venite a las seis, le habría dicho Gloria que todos los domingos a las tres de la tarde iba al gimnasio y después de su rutina de cincuenta minutos tomaba un baño finlandés de media hora. Su prima, casada con Lucio Berraiz, ex socio y amigo de Pedro Chazarreta, la encontró tirada boca abajo, rodeada de vidrios de distintos tamaños y formas, con la mitad del cuerpo adentro de la casa y la mitad afuera, atravesando la puertaventana que separa la galería exterior del living de los Chazarreta. Llevaba puesta la ropa de entrenamiento con la que había salido del gimnasio, zapatillas y un gorro Nike negro con visera que todavía seguía en su cabeza.

¿Por qué ese domingo Gloria Echagüe quiso entrar por la puertaventana del living, cuando siempre usaba la puerta del costado lateral que da a la cocina? ¿Por qué debajo de ella no estaba el charco típico de los degollados? ¿Qué hacía una piedra bola, una idéntica a las que adornan el cantero de entrada, en el living de la casa? ¿Cómo Gloria Echagüe, que según testimonios de sus amigas cuidaba tanto ese parquet entarugado, supuso que la puertaventana de vidrio estaba abierta un día en el que lloviznó casi todo el tiempo y con 90% de humedad? ¿Con qué parte del cuerpo Gloria rompió el vidrio?, ¿con la rodilla?, ¿con la frente? ¿Por qué no había otros tajos entonces en su cuerpo? ¿Qué eran esos pequeños cortes en las palmas de las manos? ¿Cuál de los trozos de vidrio que la rodeaban provocó de lado a lado en su cuello un corte tan parejo, tan limpio, tan paralelo a la línea hipotética que describen los hombros de la muerta? ¿Por qué la galería estaba mojada pero no había manchas de barro o pisadas en un día en que todo era mugre?

Nadie se hizo esas preguntas aquel domingo. O pareció que nadie se las había hecho. Carla Donatto llamó inmediatamente al celular a Chazarreta, quien estaba comprando unos vinos en la proveeduría del country. “Vení ya, Pedro… a tu casa, vení, es Gloria”, dijo ella a los gritos según la declaración que tiempo después integraría la causa. Y Chazarreta tardó siete minutos en llegar. El llamado lo encontró en la caja de la proveeduría a punto de pagar, entonces pagó, con tarjeta -a las 18:15 quedó marcado su ticket en la caja registradora-, se subió al auto y fue directo a su casa. Siete minutos exactos, según consta en el expediente. Dos minutos en la caja, un minuto de caminata hasta el auto que había quedado en la otra punta del estacionamiento, un minuto hasta que acomodó los vinos, un minuto para transitar frente al house en un horario donde hay que darle paso a los chicos que salen de las actividades infantiles, y dos minutos para recorrer las cinco cuadras que separan la proveeduría de su domicilio a una velocidad máxima permitida de 20 kilómetros por hora. Siete minutos.

El marido de Carla Donatto se ocupó del entierro, incluso de conseguir un certificado de defunción falso donde decía que Gloria Echagüe había muerto de muerte natural. Todo se hizo con la velocidad de un rayo, y la mujer de Pedro Chazarreta fue enterrada en menos de 48 horas. Pero una semana después su madre, que vivía en el exterior y con la que Echagüe mantenía una relación distante desde su casamiento con Chazarreta, se permitió dudar. Viajó al país, fue a visitar la tumba de su hija, hizo preguntas. Las respuestas no la convencieron. Dudó más aún. Y con ella, por fin, empezaron a dudar todos. El fiscal pidió la exhumación del cadáver y después de pericias y otras diligencias judiciales la verdad salió a la luz: Gloria Echagüe fue degollada fuera de su casa y arrastrada hasta donde se la encontró, luego de que alguien rompiera con una piedra bola la puertaventana de vidrio. El asesino y sus eventuales cómplices limpiaron meticulosamente la sangre que había manchado la galería, borraron sus huellas, acomodaron la escena del crimen y, recién después, se fueron sin que nadie los viera. Nunca se encontró el arma homicida.

Fotos de Gloria Echagüe, fotos de Pedro Chazarreta, fotos de los dos juntos. Fotos de cuando eran jóvenes, fotos actuales. Fotos de Gloria Echagüe con unas amigas. Fotos de Chazarreta con unos amigos. Fotos de la pareja el día de su casamiento. Fotos de viajes. Fotos de Chazarreta el día del entierro de su mujer. Fotos de Chazarreta el día del inicio del juicio en su contra. Fotos de Chazarreta cuando lo llevan a cumplir con la prisión preventiva. Fotos de Chazarreta libre. Un breve comentario de aquel momento de Jaime Brena, el único periodista que pudo entrevistar a Chazarreta. Pero nadie tiene aún, claro, la foto de Chazarreta muerto. Corte.

Entonces Lorenzo Rinaldi le dice al pibe de Policiales: no vamos a ser los primeros pero tenemos que ser los mejores, y le saca el teléfono de la mano.

