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Sarah Lark: En El Pais De La Nube Blanca

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Sarah Lark En El Pais De La Nube Blanca

En El Pais De La Nube Blanca: краткое содержание, описание и аннотация

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Londres, 1852: dos chicas emprenden la travesía en barco hacia Nueva Zelanda. Para ellas significa el comienzo de una nueva vida como futuras esposas de unos hombres a quienes no conocen. Gwyneira, de origen noble, está prometida al hijo de un magnate de la lana, mientras que Helen, institutriz de profesión, ha respondido a la solicitud de matrimonio de un granjero. Ambas deberán seguir su destino en una tierra a la que se compara con el paraíso. Pero ¿hallarán el amor y la felicidad en el extremo opuesto del mundo? En el país de la nube blanca, el debut más exitoso de los últimos años en Alemania, es una novela cautivadora sobre el amor y el odio, la confianza y la enemistad, y sobre dos familias cuyo sino está unido de forma indisoluble.

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¡Lucas Warden debía de ser una persona peculiar! Ahora se percataba James de lo poco que lo había conocido y de lo mucho que se habían aproximado los comentarios de los trabajadores a la verdad. Pero Lucas había amado algo en Gwyneira o, al menos, la había respetado. Y también los recuerdos que Fleurette conservaba de su supuesto padre estaban llenos de cariño. James empezaba a sentir pena y compasión por Lucas. Un ser bueno, aunque vulnerable, nacido en el tiempo y el lugar equivocados.

James dirigió su caballo hacia el poblado maorí que yacía junto al lago. En realidad podría haber ido a pie hasta allí, pero se presentaba en misión oficial, como negociador de Gwyneira, por decirlo de algún modo, y se sentía más seguro, y sobre todo más importante, a lomos del símbolo de estatus de los pakeha. Y por añadidura, le encantaba su caballo. Fleurette se lo había regalado: un hijo de la yegua Niniane y un caballo de carreras, semental de sangre árabe.

A decir verdad, McKenzie había esperado encontrarse antes con una barrera en el camino entre Kiward Station y el poblado maorí. A fin de cuentas, McDunn había contado algo así y también Gwyn estaba enfadada porque intentaban cortarle el acceso a Haldon.

Sin embargo, James llegó al poblado sin obstáculos. Pasó junto a los primeros edificios y ante su vista apareció la gran casa de asambleas. No obstante se respiraba un ambiente extraño en el lugar.

Nada había del rechazo abierto y provocador del que habían hablado no sólo Gwyneira, sino también Andy McAran y Poker Livingston. Sobre todo, no se respiraba ningún aire triunfal a causa de la sentencia del gobernador. James percibía más bien una tensa espera. La gente no lo rodeaba amistosa y parlanchina como en anteriores visitas, pero su actitud no era amenazadora. Si bien distinguió algunos hombres aislados con tatuajes de guerra, llevaban en general pantalones y camisas, y no el traje tradicional ni tampoco lanzas. Un par de mujeres realizaban las labores cotidianas y se esforzaban por no dirigir la mirada al visitante.

Finalmente, Kiri salió de una de las casas.

– Señor James, he oído decir que usted volver -saludó de manera formal-. Es una gran alegría para Miss Gwyn.

James sonrió. Siempre había sospechado que Kiri y Moana lo sabían.

Pero Kiri no le devolvió la sonrisa, sino que miraba a James con expresión grave mientras seguía hablándole. Elegía las palabras con cuidado, incluso con cautela.

– Y quiero decirle…, me da pena. También lo sienten Moana y Witi. Si ahora hay paz, nosotras volver con gusto a la casa. Y sentir señor Paul. Marama dice él cambiar. Buen hombre. Para mí, buen hijo.

James asintió.

– Gracias, Kiri. Es algo bueno también para el señor Paul. Miss Gwyn espera que vuelva pronto. -Se sorprendió cuando Kiri le volvió la espalda.

Nadie más le dirigió la palabra hasta que James llegó ante la casa del jefe. Desmontó. Estaba seguro de que Tonga ya estaría al corriente de su llegada, pero era evidente que el joven jefe quería hacerse rogar.

James alzó la voz.

– ¡Tonga! ¡Debemos hablar! Miss Gwyn ha recibido el fallo del gobernador. Quiere negociar.

Tonga salió lentamente de la casa. Llevaba la indumentaria y los tatuajes de guerrero, pero ninguna lanza, sino el hacha sagrada de su cargo. James reconoció en su rostro las huellas de una pelea. ¿Acaso el joven jefe ya no era incuestionable? ¿Tenía competidores en su propia tribu?

James le tendió la mano, pero Tonga no se la estrechó.

