Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Toda la vida social yace ante mis ojos.

Más allá de esto, presiento los amores, las intimidades [195], el alma, de todos cuantos trabajan para que esta mujer esté delante de mí en el tranvía, lleve, en torno a su cuello mortal, la trivialidad sinuosa de un torzal de seda verde oscura tejido verde menos oscuro.

Me aturdo. Los asientos del tranvía, de un entrelazado de paja fuerte y menuda, me llevan a regiones distantes, se me multiplican en industrias, obreros, casas de obreros, vidas, realidades, todo.

Salgo del tranvía agotado y sonámbulo. He vivido la vida entera.

¿1931?

156

En la gran claridad del día, el sosiego de los ruidos es también de oro. Hay suavidad en lo que sucede. Si me dijesen que había guerra, yo diría que no había guerra. En un día así, nada puede haber que pese sobre el no haber más que suavidad.

157

Han pasado meses sobre lo último que escribí. Me he mantenido en un sueño del entendimiento mediante el cual he sido otro en la vida. Una sensación de felicidad translaticia ha sido frecuente en mí. No he existido, he sido otro, he vivido sin pensar.

Hoy, de repente, he vuelto a lo que soy o me sueño. Ha sido un momento de mucho cansancio, después de un trabajo sin relevo. He puesto la cabeza entre las manos, hincados los codos en el pupitre alto inclinado [196]. Y, cerrados los ojos, me he reencontrado.

En un sueño falso lejano, he recordado todo cuanto he sido, y ha sido con una claridad de paisaje visto como se ha alzado ante mí de repente, antes o después de todo, al lado ancho de la quinta vieja, desde donde, en medio de la visión, la era surgía vacía.

He sentido inmediatamente la inutilidad de la vida. Ver, sentir, recordar, olvidar: todo esto se me ha confundido, en un vago dolor de codos, con el murmullo confuso de la calle cercana y los ruiditos del trabajo tranquilo de la oficina quieta.

Cuando, puestas las manos en lo alto del pupitre [197], he lanzado sobre lo que allí veía la mirada que debía ser de cansancio lleno de mundos muertos, la primera cosa que he visto ha sido un moscardón (¡aquel vago zumbido que no era de la oficina!) posado encima del tintero. Lo he contemplado desde el fondo del abismo, anónimo y despierto. Tenía tonos verdes de azul oscuro, y tenía un lustre repulsivo que no era feo. ¡Una vida!

¿Quién sabe para qué fuerzas superiores, dioses o demonios de la Verdad a cuya sombra erramos, no seré sino la mosca lustrosa que se para un momento ante ellos? ¿Observación fácil? ¿Observación ya hecha? ¿Filosofía sin pensamiento? Tal vez, pero yo no pensé: sentí. Fue carnalmente, directamente, con un horror profundo y […] como hice la comparación risible. Fui mosca cuando me comparé con la mosca. Me sentí mosca cuando supuse que me lo sentí. Y me sentí un alma a la mosca, me dormí mosca, me sentí rematadamente mosca. Y el horror mayor es que al mismo tiempo me sentí yo. Sin querer, alcé los ojos al techo, no fuese a caer sobre mí una regla superior, para aplastarme lo mismo que yo podría aplastar a aquella mosca. Afortunadamente cuando bajé los ojos, la mosca, sin que se oyese un ruido, había desaparecido. La oficina involuntaria se había quedado otra vez sin filosofía.

16-3-1932.

158

Hace mucho -no sé si hace días, si hace meses- que no anoto ninguna impresión; no pienso, y por lo tanto no existo. Me he olvidado de quién soy; no sé escribir porque no sé ser. Mediante un adormecimiento oblicuo, he sido otro. Saber que no me recuerdo es despertar.

Me he desmayado durante un trozo de mi vida. Vuelvo en mí sin memoria de lo que he sido, y la de lo que fui sufre de haber sido interrumpida. Hay en mí una noción confusa de un intervalo desconocido, un esfuerzo fútil de parte de la memoria por querer encontrar la otra. No consigo reanudarme. Si he vivido, me he olvidado de saberlo.

