Richard Woodman - El vigía de la flota

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Octubre de 1779. Nathaniel Drinkwater ingresa a sus catorce años en la Armada Real británica como guardiamarina. Su primer destino será la fragata Cyclops, de treinta y seis cañones. A partir de ese momento su vida dará un giro radical; aprenderá la dureza de la vida entrecubiertas, llegará su bautismo en combate frente a las costas del Cabo Santa María y llevará a cabo misiones en el Mediterráneo, en las islas del Canal y, finalmente, en las Carolinas justo en el momento en que los rebeldes americanos presionan más a las tropas leales a la Corona.

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– Sí, en el 57… no, 56,. Se le absolvió del cargo de cobardía, pero recibió una reprimenda pública por un error de juicio, de conformidad con el artículo 36 de las Ordenanzas Militares. Debe admitir que algunos inchimanes son huesos duros de roer… Los dos oficiales sonrieron arrepentidos al recordar a La Creole.

– Sabe usted, John, es una de las grandes ironías del destino que el mismo día en que el tribunal reunido en Plymouth sentenció a Tommy Graves, otro tribunal en Portsmouth condenaba a John Byng por un delito similar que estaba mucho más justificado desde el punto de vista estratégico. Ya sabe lo que le pasó a Byng. Le sentenciaron de conformidad con el artículo 12… fue fusilado en su propio alcázar… -dijo Hope, cuya voz se fue apagando paulatinamente.

Pour encourager les autres… -murmuró Devaux-. Voltaire, señor -dijo, explicándose, cuando Hope lo miró.

– Ah, ese impío cabrón francés…

– ¿Se sabe lo que le pasó a Cornwallis, señor?

Hope se despejó:

– ¡No! No creo que ninguno sepa nada a ciencia cierta, John. Bien, ¿y qué hemos de hacer con mi juanete mayor…?

A la mañana siguiente, Devaux requirió la presencia de Drinkwater. El teniente observaba el río Hudson, dirección norte, hacia donde se podían divisar los acantilados de Nueva Jersey, sobre los que se reflejaban los primeros rayos de sol.

– ¿Señor?

Devaux se dio la vuelta y miró al joven. Su rostro había madurado. La irregular línea de la herida, que cicatrizaba con rapidez, apenas afectaría a los pómulos, aunque sí destacaría sobre su tez curtida. La silueta bajo el gastado y remendado uniforme era enjuta pero fuerte. Devaux cerró su catalejo.

– El sable que le quitó al teniente de La Creole… ¿aún lo tiene?

Drinkwater se sonrojó. Cuando el combate había terminado, se dio cuenta de que seguía aferrado a aquella pequeña espada. Era un buen arma y su propietario no había sobrevivido demasiado tras la captura de su barco. Drinkwater había considerado el sable como su propia parte del botín. Después de todo, los oficiales se regodearon durante varias semanas del vino capturado y él había sentido que aquel sable no era demasiado útil para la lucha. La espada había ido a parar al fondo de su cofre, donde seguía, envuelta en un trozo de empavesado. No sabía cómo era posible que Devaux lo supiera, pero asumió que la omnisciencia era un atributo natural de los primeros oficiales.

– ¿Y bien, señor? -inquirió Devaux, con cierto tono áspero en su voz.

– Bueno… señor… yo… sí, lo tengo.

– Pues entonces será mejor que se lo cuelgue en su cadera de babor.

– ¿Cómo dice, señor? -dijo el joven, frunciendo el ceño sin entender.

Devaux se rió de la expresión sorprendida de Drinkwater.

– El capitán lo asciende a tercer teniente provisional, con efecto inmediato. Puede usted trasladar su cofre y efectos personales a la cámara de oficiales…

Devaux observó el efecto de estas noticias en el rostro de Drinkwater. La boca del muchacho se abrió y luego se cerró. Pestañeó con incredulidad y, después, sonrió. Por último, alcanzó a darle las gracias.

