Colleen McCullough - La nueva vida de Miss Bennet

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La nueva vida de Miss Bennet: краткое содержание, описание и аннотация

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Las protagonistas de Orgullo y prejuicio, veinte años después. Mary, la pequeña de las hermanas Bennet, no quiere llevar una vida sujeta a las convenciones sociales: no contempla casarse, como han hecho sus hermanas, ni desea caer en la rutina de una existencia oscura e infeliz. Sin responsabilidades familiares, aprovechará su libertad para viajar y escribir un libro que denuncie la situación de los más desfavorecidos. Su peregrinaje será mucho más complicado de lo que ella nunca imaginó…
Para Gloria Bruni, compositora y diva. Una persona tan hermosa por dentro como por fuera.

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Cuatro horas desde The Black Cat, con las zarzas y todo, y ya se encontraba en el escondrijo del capitán Thunder. ¡Y qué escondrijo! Era una preciosa casita situada en un claro del bosque, como si fuera una ilustración para un cuento de hadas infantil. Con su techo de paja, encalada, rodeada de un precioso jardincito lleno de las primeras flores del verano, la casita estaba tan alejada de le que la imaginación popular supone que es la guarida de un salteador de caminos que, aunque la encontraran, aquellos que la vieran la admirarían y pasarían de largo. En la parte de atrás de la casita estaban los establos, un sencillo cobertizo para la leña y un retrete en una cuerda de tender ondeaban camisas, calzones y unos pantalones de montar de piel de topo, lo cual decía mucho de una esposa cuidadosa… ¿por qué había dado por hecho que el señor Martin Purling viviría solo? Evidentemente, no vivía solo. Bueno una complicación, aunque nada que no pudiera arreglarse.

Cuando Júpiter se detuvo ante la barrera de una pequeña valla de madera, una mujer salió de la casa. ¡Qué preciosidad…! Pelo negro, piel blanca, brillantes ojos azules tiznados con pestañas y cejas negras. Ned sintió una punzada de arrepentimiento al ver que tenía unas piernas largas, una cintura delgadísima, un pecho turgente. Sí, era de una rara belleza. No era una prostituta que pidiera a gritos ser asesinada. Sólo, como Mary Bennet, era una mujer virtuosa condenada por su belleza.

– Se ha equivocado de camino, señor -dijo con un acento muy londinense, mirando a Júpiter con gesto de apreciarlo en lo que valía.

– Si ésta es la casa del señor Martin Purling, no me he equivocado.

– ¡Oh! -exclamó, dando un paso atrás-. No está aquí.

– ¿Sabe cuándo volverá?

– A la hora del té, dijo. Dentro de unas horas.

Ned descendió de la silla, enrolló las riendas en el poste de la cancela, soltó un poco las cinchas de Júpiter , y siguió a la muchacha -era más una muchacha que una mujer- por el camino empedrado que conducía a la puerta principal.

Entonces, ella se volvió y se enfrentó a él.

– No puedo dejarle entrar. A él no le gustaría.

– Entiendo por qué.

Con tal rapidez que ella no supo qué estaba sucediendo, Ned lo cogió por las dos muñecas y las sujetó sólo con la mano izquierda tapándole la boca con la derecha, y empujándola para que cruzar la puerta.

En la cocina encontró hilo de bramante suficiente para mantenerla atada durante un tiempo, con un trapo largo y estrecho cubriéndole la boca; sus encantadores ojos lo miraron aterrorizados por encima de la mordaza, pues nunca se le había ocurrido pensar que nadie pudiera irrumpir así en la propiedad del capitán Thunder. Ned la llevó al saloncito, la sentó en una silla y arrastró otra para sentarse muy cerca de ella.

– Ahora, escúchame -dijo, con voz baja y muy tranquilamente-. Voy a quitarte la mordaza, pero no grites ni des voces. Si lo haces, te mato.

Y le mostró un gran cuchillo que llevaba.

Cuando ella asintió repetidamente, Ned le quitó la mordaza.

– ¿Quién eres? -le preguntó.

– Soy la mujer de Martin.

– ¿Legal o de hecho?

– ¿Qué?

– ¿Te casaste con una ceremonia de boda?

– No, señor.

– ¿Tienes parientes por estas tierras?

– No, señor. Soy de Tilbury.

– ¿Cómo llegaste aquí?

– Me trajo Martin. Me iban a llevar con los turcos.

– Una esclava, ¿eh?

