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Lorenzo Silva: Sereno en el peligro

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Lorenzo Silva Sereno en el peligro

Sereno en el peligro: краткое содержание, описание и аннотация

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Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil ofrece un recorrido por el devenir español, desde 1844, en busca de una línea vertebradora que nos explique lo que de excepción tiene un cuerpo de seguridad pública que se conoce con el apelativo de benemérito: sus peculiaridades, sus claroscuros, sus miserias y, pese a todo, sus glorias. Lorenzo Silva, que ya conoce el éxito con sus novelas sobre los guardias civiles Bevilacqua y Chamorro, se aventura por el ensayo en busca del «carácter de esta peculiar institución y de los hombres, y más recientemente mujeres, que la integran». Contra los tópicos más arraigados, que sobre el Cuerpo existen, esta obra presenta una interpretación personal del papel histórico de la institución. Muchos españoles todavía la ven como una entidad reaccionaria, cuando en realidad es una creación de la España liberal y ha sido históricamente motor de progreso.

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Alguna elaboración literaria tiene seguramente la anécdota, tal y como ha llegado hasta nosotros. Pero la esencia, con bastante probabilidad cierta, lo es a su vez del talante y el comportamiento de unos hombres cuyas acciones no siempre se han contado con la ecuanimidad necesaria. Por exceso de inquina, en unos casos. Por exceso de jabón, en otros. Y por el sorprendente desentendimiento que de su peripecia y sus nada anodinos avatares han demostrado los escritores españoles, y en general todos los autores de ficciones narrativas en cualquier medio. Una negligencia que se extiende al conjunto de nuestra Historia: qué habría hecho Hollywood con nuestro siglo XIX, esa época descabellada en la que, como hemos visto, los guardias cargaban a caballo por la calle Preciados contra los artilleros atrincherados tras colosales barricadas, mientras el pueblo en armas se unía con entusiasmo a la refriega. Pero el vano es especialmente clamoroso cuando se mira a los beneméritos, salvo raras excepciones ausentes, o como mucho reducidos a eternos secundarios grotescos o malvados, en el relato literario de la España contemporánea. Así lo constataba el que fuera director general del cuerpo, José Luis Aramburu Topete, con palabras que por su justeza no nos resistimos a transcribir:

Desgraciadamente no ha habido escritor de mérito que haya sabido aprovechar el rico filón que ha brindado la intensa historia de la Guardia Civil, si exceptuamos, ya avanzado en el tiempo, a Ignacio Aldecoa, que bebió en la fuente del propio cuerpo para encontrar el argumento […]. Después, Tomás Salvador escribiría su magnífica novela «Cuerda de presos». Es cierto que la figura uniformada de azul o de verde, siempre tocada de acharolado sombrero, y siempre formando parte del paisaje, se ha hecho visible con relativa frecuencia en la novelística o en la filmografía, pero, no lo es menos, el hecho de que pocas veces haya sido captado el verdadero espíritu y la auténtica realidad de la Institución. Las más se la ha presentado convertida en imagen tópica, hecha de personajes de piedra o acartonados, que bien podrían formar parte de un museo de cera. No cabe duda de que esto ocurre cuando se desconoce la esencia de las cosas y, consecuentemente, en este caso, de la Guardia Civil. También, no hay por qué negarlo, ha existido un cierto temor, cuando no prohibición, a dañar siquiera sea rozando, el prestigio de la Institución, y esto ha inhibido a todo aquel que en principio tenía algo que decir. Se dice que en tiempos de rígida censura cinematográfica, un quisquilloso censor, defensor de la fama y prestigio del cuerpo, rechazó una escena en la que unos presos conseguían fugarse pese al esfuerzo de la Guardia Civil, esgrimiendo el incontestable argumento: «Un guardia civil nunca falla un disparo». Opiniones así […] ni agradan ni benefician al Cuerpo y sí, en cambio, han dado lugar a tanto recelo y precaución a la hora de escribir sobre unos hombres sencillos, cuyas emocionantes vidas ofrecen una gama temática sin límites.

Contra ese vacío, principalmente, se rebelan estas páginas. Los que han desfilado por ellas podrían dar lugar, cada uno, a una novela. En cierto modo, lo que aquí queda hecho es el inventario, incompleto, de los cientos de novelas posibles, de las decenas de personajes memorables (no siempre, o no solo, por sus virtudes) que justificadamente podrían protagonizarlas. Alguno lo logró, pese a todo, como el coronel y luego general Escobar, que tuvo su novela en aquella con la que Luis Olaizola ganó el premio Planeta de 1983. Muchos otros lo merecerían. Sus semblanzas en este libro, siempre demasiado fugaces, valen por el bosquejo de esas novelas que acaso algún día alguien escribirá. Y la suma de ellas, por una suerte de novela improvisada sobre el apasionante, accidentado y contradictorio viaje de todos ellos.

