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Colleen McCullough: La huida de Morgan

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Colleen McCullough La huida de Morgan

La huida de Morgan: краткое содержание, описание и аннотация

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Bristol, Inglaterra 1787. Cientos de prisioneros iban a ser arrancados de su tierra natal y forzados a emprender un duro viaje por mar para poblar tierras desconocidas y hostiles. Abandonados a su suerte en tierras australianas, su llegada sería sólo el principio de una larga odisea. Morgan habría de conocer el lado más cruel del ser humano, pero también el amor y la amistad más sinceros. La huida de Morgan parte de episodios históricos para narrar la increíble epopeya de los primeros colonos en Australia.

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– Puedo mantener a mi mujer y a mi hija sin la ayuda de los almacenes -contestó Richard con dignidad.

– El comandante King insiste en que las apuntes en la lista de los almacenes. Ven a mi despacho y lo haremos ahora mismo.

Y Crowder se alejó al trote sin volverse para ver si Richard lo seguía.

– No sé por qué tienen que estar mi mujer y mi hija en la lista de los almacenes -dijo obstinadamente Richard una vez en el pequeño despacho de Crowder-. Soy el cabeza de familia.

– Justamente por eso, Richard. Es que no eres el cabeza de familia. Kitty es una convicta soltera. Por eso figura todavía en la lista de los almacenes y su bebé también se tiene que anotar en ella -le explicó Crowder.

Los ojos de Richard adquirieron una tonalidad gris oscuro.

– Kitty es mi esposa. Kate es mi hija.

– Catherine Clark, soltera… Sí, aquí está -barbotó Crowder, tras haber encontrado la correspondiente línea de la correspondiente página de su enorme registro. Tomó la pluma de ave, la introdujo en el tintero y añadió en voz alta mientras escribía-: Catherine Clark, hembra. -Levantó los ojos con expresión radiante-. ¡Listo! Ya está hecho y tú me has visto hacerlo. Gracias, Richard.

Posó la pluma de ave.

– El apellido de la niña es Catherine Morgan. Yo la reconozco.

– No, es Clark.

– Morgan.

Tommy Crowder no era un hombre muy perspicaz; se esforzaba demasiado en ser imprescindible para las personas que podían ayudarlo a medrar. Pero, de repente, al contemplar aquellos ojos tan tormentosos como la bahía de Sydney durante un temporal, sintió que la sangre se escapaba de su rostro.

– No me eches la culpa a mí, Richard -balbució-. Yo no soy tu juez, soy un simple funcionario del Gobierno de la isla de Norfolk. El comandante King quiere que todo… -añadió esbozando una estúpida sonrisa-… esté en perfecto orden, al estilo de Bristol. Como bristoliano que eres, tendrías que estar contento. -Ahora estaba parloteando y ya no podía detenerse-. Tengo que incluir al bebé en mis listas y tengo que pedirte que seas testigo de que lo he hecho. Su apellido es Clark.

– ¡Eso no es justo! -le dijo Richard a Stephen más tarde, con los puños apretados-. Este mono amaestrado al servicio del Gobierno ha inscrito a mi hija en su maldito registro como Catherine Clark. Y me lo ha restregado por las narices, obligándome a ser testigo de ello.

Stephen observó la tensión de los músculos bajo la piel de los brazos de Richard y experimentó un involuntario estremecimiento.

– ¡Por el amor de Dios, Richard, cálmate un poco! Crowder no tiene la culpa y King tampoco. Estoy de acuerdo en que no es justo, pero no puedes hacer nada al respecto. Kitty no es tu mujer. Kitty no puede ser tu mujer. Le quedan todavía varios años para el cumplimiento de la condena, lo cual quiere decir que el Gobierno está autorizado a hacer con ella lo que quiera. Y el apellido oficial de Kate es Clark.

– Pero hay una cosa que sí puedo hacer -dijo Richard entre dientes-. Puedo asesinar a Lizzie Lock.

– No serías capaz de hacer tal cosa. Por consiguiente, no digas barbaridades.

– Mientras Lizzie viva, mi hija será una bastarda. Y también serán bastardos los restantes hijos que yo tenga con Kitty.

– Considéralo de esta manera -dijo Stephen, tratando de convencerlo-. Lizzie Lock está muy bien asentada con Tom Sculley, pero Tom Sculley no ha tardado en darse cuenta de que no está hecho para las labores del campo, de ahí que haya pasado del cultivo de cereales a la avicultura. Más tarde o más temprano lo venderá todo y se largará de la isla. Por lo que he averiguado a través de los chismes que circulan entre los colonos de la infantería de marina, dice que quiere visitar Catay y Bengala antes de que sea demasiado viejo. ¿Tú crees por un solo instante que zarpará rumbo a Oriente sin llevar del brazo a su querida Lizzie Lock?

