Los primeros meses después de la muerte de Dane habían sido horribles, y ella había resistido su impulso de ir a Rain, de sentir su contacto corporal y esniritual, sabiendo muy bien que éste no dejaría de acudir si le dejaba. Pero no podía permitirlo, porque la cara de Dane se sobrepondría a la de él. Tenía que eliminarle, luchar por apagar la última chispa de deseo por él. Y, al pasar el tiempo y parecer que él iba a quedar definitivamente apartado de su vida, su cuerpo se sumió en una especie de letargo y su mente se impuso el deber de olvidar.
Pero, ahora que Rain había vuelto, la cosa se hacía mucho más difícil. Ella ardía en deseos de preguntarle si recordaba aquella otra relación, si había podido olvidarla. Cierto que ella había terminado en absoluto con esto, pero le habría gustado saber que no había terminado para él; es decir, siempre que la cosa se llamase Justine, y sólo Justine.
Sueños vanos. Rain no era hombre capaz de derrochar un amor no correspondido, fuese mental o físico, y nunca mostraba el menor deseo de reanudar aquella fase de sus vidas. La quería como amiga, y disfrutaba de ella como amigo. ¡Magnífico! Era precisamente lo que quería ella. Sólo que…, ¿podía él haberlo olvidado? No; era imposible… ¡y que Dios le confundiese si lo había hecho!
La noche en que los procesos mentales de Justine llegaron a este punto, su representación de Lady Macbeth tuvo una intensidad salvaje muy distinta de su interpretación acostumbrada. Después, durmió mal, y la mañana siguiente le trajo una carta de su madre que la llenó de vaga inquietud.
Mamá ya no le escribía a menudo, secuela de una larga separación que las afectaba a ambas, y las cartas que llegaban eran superficiales, anémicas. Ésta era diferente: contenía un murmullo lejano de vejez, un cansancio subyacente que asomaba en algunos pasajes sobre las trivialidades de la superficie, como un iceberg. A Justine no le gustó. Vieja. ¡Mamá se hacía vieja!
¿Qué pasaba en Drogheda? ¿Trataba mamá de ocultar algún contratiempo grave? ¿Estaría enferma la abuelita? ¿O alguno de los tíos? ¿O la propia mamá. Dios no lo quería? Hacía tres años que no había visto a ninguno de ellos, y podían pasar muchas cosas en tres años, aunque no fuese precisamente a Justine O'Neill. Por el hecho de que su vida fuese opaca y triste, no debía presumir que también lo era la de todos los demás.
Justine tenía «libre» aquella noche, antes de la última representación de Macbeth. Las horas diurnas habían transcurrido insoportables, y ni siquiera la idea de cenar con Rain le había producido la ilusión acostumbrada. Su amistad era inútil, fútil, estática, se dijo, mientras se ponía el vestido de color naranja, que era él que menos le gustaba a él. ¡Viejo y anticuado conservador! Si a Rain no le gustaba cómo era ella, podía dejarla cuando quisiera. Después, arreglándose las chorreras del corpino sobre el magro pecho, captó su propia mirada en el espejo y rió tristemente. ¡Oh, qué tempestad en un vaso de agua! Actuaba lo mismo que las mujeres a quienes más despreciaba. Probablemente, todo era muy sencillo. Estaba agotada y necesitaba un descanso. ¡Gracias a Dios que se acababa Lady M! Pero, ¿qué le pasaba a mama?
Ültimamente, Rain pasaba cada vez más tiempo en Londres, y Justine se extrañaba de la facilidad con que viajaba entre Bonn e Inglaterra. Sin duda el hecho de tener un avión particular facilitaba la cosa, pero tenía que ser muy fatigoso.
– ¿Por qué vienes a verme tan a menudo? -le preguntó saliendo de su ensimismamiento-. Todos los gacetilleros de Europa lo encuentran estupendo, pero te confieso que a veces me pregunto si me utilizas únicamente como un pretexto para visitar Londres.
– Es verdad que te empleo como pantalla de vez en cuando -confesó él con toda tranquilidad-. En realidad, has sido como polvo en los ojos de algunos, en bastantes ocasiones. Pero esto no quiere decir que no me guste estar contigo, porque me gusta de veras. -Sus ojos negros la miraron a la cara, reflexivamente-. Hoy estás muy callada, herzchen. ¿Te preocupa algo?
