J. Rowling - Una vacante imprevista

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Una vacante imprevista: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia de esta primera obra de Rowling para adultos se centra en Pagford, un imaginario pueblecito del sudoeste de Inglaterra donde la súbita muerte de un concejal desata una feroz pugna entre las fuerzas vivas del pueblo para hacerse con el puesto del fallecido, factor clave para resolver un antiguo litigio territorial.
La minuciosa descripción de las virtudes y miserias de los personajes conforman un microcosmos tan intenso como revelador de los obstáculos que lastran cualquier proyecto de convivencia, y, al mismo tiempo, dibujan un divertido y polifacético muestrario de la infinita variedad del género humano.
Sin que el lector apenas lo perciba, Rowling consigue involucrarlo en temas de profundo calado mientras lo conduce sin pausa a un sorprendente desenlace final.

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Tessa trataba de no perder los estribos, tenía que hacer de parachoques entre su marido y su hijo.

—Lo siento, Colin, pero tú y tu trabajo no sois lo único que…

—Ya veo… O sea, que si me ponen de patitas en la calle…

—¿Por qué demonios van a ponerte de patitas en la calle?

—¡Por el amor de Dios! —exclamó él, indignado—. Todo esto me desprestigia a mí, y mi reputación ya deja bastante que desear… Es uno de los alumnos más problemáticos del…

—¡Eso no es verdad! Nadie excepto tú considera que Stuart sea otra cosa que un adolescente normal. ¡No es un Dane Tully!

—Pues está siguiendo el mismo camino que Tully… Aquí hay indicios de que se droga.

—¡Ya te dije que debíamos llevarlo al instituto Paxton! Sabía que, si estudiaba en Winterdown, todo lo que hiciera lo relacionarías contigo. ¿De verdad te extraña que sea un rebelde, cuando cada cosa que hace te la debe a ti? ¡Yo nunca quise que fuera a tu instituto!

—¡Y yo nunca lo quise a él, maldita sea! —bramó Colin poniéndose en pie.

—¡No digas eso! —dijo Tessa ahogando un grito—. Ya sé que estás enfadado, pero ¡no digas eso!

Dos pisos más abajo, la puerta de la casa se cerró de un portazo. Tessa miró alrededor, espantada, como si Fats fuera a materializarse allí en ese instante. No la había asustado sólo el ruido. Stuart nunca cerraba de golpe la puerta, solía entrar y salir con el sigilo de un ladrón.

Oyeron sus pisadas en las escaleras: ¿sabía que estaban en su habitación, o lo sospechaba? Colin esperaba con los puños apretados a los costados. Tessa oyó crujir los peldaños del segundo tramo, y Fats apareció en el umbral. Su madre tuvo la certeza de que su expresión era estudiada: una mezcla de aburrimiento y desdén.

—Buenas tardes —dijo el joven, y su mirada fue de su madre a su rígido y tenso padre. Tenía todo el aplomo que le faltaba a Colin—. Qué sorpresa.

Desesperada, Tessa trató de echarle un cable.

—A papá le preocupaba no saber dónde estabas —dijo con un atisbo de súplica—. Dijiste que hoy ibas a encontrarte con Arf, pero papá ha visto…

—Ya, he cambiado de planes —la interrumpió Fats.

Miró de soslayo hacia donde había dejado la caja de cerillas.

—Bueno, ¿y vas a contarnos dónde has estado? —preguntó Colin. Tenía manchas blancas alrededor de la boca.

—Si queréis… —repuso Fats, y esperó.

—Stu —dijo su madre, entre el susurro y el gemido.

—He salido con Krystal Weedon —declaró Fats.

«Dios mío, no —pensó Tessa—. No, no, no.»

—¿Que has hecho qué? —preguntó Colin, tan sorprendido que olvidó momentáneamente mostrarse agresivo.

—He salido con Krystal Weedon —repitió Fats un poco más alto.

—¿Y desde cuándo es amiga tuya? —preguntó Colin tras una pausa infinitesimal.

—Desde hace un tiempo.

Tessa advirtió los esfuerzos de su marido por formular una pregunta demasiado espantosa para él.

—Deberías habérnoslo dicho, Stu —terció ella.

—¿Deciros qué?

Tessa temió que su hijo llevara la discusión a un punto peligroso.

—Adónde ibas —contestó, y se levantó tratando de no parecer alterada—. La próxima vez, llámanos.

Miró a Colin con la esperanza de que la siguiera hacia la puerta, pero él continuaba clavado en el centro de la habitación y observaba a Fats con cara de horror.

—¿Estás… liado con Krystal Weedon?

—¿Liado? ¿Qué quieres decir con «liado»?

