–¡Ven, Sancho, y mira lo que has de ver y no creer! ¡Mira, hijo, lo que puede la magia, lo que pueden los encantadores!
Llegó Sancho y al ver el rostro del bachiller Carrasco se quedó asombrado. Luego dijo:
–Me parece, señor, que vuestra merced debe meter la espada por la boca a este que parece el bachiller Carrasco, quizá mate así a alguno de sus enemigos encantadores.
–No dices mal ―dijo don Quijote―, porque cuantos menos enemigos, mejor.
Cuando iba a seguir el consejo de Sancho, llegó corriendo el escudero del Caballero de los Espejos, ya sin las narices que tan feo lo hacían, y a grandes voces dijo:
–Mire vuestra merced lo que hace, señor don Quijote; que ese que tiene a los pies es el bachiller Sansón Carrasco, su amigo, y yo soy su escudero.
–¿Y las narices? ―le preguntó Sancho.
–Aquí las tengo en el bolsillo ―contestó.
Y sacó unas narices de mentira, propias de máscaras. Sancho no dejaba de mirarlo y, al fin, dijo con admiración:
–¡Santa María! ¿Este no es mi vecino Tomé Cecial?
–Y tanto que lo soy ―respondió el falso escudero―. Tomé Cecial soy, luego os diré las mentiras y enredos por los que estoy aquí. Os suplico que no maltratéis al Caballero de los Espejos, porque es, sin duda, el mal aconsejado y atrevido bachiller Sansón Carrasco.
Volvió en sí el de los Espejos y don Quijote le puso la punta de la espada en el rostro diciendo:
–Muerto sois, caballero, si no confesáis que la sin par Dulcinea del Toboso supera en belleza a vuestra Casildea de Vandalia y que aquel caballero que vencisteis no fue don Quijote de la Mancha sino otro que se le parecía.
–Todo lo confieso y siento como vos creéis y sentís ―respondió el derrotado caballero.
Mientras le ayudaban a levantarse, Sancho no dejaba de mirar y preguntar cosas al otro escudero, y todo le indicaba que era Tomé Cecial, pero lo que había dicho don Quijote de los encantadores le hacía dudar de lo que veía con sus ojos. Finalmente, se quedaron con este engaño don Quijote y Sancho, y el Caballero de los Espejos y su escudero se fueron a buscar algún lugar donde curar las heridas. Don Quijote y Sancho siguieron camino a Zaragoza.
Dice la historia que cuando el bachiller Carrasco aconsejó a don Quijote su tercera salida, él, el cura y el barbero ya tenían preparado el engaño del Caballero de los Espejos para hacerle volver a casa después de vencerlo según las leyes de caballería.
Carrasco lo aceptó, y Tomé Cecial, hombre alegre y burlón, se ofreció como escudero. De esta forma, siguieron el camino que llevaban don Quijote y Sancho hasta que los alcanzaron en el bosque donde tuvo lugar la aventura. Tomé Cecial, viendo que no habían logrado sus deseos, dijo al bachiller:
–Creo, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: se piensa y se realiza una empresa con facilidad, pero muchas veces se sale de ella con dificultad. Don Quijote loco, nosotros cuerdos, y él se va sano y riendo y vuestra merced queda malherido y triste. ¿Cuál es más loco, el que lo es por no poderlo remediar, o el que lo es por su voluntad?
–La diferencia entre estos dos locos ―dijo el bachiller― es que quien lo es por la fuerza lo será siempre, y quien lo es por gusto lo dejará de ser cuando quiera.
–Pues así es ―dijo Tomé Cecial―, yo fui loco por mi voluntad cuando quise hacerme escudero de vuestra merced, y ahora quiero dejar de serlo y volverme a mi casa.
–Bien lo podéis hacer ―respondió Sansón―, pero yo no he de volver a la mía hasta haber molido a palos a don Quijote.
