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Colleen McCullough: La huida de Morgan

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Colleen McCullough La huida de Morgan

La huida de Morgan: краткое содержание, описание и аннотация

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Bristol, Inglaterra 1787. Cientos de prisioneros iban a ser arrancados de su tierra natal y forzados a emprender un duro viaje por mar para poblar tierras desconocidas y hostiles. Abandonados a su suerte en tierras australianas, su llegada sería sólo el principio de una larga odisea. Morgan habría de conocer el lado más cruel del ser humano, pero también el amor y la amistad más sinceros. La huida de Morgan parte de episodios históricos para narrar la increíble epopeya de los primeros colonos en Australia.

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– ¿Amas a Richard? -preguntó.

Los ojos cerveza-y-pimienta lo miraron con tristeza.

– No lo sé, Stephen. Ojalá lo supiera, pero no lo sé. No tengo instrucción suficiente para hacer esta clase de juicios. Quiero decir, ¿cómo sabes que lo amas?

– Yo lo sé. Me llena los ojos y la mente.

– Pues a mí, no.

– ¡No le hagas daño, Kitty, te lo suplico!

– No le haré daño -contestó ella, haciendo dar saltitos a Kate sobre sus rodillas. Después sonrió y le dio a Stephen una palmada en la mano-. Estaré con Richard en las verdes y en las maduras, Stephen. Se lo debo, y yo pago mis deudas. Eso es lo que, al parecer, nos tiene que enseñar la deportación, y yo he aprendido todas las lecciones. Pero no sé por qué jamás he aprendido a leer y escribir. La casa y los hijos son lo primero.

Cuando Kitty le anunció que estaba nuevamente embarazada, Richard la miró consternado.

– ¡No es posible! ¡Es demasiado pronto!

– Pues más bien no. Han pasado catorce meses -dijo plácidamente Kitty-. Se criarán mejor si no hay mucha diferencia de edad entre ellos.

– ¡El trabajo, Kitty! ¡Envejecerás prematuramente!

– ¡Ni hablar, Richard! -contestó ella, riéndose-. Estoy muy bien, soy joven y estoy deseando que llegue William Henry…

– Kitty, yo prefería esperar, de veras… ¡Maldita expresión, se me está pegando sin querer!

– No te enfades -le dijo ella en tono suplicante-. Olivia me dijo que no me quedaría embarazada mientras le diera el pecho a Kate.

– ¡Eso es un cuento de viejas! Habría tenido que esperar.

– ¿Por qué?

– Porque otro hijo será demasiado para ti.

– Pues yo digo que no. -Kitty le pasó a Kate y tomó un cubo vacío-. Voy por agua.

– Deja que vaya yo.

Ella le mostró los dientes y le miró con ojos encendidos de rabia.

– Por milésima vez, Richard Morgan, ¿quieres hacer el favor de dejar de revolotear a mi alrededor como una gallina clueca? ¿Por qué nunca me quieres reconocer el mérito a que tengo derecho? ¡Yo soy la que cría a los hijos! ¡Yo soy la que decido cuándo quiero hacerlo! ¡Yo soy la que vive en esta casa todos los días y las noches! ¡Yo soy la que dice lo que es demasiado para mí y lo que no! ¡Déjame en paz! ¡Deja de tomar todas las decisiones por mí! Déjame hacer las cosas a mi manera sin estar todo el día incordiándome… Eso es demasiado, eso es demasiado poco, por qué no te he pedido que lo hicieras… ¡ya estoy hasta la coronilla! ¡Ya no soy una huérfana, soy una mujer lo bastante adulta para tener hijos! ¡Y, si quiero tener otro, lo tendré! ¡Tú no eres mi amo y señor, eso sólo lo es su majestad el rey!

Dicho lo cual, Kitty se alejó con el cubo, hecha una furia.

Richard se sentó en el peldaño superior de la entrada, con Kate sobre sus rodillas, ambos en absoluto silencio.

– Creo, hija mía, que me acaban de poner en mi sitio.

Kate se incorporó sin ayuda y miró a su padre con unos moteados ojos que no eran ni como los de William Henry ni como los de Kitty; los suyos eran de un color cervatillo tirando a gris que disimulaba la presencia de las manchitas negras, diseminándolas por todo el iris. Había que mirar con mucho detenimiento para descubrirlas. Su belleza era evidente, aunque puede que sólo fuera la belleza de los niños muy pequeños; sin embargo, sus colores eran tan espectaculares como los de los dos hijos muertos de Richard: masas de bucles negros, cejas negras impecablemente dibujadas, espesas pestañas negras alrededor de unos grandes ojos color tormenta, una roja y carnosa boca y una piel morena tan perfecta como la de Richard. Kitty tenía razón, era indiscutiblemente una Morgan. Una Morgan que se apellidaba Clark.

