Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Pero todos los que sueñan, aunque no sueñen en oficinas de la Baja, ni delante de un escrito del almacén de tejidos, todos tienen un Libro de Caja delante de sí -sea la mujer con quien se han casado, sea la […] de un futuro que le viene por herencia, sea lo que sea siempre que positivamente [153]sea.

Después los amigos, buenos chicos, buenos chicos, tan agradable estar hablando con ellos, cenar con ellos, y todo, no sé cómo, tan sórdido, tan bajo, tan pequeño, siempre en el almacén de tejidos aunque en la calle, siempre delante del Libro de Caja aunque en el extranjero, siempre con el patrón aunque en el infinito.

Todos nosotros, que soñamos y pensamos, somos ayudantes de contabilidad de un almacén de tejidos, o de otra cualquier mercancía [154]en una Baja cualquiera. Inscribimos y perdemos; sumamos y pasamos; cerramos el balance y el saldo invisible está siempre en contra nuestra.

Escribo sonriendo con las palabras, pero mi corazón está como si se pudiese partir, partir como las cosas que se rompen, en fragmentos, en trozos, en basura, que el cajón se lleva con un gesto de por cima del hombro al carro de lo eterno [155]de todos los Ayuntamientos.

Y todo espera, abierto y adornado, al Rey que vendrá y ya llega, que el polvo del cortejo es una nueva niebla de oriente lento y las lanzas relucen ya en la distancia con una madrugada suya [156]

118

Cada vez que mi propósito se ha elevado, por influencia de mis sueños, por cima del nivel cotidiano de mi vida, y durante un momento me he sentido alto, como el niño en un columpio, cada vez de éstas he tenido que bajar como él al jardín municipal, y conocer mi derrota sin banderas desplegadas para la guerra ni espada que tuviese la fuerza de desenvainar.

Supongo que la mayoría de aquellos con quienes me cruzo en el acaso de las calles lleva consigo -lo noto en el movimiento silencioso de los labios y en la indecisión confusa de los ojos o en la elevación de la voz con que rezan juntos- una igual proyección para la guerra inútil del ejército sin pendones. Y todos -me vuelvo para atrás y contemplo sus dorsos de vencidos pobres- tendrán, como yo, la gran derrota vil, entre los limos y los juncos, sin claro de luna en las márgenes ni poesía en los pantanos, miserable y hortera.

Todos tienen, como yo, un corazón exaltado y triste, los conozco bien: unos son dependientes de tiendas, otros son empleados de oficina, otros son comerciantes de pequeños comercios; otros son los vencedores de los cafés y de las tascas, gloriosos sin saberlo en el éxtasis de la palabra egotista, […] Pero todos, pobrecillos, son poetas, y arrastran, a mis ojos, como yo a sus ojos, la igual miseria de nuestra común incongruencia. Tienen todos, como yo, el futuro en el pasado.

Ahora mismo, que me hallo inerte en la oficina, y todos salvo yo se han ido a almorzar, miro, a través de la ventana empañada, al viejo oscilante que recorre lentamente la acera del otro lado de la calle. No va borracho; va soñador. Está atento a lo inexistente; quizás espere todavía. Los Dioses, si son justos en su injusticia, nos conserven todavía los sueños cuando sean imposibles, y nos concedan buenos sueños, aunque sean bajos. Hoy, que no soy todavía viejo, puedo soñar en las islas del Sur y con Indias imposibles; mañana quizás me sea concedido por los mismos Dioses el sueño de ser dueño de una tabaquería pequeña, o jubilado en una casa de los alrededores. Cualquiera de los sueños es el mismo sueño, porque todos son sueños. Cámbienme los Dioses los sueños, pero no el don de soñar.

En el intervalo de pensar esto, el viejo se ha salido de mi atención. Ya no lo veo. Abro la ventana para verlo. Todavía no lo veo. Se ha salido. Ha tenido, para conmigo, el valor visual del símbolo; ha terminado y ha doblado la esquina. Si me dijeran que ha doblado la esquina absoluta, y nunca ha estado aquí, lo admitiré con el mismo gesto con que cierro ahora la ventana.

