Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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A nadie sorprendió mucho la noticia, y nadie pensó en oponerse. Lo único que les extrañó fue la rotunda negativa de Meggie a escribir al obispo Ralph para decírselo, su casi histérico rechazamiento de la idea de Bob de invitar al obispo Ralph a Drogheda y de celebrar una boda por todo lo alto. ¡No, no, no! Meggie, que nunca había levantado la voz, ahora les había gritado. Por lo visto, estaba enfadada porque él no había vuelto a visitarles, y sostenía que su casamiento sólo le incumbía a ella y que, si él no se había dignado venir a Drogheda por su gusto, no iba ella a obligarle a hacerlo por una razón que no podría desoír.

Por consiguiente, Fee prometió no decir una palabra de ello en sus cartas; parecía que esto no la preocupaba, y tampoco parecía interesarle la elección de marido hecha por Meggie. El llevar los libros de una explotación tan importante como Drogheda le ocupaba todo su tiempo. Además, no se limitaba a anotar cifras en los libros, sino que redactaba datos que muy bien habrían podido servir a un historiador para describir a la perfección la vida en.una hacienda de ganado lanar. Consignaba escrupulosamente todos los movimientos del ganado, los cambios de las estaciones, el tiempo que hacía cada día e incluso lo que les servía la señora Smith para comer. La anotación en el Diario, correspondiente al domingo, 22 de julio de 1934, rezaba así: Cielo despejado, sin nubes, temperatura al amanecer 34° F. Hoy no hemos oído misa. Bob está en casa; Jack ha ido a Murrimbah con 2 mozos; Hughie, a West Dam, con 1 mozo; Beerbarrel lleva carneros castrados de 3 años de Budgin a Winnemurra. La temperatura ha subido a 85° F, a las 3. Barómetro invariable, 30,6 pulgadas. Viento dirección oeste. Menú de la comida: buey en conserva, patatas hervidas, zanahorias y col, y pastel de ciruelas. Meghann Cleary se casará con el señor Luke O'Neill, ganadero, el sábado 25 de agosto en la iglesia de la Santa Cruz, de Gillanbone. Son las 9 de la noche, temperatura 45° F, luna en cuarto creciente.

11

Luke compró a Meggie una sortija de compromiso, modesta pero muy bonita, con dos brillantes de un cuarto de quilate engastados en sendos corazones de platino. Se publicaron las amonestaciones para el sábado 25 de agosto, en la iglesia de la Santa Cruz. La ceremonia iría seguida de un banquete familiar en el «Hotel Imperial», al que, naturalmente, fueron invitados la señora Smith, Minnie y Cat; en cambio, Jims y Patsy se quedarían en Sydney, pues Meggie había declarado enérgicamente que era una tontería obligarles a hacer un viaje de mil kilómetros para asistir a una ceremonia de la que nada comprenderían en realidad. Había recibido sus cartas de felicitación; la de Jims, escrita con largos y desgarbados caracteres infantiles; la de Patsy consistía en tres palabras: «Montañas de suerte.» Desde luego, conocían a Luke, porque habían cabalgado con él en las dehesas de Drogheda durante las vacaciones.

La señora Smith estaba dolida por la insistencia de Meggie en quitarle importancia al asunto; a ella le habría gustado ver a la hija única casarse en Drogheda entre flamear de banderas y tañidos de címbalos, en una fiesta grande. Pero Meggie era tan contraria a la ostentación que incluso se había negado a llevar galas nupciales; se casaría vestida de diario y con un sombrero corriente, que podría emplear después como atuendo de viaje.

– Querida, ya sé adonde vamos a ir para nuestra luna de miel -dijo Luke, dejándose caer en un sillón frente al de ella, el domingo siguiente al día en que habían hecho los planes para su boda.

– ¿Adonde?

– A North Queensland. Mientras tú estabas en la peluquería, estuve hablando con algunos muchachos en el bar del «Imperial» y me dijeron que puede ganarse mucho dinero en el país de la caña, si uno es fuerte y no le teme al trabajo duro.

