Sus días – por lo que aún podemos distinguir de ellos -formaron una extraña sucesión. Empezaran o no en algún remoto pueblecito inglés, lo cierto es que terminaron en Venecia, en el Palazzo Rezzonico. Alií, por lo menos, vivía aún en el año 1897, ya viuda, en una casa del muchachito a quien tanto cuidó y quiso: míster Barrett Browning. Muy extraña procesión de días… es posible que pensara aquella anciana, soñando a la luz roja del ocaso veneciano. Sus amigas, casadas con labriegos, venían aún -pisando inseguras el césped inglés- a tomarse un vaso de cerveza. Se había fugado con miss Barrett a Italia; había visto las cosas más extrañas: revoluciones, guardias, espíritus, míster Landor tirando los platos por la ventana…
Luego, la muerte de mistress Browning… No, no le faltarían a la vieja cabeza de Wilson cosas en qué pensar cuando se sentaba por las tardes junto a una ventana del Palazzo Rezzonico. Pero sería inútil que pretendiéramos saber en qué consistían esos pensamientos, pues era una típica representante de ese gran ejército formado por las criadas inescrutables, silenciosas e invisibles, que en la historia han sido. «No podría hallarse un corazón más honrado, fiel y cariñoso que el de Wilson.» Estas palabras de su ama pueden servirle de epitafio. (N. de A.)
[8] Parece ser que a mediados del siglo XIX era Italia famosa por sus pulgas. Desde luego, servían para romper con muchos convencionalismos, muy difíciles de evitar de otra manera. Por ejemplo, cuando Nathaniel Hawthorne fue a tomar el té en casa de miss Bremen, en Roma (1858), «hablamos de las pulgas, insectos que en Roma están a la orden del día; abundan tanto y es tan difícil librarse de ellas, que no se siente embarazo alguno para aludir a las grandes molestias que causan. A la pobrecita miss Bremen la estuvo atormentando una mientras nos servía el té…» (N. de A.)
[9] Nerón (1849-60, aproximadamente), era, según Carlyle, un «perrito cubano, blanco casi todo él, muy vivo y afectuoso; pero, aparte de eso, no tenía gran mérito…» Se dispone de abundante material para reconstruir su vida, pero no es ésta la ocasión de utilizarlo. Baste decir que lo robaron; que volvió con un cheque, destinado a Carlyle, atado al cuello; que «dos o tres veces lo eché a nadar en el mar (en Aberdour), lo cual no le hizo ni pizca de gracia», y que en 1850 se arrojó por la ventana de la biblioteca y se estrelló contra el suelo. «Fue después del desayuno», dice mistress Carlyle; «había estado asomado a la ventana, que estaba abierta, contemplando los pájaros… Yo me hallaba aún en la cama, cuando oí gritar a Elizabeth: "¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Nerón!" Y salí como un vendaval escaleras abajo, hasta la calle… Míster C. bajó de su dormitorio con la barbilla llena de jabón y preguntó: "¿Le ha ocurrido algo a Nerón?" "¡Oh, señor, debe de haberse roto todas las patas, se tiró por la ventana de usted!" "¡Dios me valga!" dijo míster C., y subió a acabarse de afeitar.» Sin embargo, no se le rompió ningún hueso, y sobrevivió de aquello para ser atropellado por el carro de un carnicero, y morir de los efectos de este accidente, el primero de febrero de 1860. Está enterrado en el cementerio de Cheyne Row, bajo una pequeña losa de piedra. Podría dar lugar a un interesantísimo tratado de psicología canina el investigar si intentó suicidarse o si fue, sencillamente, que quiso saltar tras los pájaros, como insinúa la señora Carlyle. Algunos sostienen que el perro de Byron se volvió loco por afinidad con su amo, y otros, que Nerón se dejó arrastrar por una incurable melancolía en su afán de asociarse a la de míster Carlyle. Lo relativo a la influencia ejercida en los perros por el espíritu de su época, a la posibilidad de llamar isabelino a un perro, victoriano a otro, etcétera… así como a la influencia, en los perros, de la filosofía y la poesía de su época, merece un desarrollo más amplio del que pudiera tener aquí. Por ahora han de permanecer en la oscuridad los motivos que impulsaron a Nerón. (N. de A.)
[10] Mrs. Huth Jackson dice, en A Victorian Childhood : «Lord Arthur Russell me dijo, muchos años después, que de pequeño lo llevó su madre a Knebworth, A la mañana siguiente, cuando se hallaba desayunando, vio llegar a un anciano de extraño aspecto, con una bata deslucida, que dio una vuelta alrededor de la mesa, mirando fijamente, y uno tras otro, a todos los huéspedes. Oyó al vecino de mesa de su madre que la advertía en voz baja: "No le haga usted caso. Se cree invisible." Era Lord Lytton en persona» (págs. 17-18). (N. de A.)
[11] Es seguro que Flush murió; pero se desconocen la fecha y las circunstancias de su muerte. La única referencia que poseemos es la de haber vivido Flush «hasta una edad bastante avanzada, y está enterrado en la cripta de la Casa Guidi». Mistress Browning fue enterrada en el Cementerio inglés de Florencia, y Robert Browning en la Abadía de Westminster. De manera que Flush yace aún hajo la casa donde vivieron antaño los Browning. (N. de A.)