Henri Troyat - Las Zarinas
Здесь есть возможность читать онлайн «Henri Troyat - Las Zarinas» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Историческая проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Las Zarinas
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Las Zarinas: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Las Zarinas»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Henri Troyat narra el destino de esas zarinas poco conocidas, eclipsadas por la personalidad de Pedro el Grande y por la de Catalina, que subirá al trono en 1761.
Las Zarinas — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Las Zarinas», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Así como la abuela aspira al descanso eterno, el nieto, enfebrecido, no puede estarse quieto. Pero no son delirios de grandeza lo que lo obsesiona. Isabel, el reverso de la medalla de esta bábushka de leyenda, lo arrastra de fiesta en fiesta. Las cacerías alternan con las meriendas campestres improvisadas, y los revolcones en algún pabellón rústico con las ensoñaciones a la luz de la luna. Un ligero perfume de incesto sazona el placer que Pedro experimenta acariciando a su joven tía. Nada como el sentimiento de culpa para salvar el comercio amoroso de las tristezas de la costumbre. Si nos ceñimos a la moral, las relaciones entre un hombre y una mujer enseguida se vuelven tan aburridas como el cumplimiento de un deber. Sin duda es esta convicción lo que incita a Pedro a entregarse a experiencias paralelas con Iván Dolgoruki. Para agradecerle las satisfacciones íntimas que éste le proporciona, con el asentimiento de Isabel, lo nombra chambelán y le concede la condecoración de la orden de Santa Catalina, reservada en principio a las damas. En la corte, esto es motivo de burla, y los diplomáticos extranjeros se apresuran a comentar en sus despachos las juergas de doble sentido de Su Majestad. Hablando de la conducta indecorosa de Pedro II durante la enfermedad de Ménshikov, algunos citan el dicho que reza: «Cuando el gato no está, los ratones bailan.» Ya están enterrando al Serenísimo. Pero eso es no conocer su resistencia física. De repente, resurge en medio de esta jauría en la que las maniobras de la ambición rivalizan con las exigencias del sexo. ¿Cree que le bastará levantar la voz para que los agitadores desaparezcan bajo tierra? En el intervalo, Pedro II se ha crecido. Ya no consiente que nadie, ni siquiera su futuro suegro, se permita oponerse a sus deseos. Ante un Ménshikov atónito y a punto de sufrir una apoplejía, vocifera: «¡Yo te enseñaré quién manda aquí!» [13]
A Ménshikov, este acceso de cólera le recuerda los arrebatos de su antiguo señor, Pedro el Grande. Presintiendo que sería imprudente desafiar a un cordero dominado por la rabia, finge interpretar ese furor como una niñería tardía y se marcha de Peterhof, donde tan mal lo ha recibido Pedro, para ir a descansar a su propiedad de Oranienbaum. Antes de partir, ha tenido la precaución de invitar a toda la compañía a la fiesta que piensa dar en su residencia campestre en honor del zar y para celebrar su propia curación. Pero Pedro II se obceca y, con el pretexto de que el Serenísimo no ha invitado explícitamente a Isabel, se niega a asistir a la recepción. A fin de poner de relieve su descontento, incluso se va ostensiblemente con su tía a una partida de caza mayor en los alrededores. Durante esta escapada medio cinegética y medio amorosa, se pregunta cómo estarán desarrollándose los festejos organizados por Ménshikov. Le causa extrañeza el que ninguno de sus amigos haya seguido su ejemplo. ¿Tan fuerte es el miedo a desagradar a Ménshikov que no vacilan en desagradar al zar? En cualquier caso, le preocupa poco saber cuáles son los sentimientos de María Ménshikov, que ha estado a punto de ser su prometida y que se encuentra relegada al almacén de los accesorios. En cambio, en cuanto los invitados de Ménshikov regresan de Oranienbaum, los interroga ávidamente sobre la actitud del Serenísimo durante los festejos. Impacientes por descargar su conciencia, lo cuentan todo con detalle. Insisten sobre todo en el hecho de que Ménshikov ha llevado la insolencia hasta el extremo de sentarse, en su presencia, en el trono preparado para Pedro II. A juzgar por lo que dicen, su anfitrión, desbordante de orgullo, no ha dejado de comportarse como si fuera el amo del imperio. Ósterman se declara tan ofendido como si hubiera sido a él a quien el Serenísimo ha tratado sin consideración. Al día siguiente, aprovechando la ausencia de Pedro II, que ha vuelto a salir de caza con Isabel, Ósterman recibe a Ménshikov en Peterhof y le reprocha en un tono seco, en nombre de todos los amigos sinceros de la familia imperial, la impertinencia que ha manifestado en relación con Su Majestad. Molesto por esta reprimenda de un subalterno, Ménshikov regresa a San Petersburgo pensando en una venganza que le quite para siempre a esa banda de intrigantes las ganas de conspirar contra él.
