Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Ha sido sólo un momento, y me he visto. Después, ni siquiera sé decir ya lo que ha sido. Y, por fin, tengo sueño, porque, no sé por qué, creo que el sentido es dormir.

21-2-1930.

189

Estoy casi convencido de que nunca estoy despierto. No sé si no sueño cuando vivo, si no vivo cuando sueño, o si el sueño y la vida no son en mí cosas mixtas, intersecadas, de las que mi ser consciente se forme por interpenetración.

A veces, en plena vida activa, en que, evidentemente, me siento tan claramente como todos los demás, viene a mi suposición una sensación extraña de duda; no sé si existo, siento como posible ser un sueño ajeno, se me figura, casi carnalmente, que podré ser personaje de una novela, moviéndome, en las ondas largas de un estilo, en la verdad hecha de una gran narración.

He reparado, muchas veces, en que ciertos personajes de novela adquieren para nosotros un relieve que nunca podrían conseguir quienes son nuestros conocidos y amigos, quienes hablan con nosotros y nos oyen, en la vida visible y real. Y esto me hace soñar la pregunta de si no será todo, en este total del mundo, una serie entre-insertada de sueños y novelas, como cajitas dentro de cajitas mayores -unas dentro de otras y éstas en más-, siendo todo una historia con historias, como la Mil y Una Noches, sucediendo falsa en la noche eterna.

Si pienso, todo me parece absurdo; si siento, todo me parece extraño; si quiero, el que quiere es algo que hay en mí. Siempre que en mí hay acción, reconozco que no he sido yo. Si sueño, parece que me escriben. Si siento, parece que me pintan. Si quiero, parece que me ponen en un vehículo, como a la mercancía que se envía, y que avanzo con un movimiento que me parece propio hacia donde no quise que fuese [222]sino después de estar allí.

¡Qué confusión es todo! ¡Cuánto mejor es ver que pensar, y leer que escribir! Lo que veo, puede ser que me engañe, pero no lo creo mío. Lo que leo, puede ser que me pese, pero no me perturba haberlo escrito. ¡Cómo duele todo si lo pensamos como conscientes de pensar, como seres espirituales en quien se ha dado ese segundo desdoblamiento de la conciencia mediante el cual sabemos que sabemos! Aunque el día esté lindísimo, no puedo dejar de pensar así… Pensar o sentir, ¿o qué tercera cosa entre los escenarios puestos aparte? Tedios del crepúsculo y del desaliño, abanicos cerrados, cansancio de haber tenido que vivir…

20-12-1931.

190

El mismo escribir ha perdido la dulzura para mí. Se ha trivializado tanto, no sólo el acto de dar expresión a emociones cuanto el de perfeccionar frases, que escribo como quien come o bebe, con más o menos atención, pero medio enajenado y desinteresado, medio atento y sin entusiasmo ni fulgor.

191

Organizar de tal manera nuestra vida que sea un misterio para los demás, que quien mejor nos conozca, apenas nos desconozca más de cerca que los otros. Así he tallado yo mí vida, casi sin pensar en ello, pero tanto arte instintivo he puesto en hacerlo que para mí mismo me he vuelto una no del todo clara y nítida individualidad mía.

192

Habiendo visto con qué lucidez y coherencia lógica ciertos locos (delirantes sistematizados) justifican, ante sí mismos y ante los demás, sus ideas delirantes, he perdido para siempre la segura certidumbre de la lucidez de mi lucidez.

193 Estética del Artificio

La vida perjudica a la expresión de la vida. Si yo viviese un gran amor, nunca lo podría contar.

Yo mismo no sé si este yo, que os expongo, en estas sinuosas páginas, realmente existe o tan solo es un concepto estético y falso que he formado de mí mismo. Me vivo estéticamente en otro. He esculpido mi vida como una estatua de materia ajena a mi ser. A veces no me reconozco, tan exterior a mí mismo me he puesto, y tan de un modo puramente artístico he empleado mi conciencia de mí mismo. ¿Quién soy por detrás de esta irrealidad? No lo sé. Debo de ser alguien. Y si no trato de vivir, de actuar, de sentir, es -creedme bien- para no perturbar las líneas artificiales de mi personalidad supuesta. Quiero ser tal cual he querido ser y no soy. Si cediese, me destruiría. Quiero ser una obra de arte, del alma por lo menos, ya que del cuerpo no puedo serlo. Por eso me he esculpido con tranquilidad y enajenación me he colocado en una estufa, lejos de los aires frescos y de as luces francas- donde mi artificialidad, flor absurda, florezca en retirada belleza.

