Colleen McCullough - La nueva vida de Miss Bennet

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Las protagonistas de Orgullo y prejuicio, veinte años después. Mary, la pequeña de las hermanas Bennet, no quiere llevar una vida sujeta a las convenciones sociales: no contempla casarse, como han hecho sus hermanas, ni desea caer en la rutina de una existencia oscura e infeliz. Sin responsabilidades familiares, aprovechará su libertad para viajar y escribir un libro que denuncie la situación de los más desfavorecidos. Su peregrinaje será mucho más complicado de lo que ella nunca imaginó…
Para Gloria Bruni, compositora y diva. Una persona tan hermosa por dentro como por fuera.

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Pudo ver a los pobres yendo por los caminos de un lado para otro, y había muchos en la ruta de Huntingdon. Algunos portaban un hatillo en el que llevaban un poco de pan y queso; otros andaban bebiendo ginebra o ron; pero la mayoría, o eso parecía, no tenían ni comida ni alcohol para emborracharse. Los dedos de los pies asomaban por aquellos zapatos con trampilla; los niños iban simplemente descalzos y sus ropas no eran más que mugrientos harapos. Las mujeres amamantaban a bebés y los hombres orinaban junto al camino sin ningún recato, los muchachos se ponían en cuclillas para vaciar sus intestinos y exhibían un divertido interés en lo que salía de sus cuerpecillos. Pero «la vergüenza y la modestia son lujos que sólo pueden permitirse aquellos que tienen suficiente dinero», decía Argus. Ahora Mary lo sabía por experiencia propia.

– ¿Cómo se las arreglan para vivir? -le preguntó a un pasajero con aire juicioso después de que éste lanzara unos peniques a un grupo particularmente desastrado de aquellos desgraciados caminantes.

– Como pueden -respondió, sorprendido ante el interés de Mary-. Ahora no es temporada de trabajo en las tierras… demasiado tarde para sembrar y plantar, y demasiado pronto para cosechar. Los que van hacia el sur se encaminan a Londres, y los que van hacia el norte probablemente querrán ir a Sheffield o Doncaster. Van buscando un trabajo en un telar o en una fábrica. Estos no reciben ayuda de los albergues parroquiales, como puede usted comprobar.

– Y si encuentran un puesto de trabajo, no les pagarán lo suficiente como para permitirse techo y comida -dijo Mary.

– Así es el mundo, señora. Les he dado todos esos peniques, pero no tengo dinero para todos ellos, y mis chelines debo guardarlos para mí y para mi propia familia.

Pero el mundo no tenía que ser necesariamente así, dijo para sí Mary. «¡No tiene por qué ser así! En algún lugar tendría que haber dinero suficiente. En algún lugar, sí, tendrá que haber dinero suficiente…».

El viaje fue muy largo. Lo que había comenzado en Biggleswade a las siete de la mañana terminó a las siete de la tarde en Huntingdon, con el cochero sonriendo de oreja a oreja por la velocidad de su vehículo. Agotada hasta el delirio, Mary descubrió que la posada barata más cercana se encontraba a cierta distancia, en Great Stukely. Bueno, no había más remedio: esa noche se quedaría en la casa de postas, donde había parado la diligencia, puesto que tenía que coger otra a las seis de la mañana para completar el agotador tramo hasta Stamford.

Una cena con buey asado bien cocinado, patatas asadas, judías verdes, guisantes y salchichas calientes con mantequilla le dio la vida y durmió maravillosamente -aunque no durante mucho tiempo- en una cama de plumas limpia y con las sábanas bien aireadas. De todos modos, media corona era… muy caro . Esperaba que en Stamford pudiera conseguir un alojamiento más barato.

La diligencia no llegó a Stamford hasta las nueve de la noche, durante un anochecer perfumado y neblinoso que, en otras circunstancias, a Mary le habría encantado. En todo caso, la etapa que la llevaría a Grantham la obligó a levantarse muy temprano…

– ¿Por qué siempre tienen que salir tan pronto? Necesito dormir y ya sé que no puedo dormir estando tiesa como un palo en una apestosa diligencia».

Durante el trayecto de Stamford a Grantham, Mary se vio trujada entre dos viejos egoístas y enfrente de dos críos que compartían una sola plaza. Como ambos eran muchachos, y de una edad muy poco recomendable para aguantar un viaje en diligencia, consiguieron llevar a su madre al borde de la locura y al resto de los pasajeros al borde del asesinato. Sólo el violento golpe que el bastón de uno de los caballeros ejecutó en las espinillas de los muchachos pudo evitar que los cuatro adultos conocieran la soga del verdugo, aunque la madre le dijo al caballero que era un bruto sin corazón.