James se encogió de hombros. Si no quería… En su opinión, Tonga se comportaba de modo infantil, pero ¿qué cabía esperar de un hombre tan joven? James decidió no participar en el juego y actuar, en cualquier circunstancia, de manera afable. Tal vez sirviera de algo apelar al honor del muchacho.

– Tonga, pese a tu juventud, ya eres jefe. Esto significa que tu gente te considera un hombre razonable. También Miss Helen te aprecia mucho y lo que has conseguido con el gobernador es digno de admiración. Has dado prueba de valor y de capacidad de resistencia. Pero ahora debemos llegar a un acuerdo. El señor Paul no está, pero Miss Gwyn negociará por él. Y responde a que él se atendrá a lo convenido. Así deberá hacerlo, pues el gobernador ya ha declarado su sentencia. Así pues, ¡demos por terminada esta guerra, Tonga! Incluso por el bien de tu propia gente. -James mostró las manos extendidas, no iba armado. Tonga tenía que reconocer que acudía en son de paz.

El joven jefe se irguió todavía más, en la medida que ello era posible considerando su ya elevada estatura. Aun así, era más bajo que James. Incluso más bajo que Paul, algo que le había preocupado durante los años de su infancia. Pero ahora le correspondía la dignidad de jefe. ¡No tenía que avergonzarse de nada! Ni siquiera del asesinato de Paul…

– Dile a Gwyneira Warden que estamos preparados para negociar -anunció con frialdad-. No nos cabe la menor duda de que los acuerdos serán respetados. Desde la última luna llena, Miss Gwyn es la voz de los Warden. Paul Warden está muerto.

– No fue Tonga… -James sostenía a Gwyneira entre sus brazos y le contaba la muerte de su hijo. Ella gemía sin llorar. Era incapaz de derramar ni una sola lágrima y se odiaba por ello. Paul había sido su hijo, pero no podía llorar por él.

Kiri depositó ante ellos, en silencio, una tetera sobre la mesa. Ella y Moana habían acompañado a James a la casa. Con toda naturalidad, ambas mujeres tomaron posesión de la cocina y de las salas.

– No debes recriminárselo a Tonga o es probable que fracasen las negociaciones. Creo que él mismo se hace reproches. Por lo que he entendido, uno de sus guerreros perdió el dominio de sí mismo. Vio que peligraba el honor de su jefe y clavó la lanza a Paul, por la espalda. Tonga tiene que estar muerto de vergüenza. Y además, el asesino ni siquiera pertenece a la tribu de Tonga. Éste no tiene pues ninguna autoridad sobre él. Por eso no pudieron castigarlo. Sólo lo ha enviado de vuelta con su gente. Si quieres, puedes investigar este asunto de forma oficial. Tanto Tonga como Marama fueron testigos y no mentirían ante un tribunal. -James sirvió té y mucho azúcar en una taza e intentó que Gwyneira la cogiera.

Gwyneira rechazó con un gesto.

– ¿Qué cambiaría esto? -preguntó en voz baja-. El guerrero vio amenazado su honor, Paul vio amenazada a su esposa, Howard se sintió ofendido…, Gerald se casó con una muchacha a la que no quería… Una cosa lleva a la otra y esto nunca se detiene. Todo esto me entristece tanto, James. -Temblaba de la cabeza a los pies-. Y me hubiera gustado tanto decirle a Paul que lo quería…

James la estrechó contra él.

– Él habría sabido que mentías -susurró-. Y no lo puedes cambiar, Gwyn.

Ella asintió.

– Tendré que vivir con eso y me odiaré cada día que pase. Hay algo extraño en el amor. Yo no podía sentir nada por Paul, pero Marama le amó…, con la misma naturalidad con la que respiraba, sin poner reparos, sin importarle lo que Paul hiciera. ¿Has dicho que era su esposa? ¿Dónde está? ¿Le ha hecho Tonga algo?

– Supongo que de modo oficial era la esposa de Paul. Tonga y Paul, en cualquier caso, se pelearon por ella. Tu hijo, por lo tanto, se lo había tomado en serio. No sé nada del paradero de Marama. No conozco la ceremonia del duelo de los maoríes. Probablemente enterró a Paul y se marchó. Tendremos que preguntar a Tonga o a Kiri.

Gwyneira se enderezó. Con manos todavía temblorosas consiguió calentarse los dedos con la taza y acercársela a los labios.

– Debemos averiguarlo. No debemos permitir que le suceda algo a la muchacha. De todos modos, he de ir al poblado lo antes posible, quiero acabar con esto. Pero por hoy es suficiente. No esta noche. Necesito esta noche para mí. Quiero estar sola, James…, debo reflexionar. Mañana, cuando el sol esté en lo alto, hablaré con Tonga. ¡Lucharé por Kiward Station, James! Tonga no se quedará con ella.

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