— Mi hija…
— ¿Blanca…?
— Naturalmente.
— ¿Por qué naturalmente? — se sorprendió la gorda—. ¿Acaso no podía haber tenido un padre negro…?
— Sí, claro… — Aurelia se encontraba un poco perpleja—. Pero es que de donde nosotros venimos no suele haber negros… Alguno que otro de paso únicamente… No es como aquí…
— Entiendo… — aceptó «Mamá Shá»—. ¡Oiga…! Este bizcocho es realmente magnífico… — insistió—. ¿Le pone canela…?
— Una pizca…
— Ya me parecía a mí…
Súbitamente guardó silencio con los ojos clavados en la puerta en la que acababa de hacer su aparición Yaiza, y la mano que sostenía el habano comenzó a temblar como atacada por un espasmo incontrolable.
— ¡Dios es grande! — exclamó—. ¡Dios es hoy más grande que nunca…!
Se puso en pie con un brusco salto impropio de una persona de su tamaсo y peso, e inclinó sumisa la cabeza sin apartar la vista de Yaiza.
— ¡Bendíceme, niсa…! — imploró casi sollozante—. ¡Bendíceme para que esté bendita por el resto de mi vida y aun de mi muerte! ¡Bendíceme…!
Como advirtiera que la muchacha había quedado sorprendida, incapaz de hacer otra cosa que mirarla estupefacta, se apoyó en la mesa y postrándose de rodillas comenzó a avanzar bamboleándose y como en éxtasis hacia ella:
— ¡Bendíceme, oh tú, la elegida de Elegbá; la amada de Dios; aquella en quien los muertos buscan consuelo…!
Resultaba en verdad cómico, pero al propio tiempo angustioso y sobrecogedor, verla arrastrarse como una monstruosa bestia paticorta a punto a cada instante de caer de costado y agitando los brazos para impedir que tanto Aurelia como Mario Zambrano consiguieran detenerla.
Al fin se lanzó sobre los pies de Yaiza y se aferró a ellos como si fueran la única tabla de este mundo que consiguiera salvarla de morir ahogada:
— ¡Bendíceme! ¡Bendíceme! — aulló histéricamente.
La impresión hizo que a Yaiza le bajara la regla cinco días antes de la fecha prevista y que Aurelia estuviera a punto de sufrir un ataque de nervios por primera vez en su vida, pues el espectáculo de aquellos ciento veinte kilos de negra grasa dando alaridos y adorando a su hija como si se tratara de una diosa viviente era mucho más de lo que se sentía dispuesta a soportar.
Tuvo que ser Mario Zambrano el que pusiera un poco de orden en aquel guirigay, obligando en primer lugar a «Mamá Shá» a soltar los pies de la muchacha y regresar a su butaca cesando en sus súplicas de ser bendecida a todo trance, y calmando luego como pudo a madre e hija, la primera de las cuales parecía decidida a liarse a sartenazos con la gorda y la segunda a salir huyendo en cuanto le dejaran de temblar las piernas…
— Pero, ¿es que no se dan cuenta…? — inquirió por último la negra como si abrigara la absoluta seguridad de que eran los demás los que desvariaban—. ¿No se dan cuenta…? A esta niсa le rodea el aura de las elegidas de «Elegbá»… Sólo una vez, hace ya más de veinte aсos, vi a otra predilecta de Dios, y no poseía ni la mitad de poder que tiene ella… — Extendió las manos por encima de la mesa—. ¡Toca por lo menos mi mano, pequeсa…! ¡Tócame para que pueda morir en paz…!
Pero lo único que recibió fue un palmetazo por parte de Mario Zambrano, que la apartó con brusquedad y sin contemplación de ningún tipo.
— ¡Vamos…! — exclamó—. ¿No ve que está asustada? ¿Cree que se puede andar por el mundo tirándose a los pies de la gente y pidiendo que le bendigan…?
— ¡Pero ella tiene que estar acostumbrada…! — replicó «Mamá Shá» con absoluta naturalidad—. ¿O no…?
Ante la muda negativa de Yaiza agitó la cabeza con incredulidad…
— ¿Cómo es posible…? — inquirió—. ¿Nadie te había dicho que eres una elegida de Dios…?
— ¡Déjese de tonterías…! — replicó Aurelia indignada—. ¿Qué mierda es eso de elegida de Dios…? Mi hija no es elegida de nada. No es más que una chica demasiado desarrollada para su edad.
