Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Vuelvo la espalda a la ventana cenicienta, de cristales fríos a las manos que los tocan. Y llevo conmigo, por un sortilegio de la penumbra, de repente, el interior de la casa antigua, fuera de la cual, en el patio de al lado, el papagayo gritaba; y los ojos se me adormecen de toda la irreparabilidad de haber efectivamente vivido.

Hace dos días que llueve y que cae del cielo ceniciento y frío cierta lluvia, con el color que tiene, que aflige el alma. Hace dos días… Estoy triste de sentir, y pienso en ello a la ventana y al son del agua que gotea y de la lluvia que cae. Tengo el corazón oprimido y los recuerdos convertidos en angustias.

Sin sueño, ni razón para tenerlo, hay en mí un gran deseo de dormir. Antaño, cuando era niño y feliz, vivía en una casa del patio de al lado la voz de un papagayo verde de colores.

Nunca, en los días de lluvia, se le entristecía el decir, y clamaba, sin duda al abrigo, cualquier sentimiento constante, que planeaba en la tristeza como un gramófono anticipado.

¿He pensado en este papagayo porque estoy triste y la infancia lejana lo recuerda? No, he pensado en él realmente porque desde el patio de al lado de ahora una voz de papagayo grita atravesadamente.

(…) ese episodio de la imaginación (al) que llamamos (la) realidad.

212

La academia vegetal de los silencios… tu nombre sonando como las amapolas… los estanques… mi regreso… el cura loco que se volvió loco en misa… Estos recuerdos son de mis sueños… No cierro los ojos pero no veo nada… No están aquí las cosas que veo… Aguas…

En una confusión de enmarañamientos, el verdor de los árboles es parte de mi sangre. Me late la vida en el corazón distante… /Yo no fui destinado a la realidad, y la vida quiso venir a verme/.

¡La tortura del destino! ¡Quién sabe si moriré mañana! ¡Quién sabe si no va a sucederme hoy algo terrible para mi alma!… A veces, cuando pienso en estas cosas, me aterroriza la tiranía suprema que nos hace tener los ojos puros [228]no sabiendo de qué acontecimientos va al encuentro mi incertidumbre.

213

En la concavidad de la playa a la orilla del mar, entre las selvas y las campiñas de la orilla, subía de la incertidumbre del abismo nulo la inconstancia del deseo encendido. No habría que escoger entre los trigos y los muchos [229], y la distancia continuaba entre cipreses.

El prestigio de las palabras aisladas, o reunidas según una concordancia de sonido, con resonancias íntimas y sonidos divergentes al mismo tiempo que convergen, la pompa de las frases puestas entre los sentidos de las otras, malignidad de los vestigios, esperanza de los bosques, y nada más que la tranquilidad de los estanques entre las quintas de la infancia de mis subterfugios… Así, entre los muros altos de la audacia absurda, en las ringleras de los árboles y en los sobresaltos de lo que se marchita, otro que no fuera yo oiría de los labios tristes la confesión negada a mejores insistencias. Nunca, entre el retiñir de las lanzas en el patio por ver, como si los caballeros viniesen de vuelta del camino visto desde lo alto del muro, habría más sosiego en el Solar de los Últimos, no se recordaría otro nombre, del lado de acá del camino, sino el que encantaba de noche, como el de las moras, al niño que murió después, de la vida y de la maravilla.

Leves, entre los surcos que había en la hierba, porque los pasos abrían nadas entre el verdor agitado, los tránsitos de los últimos perdidos sonaban arrastradamente, como reminiscencias de lo venidero. Eran viejos los que habrían de venir, y sólo jóvenes los que no vendrían nunca. Los tambores habían rodado al borde del camino y los clarines pendían nulos en las manos lasas, que los dejarían si todavía tuviesen fuerza para dejar algo.

Pero, de nuevo, en la conclusión del prestigio, sonaban altos los alaridos acabados, y los perros tergiversaban [230]en las filas de árboles vistos. Todo era absurdo, como un luto, y las princesas de los sueños de los demás se paseaban sin claustros indefinidamente.

