Alberto Vázquez-Figueroa - El señor de las tinieblas

Здесь есть возможность читать онлайн «Alberto Vázquez-Figueroa - El señor de las tinieblas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. ISBN: , Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El señor de las tinieblas: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El señor de las tinieblas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

¿Qué harías si el diablo te ofreciera un pacto: tu alma a cambio de la terapia milagrosa que curase definitivamente el cáncer?… En el laboratorio de un médido e investigador se presenta un periodista que consigue eliminar las células cancerígenas en un santiamén y curar a un paciente moribundo en un momento. A continuación añade que le entregará el secreto a cambio de su alma, pero no se lo pondrá nada fácil… Un novela tan sorprendente como divertida.

El señor de las tinieblas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El señor de las tinieblas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

— Sabe muy bien que no — reconoció de inmediato el enfermo—. Fue construido hace más de mil años, y seguirá aquí otros mil si el Cotopaxi no despierta algún día y se lo lleva por delante, pero muy pronto nadie se acordará quién transformó un montón de ruinas en lo que ahora ve, puesto que ni siquiera voy a dejárselo a unos hijos que puedan disfrutarlo y agradecérmelo… — Lanzó un leve lamento, aguardó a que el dolor pasara, y al poco añadió —: ¡Tanto trabajo y tantas horas sin dormir para nada! No he tenido tiempo de amar, ni de permitir que alguien me amara, y aquí apoltronado viendo cómo la muerte se aproxima sin remedio, me pregunto de qué me ha servido amasar tanto dinero y tanto objeto inútil.

— Mucha gente te aprecia… — se decidió a comentar al fin la gorda vicerrectora sin excesivo convencimiento.

— Pero mucha más me aborrece… — fue la sincera respuesta—. Y a ésos les alegra el alma saber que muy pronto me convertiré en el cadáver más rico de Ecuador.. — Se volvió de nuevo a Bruno Guinea para señalar en tono firme —: Tráigame una de esas sanguijuelas, y si lo que veo me convence pondré a su disposición todo cuanto necesite.

— Eso no puedo hacerlo.

— ¿Por qué?

— Porque no se aclimatarían a este frío y esta altura. Probablemente morirían por el camino.

— ¿Unas simples sanguijuelas?

— No son exactamente sanguijuelas… — intervino de nuevo doña Cecilia Prados de Villanueva—. Pero como no quiero saber, de momento, de qué animal se trata, me voy a dar un paseo por el jardín mientras ustedes hablan a solas. — Se dirigió directamente al Cantaclaro para señalar —: Creo que lo mejor será que le cuente a Horacio toda la verdad. Es mucho lo que está en juego, y me consta que él sí sabrá mantener el secreto.

Extendió las manos para que le ayudara a levantarse y abandonó la estancia bamboleándose como un pesado galeón en mitad de una tormenta.

— Demasiada mujer… — musitó apenas el dueño de la casa en cuanto hubo desaparecido—. Demasiada mujer en todos los aspectos. De joven trabajé para su padre y se me antojaba la criatura más celestial y deseable que pudiera existir… — Tosió una vez más y cuando se hubo serenado quiso saber —: ¿De qué animal se trata?

— De un murciélago vampiro.

— Entiendo… Una especie de sanguijuela, pero a lo bestia. Me han mordido a menudo. Pero me consta que son muy peligrosos; transmiten la rabia, la peste, el cólera, la sarna y un sinfín de enfermedades.

— Hay uno que no.

— ¿El Señor de las Tinieblas?

— ¿Lo conoce?

— Hubo una época, hace ya muchos años, en que estuve intentando aclimatar un cierto tipo de platanera enana en el oriente, al pie de la cordillera y a orillas del Napo, pero por desgracia no se daban tan bien como en la costa. Fue por aquel entonces cuando me hablaron de un diminuto vampiro que cuando te mordía te curaba la sarna e incluso el sarampión, pero siempre lo consideré una estúpida leyenda propia de ignorantes lugareños.

— Siempre hay algo de cierto en las leyendas, y he aprendido que si unos «ignorantes lugareños» aseguran que una determinada planta posee unas determinadas propiedades, es porque generaciones de sus antepasados así lo han observado y no conviene menospreciar dicha experiencia.

— ¿Quién le habló del Señor de las Tinieblas antes de venir aquí?

— Una inmigrante ecuatoriana que conocí en Madrid — mintió a conciencia Bruno Guinea—. Pero únicamente me habló de los vampiros en general. Hasta hace una semana no tenía la más remota idea de la existencia del Señor de las Tinieblas.

— ¿Y ha conseguido capturar alguno?

— Cinco parejas.

— ¿Dónde están?

— En una iglesia abandonada, a poco más de tres horas de camino de Papallacta.

— ¿Y cree que si los trae hasta aquí arriba morirán?

