Fernando Pessoa - Libro del desasosiego de Bernardo Soares

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Libro del desasosiego de Bernardo Soares: краткое содержание, описание и аннотация

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El libro del desasosiego, que presentamos traducido íntegramente por vez primera en lengua castellana, nació en 1913 y Pessoa trabajó en él durante toda su vida. Esta es una obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión cuya pluralidad -literaria y vital-es infinita.

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Otrora, siendo niño, yo iba a esta misma misa, o por ventura a otra, pero debía de ser a ésta. Me ponía, con el debido esmero, mi mejor traje, y disfrutaba de todo, hasta de lo que no tenía razón de disfrutar. Vivía por fuera, y el traje era limpio y nuevo. ¿Qué más quiere quien tiene que morir y no lo sabe de la mano de su madre?

Otrora disfrutaba de todo esto, por eso es sólo ahora, quizás, cuando comprendo cuánto lo disfrutaba. Entraba a oír misa como a un gran misterio, y salía de la misa como hacia un claro. Y así es como era de verdad, y todavía es de verdad. Sólo para el ser que no cree y es adulto, con alma que recuerda y llora, son la ficción y el trastorno, el desaliño y la losa fría.

Sí, lo que yo soy sería insoportable si no pudiese acordarme de lo que he sido. Y esta multitud ajena que persiste todavía [144]en salir de la misa, y el principio de la multitud posible que empieza a llegar para entrar a otra -todo esto son como barcos que pasan junto a mí, río lento, bajo las ventanas abiertas de mi hogar alzado sobre la orilla.

Memorias, domingos, misas, placer de haber sido, milagro del tiempo que quedó por haber pasado, y no olvida nunca porque ha sido mío… Diagonal absurda de las sensaciones probables, ruido súbito del carruaje de la plaza que suena ruedas en el fondo de los silencios ruidosos de los automóviles, y de cualquier modo, por una paradoja maternal del tiempo, subsiste hoy, aquí mismo, entre el que soy y el que he perdido, en el anteromirar mío que soy yo…

¿Qué sé? ¿Qué busco? ¿Qué siento? ¿Qué pediría si tuviese que pedir?

1-2-1931.

107

Devaneo entre Cascaes [145]y Lisboa. He ido a pagar en Cascaes una contribución del patrón Vasques, de una casa que tiene en Estoril. Disfruté anticipadamente el placer de ir, una hora para allá, una hora para acá, viendo los aspectos siempre diferentes del gran río [146]y de su desembocadura atlántica. En verdad, al ir, me perdí en meditaciones abstractas, viendo sin ver los paisajes acuáticos que me alegraba ir a ver, y al volver me he perdido en la fijación de estas sensaciones. No sería capaz de describir el más pequeño pormenor del viaje, el más pequeño trecho de visible. He ganado estas páginas por olvido y contradicción. No sé si eso es mejor o peor que!o contrario, que tampoco sé lo que es.

El tren afloja, es el Caes do Sodré [147]. He llegado a Lisboa, pero no a una conclusión.

108

Hoy, como me oprimiese la sensación del cuerpo aquella angustia antigua que a veces rebosa, no he comido bien, ni he bebido lo de siempre, en el restaurante, o casa de comidas, en cuyo entresuelo fundamento la continuidad de mi existencia. Y como al salir yo [148], el camarero comprobase que la botella de vino había quedado mediada, se volvió hacia mí y dijo: «hasta luego, Sr. Soares, que se mejore».

Al toque de clarín de esta frase sencilla mi alma se alivió como si en un cielo de nubes las apartase de repente el viento. Y entonces reconocí lo que nunca había reconocido claramente: que en estos camareros de café o restaurante, en los barberos, en los mozos de cuerda de las esquinas, yo provoco una simpatía espontánea, natural, que no puedo enorgullecerme de recibir de los que me tratan con más intimidad, impropiamente dicha…

La fraternidad tiene sus sutilezas.

Unos gobiernan el mundo, otros son del mundo. Entre un millonario americano, con bienes en Inglaterra o Suiza, y el jefe Socialista de la aldea no hay diferencias de calidad, sino de cantidad. Abajo […] de éstos, nosotros, los amorfos, el dramaturgo inadvertido William Shakespeare, el maestro de escuela John Milton, el vagabundo Dante Alighieri, el mozo de cuerda que me hizo ayer el recado, el barbero que me cuenta chistes, el camarero que acaba de hacerme la fraternidad de desearme esa mejoría, porque sólo me he bebido la mitad del vino.

