Colleen McCullough - La nueva vida de Miss Bennet

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La nueva vida de Miss Bennet: краткое содержание, описание и аннотация

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Las protagonistas de Orgullo y prejuicio, veinte años después. Mary, la pequeña de las hermanas Bennet, no quiere llevar una vida sujeta a las convenciones sociales: no contempla casarse, como han hecho sus hermanas, ni desea caer en la rutina de una existencia oscura e infeliz. Sin responsabilidades familiares, aprovechará su libertad para viajar y escribir un libro que denuncie la situación de los más desfavorecidos. Su peregrinaje será mucho más complicado de lo que ella nunca imaginó…
Para Gloria Bruni, compositora y diva. Una persona tan hermosa por dentro como por fuera.

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– Entiendo -dijo Angus en voz baja-. ¿Y qué puede decirme usted de ese capitán Thunder, señor?

– Nada bueno, eso se lo aseguro yo. Los aldeanos lo temen, y con razón. Se dice que es un asesino, aunque yo nunca he oído que haya matado a nadie que haya robado. Le pegó un tiro a un viejo envalentonado en el hombro, pero pudo contarlo.

– Entonces, ¿a quién mata, señor Beatty?

– Dicen que a mujeres. The Green Man es una mancebía, además de ser posada, y el capitán Thunder tiene el privilegio de probar a las nuevas mozas ligeras. Si alguna, digamos, se pone un poco regañona, dicen que la mata.

– Gracias. -Angus cerró la puerta.

No pudo dormir aquella noche.

Cuando entró en el salón para desayunar, aún no había decidido qué parte de lo que le había contado el señor Beatty iba a compartir con Charlie y con Owen. Sólo cuando vio sus rostros descansados y frescos decidió no contarles nada. Si Charlie decidía quitarle el seguro a sus pistolas, sus problemas se multiplicarían; sin embargo, debía asegurarse de que aquel par de pistolas Manton estaban listas para poder usarlas si era necesario.

– No quiero parecer en exceso pesimista -dijo en el patio de caballos de The Friar Tuck, en medio de la barahúnda que se formó cuando empezaron a desenjaezar los varios carruajes que habían traído a los turistas-, pero has cargado las pistolas, ¿verdad, Charlie? Y, a propósito, ¿dónde las tienes? ¿Puedes cogerlas rápidamente si las necesitas?

Sonriendo abiertamente, Charlie levantó una de las alforjas de la silla de montar para descubrir una elegante pistola con empuñadura de plata en su interior: una preciosa arma de diez pulgadas de larga.

– Tengo otra en la cartuchera, al otro lado. Están cargadas y listas para disparar. Se pone la pólvora en la cazoleta, se amartilla y se aprieta el gatillo. Te aseguro que no sale fuego ni te estallará la cazoleta de la pólvora: Manton no hace pistolas de segunda categoría.

– Muy bien -dijo Angus, sonriendo como quien pide disculpas-. Esto es más complicado de lo que parece, Charlie.

– No temo dejarme la vida en ello.

– Larguémonos de este caos.

Cuando Angus animó a su caballo a iniciar el trote, Owen lo retuvo.

– Dado que The Green Man no está a más de una milla de aquí, ¿no sería mejor ir más despacio por el camino? Así podríamos buscar indicios de Mary, si es que ha ido por ahí…

Angus comprendió que aquello tenía sentido y sujetó de las riendas a su cabalgadura y la obligó a ir al paso. Los tres se separaron para poder cubrir todo el camino a lo ancho. Angus iba en el medio, Owen cerca de la cuneta derecha y Charlie a la izquierda. La espesura de los bosques a ambos lados desanimó a los caballeros; no había posibilidad de ver nada yendo a caballo.

Quizá sólo habían avanzado media milla desde The Friar Tuck cuando Owen lanzó un grito.

– ¡Eh, eh! ¡Ahí veo algo!

Saltó de la silla y bajó a la cuneta, y rebuscó entre las hierbas y los matorrales con las manos; sacó una bolsa de mano cosida con tela de tapicería. Angus la abrió sin ningún escrúpulo y descubrió la ropa íntima de una mujer y el Book of Common Prayer . Su nombre estaba claramente escrito en las guardas del libro. Todas las prendas apestaban a excrementos de caballo; Angus recordó que el señor Hooper había dicho que el cochero había arrojado las bolsas a un montón de estiércol. ¡Pobre Mary, pobre Mary…! Dispuesta a luchar contra las injusticias del mundo sin imaginar que ella misma sería víctima de ellas.

