Javier Sierra - La cena secreta

Здесь есть возможность читать онлайн «Javier Sierra - La cena secreta» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La cena secreta: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La cena secreta»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Fray Agustín Leyre, inquisidor dominico experto en la interpretación de mensajes cifrados, es enviado a toda prisa a Milán para supervisar los trazos finales que el maestro Leonardo da Vinci está dando a La Última Cena. La culpa la tiene una serie de cartas anónimas recibidas en la corte papal de Alejandro VI, en las que se denuncia que Da Vinci no sólo ha pintado a los Doce sin su preceptivo halo de santidad, sino que el propio artista se ha retratado en la sagrada escena, dando la espalda a Jesucristo.

La cena secreta — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La cena secreta», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¿Me recordáis?

Asentí.

– Lamento haber recurrido a estos métodos para traeros aquí, padre. Pero, creedme, era la única opción que teníamos. Por las buenas no nos hubierais acompañado. -Sonrió.

Aquel plural me desconcertó.

– ¿Que teníais? ¿Quiénes, Mario?

El rostro de Forzetta se iluminó al oírme pronunciar su nombre.

– Los hombres puros de Concorezzo, padre. Nuestra fe nos impide utilizar la violencia, pero no el ingenio.

– Bonhommes… ¿Tú?

– Estaréis horrorizado, lo sé. Liberasteis a un hereje de la prisión que se merecía. Pero antes de que hagáis vuestro juicio sobre este asunto, ruego que me escuchéis. Tengo mucho que contaros.

– ¿Y mis hermanos?

– Los dejamos dormidos en Santo Stefano, como a vos. A estas horas, si no se han congelado, ya habrán regresado a Milán, y tendrán vuestra misma jaqueca.

Mario lucía un aspecto razonablemente bueno. Se le notaba aún la cicatriz que le había partido en dos la cara días atrás, pero se había dejado crecer barba y su tez estaba morena por el sol. Distaba ya mucho del espectro que conversó conmigo en la prisión del palacio de los Jacaranda. Había ganado peso y su rostro irradiaba felicidad. Saberse fuera del alcance de don Oliverio le había sentado bien. Lo que no acertaba a comprender era por qué había decidido retenerme. Y por qué precisamente a mí, que fui quien le brindó su libertad.

– Mis hermanos y yo hemos dudado mucho antes de dar este paso -se explicó Mario, que se sentó a mi lado, en el suelo-. Sé que vos, padre, sois inquisidor y que vuestra orden lleva más de doscientos años persiguiendo a familias que, como nosotros, tenemos otra manera diferente de aproximarnos a Dios.

– Pero…

– Pero al veros ayer en Santo Stefano, comprendí que erais una señal enviada por Dios. Aparecisteis allí justo cuando ya tenía las respuestas que juré daros. ¿Lo recordáis? ¿Acaso no es un milagro? Convencí a nuestro perfecto para que os trajéramos aquí y yo pudiera saldar mi deuda con vos.

– No hay tal deuda.

– La hay, padre. Dios ha cruzado nuestros caminos por alguna razón que sólo Él sabe. Tal vez no sea para que os ayude a resolver vuestros acertijos, sino para que juntos nos enfrentemos al enemigo que tenemos en común.

Aquella afirmación me desconcertó.

– ¿Cómo dices?

– ¿Recordáis el acertijo que me confiasteis el día que me pusisteis en libertad?

Asentí. Oculos ejus dinumera seguía desafiando mi inteligencia. Ya casi había olvidado que también Forzetta lo tenía en su poder.

– Después de despedirme de vos, me refugié en el taller de Leonardo. Sabía que su casa era el único lugar de Milán que me daría cobijo, como así sucedió. Y naturalmente, hablé con el maestro. Le conté mi encuentro con vos, le hablé de vuestra infinita generosidad y le pedí que me auxiliara. No sólo quería que me protegiera de la ira del señor Jacaranda, sino que deseaba agradeceros lo mucho que habíais hecho por mí al sacarme de sus celdas.

– Pero ya no eras discípulo del maestro… ¿verdad?

– No. Aunque, en realidad, nunca se deja de serlo. Leonardo siempre trata a sus pupilos como a hijos, y pese a que algunos demostremos no tener altura para seguir en la pintura, siempre nos reserva su afecto. A fin de cuentas, sus enseñanzas trascienden el mero oficio de artista.

– Entiendo. Así que fuiste a refugiarte bajo el ala protectora de meser Leonardo. ¿Y qué te dijo?

– Le entregué vuestro acertijo. Le dije que encerraba el nombre de una persona a la que buscabais y el maestro lo resolvió para mí.