22-3-1929.

214

En mi alma innoble y profunda registro, día a día, las impresiones que forman la substancia exterior de mi conciencia de mí. Las pongo en palabras vagabundas, que desertan de mí desde que las escribo, y yerran, independientes de mí, por pendientes y céspedes de imágenes, por hileras de conceptos, por veredas de confusiones. Esto no me sirve de nada, pues nada me sirve de nada. Pero me tranquilizo escribiendo, como quien respira mejor sin que la enfermedad haya pasado.

Hay quien, estando distraído, escriba rayas y nombres absurdos en el secante sujeto con cantoneras. Estas páginas son los garabatos de mi inconsciencia intelectual de mí mismo. Las trazo con una modorra de sentirme, como un gato al sol, y las releo, a veces, con un vago pasmo tardío, como el de haberme acordado de algo que siempre olvidara.

Cuando escribo, me visito solemnemente. Tengo salas especiales, recordadas por otro en intersticios de la representación, donde me deleito analizando lo que no siento, y me examino como a un cuadro en la sombra.

Perdí, antes de nacer, mi castillo antiguo. Fueron vendidas, antes de que yo fuese, las tapicerías de mi palacio solariego. Mi solar de antes de la vida cayó en ruinas, y sólo en ciertos momentos, cuando el claro de luna nace en mí desde por cima de los juncos del río, me enfría la nostalgia de los lados de donde el resto desdentado de los muros [231]se recorta negro contra el cielo de un azul oscuro blancuzco que tira a amarillo lechoso.

Me distingo a esfinges [232]. Y del regazo de la reina que me falta cae, como un episodio del bordado inútil, el ovillo olvidado de mi alma. Rueda por debajo del armario de adornos metálicos, y hay en mí aquello que lo sigue como unos ojos hasta que se pierde en un gran horror de túmulo y de final.

215

Pero la exclusión, que me he impuesto, de los fines y de los movimientos de la vida; la ruptura, que he procurado, de mi contacto con las cosas -me ha conducido precisamente a aquello de lo que yo procuraba huir. Yo no quería sentir la vida, ni tocar las cosas, sabiendo, por la experiencia de mi temperamento al contagio del mundo, que la sensación de la vida era siempre dolorosa para mí. Pero al evitar ese contacto, me he aislado y, al aislarme, he exacerbado mi ya excesiva sensibilidad. Si fuese posible cortar del todo el contacto con las cosas, le iría bien a mi sensibilidad. Pero ese aislamiento total no puede efectuarse. Por menos que yo haga, respiro; por menos que actúe, me muevo. Y, así, al conseguir exacerbar mi sensibilidad mediante el aislamiento, he conseguido que los hechos mínimos, que antes nada, incluso a mí, me harían, me hiriesen como catástrofes. He equivocado el método de fuga. He huido, mediante un rodeo incómodo, hacia el mismo lugar en que estaba, con el cansancio del viaje sobre el horror de vivir allí.

Nunca he encarado el suicidio como una solución, porque odio a la vida por amor a ella. Me ha llevado tiempo convencerme de este lamentable equívoco en que vivo conmigo mismo. Convencido de él, me he quedado desazonado, lo que siempre me sucede cuando me convenzo de algo, porque el convencimiento es en mí, siempre, la pérdida de una ilusión.

He matado a la voluntad a fuerza de analizarla. ¡Quién me volverá a la infancia de antes del análisis, incluso de antes de la voluntad!

En mis parques, sueño muerto, la somnolencia de los estanques al sol alto, cuando los rumores de los insectos se aglomeran en la hora y me pesa vivir, no como una angustia, sino como un dolor físico por concluir.

Palacios muy lejos, bosques absortos, la estrechez de los paseos a lo lejos, la gracia muerta de los bancos de piedra para los que han sido: pompas muertas, gracia deshecha, oropel perdido. Anhelo mío que olvido, ¡ojalá pudiera recuperar la amargura con que te he soñado!

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