Мигель Сервантес Сааведра - Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha

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Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha: краткое содержание, описание и аннотация

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«Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский» – знаменитый роман Мигеля де Сервантеса, написанный в начале XVII века. Без сомнения, приключения Рыцаря печального образа и его верного оруженосца Санчо Пансы известны каждому, кто заинтересован в испанском языке и культуре. Данное издание позволит читателю познакомиться с обеими частями великого произведения в оригинале.
Книга сокращена и адаптирована в соответствии с нормами современного испанского языка; в тексте сохранена сюжетная линия и все особенности яркого языка автора. Cноски поясняют сложные моменты, пословицы и реалии, а в конце книги вы найдете краткий словарь.
Предназначается для продолжающих изучать испанский язык (уровень 4 – для продолжающих верхней ступени).

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–De esa parte de ahí, si no me engaño, sale un olor más a carne asada que a hierba y tomillo; bodas que comienzan por estos olores deben de ser abundantes y generosas.

–Venga, glotón [166] glotón – обжора ―dijo don Quijote―, vayamos a ver esa boda.

Preparó Sancho a Rocinante y a su asno y empezaron a caminar. Lo primero que vio Sancho fue una pequeña ternera puesta en un asador. En el fuego, había seis ollas llenas de carne y, colgando de los árboles, gran cantidad de conejos y gallinas esperando a ser echados en otras ollas. Sancho contó más de sesenta cueros de vino y otros tantos montones de quesos y de pan blanquísimo. Era todo tan abundante que se podía alimentar a un ejército. Todo lo miraba Sancho y todo le gustaba. No pudiendo resistir más, se acercó a un cocinero y, con corteses y hambrientas razones, le rogó que le dejara mojar un trozo de pan en una de las ollas. El cocinero le respondió:

–Hermano, en este día no ha de existir el hambre, gracias al rico Camacho. Mirad si hay por ahí un cucharón, y sacad una gallina o dos y buen provecho os haga.

–No veo ninguno ―respondió Sancho.

–Esperad ―dijo el cocinero―. ¡Por Dios, qué delicado y temeroso debéis de ser!

Dicho esto, cogió un caldero con tres gallinas. Dándoselas a Sancho le dijo:

–Comed, amigo, y desayunad con estas cosidas, mientras llega la hora de comer.

Don Quijote, mientras tanto, miraba cómo iba llegando la gente, labradores sobre hermosas yeguas, unios vestidos de fiesta, que gritaban sin parar:

–¡Vivan Camacho y Quiteria, él tan rico como ella hermosa, y ella la más hermosa del mundo!

Oyendo esto, don Quijote pensaba para sí:

–Bien parece que estos no han visto a mi Dulcinea del Toboso, que si la hubieran visto no alabarían tanto a su Quiteria.

Luego empezaron a llegar muchos danzarines [167] danzarines – танцоры , primero mozos y a continuación muchachas de cabellos rubios, que bailaron danzas del agrado de don Quijote. Representaron luego con bailes una historia en la que se contaban los inocentes amores de una doncella y un habilidoso joven, y cómo habían impedido esos amores por el interés de casar a la joven con un mozo muy rico. Supo don Quijote que así había sido el caso de Quiteria y Basilio, a quien, por interés, el padre de Quiteria cambió por el rico Camacho. Visto el baile, don Quijote dijo:

–Apuesto a que el autor de esta historia bailada es más amigo de Camacho que de Basilio.

–Pues yo también prefiero a Camacho ―dijo Sancho.

–Bien parece, Sancho ―dijo don Quijote―, que eres de los que dicen: «¡Viva quien vence!».

–Yo no sé de los que soy ―respondió Sancho―, pero sé que nunca sacaré de las ollas de Basilio lo que he sacado de las de Camacho.

Le enseñó el caldero lleno de gallinas, y cogiendo una comenzó a comer con buena gana y dijo:

–¡Para qué tantas habilidades de Basilio!, tanto tienes, tanto vales. Dos clases de hombre hay en el mundo, como decía una abuela mía, que son los que tienen y los que no tienen. Y en el día de hoy, señor don Quijote, se aprecia más el tener que el saber; un asno cubierto de oro parece mejor que un caballo con muchos adornos.

–¿Has acabado tu discurso, Sancho?

–Lo he acabado ―respondió Sancho― porque veo que vuestra merced se pone nervioso; si no fuera así, tendría para tres días.