109

El hombre delgado sonrió indolentemente. Me miró con una desconfianza que no era malévola. Después sonrió de nuevo, pero con tristeza. Bajó, después, otra vez, los ojos al plato. Continuó cenando en silencio y absorción.

18-9-1917.

110

Los carros de la calle runrunean, ruidos separados, lentos, de acuerdo, parece, con mi somnolencia. Es la hora del almuerzo pero me he quedado en la oficina. El día está templado y un poco velado. En los ruidos hay, por alguna razón, que tal vez sea mi somnolencia, lo mismo que hay en el día.

111

He descubierto que pienso siempre, y atiendo siempre, a dos cosas al mismo tiempo. Todos, supongo, serán un poco así. Hay ciertas impresiones tan vagas que sólo después, porque nos acordamos de ellas, sabemos que las hemos tenido; de esas impresiones, creo, se formará una parte -la parte interior, quizás- de la doble atención de todos los hombres. /Me sucede que tienen igual relieve las dos realidades a que atiendo. En esto consiste mi originalidad. En esto, tal vez, consiste mi tragedia, y su comedia./

Escribo atentamente, inclinado sobre el libro en que hago con los asentamientos la historia inútil de una firma oscura; y, al mismo tiempo, mi pensamiento sigue, con igual atención, la ruta de un navío inexistente por paisajes de un Oriente que no existe. Las dos cosas son igualmente nítidas, igualmente visibles para mí: la hoja en que escribo con cuidado, en las líneas pautadas, los versos de la epopeya comercial de Vasques y Cía., y el convés donde veo con cuidado, un poco al lado de la pauta alquitranada de los intersticios de las tablas, las tumbonas alineadas, y las piernas salidas de los que descansan del viaje.

(Si yo fuera atropellado por la bicicleta de un niño, esa bicicleta infantil se volvería parte de mi historia.)

Interviene el saliente de la sala de fumar; por eso, sólo se ven las piernas.

Adelanto la pluma hacia el tintero y de la puerta de la sala de fumar -[…] incluso al pie de donde siento que estoy- sale la figura de un desconocido. Me da la espalda y avanza hacia los otros. Su manera de andar es lenta y el trasero no dice mucho […] Empiezo otro asiento. Trato de ver por qué me había equivocado. Es en el debe y no en el haber la cuenta de Marques (Le veo gordo, amable, chistoso y, en un momento, el barco desaparece [149]).

112

Por entre el caserío, en intercalaciones de luz y sombra -o, mejor, de luz-, la mañana se desata sobre la ciudad. Parece que no viene del sol, sino de la ciudad, y que es de los muros y de los tejados de donde la luz de lo alto se desprende -no de ellos físicamente, sino de ellos porque están allí.

Siento, al sentirla, una gran esperanza; pero reconozco que la esperanza es literaria. Mañana, primavera, esperanza -están unidas en música por la misma intención melódica; están unidas en el alma por el mismo recuerdo de una igual intención. No: si me observo a mí mismo, como observo a la ciudad, reconozco que lo que tengo que esperar es que este día se acabe, como todos los días. La razón también ve a la aurora. La esperanza que he puesto en ella, si la hubo no fue mía: fue la de los hombres que viven la hora que pasa, y de quienes he encarnado, sin querer, el entendimiento exterior de este momento.

¿Esperar? ¿Qué tengo yo que espere? El día no me promete más que el día, y yo sé que éste tiene transcurso y fin. La luz me anima pero no me mejora, pues saldré de aquí como para acá vine -más viejo en horas, más alegre una sensación, más triste un pensamiento. En lo que nace, tanto podemos sentir lo que nace como pensar lo que ha de morir. Ahora, a la luz amplia y alta, el paisaje de la ciudad es como de un campo con casas -es natural, es extenso, es combinado. Pero, aun en el ver de todo esto, ¿podré yo olvidar que existo? Mi conciencia de la ciudad es, por dentro, mi conciencia de mí.

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