– Volví hacia Cocodrilópolis. Atravesé las seis cataratas que separaban los pantanos de la antigua ciudad de los ofitas. Luego robé unos caballos, y crucé el Sinaí para volver a Tierra Santa.
– ¡Mentiroso! ¡Esto es imposible! -gritó un templario en la sala.
Todos se volvieron hacia él.
– ¡Fuiste tú quien envenenó a Dodin! ¡Por culpa tuya se encuentra en este estado! ¡Lo pagarás!
– ¡Basta! -interrumpió el rey-. ¡Si hubiera hecho lo que dices, Morgennes no se habría t-t-tomado la molestia de traer su cuerpo!
– ¡Tal vez Morgennes haya olvidado, pero nosotros, los templarios, no olvidaremos!
La multitud empezó a abuchearle. Entonces abandonó la sala, seguido por todos los templarios.
– Lo siento mucho -dijo Amaury a Morgennes.
– No es nada -dijo Morgennes, bajando del escenario entre aplausos-. Lo esperaba.
Una vez que hubo vuelto a la sala, donde habían servido un formidable banquete, Morgennes dijo a Guillermo de Tiro y a Amaury:
– De todos modos, me iré. Debo viajar a Arabia, en busca de mi madre. Y luego, sobre todo, a mi tierra, en busca de…
No acabó la frase. Entonces Amaury le dijo:
– Antes de que p-p-partas, tengo algo que solicitarte. ¡Una última p-p-petición!
– Por este niño -intervino Guillermo de Tiro, acariciando los cabellos del pequeño Balduino.
Morgennes se arrodilló a los pies del príncipe y le preguntó:
– ¿A qué cima debo acompañaros esta vez, majestad?
– Temo que no sea tan fácil como escalar las p-p-pirámides -dijo Amaury.
– Ni tan divertido -añadió Balduino.
– ¿De verdad? -preguntó Morgennes.
– Está en juego su vida -le susurró Guillermo al oído. Viendo la expresión grave que habían adoptado el rey y su más próximo consejero, Morgennes se levantó y les dijo: -Afrontaré la muerte para evitársela.
Y aquí acaba el cuento.
Chrétien de Troyes,
Erec y Enid
Alguien llamó a mi puerta.
– ¿Quién va?
– ¡Gargano! -dijo una voz cavernosa.
Demasiado sorprendido para encontrar una respuesta, estuve a punto de caer de espaldas y corrí a abrir la puerta de mi scriptorium.
– ¡Gargano! ¿De verdad eres tú?
El gigante me estrujó hasta ahogarme.
– Es bueno volver a verte -dijo mirándome fijamente.
– ¡Entra, entra!
Gargano entró bajando la cabeza, tras él caminaba una mujer de belleza altiva junto con una niñita que debía de tener unos cuatro años y que me recordaba a alguien, sin que pudiera decir a quién.
– ¿No has venido solo? ¿Has traído a unas amigas? Has hecho bien.
– Te presento a Guyana y a su hija, Casiopea.
– ¡Sed bienvenidos a mi humilde morada!
– Nos ha costado muchísimo encontraros -me dijo Guyana.
– Oh -dije yo-. Es que he viajado mucho. Después de Saint-Pierre de Beauvais, Arras y Troyes, finalmente me he instalado aquí, en la corte de María de Champaña.
Un movimiento a mi espalda atrajo mi atención. Era la niña, que se acercaba a la cazoleta donde había puesto incienso a quemar.
– ¡Cuidado, está caliente!
La niña apartó la mano, pero su madre me dijo:
– No os preocupéis, no se quema nunca.
– ¡Ya lo sé! -exclamé-. ¡Ya sé a quién me recuerda!
Gargano me miró poniendo los ojos en blanco, lo que me incitó a callar.
– ¿A quién? -me preguntó Guyana.
– A san Marcelo… Un santo que tenía el poder de manipular objetos calentados al rojo sin quemarse.
Gargano me dirigió una amplia sonrisa. Al parecer, había respondido bien.
– Y esto, ¿qué es? -preguntó Casiopea, mostrando el huevo que ocupaba un lugar de privilegio en mi escritorio.
