Ezequiel Teodoro - El manuscrito de Avicena
Здесь есть возможность читать онлайн «Ezequiel Teodoro - El manuscrito de Avicena» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. ISBN: , Издательство: Entrelineas Editores, Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El manuscrito de Avicena
- Автор:
- Издательство:Entrelineas Editores
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:9788498025170
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El manuscrito de Avicena: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El manuscrito de Avicena»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
El manuscrito de Avicena — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El manuscrito de Avicena», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Haga lo que tengas que hacer —cortó.
—Como ordene.
Hoyce colgó al director del MI6. No quería saber nada acerca de las acciones que emprendería. Cuánta menos información poseyera, mejor. Siempre podría decir que actuaron por su cuenta, pensó cínicamente.
Azîm el Harrak estaba de mal humor aquella mañana. Hacía dos años que el peso de las operaciones de Al Qaeda residía en sus hombros, tal vez en el momento más importante de la organización desde su fundación; para él había supuesto un enorme esfuerzo ampliar sus fronteras con el objetivo de que dejara de ser únicamente un nido de terroristas y se convirtiera en lo que hoy era: la asociación criminal organizada más importante del planeta, con actividades delictivas que iban desde la extorsión al juego, la prostitución, las drogas, el blanqueo y el terrorismo. Desde que El Harrak se hiciera con el liderazgo mucho habían cambiado las cosas en la forma de proceder de la organización, a los cristianos había que destruirlos en todos los campos, con la violencia física pero también con la violencia económica, usando la educación y además la desinformación, corroyendo la moralidad occidental y demoliendo su sociedad.
Ahora Al Qaeda poseía bancos, hospitales, universidades, prostíbulos, laboratorios de cocaína y heroína, fábricas de alcohol y un largo etcétera de empresas. Sólo necesitaban, pensaba El Harrak, ganar una última batalla para aniquilar para siempre a los infieles. Lamentablemente, vencer en esa batalla les estaba costando más tiempo del que previeron en un principio al no haber conseguido todavía dar con el manuscrito.
Desde su oficina en Nueva York, contemplaba la Quinta Avenida atestada de coches. En ese momento sonó su móvil. Echó un vistazo al número en la pantalla, puso el aparato sobre la mesa, pulsó el botón del modo audio y encendió un dispositivo que encriptaría la conversación.
—Al habla El Harrak. Hace horas que esperaba tu llamada.
—Me ha sido imposible ponerme en contacto. Hay mucha vigilancia desde el asesinato —respondió una voz aguda al otro lado del teléfono.
—No estás cumpliendo con lo pactado y sabes que podría salirte muy caro. No estamos jugando.
—Señor, estoy haciendo todo lo posible. Desde el asesinato del doctor Anderson he ido con mucho cuidado para no despertar sospechas, aunque tengo que reconocer que estoy muerto de miedo.
El Harrak sentía crecer la ira en su interior.
—¡Maldito perro infiel! Sois todos unos cobardes. Con tus temores estás poniendo en peligro la operación en un momento muy delicado.
—Le aseguro que todo va camino de solucionarse. He podido averiguar que la doctora fue quien robó el documento, ella ha desaparecido pero tengo una pista de dónde podría hallarse. Si me envía a uno o dos de sus hombres, la encontraremos en pocas horas.
El líder de Al Qaeda se tomó su tiempo para responder. Le gustaba la presión que ejercía el silencio, hacía más vulnerables a quienes pretendía manejar a su antojo. En una sociedad ruidosa como la del siglo XXI la mayoría no podía soportar la ausencia de comunicación, de una voz que dijera cualquier cosa, aunque fuera desagradable. En estos casos la imaginación se había convertido en su mejor aliado.
—¿Señor? ¿Señor?
—De acuerdo. Esta noche sal de los laboratorios y acude a donde siempre, allí te estarán esperando dos hombres.
—Gracias. Hay algo más.
—Habla —ordenó.
—Tengo la impresión de que la mujer podría poseer algo más.
—¿El original? —Los ojos del líder de la organización terrorista brillaron por un momento.
—Tal vez...
—Encuéntrala y nosotros sabremos cómo sacarle la información.
—Así se hará. Gracias señor por...