– No; en realidad, no. -Jugueteó con el postre y lo apartó, sin comerlo-. Sólo una cosita sin importancia. Mamá y yo dejamos de escribirnos todas las semanas; hace tanto tiempo que no nos venios, que no sabemos qué decirnos; pero hoy he recibido una carta suya muy extraña. Diferente de las otras.
A él se le encogió el corazón; por lo visto, Meggie se había tomado tiempo para reflexionar, pero el instinto le decía que esto era el principio de su maniobra, y que ésta no era favorable a él. Iniciaba su juego para hacer que su hija volviese a Drogheda, a perpetuar la dinastía.
Estiró el brazo sobre la mesa para asir la mano de Justine; pensaba que ésta parecía más guapa en su madurez, a pesar del horrible vestido. Unos surcos diminutos daban dignidad a su cara de pilludo, cosa que le hacía mucha falta, y carácter, de lo cual tenía en abundancia la persona que se ocultaba detrás de aquélla. Pero, ¿a qué profundidad llegaba su madurez superficial? Esto era lo malo de Justine; no lo mostraba nunca.
– Tu madre está muy sola, herzchen -dijo él, quemando sus naves.
Si esto era lo que quería Meggie, ¿cómo podía él seguir pensando que tenía razón y que ella estaba equivocada? Justine era hija suya; ella debía de saber mejor que él lo que le convenía.
– Tal vez sí -replicó Justine, frunciendo el ceño-, pero no puedo dejar de sentir que hay algo más en el fondo de esto. Quiero decir que debió de sentirse sola desdo hace muchos años; entonces, ¿a qué viene ahora esto, sea lo que fuere? Pondría!a mano en el fuego, Rain, y quizás es esto lo que más me preocupa.
– Me parece que olvidas que se está haciendo vieja. Es posible que empiecen a pesar sobre ella cosas que en el pasado le parecían fáciles de soportar. -Sus ojos tenían una expresión lejana, como si, de pronto, el cerebro se hubiese concentrado en algo distinto de lo que estaba diciendo-. Justine, hace tres años perdió a su único hijo varón. ¿Crees que el dolor disminuye con el paso del tiempo? Yo pienso que debe aumentar. Él se fue, y ahora tu madre debe de tener la impresión de que también tú te has ido. A fin de cuentas, no vas nunca a visitarla.
Ella cerró los ojos.
– Lo haré, Rain, ¡lo haré! Te prometo que lo haré, ¡y pronto! Tienes razón, sí; pero tú siempre la tienes. Nunca había pensado que llegaría a añorar Dro-gheda; pero, últimamente, parece que le estoy tomando afecto. Al fin y al cabo, soy parte de ella.
Él miró bruscamente su reloj y sonrió con tristeza.
– Temo que esta noche es una de las ocasiones en que he abusado de ti, herzcken. Lamento tener que pedirte que vuelvas sola a casa; pero, antes de una hora, tengo que reunirme con un caballero muy importante en un lugar secreto, al que debo ir en mi propio coche, conducido por el fidelísimo Fritz.
– ¡Una novela de capa y espada! -exclamó Justine, disimulando su agravio-. Ahora comprendo la razón de esos taxis. Puedes confiarme a un taxista, pero no comprometer el futuro del Mercado Común, ¿eh? Bueno, sólo para que veas que no me hace ninguna falta al taxi ni tu fidelísimo Fritz, tomaré el Metro para volver a casa. Es muy temprano. -Los dedos de él se apoyaban flaccidos en los suyos; ella levantó la mano de su amigo, la llevó a su mejilla y, después, la besó-;. ¡Oh, Rain! ¡No sé lo que voy a hacer sin ti!
Él se metió la mano en el bolsillo, se puso en pie, dio la vuelta a la mesa y apartó con la otra mano la silla de ella.
– Soy tu amigo -dijo-. Y los amigos son para esto, para echarlos en falta.
Pero, cuando se hubo separado de él, Justine se marchó a casa muy pensativa, para caer rápidamente en una profunda depresión. Aquella noche era la vez que habían estado más cerca de una discusión personal, y la causa había sido que ella pensaba que su madre se sentía terriblemente sola, que se hacía vieja, y que ella debería acudir a su lado. Visitarla, había dicho él; pero no podía dejar de preguntarse si había querido decir para quedarse. Lo cual parecía indicar que, fuera lo que fuese lo que había sentido por ella en el pasado, pertenecía realmente al pasado y él no quería resucitarlo.
Читать дальше