—¡Ya sabes qué quiero decir! —exclamó Colin, enrojeciendo.

—¿Te refieres a si me la tiro?

Tessa exclamó «¡Stu!», pero su gritito quedó ahogado por el bramido de Colin:

—¡¿Cómo te atreves?!

Fats se limitó a mirarlo con una sonrisita en los labios. Su actitud era provocadora y mordaz.

—¿A qué? —preguntó.

—¿Te…? —Colin buscó las palabras, cada vez más rojo—. ¿Te acuestas con Krystal Weedon?

—No supondría ningún problema que lo hiciera, ¿verdad? —respondió Fats, y miró a su madre—. Todos tratáis de ayudar a Krystal, ¿no?

—Ayudarla no…

—¿No intentáis mantener abierta esa clínica para drogadictos y ayudar así a la familia de Krystal?

—¿Qué tiene que ver con…?

—No veo qué problema hay con que salga con ella.

—¿De verdad estás saliendo con Krystal? —intervino Tessa con acritud. Si Fats quería llevar la disputa a su terreno, le plantaría cara—. Vamos, ¿de verdad vas a sitios con ella, Stuart?

Su sonrisita la asqueaba. Ni siquiera estaba dispuesto a fingir un poco de decencia.

—Bueno, no lo hacemos ni en su casa ni en la mía, así que…

Colin levantó un puño y lo descargó contra la mejilla de Fats, cuya atención se centraba en su madre, y lo pilló desprevenido; el chico se tambaleó hacia un lado, dio contra el escritorio y resbaló hasta caer al suelo. Un instante después se había puesto en pie, pero Tessa ya se había colocado entre los dos, de cara a su hijo.

Detrás de ella, Colin repetía:

—Serás cabrón… Serás cabrón…

—¿Ah, sí? —dijo Fats, que ya no sonreía—. ¡Pues prefiero ser un cabrón que un gilipollas como tú!

—¡No! —gritó Tessa—. Colin, sal de aquí. ¡Sal de aquí!

Horrorizado, furioso y muy alterado, Colin dudó unos instantes, pero luego abandonó impetuoso la habitación y lo oyeron trastabillar en las escaleras.

—¿Cómo has podido hacer esto? —le susurró Tessa a su hijo.

—¡Joder!, ¡¿cómo he podido hacer qué?! —exclamó Stuart, y la expresión de su rostro la alarmó tanto que se apresuró a cerrar la puerta y echar el cerrojo.

—Te estás aprovechando de esa chica, Stuart, y lo sabes, y la forma en que acabas de hablarle a tu…

—Y una mierda —soltó Fats, que andaba de aquí para allá, sin asomo ya de calma—. No me estoy aprovechando de ella, ni de coña. Sabe exactamente lo que quiere. Que viva en los putos Prados no significa… La cosa está clara: Cuby y tú no queréis que me la folle porque pensáis que está por debajo de…

—¡Eso no es verdad! —exclamó Tessa, aunque sí lo era, y pese a toda su preocupación por Krystal, esperaba que Fats fuera lo bastante sensato como para ponerse condón.

—Cuby y tú sois unos hipócritas de mierda —soltó él sin dejar de pasearse como una fiera enjaulada—. Tanta palabrería sobre ayudar a los Weedon, y luego no queréis que…

—¡Basta! —gritó Tessa—. ¡No te atrevas a hablarme así! ¿No te das cuenta de…? ¿Acaso no lo comprendes? ¿Tan egoísta eres que…?

Tessa no encontraba las palabras. Se dio la vuelta, abrió la puerta de un tirón y se fue dando un sonoro portazo.

Su marcha ejerció un extraño efecto en Fats, que detuvo sus nerviosos paseos y miró fijamente la puerta varios segundos. Luego se hurgó en los bolsillos, sacó un cigarrillo y lo encendió, y no se molestó en exhalar el humo hacia la claraboya. Empezó a caminar otra vez por la habitación, sin control sobre sus propios pensamientos: imágenes entrecortadas desfilaban por su mente en una especie de marea furiosa.

Se acordó de una tarde de viernes, hacía casi un año, cuando Tessa había subido allí, a su buhardilla, para decirle que su padre quería llevarlo al día siguiente a jugar a fútbol con Barry y sus hijos.

(—¿Qué? —preguntó Fats, perplejo. Era una proposición sin precedentes.

—Quiere que juguéis un poco a la pelota, por pura diversión —explicó Tessa, y evitó su mirada contemplando con ceño la ropa desparramada por el suelo.

—¿Para qué?

—A papá le parece que podría estar bien —dijo su madre, y se agachó para recoger una camisa del uniforme escolar—. Declan quiere practicar un poco, me parece. Tiene un partido.

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