— Puede que sí y puede que no… — fue la respuesta—. Pero no quiero arriesgarme. Lo prudente sería estudiarlos en su habitat, poner a su alcance animales enfermos y comprobar si verdaderamente no se contagian. Si consigo descubrir qué proteínas, qué anticuerpos, qué genes, o qué demonios es lo que les permite mantenerse inmunes habremos dado un paso de auténticos gigantes.

El diminuto y esquelético Horacio Guayas pareció sumirse de improviso en un extraño sopor. Cerró los ojos, tosió, experimentó una especie de convulsión que le agitó de los pies a la cabeza, y por último, y sin abrir los ojos inquirió:

— ¿Dónde espera encontrar un animal enfermo de cáncer?

— Aún no lo sé, pero lo encontraré.

— No hace falta que busque. Iré yo.

Bruno Guinea agitó una vez más la cabeza como si se negara a aceptar que lo que acababa de oír fuera cierto.

— ¿Cómo ha dicho? — inquirió estupefacto.

— Que iré yo — replicó el hombrecillo mirándole ahora de frente—. Dejaré que se atiborren de mi sangre putrefacta, y si no se mueren en un abrir y cerrar de ojos, mi paso por este mundo habrá servido para algo más que para amasar dinero.

— ¿Es que se ha vuelto loco?

— A estas alturas puedo volverme loco o Papá Noel si se me antoja… — replicó calmosamente el moribundo—. Con un pie en la tumba estoy en condiciones de poner el otro en la cúpula del Capitolio sin que me importen las consecuencias.

— ¿Y está dispuesto a que le chupen la sangre?

— ¡Para lo que me sirve ya! La sangre que corre por mis venas se convirtió hace tiempo en mi principal enemiga. Dejemos que esas sucias ratas voladoras se den un banquete y sentémonos a ver qué es lo que les ocurre.

— Me temo que en su estado no soportaría un viaje tan pesado.

— Soy dueño de tres avionetas, un reactor capaz de llegar a Miami sin repostar, y un enorme helicóptero que me depositará en esa aldea en menos de media hora… ¿Cuánto tiempo le llevará reunir el material que necesita?

— Supongo que únicamente unas cuantas horas.

— ¡Bien! En ese caso mi secretario le extenderá un cheque por un millón de dólares, y mañana al mediodía le quiero aquí, listo para volar.

— Pero un millón de dólares es demasiado.

— Para alimentar una esperanza, por remota que sea, nada es demasiado.

Galo Zambrano no había volado nunca y en un principio se mostró bastante reacio a la idea de que su bautizo en el aire fuera en un extraño aparato que no le merecía la más mínima confianza.

Bruno Guinea tampoco había volado nunca en helicóptero y tampoco le apetecía en lo más mínimo aventurarse a bordo de uno de ellos por entre los picachos de una peligrosa Cordillera Real siempre agitada por mil vientos contrarios, pero no tardó en llegar a la conclusión de que más valía arriesgarse a un corto mal trago en el aire que a atravesar de nuevo los helados páramos y el agobiante paso del Antisana.

Dedicaron por tanto la mañana a adquirir el material y los víveres que necesitaban, de tal modo que poco antes del mediodía se encontraban de nuevo ante la puerta del prodigioso palacio, en cuyo prado posterior. se distinguía ya la silueta, roja, verde y blanca, de una inquietante máquina voladora.

Horacio Guayas surgió de la casa a los pocos minutos, y parecía incluso más pequeño y frágil que el día anterior, hasta el punto de que cabía sospechar que exhalaría el postrer suspiro antes incluso de que consiguiera volver a poner el pie en tierra firme.

No dijo una sola palabra, como si se esforzara por conservar las escasas fuerzas que le quedaban, y apenas se hubo acomodado en una improvisada camilla, cerró los ojos y se quedó traspuesto, sin prestar la menor atención al fastuoso paisaje que se abría ante él.

El perfecto cono del Cotopaxi constituía, visto desde el aire, un espectáculo ciertamente impactante, y distinguir a lo lejos la silueta de seis volcanes, la cima del Chimborazo y más tarde la altiva silueta del Sangay era algo que sin duda quedaría grabado en la retina del más indiferente de los viajeros por mil años que pasaran.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El señor de las tinieblas»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El señor de las tinieblas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Alberto Vázquez-Figueroa - Tuareg
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Centauros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Negreros
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratas
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Maradentro
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Yáiza
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Océano
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - La Iguana
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Piratin der Freiheit
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Ikarus
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez-Figueroa - Viaje al fin del mundo - Galápagos
Alberto Vázquez-Figueroa
Alberto Vázquez Figueroa - Delfines
Alberto Vázquez Figueroa
Отзывы о книге «El señor de las tinieblas»

Обсуждение, отзывы о книге «El señor de las tinieblas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x