Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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Algún día, el Santo Padre habría de recompensar a la Iglesia australiana con un capelo cardenalicio, aunque era todavía pronto para esto. Por consiguiente, el legado debía estudiar a los sacerdotes de la edad del padre De Bricassart, y, entre ellos, éste parecía ser el candidato más destacado. Conque, ¡adelante! Daría al padre De Bricassart la oportunidad de probar su temple frente a un italiano. Sería interesante. Pero, ¿por qué no podía ser ese hombre un poco más bajito?

El padre Ralph sorbía ahora su té Con satisfacción y guardaba un desacostumbrado silencio. El legado pontificio advirtió que sólo comió uno de los pequeños bocadillos, sin tocar las otras golosinas; en cambio, bebió cuatro tazas de té, ávidamente, sin añadirle azúcar ni leche. Bueno, esto coincidía con los informes que tenía de él; aquel sacerdote era sumamente parco en sus costumbres; su única debilidad era tener un coche bueno (y muy veloz).

– Su apellido es francés, padre -dijo el legado pontificio con voz suave-, pero tengo entendido que es uted irlandés. ¿A qué se debe este fenómeno? ¿Era francesa su familia?

El padre Ralph meneó la cabeza, sonriendo.

– Es un apellido normando. Eminencia, muy antiguo y muy noble. Soy descendiente directo de un tal Ranuifo de Bricassart, que fue barón de la Corte de Guillermo el Conquistador. En 1066, acompañó a Guillermo en la invasión de Inglaterra, y uno de sus hijos adquirió tierras inglesas. La familia prospero bajo los reyes normandos de Inglaterra, y, más tarde, algunos de sus miembros cruzaron el mar de Irlanda, en tiempos de Enrique IV, y se establecieron en la otra orilla. Cuando Enrique VIII apartó la Iglesia de Inglaterra de la autoridad de Roma, nosotros conservamos la fe de Guillermo, o sea que permanecimos fieles a Roma y no a Londres. Pero, cuando Cromwell estableció la Commonwealth, perdimos nuestros títulos y tierras, y nunca nos fueron devueltos. Carlos tenía que recompensar a sus favoritos ingleses con tierra irlandesa. La antipatía que sienten los irlandeses por los ingleses está, pues, justificada.

«Nosotros, sumidos, en una oscuridad relativa, permanecimos fieles a la Iglesia y a Roma. Mi hermano mayor tiene una remonta importante en County Meath, y confía en criar un ganador del Derby o del Grand National. Yo soy el segundo hijo, y siempre fue tradición familiar que el segundón se hiciera sacerdote, si esto respondía a su deseo. Debo confesar que estoy orgulloso de mi apellido y de mi linaje. Los De Bricassart existen desde hace mil quinientos años.

¡Ah! Eso estaba bien. Un viejo nombre aristocrático y un perfecto historial de fidelidad a la fe a través de emigraciones y persecuciones.

– ¿Y el nombre de Ralph?

– Es una contracción de Ranuifo, Eminencia.

– Comprendo.

– Le voy a echar muy en falta, padre -dijo el arzobispo Cluny Dark, aplicando una capa de jalea y de crema sobre media tortita y zampándosela de un bocado.

El padre Ralph se echó a reír.

– Me pone usted ante un dilema, Eminencia. Estoy entre mi antiguo señor y mi nuevo señor, y, si contesto para complacer a uno, puedo disgustar al otro. ¿Me permiten decir que añoraré a Su Excelencia, pero que espero con ilusión servir a Su Eminencia?

Bien dicho: una respuesta de diplomático. El arzobispo Di Contini-Verchese empezó a pensar que se entendería bien con su secretario. Lástima que fuese demasiado guapo, con sus finas facciones, su bello color y su arrogante complexión.

El padre Ralph volvió a guardar silencio, contemplando la mesa sin verla. Evocaba la imagen del joven sacerdote al que acababa de 'amonestar, la mirada atormentada de sus ojos al darse cuenta de que ni siquiera le permitirían despedirse de la joven. ¡Dios mío! ¿Qué habría sucedido, si hubiesen sido él y Meg-gie? Eran cosas que podían disimularse una temporada, si uno era discreto, o incluso siempre, si se limitaban las relaciones a las vacaciones anuales. Pero si uno dejaba que una mujer entrase en serio en su vida, su descubrimiento era inevitable.

