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Colleen McCullough: La huida de Morgan

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Colleen McCullough La huida de Morgan

La huida de Morgan: краткое содержание, описание и аннотация

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Bristol, Inglaterra 1787. Cientos de prisioneros iban a ser arrancados de su tierra natal y forzados a emprender un duro viaje por mar para poblar tierras desconocidas y hostiles. Abandonados a su suerte en tierras australianas, su llegada sería sólo el principio de una larga odisea. Morgan habría de conocer el lado más cruel del ser humano, pero también el amor y la amistad más sinceros. La huida de Morgan parte de episodios históricos para narrar la increíble epopeya de los primeros colonos en Australia.

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Mientras permanezco sentado aquí durante la noche, los únicos sonidos que llegan a mis oídos son los de los gigantescos árboles azotados por un viento cada vez más fuerte, y los únicos olores que asaltan las ventanas de mi nariz son los de las dulces resinas o las vagas reliquias de la lluvia que cayó hace unas horas y humedeció la tierra.

Jamás regresaré a Inglaterra, un lugar que ya no considero ni llamo mi «casa». Mi casa está y siempre estará aquí en la isla de Norfolk. Lo cierto, Jem, es que ya no quiero tratos con el país que me envió a Botany Bay apretujado en un barco negrero durante más de doce meses entre unas angustias y un sufrimiento que todavía pueblan mis sueños.

Hubo buenos tiempos y buenos momentos, ninguno de ellos gracias a los que nos enviaron aquí: codiciosos contratistas, indiferentes personajes que manejaban nuestros papeles, barones y almirantes bebedores de oporto. Y nosotros los de la primera flota que zarpó rumbo a Botany Bay disfrutamos de muchos lujos en comparación con los horrores que debieron de sufrir los que nos siguieron; preguntadle a Stephen qué encontraron a bordo del Neptune cuando éste ancló en Port Jackson.

Ser los primeros que zarpaban rumbo a Botany Bay fue a un tiempo lo mejor y lo peor. Nadie sabía qué hacer, Jem, ni siquiera el pobre y desesperado gobernador Phillip. No se había planificado ni organizado nada. Nadie de Whitehall había elaborado ningún proyecto y los contratistas engañaron tanto en la calidad como en la cantidad de la ropa, las herramientas y otros elementos esenciales que enviaron junto con nosotros. No hago más que imaginarme la expresión del rostro de Julio César si hubiera visto aquel caos.

Pese a lo cual, hemos superado los primeros cinco años de este experimento tan mal organizado y planeado con la vida de unos hombres y unas mujeres. No sé muy bien cómo ha ocurrido, sólo sé que, a lo mejor, es una demostración de la resistencia y fortaleza de los hombres y las mujeres. Sería un error decir que Inglaterra nos ha ofrecido una segunda oportunidad aquí. No se nos ofreció ninguna oportunidad, ni primera ni última. Más bien nos comportamos de acuerdo con nuestra naturaleza. Algunos de nosotros juramos sobrevivir y, tras haber sobrevivido, regresamos corriendo a «casa» o seguimos escondidos por ahí. Otros, tras haber sobrevivido, decidimos volver a empezar lo mejor que pudiéramos con lo que teníamos. Yo me incluyo en este segundo grupo y digo que mientras fuimos convictos, trabajamos muy duro, nunca incurrimos en la cólera de las autoridades, no nos azotaron ni nos encadenaron, tratamos de pasar inadvertidos en ciertas situaciones y procuramos ser útiles en otras. Tras haber sido liberados por medio de un indulto o una emancipación, hemos adquirido tierras y ahora nos dedicamos al desconocido oficio de las labores del campo.

¡Cuánto ha malgastado Inglaterra de Inglaterra! La inteligencia, el ingenio, la habilidad, la resistencia. Una lista de cualidades sobre las cuales podría escribir páginas enteras. Y los propietarios de las mismas se estaban malgastando todos en cárceles y pontones ingleses. ¿Qué le ocurre a Inglaterra que está ciega hasta el extremo de despreciar estas cualidades y las considera una basura sin valor?