– Bueno, al menos tenemos una respuesta… -dijo Sinclair, y volvió a arrojar la bolsa a la zanja; el libro también se quedó allí-. No tiene ningún sentido llevarnos nada de eso… le compraremos ropa mucho mejor en la pañería más cercana.

– Oh, Dios mío, esos malditos debieron de atacarla… -dijo Charlie, y pestañeó para quitarse las lágrimas de los ojos-. ¡Les sacaré las entrañas!

– Tendrás que compartirlas conmigo -dijo Owen.

No pudieron encontrar ningún rastro de la otra bolsa, pero su sencillo bolso negro apareció tirado en mitad del camino, precisamente en el lugar desde donde ya se divisaba The Green Man, al doblar una revuelta.

– Vacío -dijo Angus-. De todos modos, lo guardaremos como prueba, a pesar del hedor… ¿Ves? Bordó su nombre en la tela. Negro sobre negro… su vista debe de ser estupenda.

Quizá porque aún era muy pronto y los malvados tradicionalmente permanecen en la cama hasta mediodía o más tarde, The Green Man parecía la mismísima imagen de la inocencia. La posada se encontraba casi oculta en una hondonada de terreno despejada de árboles, tenía establos y una especie de camino que conducía a una entrada lateral, y numerosos edificios anejos casi destruidos, que parecían albergar de todo, desde leña para las chimeneas hasta barriles y otros armatostes inservibles. El edificio principal era grande, tenía techo de paja y los muros lucían vigas de madera; la posada de The Green Man llevaba allí durante al menos dos siglos. Gallinas y patos picoteaban en la tierra del exterior, junto a las puertas de la entrada.

Nadie se asomó a las ventanas con parteluz cuando llegaron; evidentemente, The Green Man no ofrecía sus servicios a clientes que llegaran antes del mediodía.

– Entraré solo -dijo Angus, dispuesto a desmontar.

– No, Angus, iré yo -dijo Charlie con autoridad-. Te permito que vayas por delante en lugares civilizados, pero éste es mi territorio y sé cómo tratar determinados asuntos. -Cargó una pistola, se aseguró de que la cazoleta de pólvora estaba bien prensada, metió el arma horizontalmente en la cartuchera de su cintura y luego, con mucho cuidado, amartilló la pistola-. Angus, coge la otra pistola y permanece atento. Ya está cargada, pero no está amartillada.

Angus observó con horror la desenvoltura del joven, llevando una pistola como aquélla, cargada y preparada para disparar, especialmente después de que la cubriera con su abrigo. Un resbalón, un descuido, y Charlie se convertiría en un castrato de Mozart. ¡Qué acostumbrado debía de estar a las pistolas! Respecto a él, Angus se aseguró de mantener separada de sí la pistola, y no hizo ni el menor intento de amartillarla.

Cuando Charlie entró en la casa, tuvo que inclinar la cabeza y parpadeó sorprendido… ¡Había crecido varias pulgadas en un año…!

– ¡Hola! -exclamó-. ¿Hay alguien en la casa?

Se oyeron los ruidos de alguien que se acercaba, y luego el característico clop-clop de unos clogs , un calzado muy habitual en los pueblos del norte.

Al ver a Charlie, el individuo malencarado que apareció se detuvo de sopetón, intrigado y enojado a un tiempo ante la costosa indumentaria del joven y su hermoso rostro.

– ¿Sí? ¿Qué quieres, mozalbete? ¿Te has perdido? -Hizo un esfuerzo por sonreír, mostrando los dientes podridos de un bebedor de ron.

– No, no me he perdido. Dos compañeros y yo estamos buscando a una señorita llamada Mary Bennet, y tenemos razones para creer que un individuo llamado capitán Thunder… (¡qué nombre tan terrible…!) la asaltó entre la posada The Friar Tuck y este establecimiento.

– Aquí no hay señoritas -dijo el hombre.

– ¿Y tampoco está el capitán Thunder?

– No he oído hablar jamás de bandidos…

– No es eso lo que dicen las gentes de los alrededores. Sea tan amable de ir a buscar a ese sinvergüenza, mesonero… si es que es usted el mesonero.

– Soy el propietario, pero no conozco a ningún capitán Thunder. ¿Quién pregunta por él? -inquirió, mientras deslizaba su mano lentamente hacia un hacha.

Charlie sacó de inmediato su pistola, absolutamente tranquilo.

– ¡No se atreva a hacer tonterías, por favor! Soy el hijo del señor Fitzwilliam Darcy de Pemberley, y la dama que estoy intentando encontrar es mi tía.

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