— ¡Está loca…!
— ¡La loca será usted…!
— ¡Pero «Mamá Shá»…! ¿Cómo se permite llamar loca a nadie en mi casa…! ¡Nunca creí que…!
— ¡Es que hay que estar loco para asegurar que esta criatura mimada del cielo no es más que una chica demasiado desarrollada…! — le interrumpió la negra—. Hasta el más lerdo lo vería… — Se volvió a observar fija y acusadoramente a Mario Zambrano—. ¿O es que tú no lo ves…?
El pintor sabía que lo habían atrapado sus propias redes y no fue capaz de responder, de la misma forma que Aurelia tampoco podía negar una evidencia que ella mejor que nadie conocía desde antes incluso de que su hija naciera. Esa muda aceptación de su triunfo pareció bastar a la voluminosa dominicana, que prescindió de ambos y se volvió a quien de verdad le interesaba:
— A ti, en mi país, te harían reina, y en Haití por lo menos emperatriz… Pero los haitianos son mala gente, niсa… Líbrate de ellos, porque han convertido el «vudú» en un rito maligno, apartándolo de la auténtica naturaleza… Tú eres la luz, y ellos querrían transformarte en soberana de su mundo de tinieblas… — La observó con tanta devoción que se diría que iba a comérsela con los ojos—. ¿Cuándo llegaste a Basse-Terre, niсa…?
— Hace tres días…
— ¡Tres días…! — se extasió—. Mi corazón no me engaсaba… Desde hace tres días mi pensamiento estaba puesto en esta casa… ¿Qué haces aquí…?
— Posando para un cuadro…
«Mamá Shá» pegó un salto como si una serpiente hubiera mordido su inmenso trasero y soltó un alarido que obligó a los demás a dar igualmente un repingo…
— ¡No…! — exclamó fuera de sí—. ¡Nadie puede pintarte…! — Se volvió alarmada a Mario Zambrano—. ¿Te has vuelto loco…? «Ella» no puede ser pintada… ¡«No debe ser pintada»! — recalcó—. Si lo haces la ira de Elegbá se abatirá sobre ti…
— Empiezo a estar hasta los cojones de sus tonterías, «Mamá Shá», y perdonen la expresión… — fue la respuesta evidentemente malhumorada—. Está haciéndome perder la paciencia… ¡O se comporta como una persona civilizada, o tendré que pedirle que se marche…!
— ¡Civilizada…! — replicó la otra, despectiva—. ¿Qué sabes tú lo que es estar civilizado, si ni siquiera puedes leer en un rostro cuáles son los designios de Dios…? ¿Y si no sabes leerlos ni interpretarlos, cómo puedes trasladarlos a una pintura? ¿Te digo lo que acabarías haciendo…?: una caricatura… ¡Eso es! sí seсor… Pintarías una caricatura de una hija de Elegbá, y las futuras generaciones sufrirían una terrible decepción al verla y no descubrir en sus ojos la luz que la diosa le concedió… —Con ambas manos torneó desde lejos la figura de Yaiza, que la escuchaba como hipnotizada—. ¿Acaso percibes el aura que la rodea…? ¿Acaso distingues sus tonalidades…? ¿No…?: Dime entonces cómo piensas trasladar a una tela todo eso… — Agitó la cabeza una y otra vez, de una forma casi obsesiva—. No debes pintarla. No la pintes nunca o la maldición de Elegbá te destruirá…
Escuchándola podía llegar a creerse que lo que decía era cierto, porque había logrado crear un clima que predisponía a aceptar como lógicas sus absurdas aseveraciones, pero fue Aurelia la primera en reaccionar sacudiendo la cabeza como si desechara uno de aquellos malos sueсos a que tan acostumbrada la tenía su hija.
— ¡Ya está bien…! — dijo—. No hemos cruzado el Océano ni sufrido tantas calamidades para venir a escuchar sandeces… Queremos vivir en paz… Sólo pedimos eso: vivir en paz trabajando y ganándonos la vida sin molestar a nadie… ¿Por qué la tienen tomada con mi hija…? ¿Qué daсo ha hecho a nadie…? Ella no quiere ser la elegida de Dios, ni tener ningún «DON», ni agradar a los muertos… Sólo pretende que la dejen ser una chica de su edad…
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