Nurit Iscar va a su computadora y tipea una a una las direcciones de los primeros diarios on line y agencias de noticias que le vienen a la memoria: La Nación, Clarín, El Tribuno, Página/12, Telam, Tiempo Argentino, Perfil, Crónica, La Gaceta, La Voz del Interior, La Primera de la Mañana. Y mientras lo hace piensa cuánta gente, a medida que se vaya enterando de la noticia, dirá: se hizo justicia. Lo mismo que concluía Jaime Brena unas horas antes, cuando escribía los datos que le pasaba el comisario Venturini en el papelito rosa que luego tiró en el tacho de basura del pibe de Policiales, y que ahora está sobre el escritorio de Rinaldi. Porque si bien la Justicia propiamente dicha, la de los jueces y los tribunales, dejó libre a Chazarreta por falta de mérito, la gran mayoría de los habitantes del país, equivocados o no, creen todavía hoy que Chazarreta fue quien degolló a su mujer. O la mandó degollar. Sin embargo, ella, Nurit Iscar, se permite la duda, sólo por eso de la falta de prueba. Aunque entiende el argumento de los otros: ¿por qué hacer pasar por accidente algo que a las luces del más tonto no lo era?, ¿por qué no darle intervención inmediata a la policía?, ¿por qué conseguir un certificado de defunción falso?, ¿puede gente educada en los mejores colegios y universidades ser tan ignorante? Pero sigue sin aparecer la prueba contundente, el arma homicida con sus huellas, un testigo, el ADN tomado de un pelo, del sudor, de otra sangre, lo que fuera que lo condene irrefutablemente; y entonces ella, aunque se equivoque, prefiere dudar. Debe dudar. No importa lo que sienta, lo que intuya. No hay pruebas. No importa cómo le caiga Chazarreta. Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Y ella no sabe si Pedro Chazarreta es inocente, pero sí que no se pudo demostrar que no lo fuera. No es el caso de Jaime Brena ni del 99,99% de la población: ellos no tienen dudas de que ese hombre es el asesino de su mujer. O que la mandó matar. O que sabe quién lo hizo y por qué, y se lo calla. Lo mismo da: culpable. Sin embargo, la justicia no es democrática, no se vota quién es culpable o no como se hace para elegir a un presidente o a un gobernador. Si lo fuera, si la justicia fuera un recuento de votos de la opinión pública, seguramente se habrían cometido varios errores. No siéndolo, también se los comete. Mientras Nurit revisa las noticias de último momento para ver si encuentra alguna información más acerca de la muerte de Chazarreta, evoca una a una las expresiones posibles que imagina pronunciadas a medida que cada persona conozca esa noticia. “Se hizo justicia”, “a la larga el que tiene que pagar, paga”, “Dios es justo”, “quien mal anda mal acaba”. En el mismo momento en que lo supo ella, o frente al noticiero de la noche, o con el diario de mañana por la mañana, en el departamento frente al suyo, en el de abajo, en el de la otra cuadra, en el café de la esquina. Hace doble click en la entrada del diario La Primera, ve que ya hay un breve informe de Zippo. Pero no bien comienza a leer, el sonido del teléfono la distrae y, aunque no atiende -nunca atiende sin que antes lo haga el contestador y la voz se identifique de manera que ella pueda decidir si toma el llamado o no-, tampoco sigue leyendo a la espera de que el sonido deje de quitarle concentración en la lectura y segura de que, una vez que la voz se identifique, rechazará el llamado. Pero la voz, esa voz, y la forma en que la nombra, la dejan tan helada como estuvo hace un rato cuando leyó la placa que decía Pedro Chazarreta degollado. Más helada. Hola, Betibú, oye que le dicen, y luego, llamame, mataron a Chazarreta y me gustaría que esta vez sí te ocupes del asunto. Y luego cortan. O corta. Sonido de ocupado. El contestador se detiene. Quien llamó se olvidó de decir quién era, o no se olvidó sino que tiene la certeza de que Nurit Iscar sabrá quién hizo el llamado. Y así es, ella sabe. No hace falta decirlo. Hay sólo un hombre en el mundo que todavía hoy puede llamar a Nurit con ese nombre, Betibú, un hombre que apenas al oír su voz le hace estremecer dentro de ella lugares que Nurit Iscar tiene casi olvidados: Lorenzo Rinaldi. Y es a él -y en menor medida al mismo Chazarreta, o al crimen que la mayoría de la población está convencida de que Chazarreta cometió- a quien Nurit Iscar, Betibú, le debe que luego de una exitosa carrera literaria -medida según algunos de los parámetros que en la literatura pueden medir éxito para unos y fracaso para otros- no haya vuelto nunca a escribir una sola novela propia, y haya decidido ganarse la vida siendo la escritora fantasma de gente que quiere contar cosas que a Nurit le importan tan poco como Desarma los nudos. Hola, Betibú, Nurit rebobina y escucha la cinta por lo menos cinco veces, Hola, Betibú, como si quisiera confirmar quién es que llama pero sin dudarlo un solo instante.

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