Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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Él sonrió y mostró los grandes dientes blancos del padre Ralph; y sin embargo, no era la sonrisa del padre Ralph.

– ¿Sabe que parece usted una niña pequeña, boquiabierta y asombrada?

Ella desvió la mirada.

– Lo siento. No quena ser impertinente. Me ha recordado usted a alguien; esto es todo.

– Mire cuanto quiera. Prefiero su cara a su cabellera, por bonita que ésta sea. ¿A quién le recuerdo?

– No tiene importancia. Lo extraño es que se parece mucho y, al mismo tiempo, es completamente distinto.

– ¿Cómo se llama usted, señorita Cleary?

– Meggie.

– Meggie… Un nombre poco digno, que no le cae nada bien. Habría preferido que se llamase Belinda o Madeleine; pero, si Meggie es todo lo que tiene que ofrecer, tendré que resignarme. ¿Qué significa? ¿Tal vez Margaret?

– No; Meghann.

– ¡Ah! ¡Eso está mejor! La llamaré Meghann.

– No, ¡no lo haga! -saltó ella-. ¡Detesto este nombre!

Pero él se echó a reír.

– Está usted demasiado acostumbrada a hacer su voluntad, señorita Meghann. Si' quiero llamarla Eus-taquia Sofronia Augusta, lo haré; conque, ¡ya lo sabe!

Habían llegado a los corrales; él se apeó de su bayo, levantó un puño amenazador ante el belfo del rocín, y éste bajó sumisamente la cabeza. Después, el hombre esperó a que ella le tendiese las manos, para ayudarla a bajar. Pero ella tocó las ijadas de la yegua con los tacones de sus botas y siguió camino adelante.

– No va a dejar a la elegante dama al cuidado de los vulgares ganaderos, ¿eh?

– le gritó él.

– ¡Claro que no! -respondió ella, sin volverse.

¡Oh! ¡No había derecho! Incluso cuando estaba de pie se parecía al padre Ralph; alto, ancho de hombros y estrecho de caderas, incluso con algo de su prestancia, pero empleada de un modo diferente. El padre Ralph se movía como un bailarín; Luke O'Neill, como un atleta. Sus cabellos eran igualmente tupidos, negros y ondulados; sus ojos, asimismo azules; su nariz, igualmente fina y recta, y su boca, también bien dibujada. Y sin embargo, no se parecía al padre Ralph más que… que un falso eucalipto a un eucalipto auténtico, ambos igualmente altos y pálidos y espléndidos.

Después de aquel encuentro casual, Meggie mantuvo los oídos abiertos a los rumores y chismes sobre Luke O'Neill. Bob y los chicos estaban contentos de su trabajo y parecían llevarse bien con él; según Bob, no sabía lo que era la pereza. Incluso Fee sacó una noche su nombre a relucir, declarando que era un hombre muy guapo.

– ¿No te recuerda a alguien? -preguntó casualmente Meggie, que estaba tendida sobre la alfombra, leyendo un libro.

Fee pensó un momento.

– Bueno, creo que se parece un poco al padre De Bricassart. La misma complexión, el mismo color de la piel. Pero no es un gran parecido; son demasiado diferentes como hombres. -Hizo una pausa y añadió-: Meggie, ¿no puedes sentarte en una silla, como una señorita, para leer? El hecho de que lleves pantalones no debe hacerte olvidar del todo la modestia.

– ¡Bah! -dijo Meggie-. ¡Como si alguien se fijara!

Y así quedó la cosa. Había un parecido; pero detrás de las caras había dos hombres muy distintos, y esto fastidiaba a Meggie, porque estaba enamorada de uno de ellos y sentía remordimiento de encontrar atractivo al otro. En la cocina, descubrió que era el favorito, y también descubrió la causa de que llevase camisa y pantalón blanco para ir a la dehesa; la señora Smith le lavaba y planchaba la ropa, cediendo a su natural hechizo.

– ¡Oh! ¡Es un irlandés guapísimo! -suspiró Min-nie, extasiada.

– Es australiano -dijo Meggie, para provocarla.

