Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares
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8-9-1933.
180
Hace mucho tiempo que no escribo. Han pasado meses sin que viva, y voy durando, entre la oficina y la fisiología, en un estancamiento íntimo de pensar y sentir. Esto, desgraciadamente, no descansa: en la putrefacción hay fermentación.
Hace mucho tiempo que no sólo no escribo, sino que ni siquiera existo. Creo que sólo sueño. Las calles son calles para mí. Hago el trabajo de la oficina con conciencia tan sólo para él, pero no diré bien si digo que sin distraerme: por detrás estoy, en vez de meditando, durmiendo, sin embargo estoy [218]siempre otro por detrás del trabajo.
Hace mucho tiempo que no existo. Estoy sosegadísimo. Nadie me distingue de quien soy. Me he sentido ahora respirar como si hubiese practicado algo nuevo, o atrasado. Empiezo a tener conciencia de tener conciencia. Tal vez mañana despierte para mí mismo, y reanude el curso de mi existencia propia. No sé si, con ello, sería más feliz o menos. No sé nada. Levanto la cabeza /de paseante/ y veo que, por la cuesta del Castillo [219], el ocaso opuesto arde en decenas de ventanas, con una reverberación alta de fuego frío. Alrededor de esos ojos de llama dura, toda la cuesta está suave del final del día. Puedo por lo menos sentirme triste, y tener la conciencia de que, con esta tristeza mía se ha cruzado ahora -visto con el oído- el ruido súbito del tranvía que pasa, la voz casual de los conversadores jóvenes, el susurro olvidado de la ciudad viva.
Hace mucho tiempo que no soy yo.
8-1-1931.
181
Pienso a veces, con un deleite triste, que si un día, en un futuro al que ya no pertenezca yo, estas frases que escribo durasen con loor, tendré por fin gente que me «comprenda», los míos, la familia verdadera para en ella nacer y ser amado. Pero, lejos de ir a nacer en ella, habré muerto hace ya mucho. Seré comprendido sólo en efigie, cuando el afecto ya no compense a quien murió del desafecto que sólo tuvo cuando estaba vivo.
Un día tal vez comprendan que cumplí, como ningún otro, mi deber nato de intérprete de una parte de nuestro siglo; y cuando lo comprendan han de escribir que en mi época fui incomprendido, que desgraciadamente viví entre desafecciones y frialdades, y que es una pena que así me sucediese. Y el que escriba esto será, en la época en que lo escriba, incomprendedor, como los que me rodean, de mi análogo de este tiempo futuro. Porque los hombres sólo aprenden de sus bisabuelos, que ya han muerto. Sólo a los muertos sabemos enseñar las verdaderas reglas de vida.
En la tarde en que escribo, el día de lluvia ha cesado. Una alegría del aire es fresca demás contra la piel. El día va terminando, no en ceniciento, sino en azul pálido. Un azul vago se refleja, incluso, en las piedras de la calle. Duele vivir, pero es de lejos. Sentir no importa. Se enciende uno u otro escaparate.
En otra ventana alta hay gente que ve acabarse el trabajo. El mendigo que me roza se pasmaría si me conociese.
En el azul menos pálido y menos azul, que se espeja en los edificios, atardece un poco más la hora indefinida.
Cae levemente, fin del día cierto, en que los que creen y yerran se engranan en el trabajo de costumbre, y tienen, en su propio dolor, la felicidad de la inconsciencia. Cae levemente, onda de luz que cesa, melancolía de la tarde inútil, bruma sin niebla que entra en mi corazón. Cae levemente, suavemente, indefinida palidez lúcida y azul de la tarde /acuática/ -levemente, suavemente, tristemente sobre la tierra sencilla y fría. Cae levemente, ceniza invisible, monotonía afligida, tedio sin torpor.
(Posterior a 1919.)
