Cormac McCarthy - En la frontera

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Historia de dos adolescentes, Billy y Boyd, de origen campesino, que en medio de un paisaje hostil y huraño irán descubriendo las duras reglas del mundo de los adultos al tiempo que encuentran en la naturaleza el sentido heroico de sus vidas.
Segundo volumen de la llamada «Trilogía de la frontera», En la frontera nos remite a un tiempo inmediatamente anterior al de Todos los hermosos caballos, para centrarse en la historia de dos adolescentes, Billy y Boyd, de origen campesino, que en medio de un paisaje hostil y huraño irán descubriendo las duras reglas del mundo de los adultos al tiempo que encuentran en la naturaleza el sentido heroico de sus vidas. Desde una extraña relación de afecto y complicidad con una loba acosada por los tramperos hasta el asesinato de sus padres a manos de unos cuatreros, el personaje de Billy, protagonista a su vez del último título de la trilogía, Ciudades de la llanura, se verá inmerso en un destino en el que la belleza y la rapiña moral se presentan como los límites inseparables de una misma aventura vital.

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Cuando Billy volvió al campamento era casi de noche. El perro se irguió y la muchacha vino a ocuparse de los lustrosos y chorreantes caballos. Rodeó la lumbre, y dio vuelta a la silla de montar que se estaba secando.

Quiere ir a Namiquipa a ver a su madre, dijo Boyd.

Se quedó mirando a su hermano. Por mí puede ir a donde guste, dijo.

Quiere que yo vaya con ella.

¿Que tú vayas con ella?

Sí.

¿Para qué?

No lo sé. Porque tiene miedo.

Billy clavó la mirada en las brasas. ¿Y tú quieres ir?, dijo.

No.

¿Entonces?

Le he dicho que puede llevarse el caballo.

Billy se acuclilló lentamente con los codos apoyados en las rodillas. Sacudió la cabeza. No, dijo.

No tiene otra manera de ir.

¿Qué mierda crees que va a pasar si alguien la ve montando en un caballo robado? Demonios. Cualquier caballo.

No es robado.

Una mierda que no. ¿Y cómo piensas recuperarlo?

Lo traerá ella.

Sí. Al caballo y al alguacil. ¿Para qué se escapó si ahora quiere volver?

No lo sé.

Yo tampoco. Hemos hecho un largo viaje por ese caballo.

Ya lo sé.

Billy escupió en el fuego. No me gustaría nada ser mujer en este país. ¿Qué se propone hacer cuando haya regresado?

Boyd no respondió.

¿Sabe ella en qué estamos metidos?

Sí.

¿Por qué no quiere hablar conmigo?

Tiene miedo de que la abandones.

Y por eso quiere llevarse el caballo.

Supongo que sí.

Y si no dejo que se lo lleve, ¿qué?

Supongo que se irá de todas formas.

Pues que se vaya.

La muchacha regresó. Dejaron de hablar, aun cuando ella no habría comprendido nada de lo que decían. Dispuso los cacharros sobre las brasas y fue al río por agua. Billy miró a Boyd. No estarás pensando en largarte con ella, ¿verdad?

Yo no voy a ninguna parte.

¿Y si no hubiese más remedio?

No sé de qué me hablas.

Si pensaras que iba a quedarse sola o que nadie podría cuidar de ella o que alguien podría molestarla. De eso. Serías capaz de irte con ella, ¿verdad?

Boyd se inclinó y con los dedos empujó hacia el fuego los extremos ennegrecidos de dos leños; luego se limpió los dedos en la pernera de los tejanos. No, dijo sin mirar a su hermano. Supongo que no.

Por la mañana cabalgaron hasta el cruce y allí se despidieron de la muchacha.

¿Cuánto dinero tenemos?, dijo Boyd.

Estamos casi sin blanca.

¿Por qué no le das lo que queda?

Sabía que lo dirías. ¿Con qué vas a comer?

Pues dale la mitad.

Está bien.

Ella esperó montada a pelo y miró a Boyd con sus negros ojos rebosantes y luego se apeó del caballo y lo rodeó con sus brazos. Billy los miró. Al levantar la vista y mirar hacia el sur vio que el cielo estaba poblándose de nubarrones. Se inclinó y escupió secamente a la carretera. Vámonos, dijo.

Boyd la subió al caballo y ella se volvió, lo miró con una mano en la boca, tiró de la rienda del caballo y se dirigió hacia el este por la estrecha carretera de tierra.

Cabalgaron rumbo al sur por la polvorienta calzada, de nuevo los dos a lomos del caballo de Billy. Ante ellos se elevaba el polvo del centro del camino y las acacias de la cuneta se retorcían y gemían al viento. Por la tarde se nubló y la lluvia empezó a salpicar la tierra y a repiquetear en el ala de sus sombreros. Se cruzaron con tres hombres a caballo. Caballos mal escogidos, peor enjaezados. Billy se volvió hacia ellos y vio que lo miraban.

