Мигель Сервантес Сааведра - Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha

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Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha: краткое содержание, описание и аннотация

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«Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский» – знаменитый роман Мигеля де Сервантеса, написанный в начале XVII века. Без сомнения, приключения Рыцаря печального образа и его верного оруженосца Санчо Пансы известны каждому, кто заинтересован в испанском языке и культуре. Данное издание позволит читателю познакомиться с обеими частями великого произведения в оригинале.
Книга сокращена и адаптирована в соответствии с нормами современного испанского языка; в тексте сохранена сюжетная линия и все особенности яркого языка автора. Cноски поясняют сложные моменты, пословицы и реалии, а в конце книги вы найдете краткий словарь.
Предназначается для продолжающих изучать испанский язык (уровень 4 – для продолжающих верхней ступени).

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–¡Oh, señora de mis acciones, bellísima y sin par Dulcinea del Toboso! Yo voy a meterme en el fondo de esta cueva para que conozca el mundo que, si tú me ayudas, no habrá cosa imposible que yo no realice.

Don Quijote se acercó a la entrada y con su espada cortó los arbustos. Salieron entonces de la cueva muchísimos cuervos y murciélagos que hicieron caer al suelo a don Quijote. Finalmente se levantó y, dando un extremo de la cuerda a Sancho y al primo, se dejó caer dentro de la cueva. Al entrar, Sancho le dio su bendición y le dijo:

–¡Dios te guíe, flor, nata y espuma de los caballeros andantes! ¡Allá vas, valiente, corazón de acero, brazos de bronce! ¡Dios te guíe otra vez y te haga volver libre y sano!

Sancho y el primo le daban cuerda poco a poco según la iba pidiendo a gritos don Quijote, hasta que dejaron de oírse las voces de este y se acabó la cuerda. Decidieron, entonces, subir a don Quijote; tiraron de la cuerda y al ver que no pesaba nada pensaron que don Quijote se quedaba dentro. Siguieron tirando y, al poco rato, sintieron peso y vieron a don Quijote.

–Sea vuestra merced bienvenido ―le dijo Sancho ―, que ya pensábamos que se quedaba allá para siempre.

Pero don Quijote no respondía palabra. Vieron que tenía los ojos cerrados, como si estuviera dormido. Lo pusieron en el suelo, pero no despertaba. Tanto lo movieron que al fin volvió en sí y mirándolos espantado dijo:

–Dios os perdone, amigos, pues me habéis sacado de la más agradable vida y vista que ningún hombre ha tenido.

Pidió don Quijote algo de comer y sacaron lo necesario para merendar. Después don Quijote contó lo que había visto en la cueva de Montesinos:

–Nada más entrar en la cueva vi a mano derecha [170] a mano derecha – по правую сторону un hueco espacioso y me senté a descansar; por eso quedó la cuerda enrollada a mis pies y os pareció, al no sentir peso, que me quedaba dentro. Al poco, me entró un profundo sueño y cuando desperté me hallé en medio de un hermoso prado. Me froté los ojos para ver si dormía, pero no, estaba despierto. Vi entonces un lujoso palacio real hecho de cristal. De él salió un anciano con una larga capa, que le llegaba hasta los pies, una gorra negra y una barba cana que le llegaba a la cintura. Vino hacia mí y dijo: «Hace mucho tiempo, valeroso caballero don Quijote de la Mancha, que los que estamos aquí encantados os esperamos para que deis a conocer al mundo lo que se encierra en la cueva de Montesinos. Yo soy el mismo Montesinos, guarda mayor de la cueva». Me metió luego en el palacio y me llevó ante un sepulcro donde se hallaba tumbado un caballero. «Este es mi amigo Durandarte [171] Durandarte – Дюрандаль, рыцарь Карла Великого », me dijo, «flor y espejo de los caballeros enamorados. Merlín [172] Merlín – Мерлин, мудрец и волшебник легенд короля Артура lo tiene aquí encantado, como a mí». Luego dirigiéndose a Durandarte, dijo Montesinos: «Sabed que tenéis aquí a aquel don Quijote de la Mancha que ha resucitado [173] resucitar – возрождать la ya olvidada caballería andante. Con su ayuda quizá podamos ser desencantados, porque las grandes hazañas están reservadas para los grandes hombres». Oímos entonces grandes llantos y sollozos y vi pasar a varias damas acompañando a la triste Belerma, señora de Durandarte, que también estaba encantada. Iba vestida de negro, tenía la nariz algo chata, las cejas juntas y la boca grande. «Si os ha parecido algo fea», me dijo Montesinos, «es por la pena que siente por la desgracia de su amante, como lo muestran las ojeras [174] ojeras – синяки под глазами y el color amarillento de su cara, pues si no, su hermosura sería casi igual que la de la gran Dulcinea del Toboso, tan famosa en estas tierras y en todo el mundo». «Quieto ahí», dije yo entonces, «señor Montesinos, cuente su historia como debe, que ya sabe que toda comparación es odiosa. La sin par Dulcinea es quien es, y la señora Belerma es quien es y quien ha sido, y no se hable más».