Hemos procurado no omitir las sombras de la historia, a veces atroces. Hemos intentado, también, esquivar las tentaciones justicieras y maniqueas de cualquier índole, tanto respecto de los guardias como de quienes en cada momento fueron sus adversarios. Y no nos hemos privado de hacer ver sus luces, aunque no fueran constantes, y aunque el estereotipo se las escatime. Por ejemplo, su sentido de la justicia y de la honestidad, que los opuso a menudo al cacique, en defensa de la ley, si bien en otras ocasiones, sin duda demasiadas, y sobre todo en ciertas épocas, se pusieron al servicio de aquel y en contra de sus vecinos. Nada nuevo bajo el sol. También lo hicieron aquellos hombres de la Hermandad castellana, que nació contra los señores para acabar proporcionándoles sicarios. Pero los guardias, más de lo que se cree, se atuvieron a aquella máxima del duque de Ahumada que les exhortaba a ser «políticos sin bajeza». Y lo han seguido haciendo: en la primavera de 2010, un ex presidente de una comunidad autónoma, procesado por gravísimos cargos de corrupción, por los que se enfrentaba a una petición fiscal de 25 años de cárcel, se quejaba amargamente de que la culpa de todo la tenía «un sargento de la Guardia Civil» que la había tomado con él. Con esta alusión al grado de quien había llevado a cabo las pesquisas, acaso trataba de minimizar la entidad de la acusación. A muchos, al contrario, sus palabras nos sirven para comprender cuánto vale un modesto, valeroso y honrado sargento del cuerpo. Gente como él explica la buena imagen que arroja la Guardia Civil en las encuestas, y que hayan sido los gobiernos progresistas (los de las dos repúblicas, y los de PSOE con Juan Carlos I) los que más ampliaron sus plantillas. Muchos otros antes, como el cabo que paró a Narváez, lo arriesgaron todo para enfrentarse a los abusos del poderoso, y alguno, como queda dicho y contado, lo acabó perdiendo. Que no se olvide.

Hubo alguien que, recordando uno de los pasajes más comprometidos de la historia benemérita, la Segunda República, dejó escrita una semblanza de los guardias que bien merece la pena rescatar aquí. Se trata de Julio Camba, que en su Haciendo República afirmaba:

La Guardia Civil era una de las pocas cosas que funcionaban bien en España. De aquí su impopularidad. Al español no le gusta que las cosas funcionen bien, porque si las cosas funcionan bien, el tendrá que funcionar bien a su vez, y este sistema no le ofrece ventaja ninguna. Con un tren que salga siempre a la hora exacta, por ejemplo, no habrá ninguna seguridad de llegar a tiempo a la estación, y de igual modo, con un ministro honrado o insobornable no se podrá jamás conseguir un destinillo ni activar un expediente.

La Guardia Civil era exacta, era honrada, era insobornable. Yo he jugado muchas veces al tute con el cabo de la Guardia Civil en los cafés del pueblo, y era en vano que le dejase cantar siempre las cuarenta, porque si en época de veda se me ocurría salir al campo con una escopetilla, nadie me libraba de pagar la multa correspondiente. […]

No, no había en toda España una organización comparable a la Guardia Civil, y lo aseguro yo, que no solo la conozco de jugar al tute, sino que he sido conducido por ella desde un extremo de la Península hasta el extremo opuesto, dicho sea con todas las salvedades debidas a mi natural modestia y sin el menor propósito que se me conceda un alto cargo. La Guardia Civil era técnicamente, de lo mejor que había en España; pero, ¡qué quieren ustedes! ¡Había disparado tantas veces contra de pueblo soberano! Yo, la verdad, ignoro contra quién habría podido disparar la Guardia Civil, de no hacerlo contra el pueblo, soberano o no. ¿Debía haber disparado tal vez contra las Hijas de María? No creo que hubiera hecho muchos remilgos para ello en caso necesario; pero la Guardia Civil tenía por misión el mantenimiento del orden, y las Hijas de María, como tales Hijas de María, no se pronunciaron contra ese orden. […]

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