¿Reconocerías a los mexicanos a los que les quitamos la chica?, preguntó.

No lo sé. Creo que no. ¿Y tú?

No lo sé. Probablemente no.

Siguieron cabalgando bajo la lluvia. Al rato Boyd dijo: ellos sí nos reconocerían.

Sí, dijo Billy. Ellos sí.

La carretera se estrechaba al adentrarse en los montes. El paisaje era una monótona sucesión de pinares y la hierba rala y larguirucha de los prados no parecía apropiada para el sustento de un caballo. Se turnaron caminando en las pendientes de vaivén, llevando el caballo de las riendas o caminando al lado de él. Al anochecer acamparon en un pinar. Las noches volvían a ser frías y cuando entraron en el pueblo de Las Varas llevaban dos días sin comer. Cruzaron la vía del tren y pasaron por delante de unos grandes almacenes de adobe con sus contrafuertes de barro y sus rótulos que rezaban Puro maíz y Compro maíz. A lo largo de los apartaderos había montones de costeros amarillos de pino aserrado y el aire olía a rancio por el humo de los piñones. Pasaron junto a la pequeña estación estucada con su techumbre de cinc y bajaron hasta el pueblo. Las casas eran de adobe con tejados muy inclinados de ripia, y había montones de leña en los patios y cercados hechos con tablas de pino. Un perro de aspecto temerario al que le faltaba una pata se acercó a ellos cojeando por la calle y luego se apartó.

Atácalo, Trooper, dijo Boyd.

Mierda, dijo Billy.

Comieron en lo que en aquel tosco país pasaba por ser un café. Tres mesas en una estancia vacía y oscura.

Yo creo que hace más calor fuera que aquí dentro, dijo Billy.

Boyd miró por la ventana al caballo que aguardaba en la calle. Luego volvió la vista hacia la parte de atrás del local.

¿Tú crees que estará abierto este sitio?

Al cabo de un rato entró una mujer por la puerta de atrás y se plantó delante de ellos.

¿ Qué tiene de comer?, preguntó Billy.

Tenemos cabrito .

¿ Qué más ?

Enchiladas de pollo .

¿ Qué más ?

Cabrito .

Yo no pienso comer cabrito, dijo Billy.

Ni yo.

Dos de enchilada, dijo Billy. Y café .

La mujer asintió con la cabeza y se fue.

Boyd se puso las manos entre las rodillas para calentárselas. Un humo gris flotaba en la calle. No se veía un alma.

Tú qué crees que es peor, ¿el frío o el hambre?

Yo creo que las dos cosas a la vez.

La mujer les trajo los platos, los dejó en la mesa y luego hizo ademán de ojear en dirección a la puerta del café. El perro estaba junto a la ventana mirando hacia adentro. Boyd se quitó el sombrero, hizo un pase hacia el cristal y el perro se fue. Volvió a ponerse el sombrero y cogió el tenedor. La mujer fue a la parte de atrás y volvió con dos tazones de café en una mano y una cesta con tortillas de maíz en la otra. Boyd se sacó algo de la boca, lo dejó en el plato y lo miró fijamente.

¿Qué es eso?, preguntó Billy.

No lo sé. Parece una pluma.

Hurgaron en sus enchiladas tratando de encontrar dentro algo comestible. Entraron dos hombres, los miraron y fueron a sentarse a la mesa de atrás.

Cómete los frijoles, dijo Billy.

Ya, dijo Boyd.

Llenaron las tortillas de frijoles, se las comieron y bebieron el café. Los dos hombres de detrás esperaron tranquilamente que les sirvieran.

Va a preguntarnos qué pasa con las enchiladas, dijo Billy.

No estoy seguro. ¿Tú dirías que la gente se come esto?

No lo sé. Podemos dárselas al perro.

¿Propones sacar a la calle lo que nos ha puesto la mujer y dárselo al perro justo delante del café?

Falta que el perro se lo coma.

Boyd retiró su silla y se levantó. Déjame que vaya por la cacerola, dijo. Le daremos de comer una vez que estemos en la carretera.

De acuerdo.

Le diremos a la mujer que nos las llevamos.

Cuando volvió con la cacerola rebañaron los platos, le pusieron la tapa y se tomaron el café. La mujer salió con dos fuentes llenas de apetitosa comida, con salsa y arroz y pico de gallo .

Eh, dijo Billy. Mira qué pinta tiene eso.

Pidió la cuenta y la mujer se acercó y les dijo que eran siete pesos. Billy pagó y luego señaló con la cabeza hacia la parte de atrás y preguntó a la mujer qué comían aquellos hombres.

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