David Camus - La espada de San Jorge

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Una fascinante aventura épica en el siglo XII de las grandes sagas.
Cuando aún es un niño, el intrépido Morgennes es testigo del asesinato de toda su familia. Más tarde, tras pasar unos años en el Monasterio de Troyes, donde da muestras de gran inteligencia, parte con su amigo Chretien en busca de aventuras. En Bizancio, tras superar la iniciación, será armado caballero. Y ya en Jerusalén deberá volver a probarse a sí mismo enfrentándose al mundo de la memoria y al de los muertos, a las sombras y a los recuerdos…
Una recreación histórica apasionante de los tiempos de la caballería, el honor y la devoción por la causa.
Una historia muy intensa, que no decae en ningún momento: héroes caballerescos, búsqueda de reliquias, el contexto histórico de las cruzadas y los templarios, todo ello acompañado de grandes dosis de fantasía y acción sin límite.

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– ¿Quién es «ella»?

– ¿«Ella»? ¿Eso he dicho?

– Sí.

– Ya no lo sé.

Cerró los ojos y cayó de nuevo en una especie de coma, pero esta vez estaba más próximo del sueño que de la letargia. ¿Cuánto tiempo durmió así? No sabría decirlo. ¿Un mes? ¿Seis meses? ¿Un año?

Yo fui el encargado de ocuparme de él.

Me lo habían traído, tendido sobre unas parihuelas, y Colomán había declarado:

– Ha tocado lo intocable y ha violado mi propiedad. Tiene grandes cualidades, no cabe duda. Pero hay algo femenino en él. Se diría que le cuesta obedecer las órdenes… Un buen soldado debe aprender a conocer los límites, y a no sobrepasarlos.

– Es tan curioso…

– Sí, una buena cualidad realmente. Pero es preciso que aprenda disciplina.

Desde ese instante, velé por Morgennes como se vela por un hermano, o mejor dicho -sí, debo confesároslo-, por un hijo. Le pasaba una esponja de agua fría por la frente, para refrescarle, y le daba un poco de sopa -en las raras ocasiones en las que salía de su estado letárgico-. Solo había tragado un poco de té, y sin embargo, sus pulmones habían devuelto tanta agua como si se hubiera ahogado. ¿Sería de naturaleza mágica el mal que le afectaba?

Colomán me había dicho:

– El remedio que buscas está en estos libros. Encuéntralo. De otro modo, morirá.

Los libros a los que se refería eran los escritos en chino -para entonces me había enterado de que aquello era chino-. Pero yo no entendía una palabra, y evidentemente no había ningún chino en las cocinas. De manera que decidí armarme de paciencia y esperé, rezando por que Morgennes no muriera. ¿Qué había ingerido? ¿Qué era aquella sustancia? Más adelante sabría que se trataba de una bebida llamada «té de los dragones», elaborada a partir de setas de los pantanos. Morgennes debería haber muerto, porque aquellos que la beben, aunque solo sea un trago, sin haber realizado antes una larga preparación ingiriendo contravenenos, mueren en la hora siguiente sufriendo atrozmente. Pero él no murió.

Cuando Morgennes se despertó, le encontré cambiado. Había algo en su mirada que parecía diferente. Un brillo había cruzado por ella. Lo primero que me dijo al despertar fue:

– Vayámonos de aquí, ya estoy harto.

– Pero le entregaste tu vida.

– ¡Vayámonos!

– No. Me niego. Es demasiado peligroso. Primero tienes que acabar tu entrenamiento.

Morgennes se encerró en el silencio, y yo le dejé en paz. Así pasaron varios días, sin que abriera la boca excepto para tragar algo y recuperar las fuerzas. Su primera sonrisa fue para Cocotte, que había recobrado su plumaje rojo y oro.

– ¿Ha puesto huevos? -me preguntó Morgennes.

– No, sigue igual…

– Y tú, ¿cómo te sientes?

– Cansado.

Desde hacía tiempo tenía una especie de náuseas, pero no me atrevía a hablarle de ello.

– Bien -dijo levantándose de un salto-. Estoy de acuerdo contigo. ¡Solo nos iremos de aquí si triunfo en mi empeño!

– No -respondí yo-. ¡Nos iremos de aquí cuando triunfes!

Dicho y hecho: Morgennes se dirigió inmediatamente a las cocinas y pidió una bandeja y una taza a una anciana, la única mujer que trabajaba allí. Sin duda era la mujer a la que había aludido hacía tiempo Colomán.

– ¡Y dadme también la tetera!