Al llegar a su palacio de la isla Vasili, ve con estupor que todo el mobiliario de Pedro II ha sido retirado por un equipo de mozos de cuerda y transportado al palacio de Verano, donde, según le comunican, el zar piensa vivir de ahora en adelante. El Serenísimo, indignado, se dirige de inmediato a los oficiales de la Guardia encargados de vigilar la propiedad para pedirles explicaciones. Todos los centinelas ya han sido relevados y el jefe del puesto anuncia, con aire contrito, que no ha hecho sino obedecer las órdenes imperiales. Eso significa, pues, que el asunto ha sido preparado con tiempo. Lo que habría podido pasar por un capricho de príncipe es, con toda seguridad, la señal de una ruptura definitiva. Para Ménshikov, es el desmoronamiento de un edificio que lleva años construyendo y que creía tan sólido como el granito de los muelles del Nevá. ¿Quién está detrás de esta catástrofe?, se pregunta, angustiado. La respuesta no ofrece ninguna duda. Alexéi Dolgoruki y su hijo, el encantador y solapado Iván, son los que lo han maquinado todo. ¿Qué debe hacer para salvar lo que todavía puede ser salvado? ¿Implorar la indulgencia de los que lo han hundido o dirigirse a Pedro y tratar de defender su causa ante él? Mientras vacila sobre qué táctica es mejor adoptar, se entera de que el zar, tras haberse reunido con su tía Isabel en el palacio de Verano, ha convocado a los miembros del Alto Consejo secreto y delibera con ellos sobre las sanciones suplementarias que se impone aplicar. El veredicto se pronuncia sin que el acusado haya sido llamado siquiera para presentar su defensa. Alentado con toda probabilidad por Isabel, Natalia y el clan de los Dolgoruki, Pedro ha ordenado detener al Serenísimo. Cuando el mayor general Simón Saltikov se presenta ante Ménshikov para comunicarle su condena, lo único que puede hacer éste es redactar una carta de protesta y de justificación que duda sea entregada a su destinatario.
A partir del día siguiente se multiplican los castigos, cada vez más inicuos e infamantes. Despojado de sus títulos y privilegios, Ménshikov es desterrado de por vida a sus posesiones. La lenta caravana que lleva al proscrito, con los pocos bienes que ha podido reunir a toda prisa, sale de San Petersburgo sin que nadie se preocupe de su marcha. El que ayer lo era todo, hoy ya no es nada. Sus más fervientes colaboradores se han convertido en sus peores enemigos. El odio del zar lo persigue etapa tras etapa. En cada albergue, un correo de palacio le anuncia una desgracia nueva. En Vishni Volochek se recibe la orden de desarmar a los sirvientes del favorito destituido; en Tver, la de enviar de vuelta a San Petersburgo a los criados, el equipaje y los carruajes de sobra; en Klin, la de confiscar a la señorita María Ménshikov, ex prometida del zar, el anillo de los esponsales anulados; en las inmediaciones de Moscú, finalmente, la de hacerles rodear la antigua ciudad de la coronación y proseguir la marcha sin detenerse hasta Orenburg, en la lejana provincia de Riazán. [14]
El 3 de noviembre, al llegar a esta ciudad en el límite de la Rusia europea y la Siberia occidental, Ménshikov descubre, con el corazón encogido, el lugar de confinamiento al que se le ha destinado. La casa, encerrada entre los muros almenados de la fortaleza, tiene todo el aspecto de una prisión. Unos centinelas montan guardia ante las salidas. Un oficial está encargado de vigilar las idas y venidas de la familia. Las cartas de Ménshikov pasan un control antes de ser expedidas. Sus intentos de redimirse enviando mensajes de arrepentimiento a los que lo han condenado son vanos. Mientras él sigue negándose a declararse vencido, el Alto Consejo secreto recibe un informe del conde Nicolás Golovín, embajador de Rusia en Estocolmo. Este documento confidencial denuncia recientes maniobras del Serenísimo, quien, al parecer, antes de su destitución recibió cinco mil ducados de plata de los ingleses para advertir a Suecia de los peligros que le hacía correr Rusia al apoyar las pretensiones territoriales del duque de Holstein. Esta traición de un alto dignatario ruso en provecho de una potencia extranjera abre el camino a una nueva serie de delaciones y golpes bajos. Cientos de cartas, unas anónimas, otras firmadas, se amontonan en la mesa del Alto Consejo secreto. En una competición que parece una cacería, todos reprochan a Ménshikov su sospechoso enriquecimiento y los millones de monedas de oro encontrados en sus diferentes moradas. A Johann Lefort incluso le parece útil informar a su gobierno de que la vajilla de plata descubierta el 20 de diciembre en un escondrijo del palacio principal de Ménshikov pesa setenta puds [15] y que se espera encontrar otros tesoros en el transcurso de próximos registros. Esta acumulación de abusos de poder, malversaciones, robos y traiciones merece ser sancionada sin piedad por el Alto Consejo secreto. Como el castigo inicial se considera demasiado benévolo, se instituye una comisión judicial que empieza por detener a los tres secretarios del déspota desenmascarado. A continuación se le envía un cuestionario de veinte puntos, que se le conmina a responder «a la mayor brevedad».
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Las Zarinas»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Las Zarinas» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Las Zarinas» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.