La Cyclops permaneció anclada junto a la escuadra de Arbuthnot durante los meses de mayo y junio. En ese tiempo, la principal tarea de Drinkwater fue conseguir un nuevo abrigo de velarte en una sastrería de Nueva York. La fragata había reclutado en los barcos de guardia los hombres suficientes hasta completar su dotación, pero había poco que hacer. Entonces, el 12 de julio, comenzaron a cambiar las cosas. Llegó el almirante Graves, un amable y generoso, aunque simplón incompetente que habría de ser decisivo para perder la guerra. Después, llegó la gabarra de Rodney, la Swallow , con la noticia de que el almirante De Grasse había salido de las Antillas con una flota francesa rumbo a la bahía de Chesapeake. Graves decidió ignorar el aviso a pesar de su importancia. En mayo, lord Cornwallis había abandonado las Carolinas y se había unido al general Philips en Virginia. Si De Grasse interrumpía la comunicación de Cornwallis con Nueva York, éste quedaría aislado. Los capitanes y oficiales fueron de barco en barco, rumiando la incapacidad del almirante para comprender simples cuestiones estratégicas. Cornwallis se replegaba hacia el mar para que la flota lo apoyase, pero la flota estaba en Nueva York…

Una vez más, se expresó en voz alta la opinión de que al ejecutar a Byng, sus señorías habían perdido el juicio más de lo que era habitual: habían fusilado al hombre incorrecto.

Llegó otro mensaje con el Pegasus, en el que se exhortaba a Graves a navegar rumbo sur y unirse a sir Samuel Hood, a quien Rodney había cedido el mando por su deficiente estado de salud. Pero la flota continuó lánguidamente anclada.

A principios de agosto, Clinton decidió pasar a la acción, no contra Virginia sino contra Rhode Island, donde se ubicaban las tropas francesas y los buques de guerra. El almirante Graves ordenó que se dirigieran varios navíos a Sandy Hook, para prepararse. Uno de ellos fue la Cyclops.

En ese momento, el guardiamarina Morris dejó la fragata.

Cuando la Cyclops abandonó el río Galuda, a la dotación le resultó muy difícil luchar contra los elementos, vigilar a los prisioneros o, simplemente, sobrevivir. Los tenientes que seguían vivos se arrastraban de guardia en guardia, al igual que ayudantes y guardiamarinas. Drinkwater y Morris estaban en guardias distintas y las preocupaciones del trabajo y del sueño no le permitían a nadie el lujo de contemplar objetivamente los acontecimientos de las semanas anteriores. Sin embargo, no resultaría del todo cierto afirmar que se había olvidado todo lo ocurrido. Más bien, todo cuanto habían vivido se situaba a un nivel justo por encima del subconsciente, por lo que ejercía su influencia sobre la conducta pero sin llegar a dominarla. Drinkwater estaba especialmente afectado. Los horrores que había visto y la culpa que le atenazaba por su participación en la muerte de Threddle vulneraban su autoestima. Además, también sabía cómo había muerto Sharpies y le pesaba como una losa sobre su alma.

Aunque Sharpies había matado a Threddle, Drinkwater sabía que se había visto abocado a ello. Sin embargo, la ejecución del marinero realizada por Morris a sangre fría era otra cuestión.

Para Drinkwater, era un asunto de ley, o bien, y se estremecía siempre que pensaba en ello, un motivo de venganza.

Cuando la Cyclops llegó a Nueva York, tuvo mucho tiempo, demasiado, para que su cabeza diera vueltas a las posibles causas, efectos y consecuencias.

A la hora del rancho de los guardiamarinas, era inevitable tener cierto contacto con Morris y ya se habían producido algunas situaciones potencialmente problemáticas. Drinkwater siempre las había evitado abandonando la camareta, pero esto le había dado a Morris la impresión de que ejercía cierto poder sobre Nathaniel.

Morris había llegado al rancho algo tarde el mismo día en que Drinkwater supo de su ascenso.

– ¿Y qué está tramando ahora nuestro valiente Nathaniel?

Se hizo el silencio. Entonces, entró White y dijo:

– Le he llevado su capote y chubasquero a la cabina, Nat… hmm, señor.

Nathaniel le contestó con una sonrisa:

– Gracias, Chalky.

– ¿Cabina? ¿Señor? ¿Qué paparruchadas son esas?

Morris se estaba poniendo rojo al entender de qué se trataba. Nathaniel no contestó, continuó empaquetando su cofre. White no pudo resistir la ocasión de molestar al matón que le había hecho sufrir, y más teniendo en cuenta que tenía un poderoso aliado en la persona del tercer teniente provisional.

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