182
Me quedo pasmado cuando termino algo. Me quedo pasmado y desolado. Mi instinto de perfección debería inhibirme de acabar; debería inhibirme hasta de dar comienzo. Pero me distraigo y hago. Lo que consigo es un producto, en mí, no de una aplicación de la voluntad, sino de una cesión suya. Comienzo porque no tengo fuerza para pensar; acabo porque no tengo alma para suspender. Este libro es mi cobardía.
La razón por la que tantas veces interrumpo un pensamiento con un fragmento de paisaje, que de alguna manera se integra en el esquema, real o supuesto, de mis impresiones, es que este paisaje es una puerta por donde huyo del conocimiento de mi impotencia fecunda [220]. Tengo la necesidad, en medio de las conversaciones conmigo mismo que forman las palabras de este libro, de hablar de repente con otra persona, y me dirijo a la luz que planea, como ahora, sobre los tejados de las casas, que parecen mojados de tenerla al lado; al agitarse blando de los árboles altos de la cuesta ciudadana, que parecen cercanos, en una posibilidad de desahogo mudo; a los carteles superpuestos de las casas escarpadas, con ventanas por letras donde el sol húmedo dora un almidón húmedo.
¿Por qué escribo, si no escribo mejor? ¿Pero qué sería de mí si no escribiese lo que consigo escribir, por inferior a mí mismo que sea en ello? Soy un plebeyo de la aspiración, porque intento realizar; no oso el silencio como quien recela de un cuarto oscuro. Soy como los que aprecian la medalla más que el esfuerzo, y disfrutan de la gloria en la pelliza.
Para mí, escribir es despreciarme; pero no puedo dejar de escribir. Escribir es como la droga que me repugna y tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo. Hay venenos necesarios, y los hay sutilísimos, compuestos de ingredientes del alma, hierbas cogidas en los rincones de las ruinas de los sueños, amapolas negras encontradas al pie de las sepulturas […], hojas largas de árboles obscenos que agitan las ramas en las márgenes oídas de los ríos infernales del alma.
Escribir, sí, es perderme, pero todos se pierden, porque todo es pérdida. Pero yo me pierdo sin alegría, no como el río en la desembocadura para la que nació desconocido, sino como el lago formado en la playa por la marea alta y cuya agua nunca más regresa al mar.
183
Aunque yo quisiese crear, (…)
El único arte verdadero es el de la construcción . Pero el medio moderno torna imposible la aparición de cualidades de construcción en el espíritu.
Por eso se ha desarrollado la ciencia. La única cosa en que hay construcción, hoy, es una máquina; el único argumento en que hay encadenamiento, el de una demostración matemática.
El poder de crear necesita un punto de apoyo, la muleta de la realidad.
El arte es una ciencia…
Sufre rítmicamente.
No puedo leer, porque mi crítica hiper /encendida/ no entrevé más que defectos, imperfecciones, posibilidades de mejor. No puedo soñar, porque siento el sueño tan vivamente que lo comparo con la realidad, de modo que siento en seguida que no es real; y, así, su valor desaparece. No puedo entretenerme en la contemplación inocente de las cosas de los hombres, porque el ansia de profundizar es inevitable y, puesto que mi interés no puede existir sin ella, o ha de morir a manos de ella o ha de secarse.
No puedo entretenerme con la especulación metafísica porque sé de sobra, y por mí, que todos los sistemas son defendibles e intelectualmente posibles; y, para disfrutar el arte intelectual de construir sistemas, me falta el poder olvidar que el fin de la especulación metafísica es la búsqueda de la verdad.
Un pasado feliz en cuyo recuerdo vuelva a ser feliz; sin nada en el presente que me alegre o me interese, en sueño o hipótesis de futuro que sea diferente de este presente, o pueda tener otro pasado que ese pasado -yazgo mi vida, consciente espectro de un paraíso en el que nunca he estado, cadáver nacido de mis esperanzas por haber.
¡Felices los que sufren con unidad! Aquellos a quienes la angustia altera pero no divide, que creen, aunque en la incredulidad, y pueden sentarse al sol sin pensamiento oculto.
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