Pienso a veces en lo bello que sería poder, […] mis sueños, crearme una vida continua, que se sucede, dentro del transcurrir de días enteros, con invitados imaginarios, con gente creada, e ir viviendo, sufriendo, gozando esa vida falsa. Allí me sucederían desgracias; grandes alegrías caerían sobre mí. Y nada mío sería real. Pero tendría todo una lógica soberbia, seria, sería todo según un ritmo de voluptuosa falsedad, y sucedería todo en una ciudad hecha de mi alma, perdida hasta el andén de un tren tranquilo, muy lejos dentro de mí, muy lejos… Y todo claro, inevitable, como en la vida exterior, pero estética de Muerte [223]del Sol.

194

Me busco y no me encuentro. Pertenezco a horas crisantemos, nítidas en una distancia de jarros. Debo hacer de mi alma una cosa decorativa.

No sé qué detalles excesivamente /pomposos/ y escogidos definen la hechura de mi espíritu. Mi amor a lo ornamental existe, sin duda, porque siento en él algo idéntico a la substancia de mi alma.

195

Reconozco, no sé si con tristeza, la sequedad humana de mi corazón. Vale más para mí un adjetivo que un llanto [224]real del alma. Mi maestro Vieira [225][…]

Pero a veces soy diferente, y tengo lágrimas, lágrimas de las calientes, de los que no tienen ni han tenido madre; y mis ojos que arden con esas lágrimas muertas, arden dentro de mi corazón.

No me acuerdo de mi madre. Murió cuando yo tenía un año. Todo lo que hay de disperso y duro en mi sensibilidad viene de la ausencia de ese calor y de la nostalgia inútil de los besos de que no me acuerdo. Soy postizo. Me he despertado siempre contra senos ajenos, arrullado por desvío.

¡Ah, es la nostalgia del otro que yo podría haber sido la que me destroza y sobresalta! ¿Quién otro sería yo si me hubiesen dado cariño del que viene desde el vientre hasta los besos en la cara pequeña?

Soy todas esas cosas, aunque no quiera, en el fondo confuso de mi sensibilidad fatal.

Tal vez la nostalgia de no ser hijo tenga gran parte en mi indiferencia sentimental. Quien, de niño, me apretó contra la cara no podía apretarme contra el corazón. Aquélla estaba lejos, en una sepultura: aquella que me pertenecería si el Destino hubiese querido que me perteneciera.

Me dijeron, más tarde, que mi madre era bonita, y dicen que, cuando me lo dijeron, yo no dije nada. Era ya apto de cuerpo y alma, desentendido de emociones, y el hablar todavía no era una noticia de otras páginas difíciles de imaginar.

Mi padre, que vivía lejos, se mató cuando yo tenía trece años y nunca le conocí. No sé todavía por qué vivía lejos. Nunca me ha importado saberlo. Me acuerdo de la noticia de su muerte como de una gran seriedad durante las primeras comidas de después de saberse. Miraban, me acuerdo, de vez en cuando hacia mí. Y yo respondía mirando, entendiendo estúpidamente. Después comía con más compostura, pues quizás, sin que yo lo viera, continuasen mirándome.

196

No se sabe si lo que se acaba del día es con nosotros con quienes termina en amargura inútil, o si lo que somos es falso entre penumbras, y no hay más que el gran silencio sin patos salvajes que cae en los lagos donde los juncos alzan su rigidez que desfallece. No se sabe nada, ni el recuerdo queda de las historias de la infancia, algas, ni la caricia tarda de los cielos futuros, brisa en que la impresión se abre lentamente en estrellas. La lámpara votiva oscila insegura en el templo en el que ya no anda nadie, se estancan los estanques al sol de las quintas desiertas, no se conoce el nombre escrito otrora en el tronco, y los privilegios de los desconocidos han ido, como papel mal rasgado, por las calles llenas de un viento grande, a los acasos de los obstáculos que los han parado. Otros se asomarán a la misma ventana que los demás; duermen los que se han olvidado de la sombra mala, nostálgicos del sol que no tenían; y yo mismo, que me atrevo sin gestos, acabaré sin remordimientos, entre juncos encharcados, enlodado del río cercano y del cansancio blando, bajo grandes otoños por la tarde, en confines imposibles. Y a través de todo, como un silbo de angustia desnuda, sentiré a mi alma por detrás del devaneo -aullido hondo y puro, inútil en lo oscuro del mundo.

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