—No quiero más equivocaciones —cortó— o por Alá que serás tú quien lamente haber oído mi nombre alguna vez.
Su interlocutor colgó sin responder. El Harrak estaba seguro de que sus últimas palabras habían causado el efecto deseado en la mente del cristiano que trabajaba para él desde hace unos meses.
El dinero y el juego son una mala combinación para los occidentales, se dijo mientras su boca se abría en una mueca que pretendía ser una sonrisa.
Capítulo VI
1037 de la Era Cristiana... 428 de la Hégira...
IbnSina usaba el cálamo con parsimonia, apenas rozando el papel de seda. La mañana todavía alboreaba aunque el calor opresivo ya humedecía axilas y frente, lo que le obligaba a detener su labor de tanto en tanto para enjugarse el sudor y limpiar las lentes que utilizaba desde hace una década. La ventura le condujo en medio del zoco de Gurgandj hasta un mercader del imperio amarillo que dominaba el arte de la óptica. A sus cincuenta y siete años, enjuto, con los rasgos marcados, los dedos delicados, los ojos hundidos, la piel renegrida, constituía la imagen devaluada del médico que fue en un tiempo. Su paso por cárceles inmundas, los exilios voluntarios para huir de quienes pretendían esclavizar su ciencia, las horas de trabajo entre pacientes de toda procedencia y las noches en vela dedicadas al estudio le habían trocado en un despojo cansado.
Se levantó con dificultad. Llegaba ya la hora de la visita de su ayudante y había que adecentar la tienda, pero antes pareció que algo le venía a la memoria y se sentó de nuevo, cogió el cálamo y escribió: El humo nubló mi vista. Los libros tantas veces acariciados se perdieron irremediablemente en una orgía de lenguas devoradoras que lamían las paredes de la hermosa biblioteca.
—Feliz despertar, maestro. ¿Has descansado? El médico se giró.
—Ah, mi buen Abú, hoy te has adelantado. Aquí me encuentras, peleando con mi gastada memoria.
Como todas las mañanas, apenas traspasado el alba Abú Obeid
El-Jozjani acudía a administrarle el tratamiento prescrito para combatir los dolores abdominales que sufría desde poco después que iniciaran viaje por el desierto con las tropas del emir de Isfahán, Alá ElDawla.
—¿Cómo te sientes hoy?
—Mi querido Abú, mi cuerpo ha podido descansar, sin embargo mi mente revolotea por todos los rincones. Apenas puedo ahogar los suspiros de un pasado que no me es grato traer al presente, como bien sabes, hijo —respondió haciendo ademán de incorporarse.
—No, maestro. No te levantes —le advirtió El-Jozjani mientras sacaba de su bolsa varios frascos de arcilla y los ponía sobre una mesita de bambú—. Lo que sufres es sólo producto de las malas digestiones. Si a Alá le place, en unos días estarás completamente restablecido y volveremos a marchar junto a los soldados de nuestro amado príncipe camino de Hamadhán.
Ibn Sina asintió con despreocupación. El-Jozjani echó un rápido vistazo a la tienda, cargada de cachivaches y cojines por todas partes, y sonrió.
—No he conseguido entender nunca este desorden eterno de tu tienda —le soltó—. Bueno, es la hora de la lavativa —agregó antes de que el maestro le replicara—. Si Alá lo permite, tu cuerpo habrá sanado pronto, y bueno será que así ocurra pues he podido saber, gracias a los lenguaraces guardias, que a dos jornadas de aquí ha acampado una horda de soldados kurdos de Mahmud El-Gaznawí. Probablemente levantemos el campamento en dos días.
Ibn Sina regresó a sus papeles sin prestar oídos a las confidencias de su ayudante.
—Veo que hoy no tienes el día elocuente. En cualquier caso, no quería hablarte de eso —susurró aproximándose al médico—. ¿Recuerdas lo que hablamos ayer?
—¿Ayer?
—Sí, maestro, al anochecer... ¡el manuscrito!
—Shhhh —Ibn Sina le dirigió una mirada de reproche—. ¡En cuántas ocasiones me has oído que éste es un tema muy peligroso!
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El manuscrito de Avicena»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El manuscrito de Avicena» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El manuscrito de Avicena» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.