Colleen McCullough - El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino)

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El Pajaro Canta Hasta Morir (el Pajaro Espino): краткое содержание, описание и аннотация

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En la Australia casi salvaje de los primeros años delsiglo XX, se desarrolla una trama de pasión ytragedia que afecta a tres generaciones. Una historia de amor ¿la que viven Maggie y el sacerdote Ralph de Bricassart? que se convierte en renuncia, dolor y sufrimiento, y que marca el altoprecio de la ambición y de las convenciones sociales. Una novela que supuso un verdadero fenómeno y que ha alcanzado la categoría de los clásicos.

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Al venir a casa, me entregas tu vida como en sacrificio. Y yo no lo quiero. Nunca lo quise. Y ahora me niego a aceptarlo. Tú no eres de Drogheda, ni lo fuiste nunca. Si todavía no has averiguado dónde te corresponde estar, te sugiero que te sientes y' empieces inmediatamente a pensar en serio. A veces, eres terriblemente obtusa. Rainer es un hombre muy simpático, pero todavía no conozco a nadie que pueda ser tan altruista como tú pareces creer que es él. Por el amor de Dane, ¡no seas niña, Justine!

Se ha apagado una luz, queridísima mía. Se ha apagado una luz para todos nosotros. Y nada puedes hacer para remediarlo, ¿no comprendes? No voy a insultarte queriendo hacerte creer que soy completamente feliz. No sería propio de la condición humana. Pero si te imaginas que en Drogheda pasamos los días gimiendo y llorando, estás equivocada. Gozamos de nuestros días, y una de las razones de ello es que tu vela sigue encendida para nosotros. La de Dane se apagó para siempre. Por favor, querida Jus-tine, trata de aceptarlo.

Ven a Drogheda siempre que quieras; nos alegraremos de verte. Pero no para siempre. Si estuvieses permanentemente aquí, nunca serías feliz. No sólo sería un sacrificio innecesario, sino también inútil. En tu carrera, incluso un solo año de ausencia te costaría muy caro. Quédate donde te corresponde, sé una buena ciudadana de tu mundo.

El dolor. Era como los primeros días después de la muerte de Dane. La misma clase de dolor inútil, malgastado, inevitable. La misma angustia impotente. No; desde luego, nada podía hacer. No había manera, no había manera.

¡Grita! La cafetera empezaba a silbar. ¡Cállate, cafetera, cállate! ¡Hazlo por mamá! ¿Qué se siente, cafetera, cuando se es el hijo.único de mamá? Pregúntalo a Justine; ella lo sabe. Sí, Justine sabe lo que es ser hija única. Pero yo no soy la hija que necesita ella, la pobre viejecita que se consume en el rancho. ¡Oh, mamá! Oh, mamá… ¿Crees que, si humanamente pudiese, no lo haría? Cambio de velas, ¡mi vida por la de él! No es justo que fuese Dane el que tenía que morir… Ella tiene razón. Mi vuelta a Drogheda no alteraría el hecho de que él nunca podrá hacerlo. Aunque yace allí para siempre, nunca podrá hacerlo. Se ha apagado una luz, y no puedo encenderla de nuevo. Pero ya veo lo que ella quiere decir. Mi luz sigue encendida en ella. Pero no en Drogheda.

Fritz abrió la puerta, no luciendo su elegante uniforme de chófer, sino el elegante traje de mañana del mayordomo. Pero, cuando sonrió, hizo una rígida reverencia y juntó los tacones, al viejo estilo alemán, a Justine se le ocurrió pensar: ¿ejercía también esta doble función en Bonn?

– Fritz, ¿es usted simplemente un humilde servidor de Herr Hartheim, o es, en realidad, su perro guardián? -le preguntó, entregándole el abrigo.

Fritz permaneció impasible.

– Herr Hartheim está en su despacho, señorita O'Neill.

Rain estaba sentado contemplando el fuego, un poco inclinado hacia delante. Natacha dormía acurrucada delante de la chimenea. Cuando se abrió la puerta, é!. levantó la cabeza, {tero no dijo nada; no pareció alegrarse de verla.

Justine cruzó la estancia, se arrodilló en el suelo y apoyó la frente sobre las rodillas de él.

– Rain, siento lo ocurrido en todos estos años; no tengo perdón -murmuró.

Él no se levantó, sino que se arrodilló a su lado y la atrajo hacia sí.

– Un milagro -dijo.

Ella le sonrió.

– Nunca dejaste de quererme, ¿verdad?

– No, herzchen, nunca. ~^©ebí hacerte mucho daño.

– No como tú piensas. Sabía que me querías, y podía esperar. Siempre creí que el hombre paciente gana al final.