Justo es decir que pocos de nosotros teníamos idea de la clase de madera de que estábamos hechos. Me consta que yo no lo sabía. El antiguo y paciente Richard Morgan que ni siquiera era capaz de preocuparse por la pérdida de veintitrés mil libras ha muerto, Jem. Era pasivo, conformista, carecía de ambición y era mezquino. Sus tristezas eran las tristezas de todos los hombres: la pérdida de lo que amaba. Sus vicios eran los vicios de todos: egoísmo y afición a las comodidades. Sus alegrías eran las alegrías de todos los hombres: complacencia en lo que amaba. Sus virtudes eran las de todos los hombres: la creencia en Dios y en la patria.

Richard Morgan resucitó en medio de un mar de dolor y ahora el dolor de los demás le resulta más insoportable que el suyo propio. No da nada por descontado, habla cuando es necesario, defiende a sus seres queridos y su fortuna con su propia vida, no confía en casi nadie, sólo confía en su propia persona.

Pero la peor desgracia, Jem, es que, a pesar de todos estos nuevos comienzos, hemos arrastrado con nosotros lo peor de Inglaterra: la despiadada arrogancia de los que nos gobiernan o ejercen poder sobre nosotros, las tácitas leyes que hacen que unos hombres sean mejores que otros en virtud del rango o la riqueza, el estigma de la pobreza y de los orígenes despreciables, la equivocada creencia según la cual la corona y la Iglesia no pueden obrar mal, la ignominia de la bastardía.

Por consiguiente, temo por mis hijos, los cuales deberán soportar la carga no sólo de mis pecados sino también de los suyos. Pero abrigo esperanza por ellos, cosa que jamás pude hacer por mis hijos de Bristol. Aquí hay espacio para que puedan volar, Jem. Hay espacio para que tengan importancia. Y, en el fondo, ¿qué más podría pedirle a Dios?

Tenía intención de escribir una carta mucho más larga, pero creo que ya he dicho todo lo que tenía que decir. Os ruego que os cuidéis y cuidéis mucho de Stephen que os lleva mi amor… y escribidme muy pronto. Ahora los barcos de Inglaterra efectúan la travesía en menos de seis meses y la isla de Norfolk es un abrevadero para los barcos que zarpan rumbo a Catay, Nootkas Sound u Otaheite. Con un poco de suerte, podré contestar a vuestra respuesta antes de que me nazcan demasiados hijos. No puedo lograr que Kitty pierda la costumbre de concebir, y yo soy demasiado débil para decir que no cuando me pone la pierna encima.

Por la gracia de Dios y la ayuda de los demás, he tenido una buena carrera.

Firmó, dobló las páginas de manera que las esquinas se juntaran en el centro, fundió el lacre y aplicó su sello. Las iniciales RM con unos grilletes. Después, dejando la carta sobre la mesa, se inclinó para apagar la lámpara y fue a reunirse con Kitty.

Epílogo de la autora

La saga de Richard Morgan no ha terminado; viviría todavía muchos años y experimentaría muchas más aventuras, desastres y convulsiones. Espero poder seguir con la historia de su familia.

La guerra de Independencia americana desbarató profundamente los planes europeos y lo hizo de una forma que los hombres de la época no habrían podido imaginar. Hasta entonces, la constitución de un país era generalmente aceptada como la encarnación de sus leyes; hasta entonces, el concepto de un pueblo sin un monarca en la cúspide de la pirámide social era prácticamente inimaginable; hasta entonces, el derecho de los individuos de mediana o baja extracción social no se había considerado igual a los derechos de los que ostentaban rango, propiedades y/o riqueza.

Uno de los resultados menos conocidos de la independencia americana fue el establecimiento de la colonia británica de Nueva Gales del Sur y su casi sincrónico renuevo de la isla de Norfolk. Hay fuertes discrepancias entre los historiadores modernos acerca de los motivos que llevaron a la corona de Inglaterra a colonizar un cuadrante del globo escasamente conocido, incluso teniendo en cuenta sus dimensiones geofísicas. Algunos expertos en la materia creen que la idea de Nueva Gales del Sur se concibió y se llevó a la práctica simplemente para disponer de un lugar al que arrojar a las desventuradas víctimas de un sistema penal y legal que era el más duro de la Europa occidental. Mientras que otros insisten en que en ello influyeron también ideales y filosofías más elevadas.

No pretendo poseer la suficiente erudición para clarificar este debate. Diré tan sólo que, con el cierre de las trece colonias americanas al envío de convictos como siervos con contrato de aprendizaje, la corona británica comprendió que tenía que encontrar algún lugar adon

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