Había veces en que sólo arrodillándose en el mármol de la capilla del palacio arzobispal, hasta que se quedaba rígido por el dolor físico, podía vencer la tentación de tomar el próximo tren para Gilly y Drogheda. Se había dicho mil veces que esto no era más que un efecto de su soledad, que echaba de menos el calor humano que había conocido en Drogheda. Se decía que nada había cambiado cuando, cediendo a una flaqueza momentánea, había correspondido al beso de Meggie; que su amor por elia pertenecía aún al reino de la fantasía y de la ilusión, que no había adquirido un carácter absorbente y turbador, diferente del de sus primeros sueños. Pues no podía admitir que algo hubiese cambiado, y debía seguir pensando en Meggie como en una niña, rechazando todas las visiones que pudiesen contradecirlo.

Pero estaba equivocado. El dolor no se desvanecía, sino que parecía empeorar, y de una manera más fría, más perversa. Antes, su soledad había sido una cosa impersonal; nunca había podido decirse que la presencia de otro ser en su vida podría remediarla. Pero, ahora, la soledad tenía un nombre: Meggie, Meggie, Meggie, Meggie…

Al salir de su ensoñación, se encontró con que el arzobispo Di Contini-Verchese le estaba mirando sin pestañear, y aquellos ojos grandes y negros estaban llenos de una sabiduría mucho más peligrosa que la de los vivos ojillos redondos de su actual superior. Demasiado inteligente para pretender que aquella atenta inspección era sólo casual, el padre Ralph dirigió a su futuro señor una mirada tan penetrante como la recibida de éste; después sonrió débilmente y se encogió de hombros, como diciendo: Todos tenemos alguna tristeza, y no es pecado recordar un dolor.

– Dígame una cosa, padre -preguntó, en tono suave, el prelado italiano-: Los bienes que usted administra, ¿se han visto afectados por la súbita crisis económica?

– Hasta ahora, no tenemos motivos de preocupación. Eminencia. «Michard Limited» no se ve fácilmente afectada por las fluctuaciones del mercado. Supongo que aquellos que invirtieron sus fortunas más descuidadamente que la señora Carson serán los que sufrirán mayores pérdidas. Desde luego, la explotación de Drogheda resultará más perjudicada; el precio de la lana está bajando. Sin embargo, la señora Carson era demasiado inteligente para comprometer su dinero en empresas rurales; prefería la solidez del metal. Aunque, a mi manera de ver, el momento actual es excelente para comprar inmuebles, y no sólo haciendas en el campo, sino también casas y edificios en las ciudades importantes. Los precios han alcanzado un nivel ridiculamente bajo, pero no pueden mantenerse así por tiempo indefinido. Si comprásemos ahora, creo que estaríamos a salvo de toda pérdida en años venideros. La depresión terminará algún día.

– Así es -confirmó el legado pontificio.

El padre De Bricassart no era sólo un diplomático, sino también un buen hombre de negocios. Desde luego, convenía que Roma no le perdiese de vista.

9

Corría el año 1930, y Drogheda conoció muy bien la depresión. Los hombres andaban en busca de trabajo en toda Australia. Los que podían dejaban de pagar el alquiler y se entregaban a la vana tarea de buscar trabajo cuando no lo había en ninguna parte. Las mujeres y los hijos tenían que arreglarse solos; vivían en refugios de las tierras municipales y hacían cola ante las cocinas de caridad; sus maridos y padres se habían marchado sin rumbo fijo. Los hombres envolvían unos cuantos objetos personales en una manta, ataban ésta y se la cargaban a la espalda, y así empezaban a recorrer caminos, con la esperanza de conseguir al menos comida, si no trabajo, en las haciendas que cruzaban. Valía más trotar por las tierras remotas que dormir en Sydney.

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