¿Conseguir?…

¡Pobres semidioses horteras que conquistan imperios con la palabra y la intención noble y tienen necesidad de dinero con el cuarto y la comida! Parecen las tropas de un ejército desertado cuyos jefes tuviesen un sueño de gloria del que a éstos, perdidos entre los limos de los pantanos, queda tan sólo la noción de grandeza, la conciencia de haber sido del ejército, y el vacío de no haber sabido lo que hacía el jefe que nunca han tenido.

Así, cada uno se sueña, un momento, el jefe del ejército de cuya retaguardia ha huido. Así, cada uno, entre el barro de los riachos, saluda a la victoria que nadie pudo lograr, y de la que ha quedado una especie de migas entre manchas en el mantel que se han olvidado de sacudir.

Llenan los intersticios de la acción cotidiana como el polvo los intersticios de los muebles cuando no se los limpia con cuidado. En la luz vulgar del día común se les ve luciendo como gusanos cenicientos contra la caoba rojiza. Pueden sacarse [157]con un clavo viejo [158]. Pero nadie tiene prisa [159]de sacarlos.

¡Pobres compañeros míos que sueñan en voz alta, cómo los envidio con vergüenza! [160]Conmigo están los otros -los más pobres, los que no tienen más que a sí mismos a quien contar los sueños y hacer lo que serían versos, si los escribiesen- los pobres diablos sin más literatura que la propia alma, […] que mueren asfixiados por el hecho de existir […]

Unos son héroes y derriban cinco hombres en una esquina de ayer. Otros son seductores y hasta las mujeres inexistentes no osan resistírseles. Se lo creen cuando lo dicen y todos lo dicen porque se lo creen. Otros […] Para todos ellos, vencidos del mundo, porque quien sean son gente [161].

Y todos, como anguilas en un barreño, se enroscan entre sí y se cruzan unos por cima de los otros y no salen de los barreños. A veces hablan de ellos los periódicos […] pero la fama, nunca.

Éstos son los felices, porque les es concedido el sueño […] de la estupidez. Pero a los que, como yo, tienen sueños sin ilusiones (…)

119

El propio sueño me castiga. He adquirido en él tal lucidez que veo como real cada cosa que sueño. Era [162]extravío, por consiguiente, todo cuanto la valorizaba como soñada.

¿Me sueño famoso? Siento todo el desprendimiento que hay en la gloria, toda la pérdida de la intimidad y del anonimato con que es dolorosa para nosotros.

¿1915?

120

Cuántas veces, presa de la superficie y del hechizo, me siento hombre. Entonces vivo con alegría y existo con claridad. Sobrenado. Y me resulta agradable recibir la paga e irme a casa. Siento el tiempo sin verlo, y me gusta cualquier cosa orgánica. Si medito, no pienso. Esos días me gustan mucho los jardines.

No sé qué cosa extraña y pobre hay en la substancia íntima de los jardines ciudadanos que sólo puedo sentirla bien cuando me siento bien a mí. Un jardín es un resumen de la civilización -una modificación anónima de la naturaleza. Las plantas están allí, pero hay calles: calles. Crecen árboles, pero hay bancos debajo de una sombra. En la alineación vuelta hacia los cuatro lados de la ciudad, allí sólo plaza, los bancos son mayores y casi siempre tienen gente.

No odio la regularidad de las flores de los arriates. Odio, en cambio, el empleo público de las flores. Si los arriates estuviesen en parques cerrados, si los árboles creciesen en rincones feudales, si los bancos no tuviesen a nadie, habría con qué consolarme en la contemplación inútil de los jardines. Así, en la ciudad, pautados pero inútiles, los jardines son para mí como jaulas en que las espontaneidades coloridas de los árboles y de las flores no tienen espacio para no tenerlo, lugar en él para no salir, y la belleza propia sin la vida que le pertenece.

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