Capítulo VII
El encuentro con el Caballero de Verde Gabán
[159] gabán – плащ
Iban conversando don Quijote y Sancho cuando los alcanzó un hombre que venía detrás de ellos por el mismo camino, vestido con un verde gabán sobre una hermosa yegua. El caminante los saludó cortésmente y siguió adelante. Pero don Quijote le dijo:
–Si vuestra merced lleva el mismo camino que nosotros y no tiene prisa, sería un placer cabalgar juntos.
–Temo que mi yegua se alborote en compañía de su caballo; por eso, los he adelantado.
–Bien puede estar tranquilo con su yegua ―dijo don Quijote―, que mi caballo es el más honesto del mundo.
Y de esta forma siguieron los tres juntos camino adelante. Y mientras caminaban, don Quijote no cesaba de mirar a tan noble caballero, pues su traje y modales mostraban su nobleza. Era un hombre de unos cincuenta años, con pocas canas [160] con pocas canas – чуть тронуты сединой
y con la mirada entre alegre y seria.
El Caballero del Verde Gabán también observaba a don Quijote, pues jamás había visto un hombre así: se admiraba de su delgadez, su rostro amarillo y flaco, sus armas antiguas. Don Quijote notó la atención con que aquel lo miraba y, como era tan cortés, le explicó quién era y sus hazañas como caballero andante.
El del Verde Gabán tardó en contestarle y al final dijo:
–Habéis acertado en satisfacer mi deseo de saber quién sois, pero sigo igual de maravillado. ¿Cómo es posible que haya hoy caballeros andantes en el mundo? ¿Hay acaso quien dude de que tales historias son falsas?
–Yo lo dudo ―respondió don Quijote―, y espero que haya ocasión de demostrárselo durante el camino.
Al oír esto, el del Verde Gabán pensó que don Quijote debía de ser algo bobo. Don Quijote después le pidió que contara su vida.
–Yo, señor, soy un hidalgo bastante rico. Mi nombre es don Diego de Miranda y vivo con mi mujer e hijos. Me gusta leer libros, ir de caza y de pesca y comer con los amigos. No me gusta hablar mal de nadie ni meterme en vidas ajenas. Oigo misa cada día, reparto mis bienes con los pobres y confío en la misericordia de Dios. Mi preocupación ahora es un hijo que tengo de dieciocho años, y no porque él sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Ha estudiado lenguas en Salamanca, pero cuando quise que empezara a estudiar leyes, se negó por preferir la poesía.
–Los hijos, señor ―respondió don Quijote―, se han de querer, por malos o buenos que sean. Los padres deben encaminarlos desde pequeños por los pasos de la virtud y las buenas costumbres. La poesía, a mi parecer, es tan hermosa como una doncella y todas las demás ciencias han de servir para embellecerla. Por eso, el que hace bellas poesías será famoso y estimado en todo el mundo. Mi consejo, pues, señor hidalgo, es que deje caminar a su hijo por donde su estrella le guía, pues no todo el mundo nace poeta.
Admirado quedó el del Verde Gabán del razonamiento de don Quijote, tanto que dejó de pensar que era un bobo.
Capítulo VIII
La aventura de los leones
Caminaban don Quijote, Sancho y el Caballero del Verde Gabán, cuando don Quijote dijo a Sancho:
–Dame, amigo, la espada, porque o yo sé poco de aventuras o lo que allí descubro es alguna que me ha de necesitar, y tendré que coger las armas.
El del Verde Gabán miró a uno y otro lado y sólo vio un carro que venía hacia ellos con dos o tres banderas pequeñas, por lo que supuso que traía cosas del rey. Así se lo dijo a don Quijote, pero él no lo creyó, pensando que todo lo que le sucedía tenían que ser aventuras.
–No se pierde nada con que yo esté preparado; que sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles, y no sé ni cuándo ni cómo, ni en qué figura me han de atacar. Así que aquí estoy con ánimo de luchar con el mismo Satanás en persona.
Llegó entonces el carro de las banderas y don Quijote se puso delante y dijo:
–¿Adónde vais, hermanos? ¿Qué carro es este, qué lleváis en él y qué son esas banderas?
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