– Tal vez ha nacido aquí, señorita Meggie, pero, con un apellido como O'Neill, es tan irlandés como los cerdos de Paddy, dicho sea con todo el respeto para su santo padre, señorita Meggie, que en gloria esté y cantando con los ángeles. ¿Y cómo no puede ser irlandés, con unos cabellos tan negros y unos ojos tan azules? En los viejos tiempos, los O'Neill eran reyes de Irlanda.

– Pensaba que eran los Connor -replicó taimadamente Meggie.

Los ojillos redondos de Minnie pestañearon.

– ¡Ya! Bueno, señorita Meggie, ¡Irlanda era un gran país!

– ¡Vaya! ¡Tiene aproximadamente la extensión de Drogheda! Y en todo caso, O'Neill es un apellido de Orange; no puedes engañarme.

– Aunque sea así, es un gran nombre irlandés, que ya existía mucho antes de que nadie pensara en los hombres de Orange. Es un nombre de las regiones del Ulster; por tanto, es natural que lo llevasen algunos Orange, ¿no? Pero antes estuvieron los O'Neill de Clandeboy y los O'Neill Mor, señorita Meggie.

Meggie se rindió; Minnie había renunciado hacía tiempo a cualquier tendencia feniana que hubiese podido tener, y podía pronunciar la palabia «Orange» sin que le diese un ataque.

Una semana más tarde, Meggie volvió a tropezarse con Luke O'Neill a orilla del torrente. Sospechó que él la había estado esperando, pero no supo que hacer, si había sido así.

– Buenas tardes, Meghann.

– Buenas tardes -contestó ella, mirando al frente, entre las orejas de la yegua castaña.

– El próximo sábado por la noche, hay un baile en Braich y Pwll. ¿Quiere venir conmigo?

– Gracias por invitarme, pero no sé bailar. Sería inútil.

– Yo le enseñaré a bailar en menos que canta un gallo; eso no es ningún obstáculo. Y, ya que voy a llevar a la hermana del patrón*, ¿cree que Bob me prestaría el viejo «Rolls», ya que no el nuevo?

– Ya le he dicho que no voy a ir -replicó ella, apretando los dientes.

Usted ha dicho que no sabe bailar, y yo le he contestado que la enseñaría. No ha dicho que no iría conmigo, aunque supiese bailar, y por eso pensé que lo que la disgustaba era el baile, no yo. Bueno, ¿lo pensará mejor?

Ella le miró irritada, furiosa, pero él se echó a reír.

– Es usted una niña mimada a más no poder, pequena Meghann; ya es hora de que dé su brazo a torcer.

– ¡No soy una niña mimada!

– ¡A otro con ese cuento! Hija única, con todos sus hermanos desviviéndose por usted, sobrada de tierras y dinero, con una casa preciosa y criadas a su servicio. Ya sé que todo es propiedad de la Iglesia católica, pero a los Cleary no les falta un penique.

«!Esta era la gran diferencia entre ellos!», pensó triunfalmente Meggie. Hasta ahora no se había dado cuenta. El padre Ralph no se habría dejado nunca seducir por los oropeles externos, pero Luke carecía de su sensibilidad, no tenía unas antenas innatas que le decían lo que había debajo de la superficie. Pasaba por la vida sin tener la menor idea de su complejidad o de sus sufrimientos.

Bob, muy asombrado, tendió las llaves del nuevo «Rolls» sin murmurar siquiera; miró fijamente a Luke unos momentos, sin hablar, y después, sonrió.

– Nunca pensé que Meggie iría a un baile, pero llévela en buena hora, Luke. Supongo que a ella le gustará, pues tiene pocas ocasiones de divertirse. Quizá deberíamos llevarla nosotros alguna vez, pero siempre hay algo que lo impide.

– ¿Por qué no venís también tú y Jack y Hughie? -preguntó Luke, por lo visto nada reacio a tener compañía.

Bob meneó la cabeza, horrorizado.

– No, gracias. No somos buenos bailarines.

Meggie se puso su vestido de color de ceniza de rosas, pues no tenía otra cosa que ponerse; no se le había ocurrido emplear parte del dinero que el padre Ralph había depositado a su nombre en el Banco, para comprarse vestidos para fiestas y bailes. Hasta ahora se había librado de todas las invitaciones, pues los tipos como Enoch Davies y Alastair MacOueen eran fáciles de convencer con un rotundo no. No tenían el descaro de Luke O'Neill.

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