– Sí, señor.

– ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

– Unos doce meses.

– ¿Vas a la ciudad? ¿O al pueblo?

– No, señor. Va Martin, pero a Sheffield.

– Así que nadie sabe que estás aquí.

– Nadie, señor.

– Estarás agradecida a Martin por haberte librado de la esclavitud.

– Oh, sí, señor.

Satisfecha su curiosidad, volvió a ponerle la mordaza en la boca, y luego salió fuera para buscar algo menos cruel que el cordel de bramante para atarla. Encontró una cuerda delgada. Perfecto. Pobrecilla. Su belleza era de una clase que la había hecho destacar en un pueblo marinero como Tilbury. Sin duda, sus padres, anegados en ginebra, la habían vendido por una cantidad de dinero suficiente para satisfacer su pasión líquida durante varios meses. Si se hubiera ido con los piratas turcos, habría llegado a formar parte seguramente de algún harén otomano, y allí se habría marchitado de nostalgia sufriendo una forma de sumisión peor que cualquiera de las que se dan en Inglaterra. «Pobrecilla. Odio hacer esto, pero tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo por Fitz, si es que no hay muchas otras razones. Nada de dejar lenguas sueltas, no importa cuán miserables sean».

En esta ocasión la ató con tanta eficacia que ella no podía moverse, le puso una pequeña patata en la boca, por dentro de la mordaza, y le permitió que asistiera al encuentro entre él y Martin.

Martin Purling regresó poco después de las tres, y venía silbando alegremente. Llevó al establo su caballo, exactamente el caballo perfecto para un salteador de caminos, y lo estregó un poco para secarlo; luego avanzó a grandes zancadas por el camino de atrás hacia la cocina, llamándola.

– ¡Nellie, Nellie, cariño…! ¿De quién es ese caballo negro? Espero que tenga pensado desprenderse de él, porque pienso quedármelo. Seguro que puede hacer doscientas millas con un hombre grande encima…

– El caballo negro es mío. -Ned apareció en el quicio de la puerta con una pistola apuntando directamente al corazón del capitán Thunder.

– ¿Quién eres…? -preguntó Purling, sin mostrar el menor temor.

– Némesis. -Ned se adelantó con una pequeña bolsa de arena en la mano izquierda y golpeó al capitán en la nuca. Purling se dobló, sólo aturdido, pero durante el tiempo suficiente como para que Ned pudiera atarle manos y pies. Entonces lo levantó como si no pesara nada y lo metió en el saloncito de la casa, donde lo arrojó sobre una silla a cierta distancia de Nellie. Cuando el salteador de caminos volvió en sí, lo primero que vio fue el rostro de la joven, y comenzó a retorcerse, intentando liberarse en vano.

– ¿Quién eres? -repitió Purling-. Creía que eras uno de esos viajantes, por ese caballo que llevas, pero no vendes nada ¿verdad?

– No.

– Es despreciable ser tan cruel con Nellie.

– Probablemente hace dos días, señor Purling, usted fue incluso peor con una dama mucho más importante que esta ramera.

Y entonces lo supo; el capitán Thunder asintió lentamente, pues todas sus preguntas tuvieron respuesta en ese momento.

– Así que estaba en lo cierto. Es de una familia importante.

– Me alegra oír que utilizas el presente.

Pero el temor comenzaba a hacerse visible en la mirada del capitán; estaba recordando cómo se había deshecho de ella.

– ¡Por supuesto que hablo en presente…! ¡Yo no soy un asesino de mujeres, señor!

– No es eso lo que dicen en Nottingham.

– ¡Cuentos! Todos los caminos y senderos de Derbyshire, Cheshire y Nottinghamshire son míos y sólo míos. Lo han sido durante casi quince años. Tiempo suficiente como para que el capitán Thunder se haya convertido en un mito. Bueno, ¡pues todas esas historias son falsas, señor! Y usted, ¿quién es?

– Soy Edward Skinner, hombre de confianza de Darcy de Pemberley. La señora a la que robaste diecinueve guineas es su cuñada.

El aliento silbó al pasar entre los dientes del capitán, su rostro se ensombreció y golpeó con los pies atados el suelo.

– Entonces, ¿qué demonios estaba haciendo en una vulgar diligencia? ¿Cómo puede un hombre diferenciar las ovejas de las cabras si hasta una señora viaja en diligencia? ¡Se lo tiene bien merecido, estúpida zorra!

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