– ¿Oh, esto? No es nada, por desgracia. Lo encontré en los montes Caspios. Puedes tocarlo, si tienes cuidado. Pero temo que no llegue a eclosionar nunca. Hace demasiado tiempo…
La niñita cogió el huevo y lo acarició con dulzura.
– ¡Mirad! -gritó-. ¡Se agrieta!
No podía creer lo que veía. Aquello era un milagro. La cáscara se resquebrajaba. En el interior se adivinaba la forma, no de un polluelo, sino de otro pajarillo. ¿Una cría de pájaro de presa? Qué extraño…
– ¡Cualquiera diría que te estaba esperando! -le dije a la niña.
– Qué bonito -exclamó Guyana acercándose a su hija-. Ponte recta, Casiopea. Y no lo dejes caer.
– ¡Mamá! -exclamó la niña abriendo unos ojos muy grandes-. ¡Tenemos que ponerle un nombre!
La joven me miró.
– Pues…
– Vamos -insistió la niña-. Y tú, tío Gargano, ¿no dices nada? ¡Por favor!
– ¿Por qué no se lo preguntas a su propietario? -gruñó Gargano.
– ¡Oh, sí, sí! -se entusiasmó la niña.
Pude sentir cómo se sonrojaban mis mejillas, y propuse:
– ¿Y si lo llamáramos Cocotte?
– ¿Cocotte? -dijo Guyana-. Este nombre me parece más apropiado para una gallina.
– No os equivocáis. Pero para mí es un modo de rendir homenaje a un amigo muy querido, cuya vida -dije posando la mano sobre el manuscrito en el que trabajaba- me dispongo a relatar.
– ¿Y cómo se titula vuestro libro? -me preguntó Guyana mirándolo.
– Oh, aún no tiene título… -mentí.
Y mientras lo decía, guardé mi obra en un armario, por miedo a que viera la cubierta. Porque le había dado el título del libro que leía el guardián de la Última Prueba en los montes Caspios: Morgennes.
abds: esclavos negros que formaban el grueso de las tropas egipcias.
basileo: emperador de los griegos. (Aquí, Manuel Comneno.)
besante: moneda de oro o de plata, de origen bizantino.
camocán: tejido grueso que servía para confeccionar bliares, mantos, cortinajes, mantas, etc.
cefalotafio: cofrecillo destinado a guardar una cabeza cortada.
chrysotriclinos: entre los griegos, sala del trono imperial.
crisóbula: entre los griegos, acto de ley, declaración de privilegio o edicto firmado personalmente por el basileo y sellado con oro.
draconocte: cazador de dragones.
dromón: galera bizantina, maniobrada por remeros,
ecumene: superficie habitable de la tierra.
falucho: pequeño barco de vela.
gineceo: entre los griegos, alojamiento reservado a las mujeres.
hueste: ejército feudal.
misericordia: especie de daga muy fina, que podía penetrar a través de los defectos de las armaduras.
nefilim: en la Biblia, este término designa a los gigantes que en otro tiempo poblaron la Tierra.
scriptorium: habitación donde escribían los monjes.
turcópolos: mercenarios, a menudo originarios del Próximo Oriente, cuyos servicios eran contratados por los templarios o los hospitalarios.
Índice de los personajes principales
Al-Adid: califa de Egipto.
Alejandro III: Papa.
Alexis de Beaujeu: escudero y luego caballero de la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, amigo de Morgennes.
Alfa II: perro basset de Amaury.
Amaury I de Jerusalén: rey de Jerusalén, padre de Balduino IV.
Azim: sacerdote copto, alto funcionario egipcio.
Balduino IV: joven hijo de Amaury.
Chawar: maestre de los ofitas y visir del califa al-Adid.
Chrétien de Troyes: monje y escritor, amigo de Morgennes y narrador de esta historia.
Cocotte: gallina rojiza, amiga de Chrétien de Troyes y de Morgennes.
Constantino Colomán: megaduque bizantino, «maestro de las milicias».
Dodin el Salvaje: caballero de la Orden del Temple.
Felipe: médico y embajador extraordinario del papa Alejandro III.
Filomena: joven muda, «maestra de los secretos».
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