Llegaron entonces los novios entre gritos de alegría de la gente. Venía la hermosa Quiteria algo descolorida, y debía de ser de la mala noche que siempre pasan las novias pensando en la boda.

Iba ya a celebrarse la ceremonia de la boda, cuando apareció Basilio gritando y se echó a los pies de Quiteria.

–Bien sabes, ingrata Quiteria, que viviendo yo, tú no puedes tomar esposo, y ya que olvidas nuestra promesa yo mismo me mataré.

Y diciendo esto se clavó un cuchillo. Acudieron todos a socorrerle y don Quijote le tomó en sus brazos y vio que aún no había muerto. El cura quiso confesarle antes de que muriera, pero Basilio dijo con voz dolida y cansada que no se confesaría si primero no aceptaba Quiteria ser su esposa. Don Quijote afirmó que era justo lo que pedía el herido y que el señor Camacho no quedaría deshonrado por recibir por esposa a la viuda del valeroso Basilio. Fueron tantos los amigos de Basilio que pidieron a Quiteria que aceptara casarse con él, que esta se acercó a Basilio y le cogió la mano. Basilio la miró a los ojos y le rogó que le diera su mano libremente, sin sentirse forzada a hacerlo.

–Ninguna fuerza me obliga ―dijo Quiteria― y yo mi mano de esposa te doy libremente y recibo la tuya si es que me la das con libertad.

–Sí doy mi mano y me entrego por tu esposo ―respondió Basilio.

–Mucho habla este mozo para estar tan herido ―dijo Sancho.

Estando cogidos de las manos Basilio y Quiteria, el cura los casó, y en ese mismo instante Basilio se levantó tan sano como estaba y se sacó el falso cuchillo. Así se descubrió el engaño de Basilio para lograr sus propósitos, y el cura y Camacho y los invitados se sintieron burlados. La novia no dio muestras de molestarle la burla y confirmó su casamiento. Los partidarios de uno y otro novio echaron mano a sus espadas, pero don Quijote se adelantó a caballo, con la lanza en la mano, y dijo a grandes voces:

–Parad, señores, parad; que no hay que tomar venganza de las ofensas que el amor nos hace; mirad que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra está permitido usar la astucia para vencer al enemigo, así también en las peleas amorosas se tienen por buenas las mentiras para conseguir el fin que se desea, si no va en deshonra de la cosa amada. Quiteria era de Basilio y Basilio de Quiteria porque así lo quisieron los cielos, y lo que Dios junta no podrá separarlo el hombre, y el que lo intente tendrá que pasar por la punta de esta espada.

Todos se tranquilizaron y tuvieron a don Quijote por hombre de valor y de pelo en pecho. Solamente Sancho se entristeció porque ya no podía participar en la espléndida comida y fiestas de Camacho. Y así, triste y pensativo, siguió a su señor, que iba con el grupo de Basilio.

Capítulo X

La aventura de las cuevas de Montesinos

Tres días estuvieron don Quijote y Sancho con los novios, tratados a cuerpo de rey [168] a cuerpo de rey – превосходно, по-царски . Después Don Quijote le pidió a uno de los licenciados que le diera algún guía que le guiara hasta la cueva de Montesinos, porque tenía gran deseo de entrar en ella, para ver si eran verdaderas las maravillas que se contaban de la cueva. Entonces el licenciado le dijo que le daría a un primo suyo, estudiante y muy aficionado a leer libros de caballerías, que lo llevaría a la entrada de la cueva y le enseñaría las lagunas de Ruidera, famosas en toda la Mancha.

Llegó el primo con su burro, preparó Sancho las alforjas y se pusieron en camino hacia Montesinos. Por la noche se alojaron en una pequeña aldea a esperar el día. El guía dijo a don Quijote que si quería entrar en la cueva era necesario llevar cuerdas para atarse y descolgarse en su profundidad. Don Quijote deseaba llegar hasta el fondo de la cueva, así que compraron muchos metros de cuerda y se dirigieron hacia allí. Al llegar vieron que la boca [169] boca – (зд.) вход de la cueva era ancha, pero estaba llena de arbustos que tapaban la entrada completamente. Mientras ataban a don Quijote con las cuerdas, dijo Sancho:

–Mire vuestra merced, señor mío, lo que hace, no quiera sepultarse en vida.

–Ata y calla ―respondió don Quijote―, que esta aventura es para mí.

Luego se puso de rodillas y dijo:

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