Los niños estaban fuera -el más pequeño tenía ya ocho años-, lo cual significaba que sabían que su madre necesitaba tranquilidad y silencio. La única chica, Priscilla, había llegado tras William, Percival, Robert, James y Marcus, así que no había esperanza alguna de que Prissy, porque así la conocía todo el mundo, se convirtiera en un modelo de feminidad. Como Hugh y Arthur eran los menores, la niña tenía dos hermanos a los que dominar e intimidar, y corría a tanta velocidad como sus hermanos, causando estragos en su furibunda carrera, y aportaba a la cesta de remendar la misma cantidad de prendas para zurcir que sus hermanos.
– Prissy siempre es un poco más difícil cuando Charles no está. Él sabe exactamente cómo dominarla -dijo Jane, en cuanto llegó su hermana, empezando con la letanía de los Bingley, para deleite de Elizabeth. Eso aconteció a la hora del desayuno, que se servía a las diez en punto, y, mientras, Lizzie se preguntaba cómo podría abordar el asunto de Mary.
William entró, no para desayunar, sino para presentar sus respetos, pues sentía por su tía favorita una absoluta adoración; a la tía Elizabeth la querían sin excepción, a la tía Louisa la soportaban y a la tía Caroline la temían. William era un año mayor que Charlie, y se había convertido en un hombre atractivo que se parecía bastante a su padre y parecía querer seguir sus pasos en los laberínticos corredores de la plutocracia. Como había preferido ir a Cambridge, él y su primo nunca se veían, salvo por Navidad, lo cual le encantaba a Elizabeth. Nunca habían salido juntos. Charlie era brillante, William era constante. El aspecto de Charlie era llamativo, el de William era más ortodoxo. Charlie parecía no ver a las muchachas -¡ni a los muchachos, a pesar de las calumnias de Caroline!-, mientras que a William le gustaba ser un rompecorazones y llevar la cuenta de sus conquistas.
De todos modos, William no se quedó en el saloncito mucho tiempo, y ninguno de los otros apareció por allí, ni siquiera Prissy.
– No estás comiendo nada, Lizzie -dijo Jane con gesto de enojo-. Juraría que estás tan delgada como cuando te casaste, así que no tienes excusa. Come un poco de pan con mantequilla…
– Sólo café, gracias. Ya desayuné algo en Pemberley.
– De eso hace ya varias horas. ¿Qué es eso que me han dicho de Lydia…? -dijo Jane mientras le servía café a su hermana.
– ¿Lydia? -Durante un instante Elizabeth miró a su hermana comprender nada… oh, habían pasado demasiadas cosas en los últimos días. ¿Cómo era posible que se hubiera olvidado de Lydia? Así que decidió empezar con esa historia primero, mientras Jane la escuchaba horrorizada.
– ¡Oh, es horroroso…! ¿Y no me puedes decir exactamente qué palabras utilizó para dirigirse a Fitz?
– Créeme, no puedo. Ni el soldado peor hablado de nuestro ejército dice esas cosas … lo azotarían hasta que estuviera al borde de la muerte. De verdad, Jane, ¡utilizó las peores palabras que pueden decirse en nuestro idioma! ¡Y estaba tan borracha…! Sólo sobornándola con una botella nos fue posible obtener alguna cooperación por su parte.
– Entonces, hay que encerrarla -dijo Jane con un suspiro.
– Eso es lo que ha decidido Fitz, y lo que él decide es ley. Aunque, por mucho que condene sus arbitrariedades, debo confesar que yo tampoco veo ninguna otra alternativa más que encerrarla, como con mamá. Ahora vive en Hemmings, a diez millas al otro lado de Leek. Quizá está a dieciséis o diecisiete millas de Bingley Hall. Iré a visitarla en cuanto pueda.
– Vayamos juntas. ¿Qué es hoy, miércoles? Podemos prepararlo todo para ir el viernes -sugirió Jane.
– No, no podemos -dijo Elizabeth con gesto abatido-. Lydia no es el asunto principal de mi visita. De hecho, vengo por una razón muy diferente.
– Cuéntame, ¿qué ocurre…?
– Mary ha desaparecido; tememos que haya sido secuestrada.