La intendente juntó las manos bajo el rostro y a continuación bajó la cabeza, mascullando algunas palabras en una lengua extranjera.

– ¿Qué lengua es esa? -preguntó Morgennes.

– Es chino -respondió ella-. Quiere decir: «¡Con mucho gusto!».

– ¿De modo que sois china?

– No.

– Pero ¿habláis chino?

– Sí.

– ¿Podríais enseñar el chino a mi amigo?

– Sí.

– ¡Gracias!

La anciana repitió su reverencia, y dijo una vez más en chino: «¡Con mucho gusto!».

Morgennes le devolvió el saludo y se alejó en dirección a la escalera. Antes de subir, se detuvo junto al maestro cocinero y le preguntó:

– ¿Dónde hay que servir el té?

– En el jardín de invierno. Lo encontrarás fuera, frente al Bósforo.

Morgennes salió rápidamente y se echó a reír.

– ¡Informarse siempre sobre la misión encomendada! ¡Partir bien equipado! ¡Y reactualizar las órdenes!

No tuvo ningún problema para encontrar el jardín de invierno, que efectivamente daba a las orillas del Bósforo. Allí Colomán tomaba el fresco tendido en una tumbona. Poniendo en práctica lo que había aprendido, a mantener el silencio y a moverse furtivamente -un buen sirviente siempre debe ser discreto-, Morgennes consiguió acercarse a menos de una pulgada del poderoso megaduque sin hacerse notar. Si hubiera querido, habría podido cortarle la yugular. O eso creía, porque en ese momento Colomán le dijo sin volverse:

– Has olvidado dos factores importantes.

– ¿Cuáles? -preguntó Morgennes.

– El olor y el calor del té. Mi corazón ha palpitado diez veces desde que he olido el primero, y he sentido el segundo un poco más tarde. Pero, por lo demás, solo tengo una cosa que decirte: ¡Bravo! Has hecho un buen trabajo…

Morgennes vertió el contenido de la tetera en la taza y se la dio a Colomán, que mojó los labios en el té:

– ¡Perfecto! Ahora, dime: ¿has aprendido mucho?

– Muchísimo -dijo Morgennes-. Pero sobre todo…

– ¿Sí?

– ¡Que si uno quiere estar bien servido, lo mejor es que haga las cosas él mismo!

– Excelente. Me alegro de que hayas salido airoso. Pero no me sorprende. En fin, ya estás maduro para ascender de rango. Te nombro intendente.

– ¿Y en qué consiste eso?

– En una primera etapa, en recoger las posibles bandejas y tazas de té abandonadas en la planta baja, o en retirarlas de las manos de su legítimo propietario si este se ha dormido… ¿Comprendes lo que quiero decir?

– Muy bien -dijo Morgennes, que comprendió entonces que si su taza y su bandeja habían desaparecido durante aquella noche, había sido simplemente porque un intendente se las había llevado sin despertarle.

– El sirviente a quien rompiste la nariz no tenía nada que ver con la desaparición de tus cosas -dijo Colomán.

– Seguro que debe de estar furioso conmigo. Me gustaría ir a presentarle mis excusas.

– Será difícil, porque ya no está aquí. Ha recorrido un largo camino desde tu llegada. Sobre todo desde tu largo sueño.

– ¿Dónde puedo encontrarle?

– Temo que no estés, por el momento, autorizado a acercarte a él. Su majestad el emperador Manuel Comneno, basileo de los griegos, le ha tomado a su servicio.

– ¿Y yo? ¿Le serviré algún día?

– Cuando estés preparado.

– Una última pregunta, si me lo permitís.

– Habla.

– ¿Cómo se llama este sirviente? -Kunar Sell.

Morgennes salió trotando en dirección a las cocinas, mientras repetía ese nombre: «Kunar Sell». Una vez más, tenía el presentimiento de que sus destinos estaban entrelazados. ¿Se engañaba? Por alguna razón que no llegaba a explicarse, le parecía indispensable ir a presentar sus excusas a este hombre.

Pero las semanas pasaron sin que encontrara tiempo para hacerlo. Morgennes redoblaba sus esfuerzos y su sagacidad para cumplir del mejor modo cada uno de sus numerosos deberes. Una de sus tareas consistía en dirigir el servicio de los festines ofrecidos a los recién llegados, en el curso de los cuales se servían más de un centenar de platos. A decir verdad, Morgennes hacía algo más que dirigirlos; porque él mismo llevaba a la terraza donde se celebraba el banquete más de la mitad de todo lo que debía subirse: es decir, más de una cincuentena de platos, bandejas, calderos y marmitas.

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