– ¿Y cómo puedes permitir tú que Pompeya se case con Fausto Sila? -preguntó a su vez César.
– Eso es diferente.
– ¿En qué sentido?
– ¡Pompeya y Fausto están enamorados!
– Si no lo estuvieran, ¿romperías el compromiso?
– ¡Claro que no!
– Pues ahí tienes.
César volvió a llenar la copa.
– Sin embargo -dijo Pompeyo tras una pausa mientras contemplaba las rosadas profundidades del vino-, parece especialmente una lástima con Julia. Mi Pompeya es una chica vigorosa y fornida, siempre está alborotando por la casa. Sabrá cuidar de sí misma. Mientras que Julia es muy frágil.
– Esa es la impresión que da -dijo César-. Pero en realidad es muy fuerte.
– Oh, sí, sí que lo es. No obstante, acusará todos los golpes que le de la vida.
César giró la cabeza para mirar a Pompeyo a los ojos.
– Ese comentario ha sido muy perspicaz, Magnus. Pero no viene a cuento.
– A lo mejor es porque yo la veo con más claridad a ella que a otras personas.
– ¿Y por qué habría de ser así?
– Oh, no sé…
– ¿Estás enamorado de ella, Magnus?
Pompeyo miró hacia otra parte.
– ¿Qué hombre no lo estaría? -murmuró.
– ¿Te gustaría casarte con ella?
El pie de la copa, de plata maciza, se quebró; el vino se derramó en la mesa y en el suelo, pero Pompeyo ni se dio cuenta. Se estremeció y tiró la parte de arriba de la copa.
– ¡Daría todo lo que soy y todo lo que tengo con tal de casarme con ella!
– Pues entonces será mejor que me ponga en movimiento -dijo César plácidamente.
Dos ojos enormes se clavaron en el rostro de César; Pompeyo respiró hondo.
– ¿Quieres decir que me la entregarías a mí?
– Sería un honor.
– ¡Oh! -exclamó Pompeyo; se echó hacia atrás en el canapé y casi se cayó al suelo-. Oh, César… lo que tú quieras, cuando tú quieras… ¡La cuidaré, nunca lo lamentarás, estará mejor tratada que la reina de Egipto!
– ¡Sinceramente, eso espero! -dijo César riendo-. Corre el rumor de que la reina de Egipto ha sido suplantada por su hermana, la hija de una concubina de Idumea.
Pero toda respuesta que se le diera a Pompeyo era un desperdicio, pues éste continuaba extasiado, tumbado sin dejar de mirar al techo. Luego se dio la vuelta.
– ¿Puedo verla? -preguntó.
– Creo que no, Magnus. Vete a tu casa como un buen muchacho y déjame que desenrede yo los hilos que ha tenido a bien tejer este día. Seguro que la casa de Servilia Cepión cum Junio Silano organizará un escándalo.
– Yo puedo pagarle a Bruto la dote de Julia -dijo Pompeyo al instante.
– No, no lo harás -le indicó César al tiempo que le tendía la mano-. ¡Levántate, hombre, levántate!
– Sonrió-. Confieso que nunca pensé que tendría un yerno que fuera seis años mayor que yo!
– ¿Soy demasiado viejo para ella? Quiero decir, dentro de diez años…
– Las mujeres son muy extrañas, Magnus -dijo César mientras conducía a Pompeyo hacia la puerta-. He observado a menudo que no son muy dadas a mirar hacia otra parte si son felices en su casa.
– Estás insinuando que Mucia…
– La dejaste sola mucho tiempo, ése fue el problema. No le hagas eso a mi hija, ella no te traicionaría ni aunque estuvieras ausente veinte años, pero con toda seguridad tampoco sería feliz.
– Mis días de militar han acabado -dijo Pompeyo. Se interrumpió y se humedeció los labios lleno de nerviosismo-. ¿Cuándo podremos casarnos? Julia me ha dicho que tú no le permitías casarse con Bruto hasta que ella cumpliera los dieciocho.
– Lo que conviene a Bruto y lo que conviene a Pompeyo Magnus son cosas diferentes. Mayo es un mes aciago para las bodas, pero si es dentro de los tres próximos días los auspicios no son demasiado malos. De aquí a dos días, pues.
– Volveré mañana.
– Tú no volverás aquí hasta el día de la boda… y no se lo cuentes a nadie, ni siquiera a tus filósofos -dijo César al tiempo que le cenaba con firmeza la puerta a Pompeyo en la cara.