Como Jane estaba aún muy débil tras su aborto, se desmayó. Cuando volvió en sí tras aplicarle amoníaco y vinagre, comenzó a llorar, y pasó media hora antes de que Elizabeth pudiera tranquilizarla lo suficiente como para ponerla al tanto de los detalles.
– Vine porque no quería que lo vieras en un periódico -concluyó Lizzie-. Fitz incluso tuvo la idea de publicar un dibujo de mí porque me parezco a Mary… Hay una recompensa de cien libras, lo suficiente para animar a la gente a una búsqueda intensa.
– Lizzie, ¡es horrible! ¡Oh, pobre Mary! Todos esos años cuidando a mamá, y ahora esto… ¿Qué estaba haciendo? ¿Iba en una diligencia normal o…?
– No sabemos; ni siquiera Angus Sinclair lo sabe. Si no fuera y por una carta enloquecida que le envió a Charlie a finales de año, no sabríamos absolutamente nada. Ellos creen que se embarcó en una especie de investigación sobre los pobres, con la intención de escribir un libro. Tal vez los viajes en diligencia formaran parte de esa investigación…
– Eso tendría algún sentido… -dijo Jane, asintiendo-. Mary nunca tuvo buena cabeza, a pesar de su bondad y su compasión. Yo pensé que había mejorado mucho cuando la vi en el funeral de mamá, pero quizá esa mejoría fuera sólo superficial… me refiero a las marcas de sus granos. Porque seguro que en la falta de buen sentido no ha mejorado. Era un caso muy triste.
– No. Yo creo que mejoró muchísimo, hasta lo más profundo de su corazón. Desde luego, Ned Skinner ha dicho que admiraba su valor, y ese hombre no es sospechoso… Luchó con valor cuando la asaltaron, y fue capaz de encontrar el camino en medio de un bosque muy denso. El secuestro tuvo lugar en un pequeño sendero, no en un camino real, y lejos de cualquier ciudad. Así que Fitz ha descartado que fuera otro bandido o un salteador de caminos. Al contrario… yo comienzo a creer que se trata de un loco, Jane.
– ¿Un perturbado, quieres decir? Pero el manicomio más cercano seguramente es el de Manchester.
– Sí. Fitz está recabando informes para ver si algún interno se ha escapado recientemente. Del manicomio de Birmingham también.
Conversaron sobre el asunto hasta examinar exhaustivamente cualquier posibilidad, y para entonces, también Jane estaba exhausta.
– Confieso que me alegro de que Charles esté fuera durante otro año. Necesitas tiempo para recuperarte -dijo Elizabeth.
– Tiene una amante en Jamaica -dijo Jane, en el mismo tono de siempre-. También tiene hijos con ella.
– ¡Jane! ¡No!
– Sí.
– ¿Quién te lo ha dicho?
– Caroline. Estaba muy enfadada… La chica es una mulata, lo cual ofende el sentido de pureza de Caroline. Eso significa que los niños también serán mulatos, pobrecitas criaturas.
– ¡Oh, sabía que hacía bien dándole su merecido a esa bruja de mujer…! -exclamó Elizabeth-. Jane, Jane, te lo ruego, ¡no te entristezcas! Charles te quiere: ¡apostaría mi vida a que es así!
Aquel rostro de color miel se quebró en una sonrisa que formó hoyuelos en sus mejillas.
– Sí, Lizzie, ya sé que Charles me quiere. Nunca lo he dudado ni siquiera un momento. Los hombres son… bueno… son extraños en muchos sentidos, eso es todo. Los negocios de Charles en las Indias Occidentales requieren su presencia allí constantemente, y a veces está fuera durante muchos meses, a veces durante un año o más. De todos modos, prefiero que tenga una mujer decente como amante a que ande yendo de mujer en mujer. No quiero acompañarlo en esos viajes, así que ¿cómo puedo quejarme? Simplemente espero que le proporcione a esa mujer medios para vivir dignamente, a ella y a sus hijos. Cuando vuelva a casa esta vez, se lo diré.
Elizabeth la miraba asombrada, atónita.
– Jane… eres una santa. Ni siquiera una amante tiene poder para hacerte tambalear, ni a ti ni tu matrimonio… ¿Qué le dijiste a Caroline cuando te lo contó?
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