Alejo Carpentier - Ecue-Yamba-O

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Ecue-Yamba-O: краткое содержание, описание и аннотация

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Voz lucumí que significa `Dios, loado seas`
«En ¡Écue-Yamba-O! los personajes tienen los mismos nombres que yo les conocí».
«…en mi primera novela, ¡Écue-Yamba-O! (1933)… quise escribir una novela sobre los negros de Cuba, presentar una nueva visión de un sector de la población cubana».

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Los miembros del Juego se colocaron en círculo, junto a la puerta del bohío. La música sagrada tronaba. Varias botellas de aguardiente y caña santa fueron vaciadas en gaznates resecos.

Eribó, écue, écue,
Mosongoribó,
Écue, écue…

Ahora, la percusión de los cuatro tambores era enriquecida por bramidos de botijos, tremolina de calabazas encajadas en embudos de mimbre, y chillar de esquilas oxidadas bajo el castigo de una varilla de metal… Salió un nuevo Diablito. La misma cogulla. Los mismos ojos artificiales, fijos, feroces. ¡Cencerros de latón, de paja la barba, de santo el bastón…! Estacazos en las cuñas de las atabales ñáñigos, que no podían templarse al fuego, como los instrumentos profanos. Ahora el tablero blanco y negro del Ireme se había vuelto azul sobre azul. El sombrerito redondo estaba bordado con hilo de oro. Hecho un garabato danzante, volvía hacia sus miembros las hebras purificadoras de la escoba amarga.

El Diablito se arrodilló a los pies del Iyamba, limpiándolo con la brocha santa. Después recorrió el círculo de iniciados, que se apretujaban codo a codo, andando sobre los pies desnudos que éstos adelantaban, colmados de honor. Bailó cara al levante, invitando al sol a salir; amenazó, bendijo… Parecía capaz de hacer rodar las piedras o llamar las larvas que se retorcían entre los linos de la laguna cercana.

Efimere bongó yamba-ó.
Efimere bongó yamba-ó.

Saltó otro Diablito, rosado esta vez. Y uno verde, de seda. Y uno escarlata. Bailaron tafetanes y oros, telas de saco e hilo blanco… Los tocadores en estado de trance, hipnotizados por el ritmo que producían sin tregua, manteniendo a brazo tendido un edificio de ruidos que a cada instante parecía presto a desplomarse, agitaban las manos como meras baquetas de carne, independizadas de sus cuerpos. Sus voces raspaban, más roncas, más alcoholizadas. A la altura de las sienes trepidaba el arsenal de cencerros, calabazas y gangarrias. Y la sinfonía casi arborescente, sinfonía de brujos y elegidos, inventaba nuevos contrapuntos, en tic tic de palitos, tam-tam de atabal, tambor de cajón y ecón con ecón.

Cuando la línea clara del amanecer se alzó detrás de las colinas, bailaba un Diablito tuerto, cuyo último ojo, feroz y descosido, evocaba las pupilas montadas en alambre del gran cangrejo de Regla.

Efimere bongó yamba-ó.
Efimere bongó yamba-ó.

El día echó a andar por el valle. Mil totís asomaron sus picos negros entre las hojas. Despertó el pescador noruego de un anuncio de la Emulsión, con su heráldico bacalao a cuestas; se hizo visible el rosado fumador de cigarrillos de Virginia, plantado en campiña cubana por hombres del norte. Las sirenas de la ciudad, las chimeneas del puerto, elevaron sus quejas en lejanía, sin que la fiesta detuviera su ímpetu. Los miembros del Juego seguían aullando himnos santos, sojuzgados por el implacable movimiento de la liturgia. lo único que había variado era la posición del círculo de ecobios que, como corazón de girasol, seguía la ascensión del astro de platino, para que el Diablito pudiera hacer sus oraciones gesticuladas con la frente vuelta hacia el cetro de Eribó… El ron no había faltado. Desde el alba, Menegildo gritaba ya corno los otros, aporreando parches al azar y sacudiendo maracas que comenzaban a rajarse… Hubo, sin embargo, una brusca pausa cuando apareció el portero-Famballén trayendo una enorme cazuela llena de cocido de gallo, con ñame, caña, maní, plátano, ajonjolí y pimienta. (Parte de ese Iriampo fue reservado para los muertos, en una vasija de barro, después de la condimentación ritual de palitos de tabaco y pólvora negra.) Los instrumentos rodaron entre las hierbas. Cuarenta manos callosas, de palma rosada, se hundieron en la salsa ácima. El viejo Dominguillo -que había sido lugarteniente de “Manita en el suelo” en los tiempos heroicos en que la Potencia “Tierra y arrastrados” pagó espuelas nuevas al Capitán General de España-, roía pechugas coriáceas, fijando en lo alto sus ojos llenos de nubes grises.