Cerrando los ojos, Richard se hundió en el desánimo.

– Estoy tratando de verlo de la manera que tú dices. Quieres decir que, si Lizzie se va a Oriente, yo podré esperar un poco y alegar después que soy soltero.

– Exactamente. En caso necesario, yo podría pagar a un falsificador clandestino de alguna callejuela de Londres para que utilizara la dirección de algún mercader de Wampoa y escribiera una conmovedora carta a los ilustres señores alguaciles de Gloucester, comunicándoles la noticia de que la señora de Richard Morgan, de soltera Elizabeth Lock, ha fallecido en Macao y preguntando si la ciudad de Gloucester podría informar acerca de la existencia de algún pariente. Eso demostraría su muerte, tras lo cual tú te podrías casar con Kitty.

– A veces, Stephen, eres el último recurso. -Pero la estratagema dio resultado-. ¿Significa este consolador discurso con sus correspondientes referencias a las callejuelas de Londres que piensas dejarnos muy pronto?

– No me han dicho nada más aparte de la tenencia, pero ocurrirá.

– Te echaré terriblemente de menos.

– Y yo a ti.

Stephen rodeó los hombros de Richard con su brazo y lo empujó suavemente en dirección a su casa. Menos mal que su furia se había calmado. Superficialmente, por lo menos. ¡Que Dios confundiera al reverendo Johnson!

– Le duele más a él que a mí -dijo Kitty cuando Stephen le contó lo ocurrido. Richard se había ido a bañarse a su estanque para eliminar la suciedad que le habían dejado encima los aserraderos y Thomas Restell Crowder-. Siento que Kate no se apellide Morgan, pero, ¿quién puede negar que es una Morgan? Y, en cualquier caso, ¿qué es el matrimonio? Por lo menos la mitad de las convictas no estamos casadas oficialmente, pero eso no nos convierte en esposas de segunda categoría. A mí no me duele, Stephen, de veras que no.

– Richard es un creyente que va a la iglesia, Kitty, y por eso le cuesta aceptar el hecho de que sus hijos sean unos bastardos según la Iglesia de Inglaterra.

– No serán bastardos cuando muera Lizzie, que ya es mayor -dijo Kitty con toda naturalidad.

¿Cómo explicarle a Kitty que un segundo matrimonio no eliminaría la mancha? Stephen prefirió no tomarse la molestia de intentarlo. En su lugar, alargó los brazos hacia Kate.

– ¡Hola, mi cielo! ¿Cómo está mi dulce angelito?

– Kate no es un angelito… Es justo lo que tú dijiste, una fierecilla. ¡Testaruda y porfiada! Qué barbaridad, Stephen, sólo tiene seis meses y ya nos gobierna con mano de hierro.

– Qué va -dijo Stephen, clavando sus risueños ojos en la seria mirada de la criatura-, no necesita mano de hierro para gobernar a Richard -añadió besando a continuación las mofletudas mejillas-. Lo podría hacer con sólo un trocito de hilo o una simple pluma. ¿No es así, mi Kate? ¿Dónde está tu Petruchio? ¿Bajo qué disfraz se presentará?

Devolvió la niña a los brazos de su madre.

– ¿Petruchio?

– El caballero shakespeariano que domó a la fierecilla Kate. No me hagas caso, son tonterías mías.

Ambos se sumieron en el silencio. Stephen se conformó con contemplar a aquella madona de la isla de Norfolk, todo un estudio envuelto en sencillo tejido de indiana. Dondequiera que la vida la hubiera llevado, Kitty siempre habría brillado con su máximo esplendor, cuidando amorosamente de un niño. Bastaba con ver a aquella obstinada criatura que por su fuerte carácter habría tenido que estar arrojando chispas, pero que, con una madre como Kitty, era un cielo, un angelito. Las gatitas buenas tienen buenos gatitos. Y nuestra Kitty es una gatita buena.

¿Qué otra cosa era? Intelectualmente no demasiado brillante, pero en modo alguno estúpida. El ratoncito que se ocultaba en el bosque había desaparecido hacía mucho tiempo. En el transcurso de sus dos años de convivencia con Richard Morgan se había convertido en una mujer de rostro anodino, pero extremadamente seductora. Sin embargo, ¿se había ganado Richard su amor? Stephen no estaba muy seguro, pues intuía que ella tampoco lo estaba. Lo que Kitty siente por Richard es una fascinación sexual. Eso la mantiene unida a él tanto como los hijos, pero… No ve en él la menor atracción… El porqué jamás lo sabré. ¿Serán acaso sus años? ¡Seguro que no! Los lleva con tan poco esfuerzo como el que le cuesta aserrar.

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