Grantham tenía la estación de carruajes junto a una enorme casa de postas y era el centro de una red de rutas de diligencias; la ciudad se encontraba en el Gran Camino Real del Norte que iba hacia York y llegaba hasta Edimburgo. El único problema era, tal y como supo pronto Mary, que las rutas este-oeste no eran tan importantes como las que iban del norte al sur. No había transporte alguno hacia Nottingham hasta dos días después, lo cual ponía a Mary entre la espada y la pared: ¿iba a pasar el día que le sobraba en aquella ajetreada ciudad… en una posada decente o de un modo más austero? Después de haber suprimido con severidad ciertos escrúpulos de conciencia, se decidió por una elegante casa de postas que se encontraba al lado de la estación, reservó una habitación en la parte de atrás, a salvo del ruido del patio, y mandó que le llevaran una bandeja con comida. A pesar de ser un par de coronas más pobre, Mary no se sentía demasiado culpable. Al menos, no después de haber soportado a aquellos dos niños odiosos y a la gansa de su madre. ¿Y quién podría haber imaginado jamás que tantos caballeros de edad provecta con enormes panzas viajaban largas distancias en diligencia?

Dormir toda una noche de un tirón y sin sueños mejoró notablemente su humor y su dolor de cabeza. Después de llamar para que le llevaran agua caliente y una bandeja con café y bollos, salió para dar un vigoroso paseo y disfrutar de los atractivos de Grantham… que no eran muchos ni muy sugerentes. El tráfico constante, de todos modos, le pareció fascinante, especialmente la cantidad y la suntuosidad de los coches de posta, tílburis, faetones, calesas y landós. Todos los vehículos que iban hacia el norte o el sur cruzaban por el centro de Grantham porque el mantenimiento de los caballos en las posadas del pueblo era mejor.

Tras un buen almuerzo, dio un paseo hasta el río Witham y se sentó en la orilla, y sólo entonces supo por qué se sentía un poco tristona.

¡Qué hermoso panorama! Sauces, álamos, juncos, patos y patitos cisnes y cisnecitos, las ondas que formaba algún pez al besar la superficie del agua… ¡Cuánto más hermoso sería todo si tuviera compañía! Concretamente, la compañía del señor Angus Sinclair. Una vez que aquella idea se le metió en la cabeza, reconoció el hecho de que las aventuras eran más satisfactorias si se compartían, desde los horrores del coche de posta hasta los paisajes campestres y sus moradores. Con Angus, podría haberse reído de la dama conversadora y preguntona, la presencia de aquellos dos horribles mozalbetes se habría tolerado mejor, la discusión sobre si las ventanas debían abrirse o bajarse se habría evaluado en su justa medida. Las imágenes fueron desvaneciéndose una tras otra, y lamentó no haberlas compartido con algún buen amigo, pero no tenía ningún buen amigo cerca.

«Echo mucho de menos a Angus», admitió, y ya no era exactamente la misma Mary después de cinco días en las diligencias públicas por los caminos. «Me gusta el modo en que sus preciosos ojos azules brillan con la emoción o la risa, me gusta el modo en que me mira cuando vamos paseando, me gusta su carácter amable y sus sardónicos comentarios. Además, no ha perdido el tiempo diciendo palabras de amor… ¡Oh, no podría haberlo soportado…! Si me las hubiera dicho, tendría que haberlo apartado de mí. Tal y como están las cosas, no me puedo ocupar demasiado de los hombres. Son todos tan insoportables y presuntuosos como Fitzwilliam Darcy, o tan embutidos con basura romántica como Robert Wilde. Pero yo no pienso en Angus en cuanto hombre. Pienso en él como un amigo mucho mejor y mucho más agradable que cualquier amiga, a las que solo les importan los matrimonios ventajosos y la ropa ».

Los patos se habían reunido delante de ella, esperando que les arrojara pan, pero Mary no tenía; se apartó del río con un suspiro y caminó de regreso a la posada; pasó el resto del día leyendo Enrique vi … aparte, claro está, de la media hora que dedicó a engullir un filete con pastel de riñones y un pedazo de tarta de ruibarbo con abundante crema. Sólo llevaba seis días de viaje, ¡y ya estaba perdiendo peso! ¿Cómo podía ser, si se había pasado la mayor parte del tiempo sentada? He aquí otra lección para el estudioso de la naturaleza humana: que en ocasiones una ocupación sedentaria puede ser más agotadora que mezclar mortero.

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