– Pero, Luke, ¡tienes un buen empleo aquí!

– Un hombre se siente a disgusto dependiendo de sus parientes. Yo quiero ganar el dinero suficiente para comprar una finca en Queensland occidental, y deseo hacerlo antes de que sea demasiado viejo para ganarlo. A un hombre sin instrucción le resulta difícil conseguir un trabajo bien pagado en la actual situación de depresión; pero, en North Queensland, hay escasez de hombres, y la paga es al menos diez veces mayor de la que puedo tener en Drogheda como ganadero.

– Haciendo, ¿qué?

– Cortando caña de azúcar.

– ¿Cortando caña de azúcar? ¡Es un trabajo de chino!

– No; te equivocas. Los peones chinos no son lo bastante robustos para hacerlo como los cortadores blancos, y además, sabes tan bien como yo que la ley australiana prohibe la importación de hombres negros o amarillos para un trabajo de esclavos o para trabajar por salarios inferiores a los de los blancos, quitando así el pan de la boca de los australianos. Hay escasez de cortadores de caña, y el sueldo es muy elevado. Pocos tipos son lo bastante altos y vigorosos para cortar caña. Pero yo lo soy. ¡La caña no podrá conmigo!

– ¿Significa esto que piensas establecer nuestro hogar en North Queensland, Luke?

– Sí.

Ella miró por encima del hombro de él a la hilera de ventanas de Drogheda: los eucaliptos, el Home Paddock, la arboleda del fondo. ¡No vivir en Drogheda! Estar en un lugar donde nunca podría encontrarla el obispo Ralph, vivir sin volver a verle jamás, aferrarse al extraño que se sentaba delante de ella tan irrevocablemente que nunca podría volverse atrás… Los ojos grises se posaron en el rostro animado e impaciente de Luke y se hicieron más hermosos, pero inconfundiblemente más tristes. Él sólo vio esto; ella no lloraba, ni cerraba los párpados, ni fruncía las comisuras de los labios. A él no le preocupaba los pesares de Meggie, porque no quería que llegase a ser tan importante para él como para inquietarse por ella. La consideraba como una especie de seguro para un hombre que había tratado de casarse con Dot Mac-Pherson, de Bingley; pero su atractivo físico y su carácter amable sólo servían para aumentar la vigilancia de Luke sobre su propio corazón. Ninguna mujer, aunque fuese tan dulce y hermosa como Meggie Clea-ry, adquiriría nunca sobre él el poder suficiente para decirle lo que tenía que hacer.

Por consiguiente, fiel a sí mismo, se lanzó de cabeza al principal objeto de sus pensamientos. Había momentos en que el disimulo era.necesario, pero, en esta cuestión, le serviría menos que la audacia.

– Meghann, soy un hombre anticuado -dijo.

Ella le miró fijamente, intrigada.

– ¿De veras? -le preguntó, como diciendo: ¿Y qué importa esto?

– Sí -replicó él-. Yo creo que, cuando un hombre y una mujer se casan, todas las propiedades de la mujer deben pasar al hombre. Viene a ser como lo que llamaban la dote en los viejos tiempos. Sé que tú tienes un poco de dinero, y ahora debo decirte que, cuando nos casemos, tendrás que traspasármelo. Es justo que sepas lo que pienso mientras estás aún soltera y puedes decidir si quieres hacerlo.

Meggie no había pensado nunca que podría conservar su dinero; siempre había presumido que, si se casaba, sería de Luke y no de ella. Todas las mujeres australianas, salvo las más educadas y refinadas, recibían una crianza según la cual se convertían, al casarse, en una especie de propiedad del marido, y esto era especialmente cierto en el caso de Meggie. Papá había mandado siempre en Fee y en sus hijos, y, cuando había muerto, Fee había reconocido a Bob como su sucesor. El hombre era dueño del dinero, de la casa, de la mujer y de los hijos. Meggie nunca había puesto en duda este derecho.

. -¡Oh! -exclamó-. No creía que fuese necesario firmar ningún documento, Luke. Pensaba que lo mío se convertía automáticamente en tuyo al casarnos.

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