–Me sorprende ―dijo Sancho― que vuestra merced no le moliera a golpes al viejo ni le tirara de las barbas.

–No, Sancho amigo ―dijo don Quijote―, no podía hacer eso, porque todos hemos de respetar a los ancianos aunque no sean caballeros y mucho más a los encantados.

Entonces dijo el guía:

–Yo no sé, señor don Quijote, cómo en tan poco tiempo como ha estado allá abajo ha podido ver tantas cosas y hablar tanto.

–¿Cuánto hace que bajé? ―preguntó él.

–Poco más de una hora ―respondió Sancho.

–Eso no puede ser ―dijo don Quijote―, porque allá anocheció y amaneció, y volvió a anochecer y a amanecer tres veces; por lo tanto, he estado tres días.

–Mi señor debe de decir la verdad ―dijo Sancho―, porque como todo lo sucedido es encantamiento, lo que a nosotros nos parece una hora allá debe de parecer tres días con sus noches.

–Así será ―respondió don Quijote.

–Yo creo ―dijo Sancho― que aquel Merlín o aquellos que encantaron a toda la chusma [175] chusma – сброд, отребье que vuestra merced dice que ha visto allá abajo le han metido en la cabeza todo esto que ha contado.

–Eso no es así ―dijo don Quijote―, porque lo que he contado lo he visto con mis propios ojos. Pero ¿qué dirás, Sancho, cuando te diga que Montesinos me mostró tres labradoras que iban saltando por el campo y que apenas las vi supe que una era la bella Dulcinea del Toboso? Pregunté a Montesinos si las conocía y respondió que no, pero que imaginaba que serían unas señoras encantadas de gran importancia.

–En mala hora y peor día bajó vuestra merced al otro mundo ―dijo Sancho― y en mal momento se encontró con el señor Montesinos, que le ha vuelto de esta manera. Bien estaba aquí hablando y dando consejos a cada paso, y no ahora contando los mayores disparates que puedan imaginarse.

–Como te conozco, Sancho ―respondió don Quijote―, no hago caso de tus palabras.

Capítulo XI

La aventura del barco encantado

Pasaron así la tarde y al llegar la noche se acostaron bajo unos árboles que allí había. Al salir el sol, el guía se despidió de don Quijote y Sancho y ellos siguieron su camino buscando el famoso río Ebro. Dos días después llegaron al río y a don Quijote le gustó contemplar la claridad y abundancia de sus aguas y lo tranquilas que bajaban. Todo hizo traer a su memoria mil amorosos pensamientos. Especialmente recordó lo que había visto en la cueva de Montesinos.

Estaba con esos recuerdos cuando vio un pequeño barco sin remos que estaba atado en la orilla al tronco de un árbol. Miró don Quijote a todas partes y no vio a nadie. Se apeó de Rocinante y mandó a Sancho que se bajara del asno. Preguntó Sancho el porqué de tal cosa y respondió don Quijote:

–Has de saber, Sancho, que este barco me está llamando para que entre en él y vaya a socorrer a algún caballero o a otra persona importante que debe de estar en peligro.

–Pues no sé si llamar disparate a esto que intenta ―respondió Sancho―, porque a mí me parece que este barco no es de encantadores, sino de algunos pescadores de este río, en el que se pescan los mejores peces del mundo.

Sancho ató a los animales y preguntó qué es lo que iban a hacer ahora.

–¿Qué? ―respondió don Quijote―: embarcarnos y cortar la cuerda con que está atado el barco.

De un salto subió don Quijote, y Sancho detrás. El barco se fue apartando poco a poco de la orilla, con gran dolor de Sancho que no podía olvidar a su asno y a Rocinante, que se quedaban en total abandono. Tanto lo sentía que comenzó a llorar y don Quijote le dijo:

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