– ¡Mater! ¡Mater! -gritó el futuro suegro desde el pie de la escalera delantera.
Su madre bajó a un paso que no resultaba apropiado para una matrona romana de su edad. Tenía los ojos muy brillantes.
– ¿Ya? -le preguntó Aurelia mientras apretaba con las manos el antebrazo derecho de César.
– Ya. ¡Lo hemos conseguido, mater, lo hemos conseguido! ¡Pompeyo se ha ido a su casa flotando en el éter y con el mismo aspecto de un colegial!
– ¡Oh, César! ¡Ya es tuyo, pase lo que pase!
– Y no es ninguna exageración. ¿Qué hay de Julia?
– Se subirá a la luna cuando lo sepa. He estado arriba escuchando con paciencia una maraña de llorosas disculpas por haberse enamorado de Pompeyo Magnus y una serie de protestas por tener que casarse con un espantoso pelmazo como Bruto. Por lo visto Pompeyo le hizo una proposición de matrimonio durante la cena.
– Aurelia suspiró en medio de una amplia sonrisa-. ¡Qué bonito, hijo mío! Hemos logrado lo que queríamos y además hemos hecho infinitamente felices a otras dos personas. ¡Hoy hemos hecho un buen trabajo!
– Mejor trabajo que el que traerá el día de mañana.
La expresión de Aurelia se derrumbó.
– Servilia.
– Yo iba a decir Bruto.
– ¡Oh, sí, pobre joven! Pero no es Bruto quien se encargará de clavar la daga. Yo que tú vigilaría a Servilia.
Eutico tosió con delicadeza y disimuló astutamente el placer que sentía. ¡Los sirvientes principales de una casa tienen confianza suficiente para saber de qué lado sopla el viento!
– ¿Qué ocurre? -le preguntó César.
– Cneo Pompeyo Magnus está en la puerta de la calle, César, pero se niega a entrar en la casa. Dice que le gustaría hablar un momento contigo.
– ¡He tenido una idea brillante! -exclamó Pompeyo retorciéndole la mano a César febrilmente.
– ¡No más visitas por hoy, Magnus, por favor! ¿Qué idea es ésa de que hablas?
– Dile a Bruto que estaré encantado de entregarle a Pompeya a cambio de Julia. Le daré la dote que pida, quinientos, mil, no me importa. Es más importante tenerlo contento a él que complacer a Fausto Sila, ¿no te parece?
Haciendo un hercúleo esfuerzo César consiguió mantener seria la expresión.
– Vaya, gracias, Magnus. Transmitirá tu ofrecimiento, pero no te precipites. Puede que Bruto no tenga ganas de casarse con nadie durante algún tiempo.
Y Pompeyo se marchó por segunda vez diciendo adiós alegremente con la mano.
– ¿De qué se trataba? -preguntó Aurelia.
– Quiere entregarle su propia hija a Bruto a cambio de Julia. Fausto Sila no puede competir con el Oro de Tolosa, por lo visto. Pero es bueno ver que Magnus vuelve a estar en su papel. Ya estaba empezando a extrañarme esa recién descubierta sensibilidad y percepción suya.
– Tú no pensarás llevarles ese mensaje a Bruto y a Servilia, ¿verdad?
– No me queda más remedio que hacerlo. Pero por lo menos tengo tiempo para inventarme una respuesta llena de tacto que darle a mi futuro yerno. Fíjate, está bien que viva en las Carinae. Porque si viviera algo más cerca del Palatino, él mismo oiría los gritos de Servilia.
– ¿Cuándo va a ser la boda? ¡Mayo y junio son unos meses tan aciagos!
– Dentro de dos días. Haz tus ofrendas, mater. Yo también las haré. Preferiría que fuera un hecho consumado antes de que Roma se entere.
– Se inclinó para besarle la mejilla a su madre-. Ahora, si me disculpas, tengo que ir a ver a Marco Craso.
Como Aurelia sabía perfectamente por qué César iba en busca de Craso sin necesidad de preguntárselo, se marchó para hacerle jurar a Eutico que guardaría silencio y para preparar el banquete nupcial. Qué lástima que el hecho de tener que celebrar la boda en secreto supusiera que no habría invitados. Sin embargo, Cardixa y Burgundo podrían actuar como testigos, y las vírgenes vestales podían ayudar al pontífice máximo a oficiar la ceremonia.
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