Aquello me resultó irónico. ¿Leonardo había descifrado la firma de quien había escrito a Betania para buscar su ruina? Lleno de curiosidad, traté de sobreponerme al mareo y tomé las manos de Mario para enfatizar mi pregunta:

– Y dime, ¿lo consiguió?

– En efecto, padre. Hasta puedo confirmaros qué nombre encierra.

Mario depositó entonces la carta de la sacerdotisa en el suelo, justo entre nuestras piernas.

– Meser se extrañó mucho cuando le pregunté por vuestro enigma -continuó-. De hecho, me dijo que lo conocía muy bien. Que un hermano de Santa Maria se lo había llevado un tiempo antes, y que ya entonces lo había resuelto para él.

– ¡Fray Alessandro!

El recuerdo de Oculos ejus dinumera escrito en el reverso de un naipe como aquel hallado junto al cadáver del bibliotecario me hizo dar un respingo. De repente todo cobraba sentido: el Agorero debió de asesinar a fray Alessandro al saberse desenmascarado por éste, y hubo de urdir entonces un plan para desacreditar a Leonardo. Asesinar a un oscuro religioso debió de resultarle fácil, pero no así acabar con el pintor favorito de la corte. Así que optó por intentar incriminarlo por hereje. De ahí sus cartas a Betania.

Antes de que mi imaginación se disparara, Mario prosiguió.

– Sí, padre. Fray Alessandro. Lo que recuerdo muy bien son las palabras del maestro: que ambos acertijos, naipe y versos, estaban íntimamente unidos. Vuestros versos eran incomprensibles sin el naipe de la sacerdotisa y sin él no era posible encontrar la clave del nombre que buscáis. Son como la cara y la cruz de una misma moneda.

Rogué a Mario que se explicara mejor. El joven tomó entonces la frase latina que llevaba apuntada en el mismo papel que le había entregado en Milán, y la situó junto al arcano del juego de los Visconti-Sforza. Una vez más, volvía a tener aquellas dichosas siete líneas ante mí:

Oculos ejus dinumera,

sed noli voltum adspicere.

In latere nominis

mei notam rinvenies.

Contemplan et contemplata

alus tradere.

Veritas

– En realidad, es un sencillo acertijo en tres niveles -dijo-. El primero busca la identificación del naipe que os ayudará a resolver el enigma. «Cuéntale los ojos, pero no le mires a la cara.» Tiene un significado muy sencillo. Si os fijáis bien, en esta carta sólo existe un ojo posible fuera del rostro de la mujer.

– ¿Un ojo? ¿Dónde?

Mario parecía divertirse.

– Está en el ceñidor, padre. ¿No lo veis? Es el ojo del nudo por el que pasa la cuerda que ata la cintura de la mujer. Se trata de una metáfora utilizada con gran habilidad por vuestro hombre.

– Pero eso no es todo -prosiguió-. Si os fijáis mejor, no sabemos en qué costado buscar la cifra del nombre que buscáis. «La cifra de mi nombre hallarás en su costado» deja abierta una gran incógnita. ¿Es el lado derecho o el izquierdo en el que debemos buscar esa cifra? Yo os lo diré: debéis mirar en la diestra de la mujer.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro?

– El maestro tropezó con la respuesta gracias a un detalle esteganográfico.

– ¿Esteganografía?

– Los griegos, padre, fueron maestros en el arte de ocultar mensajes secretos en escritos u obras que estaban a la vista de todo el mundo. En su idioma, stéganos significa «escritura oculta», y aquí salta a la vista que la hay. Una errata nos da la clave: rinvenies se escribe sin «r». Un hombre tan meticuloso como el encriptador de este mensaje no pudo pasar por alto semejante detalle, así que revisé con cuidado vuestros versos y descubrí que además de la «r» existían otras cinco letras marcadas. Esta vez con un punto. Puede que os pasaran desapercibidas, pero ahí están: ejus, dinumera, sed, adspicere y tradere. Y me extraña que nadie se haya fijado antes en ellas.

Me incliné incrédulo sobre la firma del Agorero para ver lo que Mario me estaba mostrando y descubrí, en efecto, que las letras «e», «d», «s», «a» y «t» tenían ese punto fuera de lugar.

– ¿Lo veis ya? -insistió-. Con ellas, más la «r» fuera de lugar, puede componerse la palabra «destra». Derecha. Es la aclaración que nos faltaba.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La cena secreta»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La cena secreta» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La cena secreta»

Обсуждение, отзывы о книге «La cena secreta» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x