– Por consiguiente, decidiste dejarme actuar por mi cuenta. No te preocupó en absoluto cuando te dije que me marchaba a Drogheda, ¿verdad?

– ¡Oh, sí! Si se hubiese tratado de otro hombre, no me habría preocupado. Pero, ¿Drogheda? Un formidable adversario. Sí; estaba preocupado.

– Supiste que me iba antes de que te lo dijese, ¿verdad?

– Clyde me reveló el secreto. Me llamó a Bonn para preguntarme si había manera de detenerte, y yo le dije que te siguiese la corriente durante un par de semanas, mientras veía lo que podía hacer. No por él, herzchen. Por mí. No soy tan altruista.

– Así lo dijo mamá. Pero, ¡esta casa! ¿La tenías hace un mes?

– No, y no es mía. Sin embargo, como necesitaremos una casa en Londres, si vas a continuar con tu carrera, veré si puedo comprarla. Es decir, si a ti te gusta. Incluso dejaré que la decores a tu gusto, si me prometes solemnemente que no la pintarás de rojo o de naranja.

– Nunca me había dado cuenta de lo tortuoso que eres. ¿Por qué no me dijiste simplemente que me amabas? ¡Estaba deseando oírlo!

– No; las pruebas estaban a la vista; tenías que verlas por ti misma.

– Temo que mi ceguera es crónica. Necesité ayuda para verlas. Mi madre me obligó al fin a abrir los ojos. Recibí una carta suya, la noche pasada, dicién-dome que no debía volver a casa.

– Tu madre es una persona maravillosa.

– Sé que os visteis, Rain. ¿Cuándo fue?

– Fui a verla hace cosa de un año. Drogheda es magnífico, pero no es para ti, herzchen. Entonces fui para tratar de hacérselo comprender a tu madre. No sabes cuánto me alegro de que lo haya comprendido, aunque nada de lo que le dije debió de ser muy ilustrativo.

Ella le tapó la boca con los dedos.

– Yo también dudaba, Rain. Siempre he dudado. Y tal vez dudaré siempre.

– ¡Oh, herzchen, espero que no! Nunca podrá haber nadie más para mí. Sólo tú. Todo el mundo lo sabe desde hace años. Pero las palabras de amor no significan nada. Podría habértelas gritado mil veces al día, sin desvanecer tus dudas en absoluto. Por consiguiente, no te confesé mi amor, Justine; lo viví. ¿Cómo puedes dudar de los sentimientos de tu más fiel galán? -Suspiró-. Bueno, al menos no he tenido que decirlo yo. Tal vez seguirá bastándote la palabra de tu madre.

– ¡Por favor, no hables así! Pobre Rain, creo que estuve a punto de acabar incluso con tu paciencia. No te sientas dolido si lo debemos a mamá. ¡Qué importa esto! ¡Me he arrodillado humildemente a tus pies!

– Por suerte, será una humillación de una noche -dijo él alegremente-. Mañana volverás a saltar.

La tensión de Justine empezaba a aflojarse; había pasado lo peor.

– Lo que me gusta…, no, lo que adoro, en ti, es que me soltaste tanto las riendas que no sé si podré pararme.

Él se encogió de hombros.

– Entonces, mira al futuro de este modo, herzchen. Viviendo conmigo en la misma casa, tal vez verás cómo puedes lograrlo. -Le besó las cejas, las mejillas, los párpados-. Te quiero tal como eres, Justine. Hasta tu última peca y hasta la última célula de tu cerebro.

Ella le rodeó el cuello con los brazos, hundió los dedos en sus tupidos cabellos.

– ¡Oh, si supieras cuánto he deseado hacer esto! -dijo-. Nunca pude olvidarlo.

El cablegrama decía: ACABO DE CONVERTIRME EN SEÑORA RAINER MOERLING HARTHEIM STOP CEREMONIA PRIVADA EN VATICANO STOP BENDICIÓN PAPAL PARA TODOS STOP ESTO ES CASARSE DEFINITIVAMENTE STOP IREMOS A ESA EN LUNA DE MIEL ATRASADA LO ANTES POSIBLE PERO VIVIREMOS EN EUROPA STOP ABRAZOS PARA TODOS TAMBIÉN DE RAIN STOP JUS TINE

Meggie dejó el papel sobre la mesa y contempló con ojos muy abiertos, a través de la ventana, el tesoro de rosas de otoño del jardín. Perfumes de rosas, abejas de rosas. Y los hibiscos, las campanillas, los eucaliptos, las buganvillas encaramadas a gran altura sobre el mundo, los pimenteros. ¡Qué hermoso era el jardín! ¡Qué vivo! Ver crecer sus pequeños habitantes, y cambiar, y marchitarse; y surgir otros nuevos, en un ciclo continuo y eterno.

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