Richard se estremeció y soltó una maldición por milésima vez. Todos sus hijos nacerían bastardos; Lizzie Lock no le haría el favor de morirse a toda prisa. Por supuesto que no la asesinaría, pero nadie más que Dios podía decirle que no le estaba permitido desear su muerte.

¿Por qué será que jamás conseguimos mantener desenredados los hilos que forman la urdimbre de nuestra vida? No pensé nada cuando me casé con Lizzie Lock. O, mejor dicho, no pensé en mí ni en el futuro. Me compadecí de ella, pensaba que estaba en deuda con ella… Pensaba como un jefe y creo que todavía sigo pensando como un jefe. Creo recordar que Stephen me lo advirtió, pero yo no le hice caso. Las personas a quienes he causado daño son mis propios hijos… la pobrecilla que es la esposa de mi corazón se considera simplemente «mi mujer». Jamás la llaman ni siquiera «señora». El término es «mujer». La palabra da a entender que carece de identidad, que no tiene ninguna posición social. Un simple objeto. Puedo, tal como algunos hombres ya están haciendo, apartarla de mi lado sin la menor compensación. Ya ha llegado la hora, los que han atesorado suficiente oro están comprando sus pasajes a Inglaterra o a Catay o a cualquier otro lugar que les apetezca. Los viejos rostros como Joe Robinson están desapareciendo. Pero muchos de ellos abandonan aquí a sus mujeres para que se las arreglen como puedan. Menos mal que, lo mismo que hacía el comandante Ross, el comandante King está dispuesto a otorgar tierras a una mujer sola al igual que a un hombre solo. De esta manera, las pobres criaturas abandonadas no tienen necesidad de ofrecer sus favores en los cuarteles de los soldados del cuerpo de Nueva Gales del Sur. Lo que hacemos con las mujeres es imperdonable. No son putas por naturaleza. Nosotros las obligamos a serlo.

Kate gorjeó, sonrió, y enseñó que le estaban saliendo los dientes. Mi primogénita, mi hija. Mi bastarda. Abrazándola, Richard posó los labios sobre la increíble suavidad de su piel y aspiró su fresco aroma, consciente de que Kate adoraba ser adorada.

– Kate -le dijo, dándole la vuelta con las manos para colocarla de cara a él de tal forma que ella pudiera dirigirle seductoras miradas, en eso, era como su madre, y él pudiera hablarle como si ella pudiera comprender lo que le decía-. Mi Kate, ¿qué será de ti? ¿Cómo puedo garantizarte que nunca te verás obligada a llevar la clase de vida que Dios impuso a tu madre? ¿Cómo puedo convertirte de hija bastarda de dos progenitores convictos en una señorita educada, capaz de elegir entre los jóvenes de esta parte del mundo?

Besó su manita y sintió con cuánta fuerza se curvaban sus dedos alrededor del suyo. Después la apretó amorosamente en el hueco de su brazo, colocó su cabeza bajo su barbilla y su mirada se perdió en la distancia mientras toda su mente se centraba en el dilema de su destino.

Kitty tardó mucho en llenar el cubo de agua que no necesitaba. Primero se sentó junto a la fuente y se pasó un buen rato, ardiendo de rabia. Después sostuvo el cubo bajo el chorro principal para llenarlo, lo dejó en el suelo y volvió a sentarse. Su estallido de cólera la había pillado desprevenida, ignoraba que aquellos resentimientos hirvieran tan cerca de la superficie; sus días estaban tan ocupados que no se podía permitir el lujo de hacer examen de conciencia. La razón de que sus sentimientos hubieran brotado con tal violencia estaba muy clara: Richard no quería tener un segundo hijo tan pronto…, eso siempre y cuando quisiera tener otro. ¡Pero tales cosas no estaba en su mano decidirlas! Dios la había hecho para que procreara y a ella le encantaba procrear. Las palabras de sus tiempos en el asilo y de los sermones del asilo, soltadas mientras sus dedos bordaban, habían adquirido ahora un significado. Puede que Adán hubiera sido la primera persona que hubo en el mundo, pero, hasta la aparición de Eva, ¡no fue más que una simple pieza de museo! Eva era más importante que Adán. Eva tuvo hijos y fue la artífice de una casa y un hogar.

Richard no podía ser el único señor por el hecho de ganar el pan. ¡Era ella quien cocía el pan! Y, en un futuro, pensó, levantándose para tomar sin ningún esfuerzo el cubo de veinte libras de peso, debería tener en cuenta sus deseos. No soy un ratoncito y no soy una simple limpiadora de botas. Soy una persona importante.

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