Mientras los nuevos permanecían recostados en el suelo, los antiguos comenzaron a acariciar los tambores. Había llegado el momento de entablar competencia de lengua, sosteniendo diálogos con las fórmulas ñáñigas apuntadas por los abuelos en las “libretas” del Juego. Escandiendo sus frases con toques sordos, Dominguillo inició la litúrgica justa:

Quitarse el sombrero, que ha llegado un sabio de la tierra Efó.

Sobre bajos de repicador, el negro Antonio se acercó al anciano:

Soy como tú porque mato gallo.

– ¿Después que te enseñé me quieres sacar los ojos?

Sólo una vez se castra al chivo.

– Mi casa es un colegio de ilustración.

– Un palo solo no hace bosque. Uno de los antiguos intervino:

El sol y la luna están peleando… El muerto llora en su tumba. Cuando me muera, ¿quién me va a cantar? El viejo Dominguillo respondió con ímpetu:

Muy desprestigiado eres para hablar conmigo. Mata el gallo y echa su sangre en el gran tambor.

El negro Antonio se dirigió irreverentemente al viejo:

Tu madre que era mona en Guinea, quiere ser gente aquí.

Fijando en él sus ojos sin vida, el anciano respondió con rapidez, aplastando a sus contendientes bajo el peso de cuatro fórmulas ñáñigas perfectas:

Me tienen en un rincón como ñáñigo viejo. Pero en Guinea soy Rey. Dios en el cielo y yo en la tierra. Efí bautizó a Efó y Efó bautizó a Ef í.

Los nuevos aplaudieron. El Iyamba intervino con una frase de precaución ritual para cerrar el debate:

Callen, imprudentes, que estamos en tierra de blancos.

37 Iniciación (c)

Al atardecer, la orquesta santa tronó nuevamente para anunciar la prueba final. El Nazacó del Juego trazó un círculo con pólvora negra frente al templo de las ofrendas, en el lugar del suelo que estaba mejor apisonado por las danzas de los Diablitos. En el centro del misterioso teorema -engomobasoroko de la geometría ñáñiga- fue colocada la olla que contenía el cocido destinado a los muertos. Los nuevos iniciados se arrodillaron en el borde exterior del círculo, mirando la terrible ofrenda. El brujo dibujó siete cruces de pólvora en la zona tabú… Entonces la música se hizo lenta y tajante. Su canto solemne hubiera podido acompañarse con la pedal cristiana de la escena del Graal. El sol, ya rojo y redondo como disco del ferrocarril, parecía haberse detenido sobre el velo de brumas sucias que denunciaba la lejana presencia de la ciudad.

Cara al poniente el brujo gritó a voz en cuello:

Ya, yo, eee.
Ya, yo, eee.
Ya, yo, eee.
Ya,
yo,
ma, eee.

Un Diablito negro y rojo surgió del templo empuñando un enorme bastón. El Nazacó fue a agazaparse en uno de los rincones del batey. Cundieron nuevos ritmos de danza. Y el Diablito comenzó a brincar alrededor de la cazuela, haciendo zumbar el palo sobre las cabezas de los ecobios prosternados. ¡Amenaza furiosa! ¡Todos debían saber que los malos espíritus lo designaban como defensor de la bazofia necrológica…! Los músicos habían dejado de cantar. Los redobles de la batería, intermitentes, deshilvanados, jadeantes, creaban una atmósfera de expectación nerviosa que suspendía el latido en los corazones. ¿Quién iría a dar el gran salto de la muerte? El Diablito, iracundo, se agitaba convulsivamente, haciendo bailar su gualdrapa de cencerros.

Entonces el Nazacó encendió las cruces de pólvora con un tizón. Y entre los torbellinos de humo y rojos chisporroteos se vio al Diablito de pies desnudos dar saltos locos y hacer molinetes en el aire con su cetro… Rapidísimamente, Menegildo traspuso la frontera del círculo mágico, se zambulló en el fuego sagrado, asió la olla y corrió hacia la entrada del batey dando gritos. El Diablito se lanzó en su persecución. No pudiendo alcanzarlo, regresó al Cuarto Fambá… Los iniciados se levantaron. ¡La cazuela había sido arrojada entre las rocas de una barranca cercana! ¡Ya los muertos habían recibido diezmos y primicias de vivos!

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