No es que sea este primer día del otoño sensible -el primero de frío no fresco que viste al estío muerto de menos luz- el que me dé, en una transparencia enajenada, una sensación de designio muerto o de voluntad falsa. No es que haya, en este interludio de cosas perdidas, un vestigio confuso de memoria inútil. Es, más dolorosamente que esto, un tedio de estar recordando que no se recuerda, un desaliento de lo que la conciencia ha perdido entre algas o juncos, a la orilla no sé de qué.

Conozco que el día, límpido e inmóvil, tiene un cielo positivo y azul menos claro que el azul profundo. Conozco que el sol, vagamente menos de oro que era, dora de reflejos húmedos los muros y las ventanas. Conozco que, no habiendo viento, o brisa que lo recuerde o niegue, duerme sin embargo una frescura despierta en la ciudad indefinida. Conozco todo esto, sin pensar ni querer, y no tengo sueño sino por el recuerdo, ni nostalgia sino por el desasosiego.

Convalezco, estéril y lejano, de la enfermedad que no he tenido. Me predispongo, ágil de despertarme, a lo que no me atrevo. ¿Qué sueño no me ha dejado dormir? ¿Qué halago no me ha querido hablar? ¡Qué bien ser otro con este sorbo frío de primavera fuerte! ¡Qué bien poder al menos pensarlo, mejor que la vida, mientras a lo lejos, en la imagen recordada, los juncos, sin viento que se sienta, se inclinan glaucos desde la ribera!

¡Cuántas veces, recordando a quien no he sido, me medito joven y olvidado! Y eran otros que han sido los paisajes que no he visto nunca; eran nuevos sin haber sido los paisajes que vi de veras. ¿Qué me importa? He terminado con acasos e intersticios [198], y, mientras el fresco del día es el del mismo sol, duermen fríos, en el poniente que veo sin tenerlo, los juncos oscuros de la ribera.

28-9-1932.

159

Hay amarguras íntimas que no sabemos distinguir, por lo que contienen de sutil e infiltrado, si son del alma o del cuerpo, si son el malestar de estar sintiendo la futilidad de la vida, o si son la mala disposición que procede de algún abismo orgánico: estómago, hígado o cerebro. ¡Cuántas veces se me nubla la conciencia vulgar de mí mismo, con un sedimento torvo de estancamiento inquieto! Cuántas veces me duele existir, con una náusea hasta tal punto confusa que no se distinguir si es tedio o si es el anuncio de un vómito! Cuantas veces…

Mi alma está triste hoy, triste hasta el cuerpo. Todo yo me duelo, memoria, ojos y brazos. Hay una especie de reumatismo en todo cuanto soy. No influye en mí ser la claridad límpida del día, cielo de un gran azul puro, marea alta parada de luz difusa. No me ablanda nada el leve soplo fresco, otoñal como si el estío no olvidase, con que el aire tiene personalidad. Nada es nada para mí. Estoy triste, pero no con una tristeza definida, ni siquiera con una tristeza indefinida. Estoy triste allí fuera, en la calle sembrada de cajones.

Estas expresiones no traducen exactamente lo que siento porque sin duda nada puede traducir exactamente lo que alguien siente. Pero de algún modo trato de dar la impresión de lo que siento, mezcla de varias especies de yo y de calle ajena, que, por lo que veo, también, de un modo íntimo que no sé analizar, me pertenece, forma parte de mí.

Quisiera vivir distinto en países distantes. Quisiera morir otro entre banderas desconocidas. Quisiera ser aclamado emperador en otras eras, mejores hoy porque no son de hoy, vistas en vislumbre y colorido, inéditas a esfinges. Quisiera todo cuanto puede tornar ridículo lo que soy, y porque torna ridículo lo que soy. Quisiera, quisiera… Pero hay siempre sol cuando el sol brilla y noche cuando la noche llega. Hay siempre la amargura cuando la amargura nos duele y el sueño cuando el sueño nos arrulla. Hay siempre lo que hay, y nunca lo que debería haber, no por ser mejor o por ser peor, sino por ser otro. Hay siempre…

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